martes, 16 de julio de 2013

411.- UN BURDEL LLAMADO KING KONG EN CUCUTA


Beto Rodríguez

Convento monjas Clarisas

Todo transcurría con normalidad en la pujante ciudad de Cúcuta de 1935, el comercio cubría las necesidades locales y la de los compradores de Venezuela, pero un hecho científico sacó a los moradores de esta tórrida tierra de su habitual monotonía.

El médico Santiago Uribe Franco construyó una moderna clínica en el paseo la circunvalación, en lo más alto de Cúcuta con el propósito de curar a los tuberculosos ricos. La casa de salud funcionó bien una temporada, pero por falta de agua y buena luz empezó a desmejorar la calidad de su atención a las víctimas de tan cruel achaque. La energía eléctrica fallaba casi a diario y el agua había que comprarla a vendedores con burros quienes coronaban cansados la loma. La carretera era deficiente, llena de polvo y huecos, y cuando por eventualidad un automotor transitaba la zona, espantaba las cabras, los perros aullaban, los gallos cantaban y a pleno día se sentía ambiente sepulcral de media noche.

Era de esperarlo, el negocio se fue a pique, terminó en la quiebra. El doctor Uribe Franco cerró las puertas y dejó el inmueble abandonado. Los pocos enfermos que buscaban sus conocimientos decidieron visitarlo en el consultorio frente al parque Colón y seguir así el tratamiento en sus respectivas residencias. Para esa época sufrir de tuberculosis era motivo de discriminación y las víctimas de ese dolor, eran apartadas por la ignorante sociedad, que veía en estas a las plagas de Egipto unidas en voraz y atroz ataque sin compasión alguna.

La sede de la clausurada clínica fue desmantelada en parte por la delincuencia, pero apareció un curioso personaje que decidió darle función social y sexual al caserón, al poner en venta otro sistema de salud, pero con diversión incluida para aliviar el estrés.

El turco José Atala alquiló la edificación y en medio de la sorpresa de la ciudad, que no había superado la barrera de la aldea, montó un burdel llamado King Kong, inspirado en la película del colosal simio enamorado de una sensual y platinada rubia.

Con modernas técnicas profesionales de Kama sutra, Ananga ranga y servicio al cliente, el lupanar abrió ventas, contrató la Orquesta Santander dirigida por José Monroy a fin de amenizar las noches de Sodoma mas Gomorra gratis, con música colombiana y melodías norteamericanas en uso de la técnica de la época. El turco Atala, experto comerciante, se hizo a las delicadas atenciones de finas varonas, incluidas europeas, que se aparecían en esta caliente región atraídas por la fiebre del petróleo y el progreso representado en el Ferrocarril de Cúcuta.

Al mes de haber iniciado producción, la industria del culi-destape gozaba de merecida fama binacional y los venezolanos cargados con fuertes de plata aparecían en búsqueda de sobos de especial fruición y fricción cárnica, a cargo de reconocidas profesionales duchas en brindar hasta el éxtasis el gusto que ofrece la vida.

Una botella de brandy costaba cinco pesos, la consulta de mantenimiento en manos de las doctoras del deshabillé, incluido derecho a repetición, llegaba a igual suma, y dos pesos de propina, astronómica cantidad imposible de ser alcanzada por un obrero.

Al burdel llegaban maridos de alto catre de caoba a colocarse en posición horizontal y las esposas congregadas en asociaciones pías empezaron a protestar. Los curas desde los púlpitos lanzaban maldiciones, agua bendita e incienso contra el demonio de la lujuria, y el turco José Atala era el objetivo de los ponzoñosos dardos arrojados por la iglesia en los sermones. Los periódicos existentes guardaban prudencia porque el árabe era generoso en publicitar su industria, así los avisos fueran apenas simbólicos, algunos columnistas guasones se referían al escabroso asunto con particular sorna, parecida a una apología de la singular factoría, originada en la sagrada desnudez del paraíso terrenal, llamada por los sicólogos, complejo adánico.

Bajo el calcinante sol, a mediodía, los atemorizados cucuteños veían desde donde estuvieran, en llamas la maldita casa, los curiosos corrían a enterarse de los pormenores del siniestro, pero al llegar a la fuente del incendio todo estaba normal.

La versión de que en el quilombo aparecía el mismo Satanás en cueros, presto a llevarse en los cuernos a quienes no estuvieran bautizados y vestidos, corrió en la comarca con desafuero y muchos juraron haber visto en la mansión a íncubos y súcubos en plan de comprar deleites a perpetuidad entre ardiente azufre y hierro al rojo blanco.

Entre tanto los asistentes al burdel gozaban del baile de la pluma, excelentes danzarines se contorneaban en bola, y apenas llevaban corbatín los meseros con tal de distinguirlos de tan especial concurrencia.

Uno de los adeptos a comprar amor en esa plataforma de lanzamiento de la salacidad, era un ´yankee´ de la Colombiam Petroleum Company, aficionado a tocar saxofón. Se aparecía en las bacanales con el instrumento y en el paroxismo de la borrachera pretendía obligar a los presentes a ejecutar el fino artefacto. Desde entonces fue conocido con el apodo de ¨Chúpalo Bill¨, por ser su nombre y la manía de hacer alarde en las orgías, al perseguir a las mujeres con su saxofón de piel natural en ristre, en brutal acoso consentido por un manojo de dólares. Los músicos de la Orquesta Santander, amigos de adjudicar motes, apodaron al gringo ¨Burro Blanco¨ por las características asnales de su masculinidad. El ´yankee´ era gastador con los artistas porque esos pródigos en placer sonoro lo acompañaban cuando empezaba a darse aires de genialidad entre el saxofón, lluvia de finos licores y elástica propina.

