martes, 8 de enero de 2013

313.- EL ZULIMA EN SUEÑOS


Juan Pabón Hernández



Aún revolotea, crujiente, la crispeta de maíz en mis manos, y en el paladar gusta el sabor dulce de cualquier golosina de domingo, como expresiones del recuerdo de los momentos gratos disfrutados en el teatro Zulima.

Los cucuteños añoramos esa época maravillosa, desde una niñez plena de fantasías, con las películas apropiadas para construir las ilusiones que en la ingenuidad adquirían esplendor, especialmente cuando anhelábamos ser héroes, vaqueros o titanes de sueños: entonces llevábamos los cuentos de El Llanero Solitario, Gene Autry, Opalong Cassidy, o de personajes de Walt Disney, el Pato Donald, Daisy, Tribilín y tántos más debajo del brazo, para el trueque acostumbrado.

Después, un poco más allá del tiempo, en la adolescencia, con la emoción del amor que nacía en los rizos de las niñas, en su sonrisa, y las miradas que dejaban en el alma juvenil una exquisita sensación, los encuentros fascinantes, las citas, o la gestión de celestinas que las amigas realizaban para procurar el acercamiento a algunas que nos desestabilizaban, sobretodo a los tímidos, o a los románticos, quienes no poseíamos el don de la conquista.

Luego, la madurez de apreciar el cine, con criterio, para extraer la secuencia reflexiva, o la diversión que procuraban las películas de comedia, las expectativas del misterio en otras, la magia del amor y la música (La Novicia Rebelde) y todas las cintas que fluían desde los rayos blancos que atravesaban la sala y se sentaban con nosotros en butacas cómodas, reclinables, en una oscuridad que hacía detener el tiempo.

Siempre El Zulima, como una opción de patrimonio de afecto, con su sillón rojo en la antesala y los saludos afectuosos (entonces no se saludaba de beso, como recalcó una vez el Dr. Eustorgio Colmenares B.), la inquietud de observar a la gente que allí llegaba, o el comentario jocoso y típico del cucuteño.

Un Zulima que ahora es nostalgia, apretada en pensamiento pretérito, por todo, por las manos tomadas con ternura, por la amistad, el cariño y la voz de la delicia provinciana que acudía presurosa para contar, para bendecir, quizá, a una comunidad que gozó esa sede autóctona y auténtica.





Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

No hay comentarios:

Publicar un comentario