domingo, 28 de abril de 2013

369.- INVENTARIO DEL DESMANTELAMIENTO


Cicerón Flórez Moya/Jorge Rolón G.



Estructura en hierro fundido, procedente de Inglaterra en 1.879 de la Aduana Nacional, desmantelado.

A Norte Santander le ha correspondido padecer en varias etapas de su historia no solamente desastres naturales con fuerza devastadora, sino también las violencias de despojo de bienes y de aniquilamiento de vidas impuestas por grupos armados de diferentes marcas. En estos últimos tiempos no más hay  nuevos capítulos de tales adversidades con efectos inclementes.

Las soluciones para los problemas que se han acumulado han  quedado cortas y las víctimas o los damnificados siguen cargando un pesado fardo de frustraciones. La indolencia oficial y la pasividad de los dirigentes frente a esos casos es una de las debilidades que tiene el Departamento.

Pero los males regionales no  se reducen a esos dos frentes azarosos, de por si desgarradores. Además de la degradación que muchas veces genera el ejercicio de la política con su alta dosis de corrupción,  hay una historia ostensible de desmantelamiento de parte estimable del patrimonio de la comunidad.

Hace algunos días repasábamos al vuelo con amigos preocupados por los desatinos recurrentes, los casos que configuran cierto arrasamiento de importantes bienes culturales,  unos, y de la infraestructura productiva, otros, en el ámbito regional.

En el período de la Gobernación que correspondió a Jorge García-Herreros se liquidaron de un solo plumazo, los establecimientos adscritos al Instituto de Cultura. Se le dio ladina sepultura a la Orquesta Sinfónica del Departamento y se decretó la extinción de la Escuela de Bellas Artes. Se afectó el movimiento teatral y se vinieron abajo otros espacios propios de la cultura. Mientras en la administración de Miguel García-Herreros se estimuló el desarrollo de la cultura, en la de su hijo Jorge García-Herreros fue la depredación.

En ese inventario de depredaciones entran, las salas de cine, los parques y otros bienes públicos feriados o desmantelados en Cúcuta en administraciones de no tan grata recordación como las de Manuel Guillermo Mora y Ramiro Suárez.

La extinción de bienes abarca mucho más. La Empresa Licorera y la Lotería de Cúcuta languidecieron hasta su desaparición. El hotel Cariongo cambió de dueño. En el sector privado las plantas de Coca-Cola y de Bavaria tomaron otros rumbos.

La permisividad cómplice ha consentido otros desatinos como el de la frustración de los proyectos del Parque Bavaria y del Centro Administrativo de Cúcuta.

Y si se hace mención de los proyectos olvidados o manejados con desdén, los resultados son mucho más precarios. Todo lo cual pone en evidencia la falta de  visión de los dirigentes para el manejo de los intereses regionales y su apego al beneficio particular así sea en forma ilícita.

Ahora el turno de la desaparición es para el Inem para darle paso a una iniciática incierta.



Y también Jorge Rolón G. escribió:

Haciendo memoria, son muchas las cosas que se han llevado, se han acabado o las han vendido en contravía del progreso y el desarrollo de la ciudad que cada vez luce más desmantelada.

Se acabaron el ferrocarril que hacía nexo con Venezuela y que se utilizaba para el transporte hacia el Catatumbo, la clínica Barco donde nacieron muchos cucuteños, la fábrica de muñecos Nacoral y el almacén Ley.

Se llevaron a Bavaria, Coca-Cola y la Hipinto. Se acabaron los diarios De La Frontera y Oriente Liberal, y los tradicionales teatros de la ciudad, como Santander, Guzmán Berti, Aire Libre, Astral y Miraflores, El Mercedes, Guaimaral y Atalaya.

Hasta las zonas de tolerancia, La Ínsula y El Magdalena se extinguieron para darle paso a la prostitución por toda la ciudad.

Cerraron la Empresa Licorera y la Lotería de Cúcuta.

Vendieron Termotasajero, Centrales  Eléctricas, Telecom, la estación Monitora que controlaba a las emisoras, las Empresas Municipales, Cajanal y el Seguro Social.

Trasladaron al Cúcuta Deportivo para Yopal (Casanare), se fue la Caja Agraria, eliminaron la oficina de control de precios pesas y medidas.

Ya no está La Araña de Oro, El Salón Blanco, El Almacén la Corona, ni la aerolíneas SAM y Aerotal y ahora  se acaba la Zona Franca.

Ya no nos queda nada. Solo el recuerdo y la protesta de unos cuantos que vivieron la época en la que había más orden, mas civismo y mas amor por la ciudad. Cuando los gobernantes, dirigentes y políticos ofrecían sus buenos oficios para reclamar y exigir del Gobierno nacional.

Nos volvimos conformistas e ineptos, solo importa el beneficio personal, se acabaron los buenos gestores que reclamaban pensando en el bien común. Los que verdaderamente quieren a Cúcuta añoran con nostalgia todo aquello que no fuimos capaces de conservar… O ME EQUIVOCO…?

Por eso hay necesidad de promover un nuevo rumbo en la región mediante un cambio de manejo de los asuntos de interés general.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.




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