Todo transcurría con normalidad en la
pujante ciudad de Cúcuta de 1935, el comercio cubría las necesidades locales y
la de los compradores de Venezuela, pero un hecho científico sacó a los
moradores de esta tórrida tierra de su habitual monotonía.
El médico Santiago Uribe Franco
construyó una moderna clínica en el paseo la circunvalación, en lo más alto de
Cúcuta con el propósito de curar a los tuberculosos ricos. La casa de salud
funcionó bien una temporada, pero por falta de agua y buena luz empezó a
desmejorar la calidad de su atención a las víctimas de tan cruel achaque. La
energía eléctrica fallaba casi a diario y el agua había que comprarla a
vendedores con burros quienes coronaban cansados la loma. La carretera era
deficiente, llena de polvo y huecos, y cuando por eventualidad un automotor
transitaba la zona, espantaba las cabras, los perros aullaban, los gallos
cantaban y a pleno día se sentía ambiente sepulcral de media noche.
Era de esperarlo, el negocio se fue a
pique, terminó en la quiebra. El doctor Uribe Franco cerró las puertas y dejó
el inmueble abandonado. Los pocos enfermos que buscaban sus conocimientos
decidieron visitarlo en el consultorio frente al parque Colón y seguir así el
tratamiento en sus respectivas residencias. Para esa época sufrir de
tuberculosis era motivo de discriminación y las víctimas de ese dolor, eran
apartadas por la ignorante sociedad, que veía en estas a las plagas de Egipto
unidas en voraz y atroz ataque sin compasión alguna.
La sede de la clausurada clínica fue
desmantelada en parte por la delincuencia, pero apareció un curioso personaje
que decidió darle función social y sexual al caserón, al poner en venta otro
sistema de salud, pero con diversión incluida para aliviar el estrés.
El turco José Atala alquiló la
edificación y en medio de la sorpresa de la ciudad, que no había superado la
barrera de la aldea, montó un burdel llamado King Kong, inspirado en la
película del colosal simio enamorado de una sensual y platinada rubia.
Con modernas técnicas profesionales de Kama
sutra, Ananga ranga y servicio al cliente, el lupanar abrió ventas, contrató la
Orquesta Santander dirigida por José Monroy a fin de amenizar las noches de
Sodoma mas Gomorra gratis, con música colombiana y melodías norteamericanas en
uso de la técnica de la época. El turco Atala, experto comerciante, se hizo a
las delicadas atenciones de finas varonas, incluidas europeas, que se aparecían
en esta caliente región atraídas por la fiebre del petróleo y el progreso
representado en el Ferrocarril de Cúcuta.
Al mes de haber iniciado producción, la
industria del culi-destape gozaba de merecida fama binacional y los venezolanos
cargados con fuertes de plata aparecían en búsqueda de sobos de especial fruición
y fricción cárnica, a cargo de reconocidas profesionales duchas en brindar
hasta el éxtasis el gusto que ofrece la vida.
Una botella de brandy costaba cinco
pesos, la consulta de mantenimiento en manos de las doctoras del deshabillé,
incluido derecho a repetición, llegaba a igual suma, y dos pesos de propina,
astronómica cantidad imposible de ser alcanzada por un obrero.
Al burdel llegaban maridos de alto catre
de caoba a colocarse en posición horizontal y las esposas congregadas en
asociaciones pías empezaron a protestar. Los curas desde los púlpitos lanzaban
maldiciones, agua bendita e incienso contra el demonio de la lujuria, y el
turco José Atala era el objetivo de los ponzoñosos dardos arrojados por la
iglesia en los sermones. Los periódicos existentes guardaban prudencia porque
el árabe era generoso en publicitar su industria, así los avisos fueran apenas
simbólicos, algunos columnistas guasones se referían al escabroso asunto con
particular sorna, parecida a una apología de la singular factoría, originada en
la sagrada desnudez del paraíso terrenal, llamada por los sicólogos, complejo
adánico.
