viernes, 13 de abril de 2012

156.- UN VIAJE AL PASADO I

Gerardo Raynaud D.


Hoy quiero abordar con ustedes nuestra capsula del tiempo y hacer un recorrido histórico por nuestra ciudad, contemplando lugares, eventos, personajes, actividades y demás quehaceres que fueron propios del transcurrir de nuestra muy noble, leal y valerosa villa. Existe, sin embargo, un compromiso para emprender el viaje por nuestra historia reciente, algo parecido al precio de un tiquete, consistente en remitirme anécdotas que se puedan recrear y reproducir a través de estas crónicas en beneficio y para deleite de todos los lectores.

Nuestra cápsula comienza su periplo recordando personajes que fueron e hicieron historia, bien por sus ejecutorias o por sus actos y ocupaciones que de alguna forma contribuyeron al desarrollo y progreso de la ciudad.

Médicos, abogados, ingenieros, odontólogos, bacteriólogos y demás profesionales que alguna vez fueron y que hoy son un recuerdo o una imagen en el olvido o la memoria. Arranca nuestra cápsula retrocediendo a los años cincuenta del siglo veinte; los controles nos muestran el año 1958.

Vemos por nuestra ventanilla al combativo Jacinto Rómulo Villamizar Betancourt, abogado e ilustre jurista, representante a la Cámara de Representantes durante varios períodos en representación del partido conservador, desde nuestra cápsula del tiempo, por los alrededores de la avenida cuarta con calle diez, alcanzamos a divisar el número de su oficina identificada con el 9-86 y su placa a la entrada con su nombre y el número de su teléfono, 39-85. En este momento se encuentra hablando en la entrada con unos clientes o por lo menos con unas personas que suponemos son sus amistades, pues lo vemos eufórico y algo sudoroso, debido en parte por sus movimientos exaltados pero también por su atuendo, un traje completo de color gris oscuro y escondido por el saco, en la pretina su infaltable revolver. No era para menos, pues era conocido como “Jacinto Remington” en alusión a sus continuas intervenciones, revolver en mano, cuando la situación se le tornaba insoportable y contraria a sus conveniencias, en su desempeño tanto en la política como en su profesión.

Por ese mismo año, avanza nuestra capsula, gira por la calle novena hasta la avenida quinta y se tropieza con otro copartidario, abogado también. Se trata del conocido Gustavo Sánchez Chacón, político de amplia trayectoria, conocido por sus amistades como “cachetón” y quien incursiona en el periodismo radial, más como una fórmula para sus propósitos políticos que como vocación. A pesar de su proximidad partidista, ambos se miran con recelo, se saludan y despiden de manera cordial sin dar muestras de las disputas internas que mantienen por la supremacía en su feudo electoral local. En ese momento estaba asociado profesionalmente con el abogado Enrique Flórez F. con quien manejaba buena parte de sus negocios jurídicos.

Avanzamos por la calle novena hacia la avenida sexta y de pronto, nuestra cápsula se detiene en el número 6-22. Vemos el consultorio del doctor Mario Díaz Rueda, médico otorrino, así abreviado, acaba de regresar a la ciudad y se apresta a colaborar, además de la medicina como dirigente deportivo, toda vez que su trayectoria como deportista ha sido tanto o más exitosa que su actual profesión. Lo vemos dando sus aportes e intercambiando experiencias con los participantes de la pasada Vuelta al Norte, competidores y dirigentes, para proyectar el evento a nivel nacional, tal como fue la propuesta original al programar el evento que fue célebre y que se buscaba colocar al pedalismo regional a los niveles de los ciclistas antioqueños que eran los referentes nacionales del momento.

Un botón rojo se enciende en nuestra cápsula y la pantalla nos muestra una pregunta para serle planteada al médico; se trata de saber el parentesco con la candidata a la pasada versión de señorita Norte, Gladys Díaz Rueda.

El computador de nuestra nave asocia los apellidos y la coincidencia genera el interrogante que esperamos origina una respuesta por parte de alguno de nuestros lectores. Un dato adicional para orientarlos; Gladys trabajaba en la sección de ahorros del Banco Cafetero, en ese momento localizado en el edificio San José, en la esquina de la calle 11 con avenida sexta.

