jueves, 1 de noviembre de 2012

276.- LA CORONA: OTRO GRANDE QUE CIERRA LAS PUERTAS


Rafael Antonio Pabón




Tristemente, no me dejaron cumplir los 60 años del almacén – dijo y se echó hacia atrás en la silla que ocupó por décadas. En ese local pasó 43 años atendiendo gente, firmando papeles, dando órdenes, despachando pedidos, dando descuentos y comprando más mercancía.

El lamento salió de lo profundo del corazón del hombre que se resiste a creer que el tiempo se detuvo y que no volverá a correr la puerta plegable del almacén que marcó una época en Cúcuta y que se convirtió en punto de referencia para cucuteños y turistas.

De ahí en adelante, el tiempo trascurrió en recuerdos y repaso a ese pasado que no se alejará de la mente de Daniel Hernández. Al comienzo, se resistió a retrotraerse y devolver los pasos sobre esa vida que cumplió detrás del escritorio metálico envejecido. No quería rememorar, ni dar marcha atrás en los pensamientos. Los ojos enrojecieron y con dificultad empezó a hablar de lo que no deseaba que se contara.

El barrio Callejón lo vio nacer al final de la década de los 30, el colegio Sagrado Corazón lo tuvo entre sus alumnos, el almacén LEY le pagó como empleado, el almacén La Corona lo consagró como ciudadano de bien y los reinados departamentales lo acogieron como patrocinador.

El 31 de octubre, sin que nada tuviera que ver con el Día de las Brujas, bajó el letrero que identificó por años al negocio de venta de zapatos, sombreros, pijamas, ropa interior para caballeros, prendas íntimas para damas, artículos de cuero para hombre y otros artículos para adultos.

Las vitrinas que  guardaban la mercancía comenzaron a vaciarse. Los maniquíes quedaron al desnudo. El silencio es dueño del ambiente. Pocas  muestras de textiles aún cuelgan de los ganchos. Se resisten a pasar al olvido.

La Corona tomó el nombre de una fábrica de calzado grande de Bogotá, que tuvo vida durante 110 años y que se acabó hace 15 o 18 años – dijo Daniel Hernández sin darse cuenta de que comenzaba a relatar lo que no quería contar.
                                                               
El almacén abrió las puertas en 1952. Daniel Hernández llegó en 1963, el contrato comenzó a correr a partir del 15 de marzo y se quedó hasta hoy. Desde siempre estuvo en la avenida 5 entre calles 11 y 12, más abajito del LEY. En la época de los fotógrafos ambulantes el letrero aparecía en la mayoría de telescopios que entregaban con la foto. Era publicidad gratis.

En ese lugar se codeaba con otros negocios que alcanzaron reconocimiento por la ubicación en el centro cucuteño. Los almacenes Lecs y Tony, la cafetería Araña de Oro, los bancos de La República y Popular, el LEY y el TÍA se disputaban los honores como puntos de referencia en ese sector.

Uno a uno se fue yendo de la memoria colectiva. Quedan el TÍA y el Lecs convertido en centro comercial. El modernismo y las ganas de cambio impulsadas por el desarrollo de la ciudad les cambiaron la cara a las cuadras que conforman el corazón de la capital de Norte de Santander.

Décadas atrás, un alcalde ordenó retirar los avisos colgantes de los negocios y pegarlos a la pared. Daniel Hernández retiró el de La Corona y aprovechó para cambiarlo por el que despegó y arrumó hace 15 días. También, quitó el del conejito luminoso en neón que anunciaba la venta de sombreros Barbisio.

La mayoría de la clientela llegaba de Venezuela a buscar los zapatos Corona corrientes, tres coronas, cuatro coronas y el mocasín, que tenía una moneda de adorno; la camisería, la perfumería, los pantalones y la ropa femenina.

La última mejor época, la boyante, fue antes de la caída del bolívar, en 1983. En 1979 y 1980, disfrutaron las mieles de las ventas grandes, aunque no hicieron uso de los ‘arrastradores’ para que les llevaran compradores. Los marchantes llegaban solos.

Antes, en 1958, los camiones militares venezolanos venían a cargar aquí para llevar mercancía. Compraban por docenas, por colores, por precios – dijo Daniel Hernández mientras las empleadas seguían doblando prendas, empelotando muñecos y guardando lo que no volverá a venderse en este almacén que hace parte de la historia comercial de Cúcuta.

    
                                                                         
A los directivos locales de Fenalco los tomó por sorpresa la determinación de cerrar las puertas del almacén La Corona y  corrieron a verificar la noticia que les llegó por correo. Era cierto. El aviso principal no estaba.

El cierre de la frontera y las decisiones asumidas en Caracas por el presidente Hugo Chávez espantaron a los venezolanos de las calles cucuteñas. El precio bajo del bolívar no significaba ganancia alguna para viajar muchas horas en busca de mercancía costosa.

El prestigio ganado ahora es cuestión de honor. En la memoria permanecerán arrumados los recuerdos cuando patrocinaba el Reinado Departamental de la Belleza, en Chinácota. Las fotos que Daniel Hernández guarda con recelo en varios álbumes lo evidencian.

Al fondo de la tarima principal aparece la enorme corona distintiva del almacén. Las reinas posaron para la cámara exclusiva del fotógrafo patrocinador. Las imágenes del pueblo alegre y parrandero quedaron impresas en el papel. Las carrozas y las candidatas veredales reviven al pasarse las páginas de los libros.

Los sentimientos altruistas de Daniel Hernández lo impulsaron a organizar el desfile de ropa interior femenina en el Club del Comercio. Un atrevimiento para la época. El mayor temor era que el padre Daniel Jordán los descomulgara por incitar al pecado. Dos modelos lucieron las diminutas prendas que dejaron boquiabiertos a los hombres y sonrojadas a las mujeres.

Luego, los desfiles en ropa interior con fines benéficos se volvieron costumbre y se pasearon por varios municipios entre los que se recuerdan a Chinácota y Arboledas.

Las vitrinas externas de La Corona sirvieron para mostrar no solo ropa, también se exhibían fotos de municipios, libros de autores nortesantandereanos y mosaicos de bachilleres. Detrás de esos vidrios se organizó el desfile de ropa interior que provocó hilaridad entre los cucuteños recatados de esa época.

Aquí me llevan contando y les dije que no quería entrevista – se lo dijo a Rocío, la segunda esposa, que aprobó la charla y se mostró solícita para ver las fotos coleccionadas en los álbumes que guardan en casa.

    
                                                                          ****
En el repaso no faltaron los clientes. Los niños jugaban dentro del almacén, correteaban mientras los padres compraban y para entretenerlos Daniel Hernández tenía una curiosidad. Les movía las orejas y los ponía a imitarlos. Años después, los pequeños regresaban convertidos en adultos y hacían remembranza de esas travesuras.

Las anécdotas aparecieron con facilidad. El relato en ese momento era fluido. Las advertencias no habían hecho mella en la conversación. Las risotadas para celebrar las ocurrencias retumbaban en el local semivacío.

Los minutos trascurrieron y la charla continuó. Salieron a flote momentos gloriosos. Los 35 empleados que tuvo el almacén, los precios en pesos, la seriedad en la venta, las cualidades, la amistad. Un vaso de agua para la pregunta final. ¿Qué va a pasar con el local?

Eso es reserva del sumario.

      




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.


No hay comentarios:

Publicar un comentario