miércoles, 26 de diciembre de 2012

307.- EL INCENDIO DEL MERCADO CUBIERTO DE CUCUTA


Gerardo Raynaud

El Mercado Cubierto esquina avenida 6ª con calle 11.

A finales de la primera mitad del siglo 20, en las casas de la ciudad se tenía una característica común, se cocinaba en estufas de leña y carbón, hechas en mampostería, lo cual, además de darle un gusto particular a las viandas, tenía el problema de generar humos, hollín y riesgos de incendio, entre otras, causas comunes por esa época de los incendios que se presentaban con más frecuencia de la usual.

Fueron famosas las conflagraciones que habíamos reseñado anteriormente, como las del Mercado de la Estrella y posteriormente las del Restaurante Roma y otros negocios vecinos frente al Parque Santander, la de la Farmacia San Luis, ubicada en el barrio Latino y finalmente la de la Bomba La Flota.

Sin embargo, hubo uno que marcó la vida de cientos de personas, bien porque se vieron afectadas directamente o porque lo fueron de manera aislada y tangencial, debido a la actividad que prestaba el inmueble del luctuoso evento, se trata del incendio del mercado cubierto de Cúcuta, en 1949 y que estaba localizado en la avenida séptima entre calles 11 y 12, donde posteriormente se construyó el edificio San José, sede de las que fueron las Empresas Municipales de Cúcuta. En ese entonces aprovecharon para trazar una calle intermedia, la que hoy se bautizó con el nombre de Estación Central, que no es otra que la calle 11A en la arcaica nomenclatura actual de la ciudad.

A continuación, le doy paso a la versión que me fue remitida por correo electrónico, narrada por un testigo presencial y escrita sesenta y un años después, cuando ya la memoria había madurado lo suficiente y el análisis de los hechos presenciados habían sido decantados para entregar una transcripción lo más fiel posible a la realidad de los acontecimientos, toda vez que se trata de un pariente directo de uno de los personajes más afectados con la tragedia.

Dice el corresponsal: “Era un día sábado, fin de semana, 21 de Mayo de 1.949, una madrugada como todas las demás, todo en calma, tenía apenas ocho años de edad pero con capacidad suficiente para entender y recordar un hecho, por coincidencia del destino, cumplía años, tal vez esa es la razón por la cual recuerdo tanto el incendio de la bodega y los tristes episodios vividos en nuestra casa.

Foto Mercado Cubierto a la izquierda, esquina avenida 7ª con calle 11. En el mercado se encontraba una bodega denominada ‘El Jordán’ que también se quemó.
 
Vivíamos en ella el nono Joaquín, la nona Ramona, la tía Katta que contaba veintiún años, el tío Alfonso con diez y siete y nosotros, los hijos de Luis Adolfo e Ismenia, Luis Ramón, Joaquín Eduardo (mi persona), Estrella de Jesús, Gastón Adolfo y Mario Iván, estos dos últimos bebés aún, de dos y un años, pues para la fecha papá y mamá ya habían viajado a Maracaibo, con el propósito de probar suerte en un lugar diferente, los abuelos se hicieron cargo temporal mientras se instalaban, hecho que así sucedió pues al año también viajamos a reunirnos con ellos, Iván, a petición de la nona, regresó con ella a Cúcuta. 

A eso de las dos o tres de la mañana (no recuerdo con exactitud la hora), golpearon con algarabía el portón de la casa situada en la Av. 11 Nº 11-52 entre Calles 11 y 12 con fuertes golpes y gritos, avisando la emergencia desatada en el mercado donde se situaba el negocio del nono, una bodega denominada El Jordán, entre los presentes se encontraban nuestros parientes de Miramar, una tienda a la esquina de la calle 11 con Avenida 11, a media cuadra de la casa, propiedad de los Bermúdez Ramírez, el tío Martín como lo llamábamos cariñosamente, doña Virginia y sus hijos: Agustín, Fernando, Rafael (el gordo), Martín (capatua), Pacho y Roque y las mujeres, Matilde, Cristina y Virginia.

Salimos de inmediato ante el retumbar de la puerta y lo primero que vimos desde allí fue el color rojo de las llamas en lo alto del cielo y la humareda que desplegaba el incendio voraz. Hubo trifulca total, los mayores salieron al lugar de los hechos para tratar de sofocar las llamas en la bodega y salvar lo posible su mercancía y nosotros quedamos en casa entre el dolor y el miedo a esperar noticias de los acontecimientos. 

Qué ambiente tan lúgubre sentía yo en ese momento, nunca había sentido esa impresión, pues siempre sentíamos la tranquila felicidad de un hogar paterno con el inmenso amor y fortaleza que irradiaba nuestro abuelo y la dulce bondad de nuestra abuela. Toda la mañana la pasamos en esa incertidumbre, pero muy poco se pudo rescatar, el incendio fue voraz, casi toda la manzana sucumbió entre las llamas y recuerdo la poca mercancía que quedó de El Jordán fue llevada a la casa para resguardo. 

Al regreso de los mayores, todos sudorosos, cansados, tal vez, con quemaduras en sus manos, entre murmuraciones, descontentos por la actitud de las autoridades, de las personas, mirones y aprovechadores, en fin, de cuantos en ella intervinieron. Lo más impresionante que pasó por mi corazón fue la de ver a mi abuelo, con lágrimas en los ojos, viéndolo como derrotado cuando por ende, siempre emanaba esa fuerza y valor a nuestro hogar y como volvió a hacerlo posteriormente. 

Hubo rezos en familia, compañía permanente de vecinos, de doña Virginia dando ánimo y tranquilidad del momento a los abuelos sumidos en la tristeza más grande y también la nuestra. El tío Martín, quien también tenía una ferretería en la esquina de la misma manzana Av. 7 con Cl. 12 no lo alcanzó afectar, entre lo poco que quedó, pero estuvo muy cerca que esto le ocurriera.

Mucha gente perdió todo el esfuerzo de su vida, entre ellas a dos hermanas del abuelo materno Eduardo Vargas, llamadas María y Carlota, quienes tenían un puestecito en el interior del mercado consistente en un kiosco de ropa de mujer y costura, pues eran modistas muy humildes pero trabajadoras. 

Un hecho de mucha trascendencia para mi persona fue que en el transcurso del día, mi abuela y Katta recordaron que yo estaba cumpliendo años y en semejante trifulca y desorden buscaron como apaciguar mi tristeza según ellas y descubrieron entre la mercancía arrinconada una lata de galletas Noel, tipo Caravana y me la obsequiaron.

don Joaquín Bermúdez Rivera

    doña Ramona Hernández Jaimes

Muy agradecido continúo con el detalle del recuerdo, pues a pesar de lo sencillo del regalo, estaba impregnado de mucho cariño y delicia al paladar hasta el punto que cada vez que veo dichas galletas en el mercado viene a mi mente el recuerdo trágico del incendio y a la vez el regalo de mi cumpleaños.

Dedico esta crónica a la memoria de mis abuelos Joaquín Bermúdez y Ramona Hernández, dos viejos luchadores, ejemplo de constancia y valor, fundadores de nuestra familia. A la memoria de sus hijos, nuestros padres, orgullosos descendientes. A mis hermanos, primos, hijos y nietos, como la reseña de un hecho triste en el correr del tiempo que presenció esa casa y sufrió la bodega en lo que fue El Mercado Principal de Cúcuta.

Posteriormente, la bodega se volvió a instalar en la Calle 12 entre Av. 7 y 8 hasta que desapareció definitivamente al fallecimiento de los nonos Joaquín Bermúdez y Ramona Hernández.”





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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