De pronto, nuestra cápsula se devuelve por la calle novena, cruza por la avenida cuarta y se ubica justo al lado del gabinete de Jacinto Rómulo, exactamente en el número 9-80 donde se encuentra el consultorio del odontólogo Eustorgio Colmenares. Miramos por nuestra ventanilla y lo vemos bastante ocupado con las manos en la boca de un paciente con el cual intercambia algunas palabras y mientras realiza el procedimiento, le comenta su proyecto inmediato, una aventura periodística que pronto verá la luz. Nada que ver con las intenciones de sus colegas, Arnaldo Sandoval, Antonio José Ochoa, Abimael Pinzón Castilla y Luis Alfonso Moreno dedicados por entero a su profesión y sus pacientes.

Como tanto médicos como odontólogos, remitían sus pacientes a la Droguería Zulima, nuestra cápsula se enrumba hasta allí, a escasas tres cuadras, alcanzamos a ver a Francisco Pérez a quien todos llaman cariñosa mente “Pacho”. Lo observamos, despachando sus fórmulas médicas, casi todas escritas en los talonarios que obsequiaba a sus amigos profesionales de la salud y que se leía al final, el nombre y la dirección de la droguería con la advertencia que mencionaba “el correcto despacho de sus fórmulas”.

De paso por la calle novena, alcanzamos a detenernos brevemente en el edificio de la Lotería de Cúcuta. Se identificaba con el número 5-61 pero sus instalaciones estaban al interior y ocupaban buena parte de las oficinas del segundo piso. A la entrada, de un lado se encontraba el salón de te Flamingo y del otro, el selladero del 5 y 6 el juego más popular de la época.

La lotería tenía un premio mayor de $40.000, con billetes de cuatro cifras y en este año se había asociado con la Lotería de Santander para ofrecer el Extra de los Santanderes, que era un sorteo extraordinario que ofrecía  un fabuloso premio de un millón de pesos ($1.000.000) al premio mayor y tres premios secos de $200.000, $50.000 y $20.000 y por si fuera poco había un premio de consolación, para quienes no ganaban nada, de un automóvil Ford modelo 57.

En este momento nuestra cápsula pide recarga, así que tan pronto esté disponible continuaremos nuestro viaje a través de la historia y el tiempo.

Como invitándonos a recrear nuestros sentidos en ese año en particular; sin embargo, una alerta aparece en la pantalla del computador; nos advierte que nos preparemos para afrontar situaciones inesperadas. No se a qué podrá referirse pero de todas maneras cierro la portezuela y enciendo motores con rumbo al año 1956.

La nave marca el 15 de enero de ese año, son las 4:30 de la madrugada y el termómetro indica que la temperatura es de 12° grados centígrados, no lo puedo creer pero los registros posteriores muestran, efectivamente, que la temperatura más baja registrada en Cúcuta fue esa, ese día y a esa hora.

 Ahora entiendo la advertencia de la máquina. Sobrevolamos el centro por los lados del parque Colón, bajamos por la calle diez y nos dirigimos hacia la clínica de la Fundación Barco; en frente alcanzamos a divisar la planta embotelladora de Coca Cola y frente a las dos una cancha de fútbol, que llamábamos la cancha Coca Cola, donde queda hoy el Palacio de Justicia.

 No estaban jugando fútbol, pues una gran carpa cubría la totalidad del terreno polvoriento en el que se jugaba el deporte de la número 5, era la carpa del Royal Dumbar Circus que acababa de llegar de San Cristóbal, en su gira por Suramérica y que había comenzado en Caracas en diciembre del año anterior. El responsable de la visita a la ciudad era la empresa A lvelasco.

 Ofrecía múltiples números en los cuales artistas, trapecistas, equilibristas, magos y payasos eran las estrellas. Los acompañaban una colección de fieras y animales amaestrados, pero los que hacían las delicias del público eran el elefante y el mico.

 En la puerta del circo se leía un aviso que informaba el precio de la entrada: $0.50 para los adultos y gratis para los niños menores de 10 años. Para los venezolanos que quisieran entrar, el aviso decía que la entrada costaba 3 “lochas”, unos 37 céntimos de bolívar, pues en enero del 56, la cotización de la moneda venezolana era de $1.38.

Una aclaración para quienes no están familiarizados con las antiguas monedas venezolanas. En esa época existían, las puyas, la locha, el medio, el real y el fuerte que eran las denominaciones de 5, 12.5, 25 y 50 céntimos que eran las fracciones de bolívar que circulaban normalmente. El fuerte era la moneda de 5 bolívares. Aunque circulaban, igualmente, las monedas de uno y dos bolívares, no se les tenía un apelativo especial.