Un ricachón venezolano, José Maduro Grande no se perdía los fines de semana del King Kong, con sus fiestas al estilo del gran macaco idolatrado por los cinéfilos y cinéfagos de entonces. Tenía fama de haber participado en varias conspiraciones, experto en torturas, y cuando fracasaba en sus intentos de tomarse el poder se refugiaba en Cúcuta y en la magia de las dóciles y tiernas discípulas del turco Atala.

Entre tanto el conservatismo arreciaba ataques contra el Gobierno Municipal por incumplimiento del deber, y no frenar la inmoralidad; en la Voz de Cúcuta los locutores en tono burlón le decían al alcalde Manuel Marciales que fuera a ver la verdad desnuda con pelos y señales en continuo ballet de calatos.

Sin embargo se corrió la especie que el funcionario cedió con humildad ante los ataques de la oposición y penetró al antro de espanto con ropa de paños y sombrero de copa. En modernos tiempos nadie se pone un atuendo de esas características a menos que tenga aire acondicionado incorporado. Según versiones no comprobadas en su momento, el jefe del ejecutivo se pasó de copas, ánforas, ollas, vasos y copones por cuenta del turco Atala, y cuando intentó partir, le apareció más dinero del que llevaba, el reloj de leontina, anillos de oro, abotonaduras del mismo metal, menos la ropa.

Luego de la municipalizada parranda, la policía iba con inusitada frecuencia al lenocinio, pero antes de penetrar a la pista de baile y enterarse del pecado in albis cometidos por los retozones, los gendarmes le hablaban al turco y salían con el bolillo o bastón de mando listo para emprender la vigilancia, luego de haber exigido el cumplimiento del reglamento a los luchadores entregados en batalla cuerpo a cuerpo, máscara contra peluca y respiración boca a boca.

Las rezanderas recolectaron firmas, llevaron arrumes de papel al alcalde Marciales, pero el burócrata no hallaba mérito para ponerle fin al bochornoso caso. Con frecuencia el mandatario municipal examinaba los impuestos del bar y al ver que en materia de aranceles el turco estaba al día, dejaba la cuestión quieta.

Ante el acoso, el jefe municipal promulgó un decreto que obligaba a los asistentes a punto de fiesta, ir con saco, corbata y sombrero, so pena de multa o arresto en compensación. Devotos y empleados del King Kong llegaban al estadio de la liberación sexual con tan pintoresco atuendo y tan pronto atravesaban la puerta, le entregaban el ropaje a una muchacha contratada para ese menester. Al menos la orden sirvió para dar más trabajo en el próspero King Kong.

Una noche de parranda estando el mundo dormido, se encontraron en el burdel dos enemigos que habían jurado darse muerte tan pronto se vieran. Eran el turco liberal Said Lamk Atala, primo del propietario del negocio, y el conservador Ramón Sepúlveda, conocido como Ramonsón por su elevada estatura. Los rivales sacaron armas, empezaron a disparar sin miramiento alguno, y las mujeres en barbuda almendra igual que los clientes, se dirigieron hacia el monte a objeto de salvar la vida. Las prostitutas atacadas de histeria, más rápidas que los mismos proyectiles, ropa en mano, corrieron hasta la esquina Miraflores, entre ellas la Iguana, la Burra, la Rabi-amarilla, la Tuteca, la Tuerta, la Omega, la Flecha, la Mocha, la Calva Enriqueta, la Premio Gordo, la Paloma, la Plancha Gocha, la Coja Delia, la Fortuna, la Maravilla, Pedrito la Machorra, la Alambrito. En vista del escándalo, el funcionario cerró el cabaret.

Ciertas de esas públicas mujeres contrajeron matrimonio con ilustres varones de Colombia y Venezuela, con descendientes letrados, profesionales en diversas ramas, periodistas, sacerdotes, pastores y militares al servicio de la patria. El turco Atala fuera de haber sido un adelantado al comercio de la recreación, se convirtió en casamentero al estilo de oriente. Muchos transeúntes de la raya fronteriza le deben la vida al turco José Atala, quien supo atalayar con autoridad financiera, de donde venía el dinero.

Mientras el burdel estuvo abierto la sociedad se dividió en tres grupos. Los exigentes de la clausura del vivo infierno y los amigos de mantener el sitio con las puertas de par en par, igual que las articulaciones inferiores de las doctoras que allá laboraban. El tercer grupo se declaraba neutral, le veía el aspecto positivo al asunto, pero no opinaba, ni en pro ni en contra, menos en alguna posición íntima, por la prudencia que lo caracterizaba.

El lenocinio King Kong quedó en el recuerdo de la ciudad como un capítulo aparte. Por ironías de la vida, en la casa del King Kong con el correr de los años funcionó la Escuela Padilla, la Escuela Nacional de Comercio, el Colegio Nariño, el Liceo San Martín, en la actualidad el Liceo Santa Cecilia y el Pre-escolar Anya, lo mismo el convento de las monjas Clarisas, sin saber éstas, al parecer, que en el lugar mandó a su antojo el diablo de la lujuria con ribetes de cuento oriental.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.






 


3 comentarios:

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  2. *lo que fue un sitio de lenocinio ... ahora es un hogar de hermanas de la caridad !

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  3. jejeje las cosas que uno viene a encontrar de la familia...! Buen post. Ciertamente "El Turco Atala", cuyo nombre era José Miguel Atala Ilsaine (mi Nono), emprendió el King Kong, pero, también fundo un famoso almacén de ropa que se llamaba "Almacén Atala", quedaba cerca del parque Santander. Funciono hasta años después de su muerte a cargo de mi Nona (Lilia Vanegas de Atala). Pero claro, probablemente menos celebre que el KingKong, por su "rubro" :-)

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