Bajo el calcinante sol, a mediodía, los
atemorizados cucuteños veían desde donde estuvieran, en llamas la maldita casa,
los curiosos corrían a enterarse de los pormenores del siniestro, pero al
llegar a la fuente del incendio todo estaba normal.
La versión de que en el quilombo
aparecía el mismo Satanás en cueros, presto a llevarse en los cuernos a quienes
no estuvieran bautizados y vestidos, corrió en la comarca con desafuero y
muchos juraron haber visto en la mansión a íncubos y súcubos en plan de comprar
deleites a perpetuidad entre ardiente azufre y hierro al rojo blanco.
Entre tanto los asistentes al burdel
gozaban del baile de la pluma, excelentes danzarines se contorneaban en bola, y
apenas llevaban corbatín los meseros con tal de distinguirlos de tan especial
concurrencia.
Uno de los adeptos a comprar amor en esa
plataforma de lanzamiento de la salacidad, era un ´yankee´ de la Colombiam
Petroleum Company, aficionado a tocar saxofón. Se aparecía en las bacanales con
el instrumento y en el paroxismo de la borrachera pretendía obligar a los
presentes a ejecutar el fino artefacto. Desde entonces fue conocido con el
apodo de ¨Chúpalo Bill¨, por ser su nombre y la manía de hacer alarde en las
orgías, al perseguir a las mujeres con su saxofón de piel natural en ristre, en
brutal acoso consentido por un manojo de dólares. Los músicos de la Orquesta
Santander, amigos de adjudicar motes, apodaron al gringo ¨Burro Blanco¨ por las
características asnales de su masculinidad. El ´yankee´ era gastador con los
artistas porque esos pródigos en placer sonoro lo acompañaban cuando empezaba a
darse aires de genialidad entre el saxofón, lluvia de finos licores y elástica
propina.
Un ricachón venezolano, José Maduro
Grande no se perdía los fines de semana del King Kong, con sus fiestas al
estilo del gran macaco idolatrado por los cinéfilos y cinéfagos de entonces.
Tenía fama de haber participado en varias conspiraciones, experto en torturas,
y cuando fracasaba en sus intentos de tomarse el poder se refugiaba en Cúcuta y
en la magia de las dóciles y tiernas discípulas del turco Atala.
Entre tanto el conservatismo arreciaba
ataques contra el Gobierno Municipal por incumplimiento del deber, y no frenar
la inmoralidad; en la Voz de Cúcuta los locutores en tono burlón le decían al
alcalde Manuel Marciales que fuera a ver la verdad desnuda con pelos y señales
en continuo ballet de calatos.
Sin embargo se corrió la especie que el
funcionario cedió con humildad ante los ataques de la oposición y penetró al
antro de espanto con ropa de paños y sombrero de copa. En modernos tiempos
nadie se pone un atuendo de esas características a menos que tenga aire
acondicionado incorporado. Según versiones no comprobadas en su momento, el
jefe del ejecutivo se pasó de copas, ánforas, ollas, vasos y copones por cuenta
del turco Atala, y cuando intentó partir, le apareció más dinero del que
llevaba, el reloj de leontina, anillos de oro, abotonaduras del mismo metal,
menos la ropa.
Luego de la municipalizada parranda, la
policía iba con inusitada frecuencia al lenocinio, pero antes de penetrar a la
pista de baile y enterarse del pecado in albis cometidos por los retozones, los
gendarmes le hablaban al turco y salían con el bolillo o bastón de mando listo
para emprender la vigilancia, luego de haber exigido el cumplimiento del
reglamento a los luchadores entregados en batalla cuerpo a cuerpo, máscara
contra peluca y respiración boca a boca.
Las rezanderas recolectaron firmas,
llevaron arrumes de papel al alcalde Marciales, pero el burócrata no hallaba
mérito para ponerle fin al bochornoso caso. Con frecuencia el mandatario
municipal examinaba los impuestos del bar y al ver que en materia de aranceles
el turco estaba al día, dejaba la cuestión quieta.
