Gloria Eugenia Valero
Cuando
terminé mi tercer año de bachillerato en el Colegio Santa Teresa en
noviembre de 1967, le manifesté a mi papá
el deseo de irme interna al Colegio de la Presentación de Bochalema, municipio
de Bochalema, ubicado a 43 kilómetros de Cúcuta, para cursar allí los tres
últimos años que me faltaban para obtener el título de bachiller. Extrañado me preguntó
el porqué. Le respondí: “(…) Papá, tengo
demasiados amigos y amigas y no puedo estudiar como corresponde (…)”.
Aceptó el argumento y sentenció: “Como tú
quieras. Yo te doy gusto. Conste que no me gustan los internados, eso es para
“niñas problema” y tú estás bien lejos de ser eso”.
Llegué al internado un domingo por la tarde.
Se desarrollaron los protocolos correspondientes. Estábamos en esas cuando
llegó el señor Juan encargado llevar las maletas a la habitación. Al acercarse
el señor, saludo de manera especial a mi padre: “Don Antonio que alegría de verlos. ¿Esta era la chiquita Glorita?”
Mi padre respondió el saludo y la pregunta. La Madre Superiora, intervino,
explicando que el señor era el chofer. Un vez retirado el señor Juan, mi padre
señaló a la madre Superiora: “(…) le voy a pedir por escrito, que Glorita no se
traslade en vehículos del colegio. Cuando vayan a salir y ella quiera ir, me
llama que yo la llevo. Todos los viernes a las 4 de la tarde estaré aquí, la
llevo a Cúcuta y la regreso el lunes a las 6 de la mañana. La Madre Superiora quiso
saber la razón y mi padre señaló: “(…) Juancito trabajó años en mi finca “La
Vega” en la Donjuana. En sus manos solo tiene dos dedos en cada mano, el
meñique y el pulgar. Una persona así no puede manejar un volante con destreza.
Me parece gravísimo. Usted aquí manda pero a Glorita no la quiero en vehículos
del colegio. La Madre comprendió y aceptó.
Para suavizar el tema la Madre indagó si yo
era deportista. Ante mi afirmación, le solicitó a mi padre autorizar entrenarme
como batutera de la banda del colegio. Declaré que me gusta, que algo sabía del
tema. Mi papá interrogó: ¿Quién te enseñó? Le respondí: “El profesor Bonifacio
y el padre Guerra del Colegio Calasanz”, me entrenaban para el desfile del 20
de julio de este año. De hecho fui la batutera del colegio y nunca me
transporte en ningún vehículo del colegio.
El colegio era una institución como ninguna.
Los días vividos en él, fueron maravillosos. Imperaba cordialidad, amabilidad y
respeto entre todos. La educación muy completa, había disciplina pero con consideración.
La alimentación era estupenda, los horarios equilibrados. Era un bachillerato comercial
donde además de las materias pertinentes, nos daban clases de contabilidad,
taquigrafía y mecanografía. También culinaria, costura, puericultura, ortografía,
caligrafía, deportes, redacción, teatro, pintura. Una monja psicóloga nos daba
clases de sexo; muy extraño para la época.
El jueves 20 de Junio, mi papá llegó en
punto de las 4 de la tarde por mí. La Madre Superiora había organizado paseo para asistir a la Feria Internacional de
La Frontera, por eso mi padre no me recogió el viernes 21.
Habíamos acordado con mis amigas, encontrarnos en mi casa en Cúcuta para ir a la
Feria Internacional de La Frontera que se desarrollaba en esos días. El
sábado pasaban las horas y no llegaban mis amigas. Siendo la 1:30 p. m., entró
corriendo y gritando a la casa el esposo de una prima, Milton Duque, me abrazó
y dijo: “Piedad, - así se llama mi hermana mayor - Glorita se mató en el autobús del colegio.
Acaban de dar la lista y ella está ahí”. Yo le dije: “No Milton, yo no soy Piedad, yo soy Gloria, mi papá me trajo ayer. Él
me miró asombrado y me dijo: “(…) estás
hecha una mujer, por eso no te conocí,
estas inmensa (…)”.
Mi papá se desplazaba en el carro rumbo a
la casa, a eso de las 12:30 p.m., quería
estar presente cuando llegaran mis amigas y compañeras. En ese momento escuchó
por la radio la noticia del accidente y el nombre de las alumnas fallecidas,
que incluía mi nombre. Fue tal el impacto, que chocó el carro. Como pudo, llegó
a la casa en un estado de desesperación total, preocupado por la suerte de mis
compañeras y amigas. La casa comenzó a llenarse de gentes conocidas y algunos curiosos
que indagaban por mi suerte. Mi hermano, llegó a eso de las 2:00 p.m.; le pedí
que me llevara al sitio del accidente. Quería saber de la suerte de mis amigas
y compañeras, y ver cómo podía ayudar.
