Carlos Luis Jácome
En el año de 1907 vino hasta Cúcuta de
visita el Cardenal Francisco Ragonessi.
El representante papal de aquel tiempo
era, o es, si para bien de la Iglesia vive aún, hombre de irresistible
simpatía, refinadísima cultura, ilustración perfecta y llano y afable en su
trato, por sobre toda ponderación. De él se cuentan diversas anécdotas, pero la
que relatamos enseguida explica mejor el porqué de la gran popularidad y el
cordial afecto de que disfrutaba donde quiera que se le conocía y aquí entre
nosotros muy especialmente.
Al final de una pomposa y concurrida
misa, celebrada en nuestro templo principal, resolvió Monseñor Ragonessi
situarse en la pivota mayor; se encontraba, pues, el ilustre prelado , muy
elegante y orondo cuando acertó a pasar por el atrio una de esas mujeres
nuestras , airosa y chirriadísima, con sus largas trenzas negras sobre la
espalda, traje de tela barata pero espléndido en corte y gusto, graciosa en el
mirar y en la sonrisa, de zapato liso y pie desnudo, la cual, deteniéndose un
instante para admirar mejor la aristocrática figura que se recostaba sobre el
fondo obscuro del interior con esbeltas líneas, de gran distinción y señorío,
exclamó al seguir el camino y con dulce castañeteo de lengua:
Ay…que rebuenmozo!
A lo que Monseñor respondió con
expresivo donaire y picaresco tono:
Ya para qué, m´hijita!
Durante su estada en Cúcuta se alojaba
el Cardenal en la confortable mansión de los esposos Andressen-Briceño, llamada
Quinta Teresa, esto en las horas del día porque apenas se iniciaba el
crepúsculo vesperal se trasladaba a Santa Clara, hacienda vecina a Boconó, para
evitar el peligro de la fiebre amarilla, pues era creencia general que el
mosquito trasmisor de la peste no se exponía a inocular el mortal virus a sus
víctimas a plena luz solar, o quizá porque ocupaba toda la noche en sus aviesas
funciones dedicaba el día entero al sueño reparador.
Varios caballeros, a los que seguía la
mayor parte del pueblo, organizaron una tarde la más nutrida manifestación
dirigida al Nuncio, con el objeto de pedirle su intervención ante el Presidente
Reyes para que este ordenara la construcción de nuestra vía al Magdalena.
El General José Agustín Berti puso a
disposición de los manifestantes un tren expreso, el cual con ocho ´casitas´
plenas hasta los topes, y con la Banda a la cabeza, partió del parque Santander
al toque de la oración.
Recibimiento
al Cardenal Ragonessi
Era ya oscuro cuando el convoy se detuvo
en Santa Clara. Saúl Matheus Briceño, comisionado para llevar la palabra,
trepose sobre una plataforma y desenvainó media docena de cuartillas, con la
evidente intención de aflojarlas de corrido; pero lo adelantado de la hora y
aquellos anteojos negros que por nada de la tierra se quitaba el popular
escritor, hacían imposible la lectura.
Juan de Dios Peinado y Hermes Monroy,
quienes andaban bastante ´alumbrados´ por el profuso menudeo de Hennessy,
verificado durante el viaje en ferrocarril, resolvieron hacer partícipe de su
luminosidad al orador y al efecto consiguieron dos fotomóviles y se colocaron,
como los ladrones del Calvario, a lado y lado de Saúl. Habló éste largo y recio,
con ardor, con elocuencia, con verdadero entusiasmo o interés de cucuteño y lo
hizo tan al gusto del público que no escasearon un momento los aplausos.
Vibraba aún el eco de la última palabra
cuando, avanzando unos pasos hacia la carrilera, Monseñor Ragonessi inició su
respuesta, con voz entera, en la que chirriaban las erres como los dientes de
un engranaje desgrasado:
Señores, amigos, hermanos: Mi primera
palabrra ante el Presidente Rrreyes, será para abogar porque atienda a las
necesidades de este laborioso y emprendedor pueblo de…este pueblo de… pueblo de
…
Y se encascaró como cualquier chopo de
los de la guerra Grande.
Al tercer ´pueblo de …´, Juan Peinado no
pudo resistir más. Extinguió de un soplo la llama de su vela y dirigiéndose a
Monroy, por sobre los hombros de Matheus Briceño, le dijo en alta y clara voz:
¨Ala, Hermes, apaga esa vaina y vámonos, … porque si este señor no se acuerda
del nombre de Cúcuta aquí mismo, … qué se va a acordar cuando llegue a Bogotá¨.
Y mientras el delegado saltaba al fin
sobre la dificultad, Peinado se bajó de un salto de la plataforma y a buen paso
se encaminó hacia el coche, donde sabía que quedaban aún unos cuantos
tentadores envases por vaciar.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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