Ante el acoso, el jefe municipal
promulgó un decreto que obligaba a los asistentes a punto de fiesta, ir con
saco, corbata y sombrero, so pena de multa o arresto en compensación. Devotos y
empleados del King Kong llegaban al estadio de la liberación sexual con tan
pintoresco atuendo y tan pronto atravesaban la puerta, le entregaban el ropaje
a una muchacha contratada para ese menester. Al menos la orden sirvió para dar
más trabajo en el próspero King Kong.
Una noche de parranda estando el mundo
dormido, se encontraron en el burdel dos enemigos que habían jurado darse
muerte tan pronto se vieran. Eran el turco liberal Said Lamk Atala, primo del
propietario del negocio, y el conservador Ramón Sepúlveda, conocido como
Ramonsón por su elevada estatura. Los rivales sacaron armas, empezaron a
disparar sin miramiento alguno, y las mujeres en barbuda almendra igual que los
clientes, se dirigieron hacia el monte a objeto de salvar la vida. Las
prostitutas atacadas de histeria, más rápidas que los mismos proyectiles, ropa
en mano, corrieron hasta la esquina Miraflores, entre ellas la Iguana, la
Burra, la Rabi-amarilla, la Tuteca, la Tuerta, la Omega, la Flecha, la Mocha,
la Calva Enriqueta, la Premio Gordo, la Paloma, la Plancha Gocha, la Coja
Delia, la Fortuna, la Maravilla, Pedrito la Machorra, la Alambrito. En vista
del escándalo, el funcionario cerró el cabaret.
Ciertas de esas públicas mujeres
contrajeron matrimonio con ilustres varones de Colombia y Venezuela, con
descendientes letrados, profesionales en diversas ramas, periodistas,
sacerdotes, pastores y militares al servicio de la patria. El turco Atala fuera
de haber sido un adelantado al comercio de la recreación, se convirtió en
casamentero al estilo de oriente. Muchos transeúntes de la raya fronteriza le
deben la vida al turco José Atala, quien supo atalayar con autoridad financiera,
de donde venía el dinero.
Mientras el burdel estuvo abierto la
sociedad se dividió en tres grupos. Los exigentes de la clausura del vivo
infierno y los amigos de mantener el sitio con las puertas de par en par, igual
que las articulaciones inferiores de las doctoras que allá laboraban. El tercer
grupo se declaraba neutral, le veía el aspecto positivo al asunto, pero no
opinaba, ni en pro ni en contra, menos en alguna posición íntima, por la
prudencia que lo caracterizaba.
El lenocinio King Kong quedó en el
recuerdo de la ciudad como un capítulo aparte. Por ironías de la vida, en la
casa del King Kong con el correr de los años funcionó la Escuela Padilla, la
Escuela Nacional de Comercio, el Colegio Nariño, el Liceo San Martín, en la
actualidad el Liceo Santa Cecilia y el Pre-escolar Anya, lo mismo el convento
de las monjas Clarisas, sin saber éstas, al parecer, que en el lugar mandó a su
antojo el diablo de la lujuria con ribetes de cuento oriental.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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ResponderEliminar*lo que fue un sitio de lenocinio ... ahora es un hogar de hermanas de la caridad !
ResponderEliminarjejeje las cosas que uno viene a encontrar de la familia...! Buen post. Ciertamente "El Turco Atala", cuyo nombre era José Miguel Atala Ilsaine (mi Nono), emprendió el King Kong, pero, también fundo un famoso almacén de ropa que se llamaba "Almacén Atala", quedaba cerca del parque Santander. Funciono hasta años después de su muerte a cargo de mi Nona (Lilia Vanegas de Atala). Pero claro, probablemente menos celebre que el KingKong, por su "rubro" :-)
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