lunes, 10 de octubre de 2011

4.- RECUERDOS DE MI CIUDAD I

PARTE I/IV

Carlos E. Orduz

Como me alegró el espíritu  la magnífica crónica, del siempre recordado Eustorgio Colmenares Baptista titulada “La ciudad de Antaño” y que nos transportó a la generación de los 40 a revivir lo hermoso que era el transcurrir en nuestra querida Cúcuta de la época, quiero hacer un complemento con otros lugares, sucesos, acciones que vivimos y que a través del tiempo visitamos, fuimos partícipes o actores de situaciones agradables para que las nuevas generaciones compartan por la lectura el pasado cucuteño que está lleno de vivencias existenciales.

La llegada de los trabajadores de la petrolera era todo un espectáculo en la Estación Cúcuta, cuando el silbido de la locomotora anunciaba su aparición en la parte del barrio Sevilla, hasta la salida del último pasajero, en el tren llegaba el llamado bastimento o pan coger, pescado y frutas, además la gente que atendía los bares y cantinas alrededor del terminal férreo se alegraban por cuanto las ventas se las aumentaban con el dinero que los empleados petroleros gastaban a manos sueltas.

En la parte posterior del hoy colegio La Salle, el industrial y empresario Carlos García Lozada, instalaba la plaza portátil de madera para la realización de las corridas de toros, con matadores que pasaban por la ciudad con destino a Venezuela, los domingos la gente se engalanaba para asistir a la corrida de toros de la tarde.

El mejor foot-ball se escenificaba los sábado y domingos en la famosa cancha de Coca-Cola, que estaba ubicadas en donde hoy se encuentra el Palacio de Justicia.

Se utilizaba mucho el término “mantequero” para designar a los hombres que galanteaban a las muchachas del servicio, especialmente los agentes del orden, los soldados y uno que otro estudiante que querían satisfacer sus gustos sexuales y el mejor lugar para las citas o reuniones era el bosque popular, donde hoy se encuentra el Club Cazadores y la Clínica Barco, los días domingos en la tarde se llenaba el local, se bebía y se bailaba.

Para los amantes de los deportes náuticos, estaba la piscina Moreno en San Luis, allí se bailaba, se bañaba y se comía sabrosamente, al lado le construyeron un metedero que acabó con la clientela que solo deseaba disfrutar del paseo, el agua, beber y comer.

El balompié nos empezó a emocionar cuando el estadio General Santander era un vetusto pero eficiente escenario que en la parte oriental sólo tenía una pequeña gradería para 300 personas y el común de los aficionados se guarecían del sol canicular debajo de unos acacios que estaban entre la pared que lo circundaba y la malla de protección antes de la gramilla y los encuentros emocionantes los protagonizaban los equipos de Colpet-Chinaquillo-San Luis-Sevilla-Guasimales.

Empezamos nuestro gusto por el baile al son de las orquestas Billos Caracas Boys y Los Melódicos, que competían con la Chato Simón Maldonado y Manuel Alvarado, que eran la representación nuestra y que nada le envidiaban a las venezolanas por su calidad musical, algunos de ellos por su excelencia fueron a integrar en Caracas las orquestas venezolanas.

Costeñita pequeñita y gustadora era nuestra cerveza favorita en las vespertinas bailables que se inventaban las estudiantes pidiendo permiso para ir a hacer unas melcochas en casa de alguna compañera (se acuerdan Coca Colas de Santa Teresa, esta picardía ingeniosa para encontrarse con los galanes del Sagrado Corazón).

Cuando llegó el furor de las Rockolas de 200 discos que la firma Wulitzer instaló con el bebedero llamado “El Cordobés”, este sitio se atiborraba, ya que con monedas de 20 centavos se podía oí rancheras -boleros- tangos-bailables, famosas las hamburguesas del restaurante El Palacio, que ofrecía servicio a los conductores en sus vehículos.

El mayor disfrute del día dominical era el matinal que se exhibía en el Guzmán Berti  o en el Santander y que comenzaba a las 10 a.m. y concluía a la 1 p.m. ya que pasaban series de 31 rollos, con un pequeños intermedio para comprar golosinas y gaseosas. En mi mente aún perdura el letrero que estaba en la parte superior del telón del Guzmán Berti “Canendo et ridendo corrigo mores”, y que el común traducía “Cantando y riendo consigo amores”, pero que luego nos sacaron del error, ya que era tomada del latín y que significaba “Cantando y riendo corrijo las costumbres”.

Los bebedores consuetudinarios tenían su escape en el barrio Miraflores en el restaurante “Aquí me quedo” de la famosa Turra Petra, cuya comida les quitaba la perra o el guayabo.

Como éramos ingeniosos, en los árboles conseguíamos la horqueta, además las tiras del caucho y fabricábamos las famosas caucheras y el sitio era la arrocera de la calle 18 cercana al río Pamplonita para la cacería a las palomitas que allí iban a buscar el alimento que se caía de los bultos de arroz, no se salvaban las lagartijas, ni las iguanas, luego se disfrutaba de un sabroso baño en las caudalosas aguas en los pozos Niágara, Cántaras, de la Virgen, de la Canoa, del Soldado. Recordar es vivir.

Los estudiantes esperábamos con ansiedad que llegaran los días martes por la noche para asistir al parque Mercedes Abrego, ya que allí se congregaban las estudiantes a partir de las 7 de la noche para asistir a la retreta que la banda de música del departamento interpretaba y recorriendo sus andenes se piropeaba a las muchachas que acudían a pedirle a San Antonio que les ayudara a conseguir el príncipe de sus sueños, muchas certificaban que sí era milagroso San Antonio para sus peticiones.


Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

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