domingo, 29 de julio de 2012

212.- LA SEDE DEL CLUB DE CAZADORES II


PARTE II/II

Gerardo Raynaud


Decíamos que los socios pioneros del Club habían imaginado una sede que representara con dignidad y decoro sus aspiraciones de grandes contribuciones a su ciudad y su región, pero la gran dificultad que se cernía sobre el grupo era, definitivamente, la falta de dinero, no porque colectivamente no la tuvieran, sino porque el proyecto era de unas dimensiones gigantescas para la época.

Solamente había un club social debidamente acreditado, destinado para la élite de entonces y otro mucho más exclusivo reservado para los empleados y funcionarios de la compañía americana que explotaba el petróleo en la zona del Catatumbo. La población emergente que venía surgiendo a punta de esfuerzos económicos y sociales, como los comerciantes y los pocos profesionales independientes, locales y foráneos que ejercían en la ciudad y que además practicaban actividades, que entre algunas personas resultaban repulsivas, como la pesca y la caza, no tenían mayores oportunidades de reunirse para comentar las incidencias y peripecias que se sucedían en torno a su tradicional y rutinario devenir; por eso la idea de constituir una agrupación de afines quehaceres, caló de inmediato entre un grupo relativamente grande e importante de personas que se identificaron con el proyecto y se comprometieron con él, pues de paso, podrían demostrar su gran capacidad de realización de obras de envergadura, en beneficio de la comunidad a la que tanta falta le hacía un sitio donde pudieran disfrutar los días de ocio y los momentos de descanso. Conscientes de la necesidad de apelar a recursos externos, la junta directiva de 1946, según acuerdo No. 1 de ese año decide autorizar la emisión de los primeros bonos de construcción por la suma de $10.000 y al año siguiente el presidente José María Ramírez autoriza la emisión de 600 bonos más de $100 cada uno, como préstamo interno de los socios para la financiación de la construcción que originalmente le fue encomendada a la firma constructora Toscano Canal.

Claro que no todo era color de rosa, pues en desarrollo de la construcción se presentaron algunos problemas, como a menudo sucede con las oficinas públicas encargadas de la vigilancia o la coordinación de las obras complementarias, pues la Sociedad de Mejoras Públicas  se había comprometido al trazado de los andenes, su arborización y además, a pagar los costos de las bases para la colocación de la rejas  frontales que daban sobre la avenida Rosetal, que era como se llamaba en esa época, la que conocemos hoy como avenida Grancolombia. No sólo quisieron incumplir los compromisos adquiridos sino que pretendían quedarse con una franja de terreno que estaba entre la avenida mencionada y las instalaciones del club. La oportuna y diligente gestión de don Chepe Ramírez no sólo logró contener la arremetida de la entidad oficial para usurpar dicho terreno sino que hizo cumplir las obligaciones contraídas. La construcción exigía cada vez más recursos y tanto la disponibilidad de los socios como las cuentas del club fueron agotándose al punto que al proponer una nueva emisión de bonos de construcción, en el año 48 y dadas las circunstancias políticas de que se sucedieron, la decisión tuvo que aplazarse, además porque no habían podido redimirse los bonos de los años anteriores y la situación económica se había deteriorado notablemente después de los sucesos de abril de ese trágico año.

Al terminarse los tres años consecutivos de la presidencia de Chepe Ramírez, el turno fue para el médico Gabriel Gómez eximio cazador quien logró terminar la construcción a punta de donativos y uno que otro préstamo con proveedores y con los bancos. Ya a mediados de 1949, la construcción de la casona que había sido diseñada por el arquitecto Héctor Alarcón estaba terminándose y aún con las modificaciones y remodelaciones que se le han hecho, la fachada guarda la misma figura que cuando fue construida.

No se guarda registro de una inauguración oficial de la casona, hecho sorprendente si se tiene en cuenta que la tradición de la institución ha sido hasta hoy, divulgar sus ejecutorias y sus principales logros. Me inclino a pensar que aún faltaban muchos detalles importantes que no les permitía a los socios cantar victoria antes de tiempo, como cuando en sus largas jornadas de cacería perseguían sus presas y no descansaban hasta haber obtenido el trofeo en su total dimensión. Aunque ya tuvieran una sede que les permitía reunirse con sus familias, todavía faltaba tener otras comodidades que clubes semejantes, en otras ciudades del país, tenían y que no era para menos que uno de tanta categoría no tuviera. Por esta razón, al asumir su primera presidencia don Pedro Vicente Peña Soto impulsó la construcción de la piscina, obra que pudo realizarse al aprobar la administración, la suscripción de un préstamo por la suma de $50.000 que se dedicaron, además, para cancelar las deudas que habían quedado pendientes de la construcción de la casona y con ello se finiquitarían definitivamente las deudas por ese concepto.

La construcción de la piscina, la primera con planta de tratamiento en la ciudad, se le encargó al ingeniero Jorge E. Rivera Farfán quien duró tres años en el proceso y finalmente se inauguró y se dio al servicio de los socios exclusivamente, el 31 de enero de 1954. Buena parte de las gestiones para que esto ocurriera se le debe al presidente Félix Camargo quien puso todo su empeño durante los dos años precedentes para que se pudiera gozar de este tan ansiado bien. La pujanza de los socios y del club era cada día más notable y su deseo de mejoramiento cada vez más visible, por esta razón y proponiendo mayores y más amplias oportunidades para el goce de sus instalaciones, se planteó en 1956 la compra del terreno aledaño por el sur oriente para la construcción de las canchas que permitirían la práctica de los deportes tradicionales de la ciudad, entre ellos, el baloncesto que tantas  glorias le ha brindado a la institución. Ese terreno de 2.390 m club la suma de $59.750 y se le compró al Consorcio Agrícola Industrial del Norte de Santander que presidía el ilustre doctor Efraín Vásquez y quien, con el presidente de entonces, el médico Gabriel Gómez lograron un acuerdo de beneficio para ambos establecimientos.

Sólo quedaba ahora lograr una mayor capacidad de aforo ya que los festejos que allí se realizaban no daba abasto. Era tal el atractivo y tan interesantes las citas que allí se congregaban, que con el pasar de los años, se fue constituyendo en el centro de los festejos y las reuniones sociales de la ciudad, situación que ha perdurado y que aún entrado este nuevo siglo, sigue mostrándose como el polo de la actividad social y deportiva que es.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.




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