lunes, 9 de abril de 2012

154.- LOS GOCHOS: EN EL PRINCIPIO FUE COLOMBIA

 Roberto Giusti , Periodista venezolano/La Opinión

 El centro de Cúcuta era visitado por los compradores venezolanos.

El día en que mi mamá conoció a mi papá, cuando ella le preguntó de dónde era y él le respondió que de Colón (con el ón enfatizado)  ella sonrió feliz porque era el primer panameño que conocía en su vida. No tenía la menor idea que ese era, también, el nombre de una población de Táchira.
           
Caraqueña criada en Maracaibo, para mi madre Los Andes era un lugar remoto y enigmático de donde habían venidos unos señores, de modales bruscos, quienes amarraron sus mulas en las barandas de la casa Amarilla para dejarlas allí hasta descubrir la existencia de un ingenio mecánico llamado automóvil.
           
Poco después su percepción se profundizaría al casarse con ese joven vestido de lino quien, al morir su padre, viajó a un pueblito perdido en la frontera, llamado Rubio, a vender la finca que recibía como herencia y decidió, invadido por un insospechado romanticismo, echar por la borda un prometedor futuro en el emporio petrolero  y volver a la tierra para dedicarse al ganado de leche y a la siembra de café.
           
Fue así como la joven recién casada cambió su estilo de vida, desde la Maracaibo de los años 40, con su club Comercio, sus canchas de tenis, los juegos de bowling, los paseos por el lago, el aire acondicionado y una cierta atmósfera cosmopolita, con su carga de musiúes y gente venida de todo el país atraída por el imán petrolero, a la existencia bucólica de la vida campesina.
           
No llegaba aún la modernidad a la campiña rubiense, donde privaban aún usos   decimonónicos, no obstante la pujanza de una economía impulsada por la exportación de café y la presencia de casas comerciales alemanas. La gente bebía agua de panela, las arepas se hacían con maíz recién molido y a las nueve de la noche todos dormían.
           
Para ese tiempo todavía Táchira mantenía lazos más estrechos con la vecina Colombia que con un turbulento y lejano país llamado Venezuela, al cual pertenecía sólo en el papel de los mapas. Saludable distancia que le permitió mantenerse al margen de las guerras, de la inestabilidad política y de sus secuelas, propiciando la existencia de una clase de pequeños y medianos productores, quienes a la vuelta de pocas generaciones enviaban a sus hijos a estudiar a los colegios de Pamplona,  Santa Fe de Bogotá o a la Universidad de Mérida.
           
Fue así como nuestra señora descubrió el templo del consumo  tachirense: Cúcuta, ciudad de tierra caliente,  al otro lado de la frontera,  con sus calles centrales empedradas, sus gitanas de largas faldas coloridas cazando incautos en el parque Santander y una legión de vendedores ambulantes que ofrecían desde frutas hasta el mentol chino.
           
En esa abigarrada aglomeración abrían sus puertas grandes almacenes como Los Tres Grandes, con su provisión de la afamada industria textil neogranadina, las tiendas de cortes, las talabarterías, las farmacias (droguerías dicen allá)  y  establecimientos de productos alimenticios, accesibles a los venezolanos por el cambio favorable del bolívar.
           
No había familia tachirense que obviara su semanal peregrinación a Cúcuta para hacer mercado en La Parada y acercarse al centro, donde el Salón Blanco ofrecía, pesados en libras, chocolates, caramelos y galletas imposibles de conseguir en Venezuela.

Así, el café que bebían los tachirenses era el Galavís, las papas pastusas (de Pasto), la cerveza Bavaria, la ropa de Almacenes El Ley (novedosa tienda por departamentos), la pasta dental Kolinos, el analgésico Mejoral, el refresco (gaseosa) Postobón, la ropa interior Punto Blanco, las camisas Everfit, los overoles (blue jeans) de El Roble, los cigarrillos sin filtro Piel Roja, el ron de Caldas y el aguardiente Extra. En Cúcuta comprábamos la pólvora de diciembre, las botas Croydon, los discos de 45 rpm,  el flux de paño para el 31 de diciembre y nuestras hermanas los armadores para los vestidos de sus quince años.
           
Éramos colombianos por nuestros hábitos de consumo en un molde cultural donde predominaba el fútbol por encima del béisbol, el porro sobre la guaracha y Pacho Galán antes que la Billo’s.