No podía y aún no lo puedo entender y aceptar, como un paseo que se
había iniciado una hora antes; después asistir a la misa, de recibir las
instrucciones de la hermana responsable, de orar para el buen desarrollo del
evento, y las niñas se mostraran alegres, entre risas, cantos, sufrieran tamaño
accidente.
Al acercarnos al sitio; eran como las 3:00
p. m., oí gritos desesperados de una monja que gritaba de manera puntual:” (…) por favor, saquen a la niñita Valero, ella venía en el bus, ahí
tiene que estar viva, ayuden a rescatarla (…)”. Era la hermana Isabel del
colegio Santa Teresa, institución en la que yo había estudiado desde el kínder hasta
que me fui al internado. Nos teníamos gran afecto; ella persona rígida y una
bella persona. Cuando la oí salí
corriendo y le dije: “(…) hermana, yo no
venía ahí, mi papa me recogió ayer, ¡míreme! (…)”. Me miró sorprendida, y
nos confundimos en un fuerte abrazo, que aún recuerdo como si fuera ayer.
A pesar de haber ocurrido el siniestro
varias horas atrás, las acciones de salvamento y rescate no se habían iniciado
de manera organizada. Había mucha gente, pero mirando, casi nadie hacia nada ni
se atrevía. No sé si se trataba de una
actitud cobarde e indolente o de pánico colectivo. Continuaban los quejidos
lastimeros, gritos pidiendo auxilio. Casi de inmediato, llegaron los bomberos y
los policías, e iniciaron una labor de rescate mas organizada. El río empezó represarse
y cada vez se oían menos lamentos. No había forma de entrar, era todo un caos. En
esa época parecía no haber una logística
para manejar esos casos. Incluso, mi hermano Jaime, se desesperó tanto, que se
metió al agua, y comenzó a sacar niñas, unas muertas, otras vivas. Estuvo en
esas hasta cuando ya el agua amenazó voltear el autobús y las autoridades le
solicitaron retirarse. El agua empezó a cubrir el autobús, creo que allí se
ahogaron algunas niñas que en estaban inconscientes por los golpes y traumas. En
esas estaban, cuando llegaron unos militares que con cuerdas comenzaron a
sacar, las estudiantes que aún quedaban en el lecho del río. Mi hermano se
incorporó nuevamente a las labores; ayudaba a meter en los carros a las
rescatadas, para llevarlas a Cúcuta. Me
sorprendía que no les prestaban lo primeros auxilios, parece que nadie sabía
cómo hacerlo. Yo les decía: “(…) pero
revívanlas, sáquenles el agua, no las
envíen en esas condiciones (…)”. Únicamente las tapaban y como fuera las
metían en carros. El último que sacaron fue a Juan, estaba muerto. El tiempo
transcurría y la oscuridad se tomó el lugar. Las acciones se dieron por
terminadas alrededor de las 8:00 p. m.
Después de haber ido a la casa, salimos
hacia el hospital. A las niñas que estaban en recuperación no permitían verlas.
En ese momento no supe cuantas ni quiénes eran las heridas y las fallecidas. A las
fallecidas las habían llevado a la funeraria para su alistamiento mortuorio y luego
las enviaron en ataúdes al colegio Santa Teresa. No sé cuánto tiempo esperamos;
hasta que finalmente, nos informaron los nombres de las fallecidas, identificadas plenamente
por las monjas del colegio, lo mismo que el de las heridas, que seguían en observación. Nos dirigimos al colegio; el
impacto fue muy fuerte, el más grande que hasta ese momento había tenido en mi
vida. Al ingresar al que llamaban el patio-salón, fui recibida por un cuadro dantesco. Gran cantidad
de ataúdes juntos, personas llorando y rezando. Se me desgarró el alma, nunca me
he olvidado de ese momento. Quedé en estado de crisis. No podía llorar, hablar,
pensar,… solo me sumergí en un estado de
tristeza tan profunda, que sentí que había muerto con mis amigas y compañeras.
¡Que efímera es la vida!
Un total de 21 compañeras y amigas del
internado fallecieron en el accidente. Relaciono sus nombres como un homenaje a
ellas, que nos abandonaron en plena flor de su juventud: Gloria Molina,
Mappy Moros, Nancy Ramírez Mora, Gloria Castaño, Myriam Omaira Segura, Ana
Monroy, Yolanda Muñoz, Belén Villamizar, Elvia Pineda, Raquel Patiño Patiño,
Zolaida Patiño, Alejandrina Contreras, Marcela Contreras, Noelpa Molina, Nilvia
Aracely Rosales, Margarita Abreu
Cardona, Rubiela Cadavid, Soledad Rangel , Migdalia Morillo, Lucía Cárdenas
Rincón y Nancy Angarita. También para Juancito, el chofer, que me había conocido
siendo muy niña.