Estas monedas eran de plata ley .900 y duraron en el mercado hasta mediados de los años sesenta cuando el gobierno venezolano cayó en cuenta que éstas estaban desapareciendo pues, los joyeros especialmente, las estaban fundiendo para elaborar joyas en ese material, siendo más económico que adquirirlo directamente en las minas.

Nuevamente en nuestra cápsula, tomamos por la calle que hoy conocemos como la Grancolombia hacia el centro de la ciudad; pasamos el Club de Cazadores, ahí vecino de la Clínica Barco, en la esquina hay un cruce de dos vías destapadas y un poco más arriba, a la derecha alcanzamos a divisar un aviso que dice Quinta Ascensión, un famoso restaurante, antes de llegar a un edificio en construcción que dentro de poco será el Hotel Tonchalá.

 Frente a esa construcción en curso, una vieja casona con rejas y una indicación en el frente, arriba de la puerta principal que reza “Reformatorio de Menores Rudesindo Soto”. Un poco más adelante alcanzamos a observar una especie de trocha que se dirige al sur, a nuestra izquierda y que años más tarde será uno de los íconos más reconocidos de nuestra ciudad, la Avenida Cero, la que en un tiempo fue bautizada con el nombre de uno de los más caracterizados prohombres conservadores de la época, Gilberto Alzate Avendaño. Habían puesto una placa en la esquina con la calle diez de la cual no tengo noticias y no puedo asegurar que todavía mantenga el mismo nombre. Seguimos avanzando por la calle diez hacia el occidente, hasta la esquina de la avenida primera.

Observamos que el tránsito por las calles y avenidas es de doble vía. En todas las vías podía transitarse en los dos sentidos y la norma establecía era que la prioridad la tenía quien viajara por las avenidas. Esto implicaba que quien manejara por las calles, obligatoriamente debía parar o ceder el paso a quien venía por la avenida. No habían muchos vehículos y quienes querían presumir, compraban carros último modelo en San Cristóbal, a pesar de la oferta, aunque limitada que se tenía en la ciudad. En esa esquina, precisamente estaba la concesionaria de la Chevrolet, Cumotors, que era la contracción de las palabras Cúcuta Motors.

También vendían automóviles y camionetas de las marcas Dodge, Desoto y Fargo, los repuestos Mopar y las llantas de Icollantas.  Era la competencia de Torovega que a su vez ofrecía los vehículos Ford y que simul táneamente mantenía la misma actividad en la ciudad venezolana de San Cristóbal, lo cual les permitía amplias facilidades a los propietarios de los vehículos de la marca comprados en esa ciudad, para efectos de mantenimiento y reparaciones en general.

Compitiendo con ambos, Domingo Pérez, por intermedio de su firma Domingo Pérez H. y Cía Ltda. había obtenido la representación de la marca Studebaker, automóviles que duraron relativamente poco tiempo en el mercado, pues la empresa quebró a principios de los sesenta.

 Los mayores compradores de vehículos de estas concesionarias, eran definitivamente, las empresas de taxis, pues los particulares seguían comprando sus vehículos de placa venezolana por razones de costo y de impuestos, ya que la tradición impuesta por el “modus vivendi” se mantenía vigente así se hubiera extinguido en la década de los cuarenta.

Seguimos avanzando por la calle diez hasta la esquina siguiente, la segunda. En una de las esquinas estaba la tienda El Circo, donde hoy está el Edificio Ovni. Decidimos apearnos de nuestra nave y entrar para recordar los artículos que estaban a la venta entonces. Se ofrecían cigarrillos nacionales de la Compañía Colombiana de Tabacos S.A. Un cartel anunciaba así:
       

Cigarrillos                                 Cajetilla de 20

Aroma …………………………….$0.45

Pielroja y Nacional………….........$0.35

Número 1……………………….. $0.30

Río de Oro y Golf………………..$0.25

Como puede verse, había para todos los gustos y todos los bolsillos. Los cigarrillos eran de tabaco negro y venían sin filtro, mejor dicho, para fumadores experimentados y sin prejuicios. Además de los tradicionales dulces de platico, cortados y arrastrados veíamos otros productos que les contaré en la siguiente crónica.



Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


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