viernes, 24 de febrero de 2012

134.- LA QUINTA YESMÍN , UNA CENTENARIA CASA QUE HUELE A PAPEL Y TINTA

Celmira Figueroa


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Teresa Abrajim Elcure, quien está próxima a cumplir 82 años, se asoma por el ventanal que da acceso a la avenida cuarta con la calle 16 o antigua calle Zea, esquina. Su rostro se tropieza con un vidrio que le impide sentir el aire fresco como solía hacerlo de  niña, cuando vivía con su padre José Abrajim, su madre Nayibe Elcure y sus hermanos Yesmín, Josefina, José, Antonio y Consuelo.

Toca una de las hojas de la ventana y certifica que es la original, que se mantiene intacta, a pesar de  los años. Mira el piso y trata de evocar el pasado. En la Quinta Yesmín estuvo hasta los cuatro años porque a raíz de la muerte de su madre, en 1929, su padre decidió partir a Barquisimeto, Venezuela, en 1932 y de ahí a Francia, en barco.

“Aquí quedaba un piano de cola y se acostumbraba a tocar por las tardes”, señala el espacio que hoy ocupa el escritorio de la administradora Patricia Monsalve, y que a  mediados de 1968 estaba el que ocupaba Eustorgio Colmenares Baptista. Alza la mirada con el asombro de reencontrarse con el alto techo donde se cambiaron las cañabrava por machimbre,  a raíz del incendio de que fue objeto el 6 de agosto de 2005.

Teresa Abrajim Elcure sale de esa pieza lamentándose de no haber podido vivir más tiempo en Cúcuta, en esta casa que hoy ocupa el periódico La Opinión y que también fue suya. Se admira de las reformas hechas, que conservaron la esencia o el estilo español de la época, del siglo XIX. Más adelante se detiene en un pasillo donde nada ha variado: las paredes de bahareque, el techo de cañabrava sostenida por 14 travesaños y las ventanas pequeñas de madera gruesa con hierro. Se llena de nostalgia, pero al mismo tiempo respira tranquila por constatar que la centenaria casa está en buenas manos y han respetado ese patrimonio nortesantandereano.

Teresa Abrajim Elcure llegó el miércoles 19 de mayo, en horas de la tarde, a la Quinta Yesmín cuando una cuadrilla de obreros raspaba paredes, apuntaban techos, rodaba andamios para proseguir con la pintura. Todos trataban de ´rejuvenecer´ la vieja casona para que estuviera como una quinceañera para el cumpleaños 50 del periódico que se imprime en sus entrañas. No era la primera vez que la visitaba. Lo había hecho unas tres veces, después de radicarse en Cúcuta. No ha podido aportar mucho a la reconstrucción de su historia porque los recuerdos son vagos y quienes pudieron tener datos exactos han muerto.

Sin embargo, coincide con la letra menuda que reza en las escrituras: su papá le vendió a la señora Margarita Sánchez viuda de Cárdenas, quien a su vez la cedió  el 24 de junio de 1968 a Eustorgio Colmenares Baptista. Transacción que se hizo ante el Notario Primero Principal del Circuito, Luis Antonio Cáceres y ante los testigos instrumentales José Dolores Herrera y Ramón Olivo Niño.

La Quinta Yesmín colindaba por el norte, calle 16, con la Quinta Cogollo, propiedad de Arturo Cogollo y por el occidente con propiedades de Ana Josefa Pérez de Palacios.

Se aclara en esa escritura, número 1.053, que el inmueble lo hubo la vendedora por compra que hizo al señor José E. Abrajim, según escritura 246 del 25 de febrero de 1963 de la Notaría Primera de Cúcuta.

Eustorgio Colmenares Baptista pagó la casa en varias cuotas. El precio fijado de esta venta fue la suma de $150 mil y el término para pagarlo fue de dos años.

Al firmar la escritura  entregó $40 mil a la señora Margarita Sánchez. El saldo, o sea, la suma de $110 mil, lo pagó así: $30 mil el primero de junio de 1969; $40 mil el primero de diciembre de 1969; $40 mil, el primero de junio de 1970. El interés fue del uno por ciento sobre los saldos pendientes. Para garantizar ese pago tuvo que aceptar hipotecarla.

Las reformas

La Quinta Yesmín ha conservado su esencia, su carácter, que la remonta a las construcciones de principio de Siglo XIX, donde imperaba el estilo español. Es decir, la cañabrava, madera, hierro, tejas de barro, tapia pisada, piso de gres hecho a mano, y techos de  por lo menos tres y cuatro metros de altura.

