miércoles, 20 de marzo de 2013

350.- ANECDOTAS DEL CARDENAL RAGONESSI


Carlos Luis Jácome


En el año de 1907 vino hasta Cúcuta de visita el Cardenal Francisco Ragonessi.

El representante papal de aquel tiempo era, o es, si para bien de la Iglesia vive aún, hombre de irresistible simpatía, refinadísima cultura, ilustración perfecta y llano y afable en su trato, por sobre toda ponderación. De él se cuentan diversas anécdotas, pero la que relatamos enseguida explica mejor el porqué de la gran popularidad y el cordial afecto de que disfrutaba donde quiera que se le conocía y aquí entre nosotros muy especialmente.

Al final de una pomposa y concurrida misa, celebrada en nuestro templo principal, resolvió Monseñor Ragonessi situarse en la pivota mayor; se encontraba, pues, el ilustre prelado , muy elegante y orondo cuando acertó a pasar por el atrio una de esas mujeres nuestras , airosa y chirriadísima, con sus largas trenzas negras sobre la espalda, traje de tela barata pero espléndido en corte y gusto, graciosa en el mirar y en la sonrisa, de zapato liso y pie desnudo, la cual, deteniéndose un instante para admirar mejor la aristocrática figura que se recostaba sobre el fondo obscuro del interior con esbeltas líneas, de gran distinción y señorío, exclamó al seguir el camino y con dulce castañeteo de lengua:

Ay…que rebuenmozo!

A lo que Monseñor respondió con expresivo donaire y picaresco tono:

Ya para qué, m´hijita!

Durante su estada en Cúcuta se alojaba el Cardenal en la confortable mansión de los esposos Andressen-Briceño, llamada Quinta Teresa, esto en las horas del día porque apenas se iniciaba el crepúsculo vesperal se trasladaba a Santa Clara, hacienda vecina a Boconó, para evitar el peligro de la fiebre amarilla, pues era creencia general que el mosquito trasmisor de la peste no se exponía a inocular el mortal virus a sus víctimas a plena luz solar, o quizá porque ocupaba toda la noche en sus aviesas funciones dedicaba el día entero al sueño reparador.

Varios caballeros, a los que seguía la mayor parte del pueblo, organizaron una tarde la más nutrida manifestación dirigida al Nuncio, con el objeto de pedirle su intervención ante el Presidente Reyes para que este ordenara la construcción de nuestra vía al Magdalena.

El General José Agustín Berti puso a disposición de los manifestantes un tren expreso, el cual con ocho ´casitas´ plenas hasta los topes, y con la Banda a la cabeza, partió del parque Santander al toque de la oración.


Recibimiento al Cardenal Ragonessi

Era ya oscuro cuando el convoy se detuvo en Santa Clara. Saúl Matheus Briceño, comisionado para llevar la palabra, trepose sobre una plataforma y desenvainó media docena de cuartillas, con la evidente intención de aflojarlas de corrido; pero lo adelantado de la hora y aquellos anteojos negros que por nada de la tierra se quitaba el popular escritor, hacían imposible la lectura.

Juan de Dios Peinado y Hermes Monroy, quienes andaban bastante ´alumbrados´ por el profuso menudeo de Hennessy, verificado durante el viaje en ferrocarril, resolvieron hacer partícipe de su luminosidad al orador y al efecto consiguieron dos fotomóviles y se colocaron, como los ladrones del Calvario, a lado y lado de Saúl. Habló éste largo y recio, con ardor, con elocuencia, con verdadero entusiasmo o interés de cucuteño y lo hizo tan al gusto del público que no escasearon un momento los aplausos.

Vibraba aún el eco de la última palabra cuando, avanzando unos pasos hacia la carrilera, Monseñor Ragonessi inició su respuesta, con voz entera, en la que chirriaban las erres como los dientes de un engranaje desgrasado:

Señores, amigos, hermanos: Mi primera palabrra ante el Presidente Rrreyes, será para abogar porque atienda a las necesidades de este laborioso y emprendedor pueblo de…este pueblo de… pueblo de …

Y se encascaró como cualquier chopo de los de la guerra Grande.

Al tercer ´pueblo de …´, Juan Peinado no pudo resistir más. Extinguió de un soplo la llama de su vela y dirigiéndose a Monroy, por sobre los hombros de Matheus Briceño, le dijo en alta y clara voz: ¨Ala, Hermes, apaga esa vaina y vámonos, … porque si este señor no se acuerda del nombre de Cúcuta aquí mismo, … qué se va a acordar cuando llegue a Bogotá¨.

Y mientras el delegado saltaba al fin sobre la dificultad, Peinado se bajó de un salto de la plataforma y a buen paso se encaminó hacia el coche, donde sabía que quedaban aún unos cuantos tentadores envases por vaciar.




   Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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