viernes, 22 de marzo de 2013

351.- EL BANQUERO


Rafael Canal Sorzano

En Cúcuta, en los años 20 al 40 se podía afirmar que la sola palabra de la gente tenía la validez de una escritura pública. Para la gente raizal del pueblo el cumplimiento de la palabra empeñada era un compromiso de honor ineludible.

Puedo asegurar que conocí multitud de personas que tenían como máximo orgullo asegurar que por nada del mundo faltarían a la palabra empeñada, así tuvieran que hacer increíbles sacrificios para cumplirla. Con el tiempo las cosas fueron cambiando. Lo primero que influyó en la mentalidad de la gente fue el hecho de que dos importantes fichas comunistas se establecieron en la ciudad, fundaron organizaciones y fueron inoculando en el pueblo el odio, la inconformidad y la crueldad.

Luego vino la explotación petrolera del Catatumbo, que causó, tanto en la zona de explotación como en Cúcuta, el establecimiento de una serie de comercios ilícitos y de la trata de blancas que desmoralizaron la ciudadanía. En Cúcuta se fue acrecentando el número de prostíbulos que en varias ocasiones las autoridades desplazaron a las afueras de la ciudad. Así se fundaron varios barrios, ya que al ser desplazados los prostíbulos, buscaron nuevos asentamientos, dejando como residencias las casas y locales de sus negocios iniciales.

Por último vino el auge comercial con Venezuela, y la ciudad se llenó de almacenes, restaurantes, hoteles, pensiones, ferreterías, agencias, discotecas, refugiados, prostíbulos, ladrones, traficantes, coqueros, marihuaneros y, también, putas y maricas.

El panorama humano tuvo un cambio de 360 grados y muchas de las familias tradicionales de la ciudad emigraron en busca de mejorar el nivel académico para sus hijos y un alejamiento de la degradación y el vicio: pero, como siempre sucede en estos casos, otras se resignaron a quedarse y luchar contra aquella ola nefasta, enclaustradas en sus principios, y a esperar que las cosas cambiaran.

A mediados de los años 50 fui elegido para fundar y gerenciar la sucursal de una importante entidad bancaria, y desempeñé el cargo de Gerente, por varios años. Fueron muchísimos los incidentes, unos graciosos y otros desagradables, relacionados con la profesión de banquero. Recuerdo especialmente dos:

Un buen día llegó a la ciudad un representante del Grace National Bank, de Nueva York, especialmente con el objeto de estrechar vínculos con algunos clientes, o en busca de ampliar su clientela. Coincidió esta visita con una reunión de la Seccional de la Asociación Bancaria local. Al tener noticia de la llegada del colega gringo, los directivos me comisionaron para invitarlo.

Estas reuniones se caracterizaban en aquella época por su informalidad. Se trataba de hacer un paréntesis a la dura disciplina bancaria, pasar un rato de esparcimiento acompañado de libaciones, amena charla y gran comilona.

En aquella ocasión alguno de los colegas propuso que cada uno de los asistentes contara un cuento o algún incidente gracioso, verídico, ocurrido en el desempeño de sus actividades bancarias. La idea fue bien acogida y fue así como procedimos por riguroso orden alfabético a contar nuestra anécdota.

Cuando le tocó el turno, el gringo relató en bastante buen castellano que, desempeñando el cargo de jefe del departamento de crédito, en las oficinas de la Casa Principal de Nueva York, se presentó una rubia despampanante a solicitar un préstamo por la cantidad de 20.000 dólares, con objeto de amoblar su apartamento, ofreciendo como garantía las partes más hermosas de su cuerpo.

La solicitud no era en ningún caso normal y nuestro amigo resolvió consultar con el gerente. Por la misma razón, pero teniendo en consideración lo original de la solicitud y lo todavía más original de la garantía, el gerente resolvió pasarla al Comité de Crédito y este a la Junta Directiva. La Junta resolvió aplazar la decisión hasta examinar la garantía ofrecida en la sesión de la semana siguiente, previa citación de la interesada. El día y la hora señalados se presentó la despampanante rubia con un vestido de seda brillante, ceñido al cuerpo, zapatillas de altos tacones dorados, zorro plateado al cuello y, con ademanes que trataban de imitar a Marilyn Monroe, desfiló coqueta ante los doce superserios de la Junta Directiva.