Regresé a la casa a eso de las 12 de la
noche. Aún había mucha gente. El doctor Marcelino Castañeda, médico vecino
nuestro, se me acercó, me miró y le dijo a mi papa: “(…) esta niña está en estado de shock, tiene hasta la pupila dilatada,
voy a buscar algo para darle. Ya está bien, no le permitan que vaya más al
lugar del accidente, ni al hospital, ni a entierros, ella está muy mal (…).
Desde ese momento quedé enclaustrada en la casa.
Los hechos, según las autoridades, sucedieron de
la siguiente forma: El bus se desplazaba rumbo a Cúcuta, conducido por el señor
Juancito; la situación era normal. Eran aproximadamente las 10:00 a. m. Al
llegar a la curva, en descenso, previa al ingreso al puente; que era de una
sola vía, que pasaba sobre la quebrada La Honda, el conductor aplicó el freno y
este no respondió. A la velocidad que había tomado, el bus ingresó al puente
sin ningún control. En el sentido contrario venía otro carro. El conductor
intentó frenar recostándolo contra una de las barandas del puente, pero con la
fuerza e impulso que había tomado, la sobrepasó
y fue a dar al lecho de la quebrada de manera frontal y luego se ladeó.
El vehículo comenzó a llenarse de agua. Algunas de mis compañeras murieron como
producto del impacto, otras por ahogamiento y otras asfixiadas entre las latas.
A los ocho días retorné al colegio; debía seguir
estudiando. Se acercaban las vacaciones de mitad de año. En el internado yo
estaba prácticamente sola. Continuamos las
clases con una mayoría de alumnas externas. Reinaba el dolor, el silencio, la
nostalgia,… nadie hablaba. Terminado el semestre llegaron los padres y
acudientes a buscar a sus hijas y recomendadas. Como muchas de las estudiantes
venían de Venezuela, los padres volvían por ellas en las vacaciones. Esta
escena se repitió en innumerables ocasiones: Sonaba el timbre, y casi de
inmediato se escuchaban los gritos de asombro y de sorpresa, de padres que ignoraban
lo acontecido. También comenzaron las visitas de las diferentes autoridades que
investigaban e inspeccionaban el lugar. También la de abogados demandantes, etc.
Tanto fue el acoso, que las monjas decidieron cerrar el colegio. No había ánimo,
no había apoyo, la sociedad les dio la espalda; las llegaron a culpar del
suceso. Otro motivo de dolor, como si con lo ocurrido no fuera suficiente.
Al terminar el semestre, mi papa decidió
que no era justo que siguiera allí entre tanto dolor, tristeza y llanto, y me
retiró del colegio. Fui a terminar el año escolar en el Colegio Carmelitas de
Cúcuta. Pasados un par de meses, una junta de residentes de la colonia de Chinácota
en Cúcuta, me invitó a participar por el título de Señorita Norte de Santander.
Comenzó otra etapa de mi vida, de la que guardo muchos y buenos recuerdos. “La
vida es una gran paradoja”. Esta actividad me permitió palear en algo mi amargo
dolor por la pérdida de mis queridas compañeras y amigas, a quienes llevo en mi
corazón y me acompañarán por siempre. Puedo afirmar que: “Es una herida que
nunca sanó ni sanará”.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
Hola... Disculpa mi hermana no se llamaba: Nilvia Aracely Rosales... Se Llamaba Milvia Arelis Rosales Dager.. tenia 17 años y era de Caracas
ResponderEliminarGrax... Gregrosa@hotmail.com
Gracias por la corrección.
EliminarEn ese horrible accidente se fue mi primer amor... ese amor puro, casto y limpio que se tiene a los 12 años de edad.
ResponderEliminarPara ti, mi amor y recuerdo de siempre Gloria Castaño Henao.
Hola Gastón
ResponderEliminarYo iba en ese autobús hace 52 años
Por favor podrias contarnos tu historia. Alli Murio Miriam Omayra Segura una Chica de Casigua El Cubo (Venezuela) recien llegada al colegio y por desgracia en su primer Paseo occurring tan triste success.
EliminarPor favor podrias contarnos tu historia. Alli Murio Miriam Omayra Segura una Chica de Casigua El Cubo (Venezuela) recien llegada al colegio y por desgracia en su primer Paseo occurrio tan triste succeso
EliminarHola Gastón
ResponderEliminarYo iba en ese autobús hace 52 años