Pero las cosas comenzaron a cambiar a finales de los 50, cuando la Panamericana y luego la vía de los Llanos acortan las distancias con el resto del país y  productos venezolanos como la harina Pan y la cerveza Polar, se adueñan definitivamente del mercado. En 1963 llega la señal de Radio Caracas Televisión y comienza a operar el fenómeno de la transculturización nacional.
             
Hacía tiempo habían inaugurado el primer Cada y  las bodegas,  con sus sacos de granos a la puerta y anchos mostradores de madera, dan paso a la era de la comida empaquetada.

Aparece Renny Ottolina a la hora del almuerzo, para convencernos de que Viceroy es más suave que los Piel Roja.

La leche en cántaras deja de venderse de puerta  en puerta y con Leche Táchira se inicia una gran industria láctea. Surge la primera agencia de publicidad, fundada por Erasmo José Pérez. La Nación es el primer diario en ofset de la región y para ese momento ya hay dos emisoras de rock en la ciudad  (Radio Junín y Radio Sucesos), aparte de la venerable Ecos del Torbes.

Las fiestas en La Frontiere,  pionera de las discotecas, escandalizan a los miembros más conservadores de la sociedad por la oscuridad de sus instalaciones, el ruido ensordecedor de su música y el aspecto intolerable de jóvenes con el pelo largo y chicas de minifalda.
           
A comienzos de los 70 los tachirenses descubren el exótico sabor de una cachapa con queso de mano, plato totalmente desconocido hasta la fecha, con el establecimiento de una cachapera al lado del Colegio de Abogados, mientras que la primera cadena de hamburguesas, Tropiburguer, entra en competencia con la tradicional venta de chicha y pasteles de la avenida España. Para los 80 el Barrio Obrero, urbanización de muy compuestas quinticas construidas en la dictadura, se convierte en el sitio de la movida sancristobalense, con profusión de restaurantes, bares y discotecas.
           
Y para fin de siglo hace tiempo los términos del intercambio entre los dos lados de la frontera se han invertido y ahora son los colombianos quienes invaden los comercios tachirenses y arrasan con todo. Aparecen los grandes hipermercados, el Garzón abre las 24 horas del día y aun así no se dan abasto. Todo se mezcla, desaparecen las diferencias y a estas alturas Táchira es un melting pot globalizado e inacabado donde se perdió hasta la manera de hablar. Ala. 


Chávez y Cúcuta

Ya para comienzo del siglo y con la llegada al poder de Hugo Chávez se produce otro ciclo de prosperidad, que viene acompañado de controles de precio e importaciones masivas de todo lo que antes producía Venezuela y de lo que no también.

Se invierten, entonces, los términos del intercambio binacional y ahora son los colombianos quienes invaden los comercios tachirenses y arrasan con todo. 

Aparecen los grandes hipermercados, las tiendas de artefactos electrónicos multiplican sus ventas, los pimpineros  hacen su agosto y comienzan a perfilarse casos curiosos como el desabastecimiento de alimentos, cuyos precios están controlados y terminan en territorio colombiano.

Entonces son los venezolanos quienes cruzan la raya limítrofe para comprar Harina Pan y otros productos de primera necesidad que no se consiguen en Venezuela.

Pero la bonanza, que llega a su fin a partir del año 13, coincide con la muerte de Hugo Chávez y todo cambia. Comienza la diáspora, los venezolanos tocan las puertas de Colombia, primero con timidez, luego con la fuerza de la desesperación y ahora casi tumbándola. 


Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

1 comentario:

  1. ¿Mis recuerdos de Cúcuta?

    Viaje largo todos los sábados, medio mareado en el carro, nadar en la piscina del Hotel Tonchalá, comer el róbalo empanado en su restaurante… y luego tener que esperar dos horas mientras se hacían las compras… y donde de lo que más recuerdo es la cara de las vendedoras cuando mi abuela sueca se buscaba unos zapatos talla cuarenta!!!

    Pero el escrito también trae a mi recuerdo a Don Erasmo José Pérez, quien me regala Venezuela Heroica de Eduardo Blanco cuando, en 1962, antes de la aparición de Renny Ottolina, me dan tan duro por la cabeza que paso Caracas de largo y llego a Suecia, por los próximos 10 años.

    ResponderEliminar