Inmediatamente el presidente del banco sometió a consideración el préstamo, que fue aprobado por unanimidad. Aquí pidió la palabra el soplón del Auditor General, para pedir que la rubia quedara en fideicomiso y que, desde luego, esta comisión se le confiara a él. En este momento se metió el diablo en el recinto y se formó una discusión sin precedentes, en la que todos pedían para sí aquel precioso derecho.

Cuando ya la cosa estaba tomando un cariz de franco desagrado y había más de un viejito con ganas de bronca, el presidente, agitando la campanilla, logró unos segundo de silencio y dijo con toda energía: “Calma, señores. Se está poniendo en peligro la estabilidad de la institución y nuestra continuidad como miembros de la Junta Directiva; para solucionar el impasse, propongo que una comisión compuesta por los tres caballeros de mayor edad de la Junta Directiva de los jubilados del banco, sea la encargada de cuidar a Miss Karol, con la obligación de enviarnos un informe semanal y un retrato de la señorita para comprobar su estado”. Para solucionar el problema todos aceptaron, menos un viejito que dijo furioso: “Mi jodieron. Mi querer nombrar miss Karol mi secreroom”.

Luego de celebrar el éxito del gringo, me tocó el turno y empecé por contar que en una ocasión, cuando llegué a mi despacho, encontré en la antesala a una mujer que me estaba esperando.

Después de atender al director de Cuentas Corrientes, con la probación o rechazo de cheques chimbos, le pedí a mi secretaria que hiciera seguir a la mujer.

Se trataba de una señora muy poco presentable, ayudante de una vieja que tenía una cocina en la plaza de mercado. Me explicó que la vieja le ofrecía en venta la cocina por la suma de mil pesos y que para ella era una buena oportunidad de negocio que conocía muy bien y así podría solucionar su problema económico. Me puse a pensar en lo que representaba para el monstruo que yo regentaba los mil pesos que me solicitaba aquella mujer y en lo que representaba para ella la realización de aquella operación, que era nada menos que la posibilidad de su liberación económica. Le pedí un fiador y sin más cuentos le aprobé el préstamo.

Al llegar al banco todas las mañanas tenía por costumbre pasar por todas las secciones y detenerme a conversar por un momento con cada uno de los empleados. Así fue que, casualmente, cada tres meses encontré a la mujer de mi cuento en el Departamento de Cartera, haciendo los abonos correspondientes. 

Al hacer el último, subió a la Gerencia y me pidió que la atendiera.

Cuando la hice seguir me mostró el documento cancelado, me contó que le había ido muy bien en el negocio, que había cumplido con las cuotas el mismo día del vencimiento, que no solamente había comprado la cocina que le ofrecían cuando hizo la solicitud, sino la vecina también. Que estaba muy agradecida conmigo y que cómo hacía para pagarme el favor.

Le manifesté que me sentía muy satisfecho de que el servicio que le había prestado el banco le hubiera proporcionado éxito en sus negocios, lo cual me causaba gran satisfacción. La mujer insistía en su agradecimiento y en que ella quería pagarme en alguna forma el servicio. Por último me dijo: “Mire seño, yo estoy tan agradecida con usted que quiero pagarle de alguna manera, pero me da pena decirle cómo”.

Ante tanta insistencia le contesté:” Si tanto se empeña, diga a ver qué se le ocurre”.

Y ella, haciendo un gran esfuerzo y medio sonrojada me dijo: ”Pues mire, Don Rafael, la única manera con que yo creo poderle pagar el servicio que usted me hizo, es teniendo un hijo de usted…”.




Recopilado por : Gastón Bermúdez V.

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