Las casas donde vivían las personas adineradas se caracterizaban por diseños que rompían los esquemas tradicionales: antejardín, rejas de hierro forjado hechas y traídas de Alemania.


 1910

La Quinta Yesmín tenía, y sigue teniendo,  ventanales de madera, tipo balcón,  protegidos por rejas con arabescos y por fuera sobresale, a manera de columnas en el techo, una especie de triángulo con acabados de la época barroca. Allí, en alto relieve,  en cada uno de los balcones, se destaca  la palabra Quinta y Yesmín,  que por lo general el transeúnte no puede casi apreciar  por la frondosidad de los árboles.

Aún conserva las dos gradas para acceder por la puerta principal a las que se les anexaron, especies de pasamanos, también con arabescos en hierro forjado, que  se “estrellan” contra un par de columnas cortas, para dar paso a un semi-arco de madera. Hasta hace una década colgaba allí el aviso de La Opinión, pero con motivo del cumpleaños 40,  el  arquitecto Álvaro Hernández Valderrama lo hizo fundir en bronce, en el piso marmolizado.

El portón de la entrada, que son dos hojas grandes de madera gruesa, con altos relieves, fue recuperado. El acceso al mezzanine, (que eran unas escaleras de tablas) donde quedaba la oficina del doctor Eustorgio Colmenares Baptista se quitó y se le dio más privacidad, dando lugar a una escalera en forma  de caracol, en madera y hierro, pero con entrada por el pasillo.

El arquitecto quiso conservar el aspecto original y por eso trabajó básicamente con esos tres elementos: hierro, madera y vidrio, pero le imprimió el toque contemporáneo, rompiendo así con el tradicional blanco de la fachada, que era  difícil conservarlo siempre limpio. Del blanco se pasó a un morado suave, después a un ocre y ahora se pintó de palo rosa, destacando, en blanco, los elementos de alto relieve.

Las oficinas que hoy ocupa el director José Eustorgio Colmenares Ossa y la secretaria Lilia Zambrano fueron reformadas, hace cinco años, por el incendio que dejó todo destruido. Se aprovechó, igualmente, para rediseñar la sala de redacción construyendo un mezzanine de madera con acceso a una escaleras, que también forman un caracol, en madera y hierro con arabescos. Las oficinas del subdirector Cicerón Flórez Moya, y la del jefe de redacción, Ángel Romero Bertel, que quedan contiguas, tienen un aire de frescura. La antesala a una sala de recibo, en el mismo espacio, se decoró con sillones de telas con colores ácidos y se aprecia una división modular, en donde el vidrio juega un papel importante.

La Quinta Yesmín, donde vivió Doña Teresa Abrajim Elcure, se ha ido extendiendo. Antes sólo llegaba, por la avenida 4, hasta donde empiezan hoy los talleres de tipografía. Y por la calle 16 hasta donde quedan, internamente, las dependencias de fotocomposición y el CTP, que es donde se arma en forma electrónica el periódico y se transfieren, desde el computador hasta unas planchas metálicas, el material que finalmente se imprime en la rotativa.

Lo que en otrora era una de las primeras casas contiguas de propiedad de la familia Palacios, por la calle 16, se ha convertido hoy en una especie de galpón a donde se pasó, ensanchada, la rotativa, que es donde se imprime el periódico todas las noches. Allí el arquitecto Hernández Valderrama hizo el empalme perfecto dejando en los pasillos una estela romántica que traslada  la imaginación a las calles de Cartagena, valiéndose de faroles, proyectores, jardines y bancas de hierro.

Se aprovechó la otra casa para las oficinas del periódico Q´hubo y en la parte trasera se habilitó un  espacioso comedor y un salón herméticamente cerrado, con sistema de aire acondicionado, donde se llevan a cabo los consejos de redacción, en horas de la mañana, y también se usa para conferencias o atender a los colegios que visitan diariamente las instalaciones de La Opinión.

Aún se observan obreros dando los últimos toques donde se acomodó el archivo de contabilidad y el reciclaje.

Teresa Abrajim Elcure recordó, antes de irse, que en la Quinta Yesmín, funcionaron también las oficinas de la Petroleum Company y el Instituto Colombo-americano. Salió y recorrió nuevamente la fachada y posó frente a una de las ventanas por donde se asomaba, de niña, a ver la calle empedrada y a escuchar el ruidoso sonido del tranvía.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


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