viernes, 2 de agosto de 2013

419.- ARQ GUSTAVO VELA, UN CUCUTEÑO NACIDO EN BOGOTA


Mónica Vela Vicini.





Se dice que todos tenemos nuestro destino trazado desde que nacemos, pero quizás es más cierto que cada cual se labra el suyo propio y algunos tienen la fuerza y la constancia para seguir sus sueños y cumplirlos.

Mi papá fue una de esas personas que trazó un objetivo claro para su vida desde muy niño y encaminó sus esfuerzos para lograrlo. Claro que también cuenta el factor suerte para que las circunstancias y las personas a nuestro alrededor sean cómplices a favor. Y él fue muy afortunado porque contó con todos los ingredientes propios y ajenos necesarios.

Nació en el barrio Las Aguas de la Bogotá de los años 20, fue el más pequeño de una familia sin muchos privilegios pero noble en valores profundos. Su mamá murió cuando tenía siete años y su padre Ignacio, de profesión ebanista, viudo con cinco hijos, nunca se volvió a casar pero formó un hogar donde primaba el amor, el respeto por todos y la libertad de criterio. Su papá y sus hermanos siempre lo apoyaron y trabajaron para que fuera el único que estudiara y llegara a ser profesional. Y él, como lo visionó su familia, respondió con creces.

Estudió en el colegio Antonio Nariño de la carrera 7ª, donde recibió una excelente formación humanista. Gozaba estudiando y ocupando los primeros puestos.

Sus cuadernos impecables que conservaba su hermana-madre Isabel como un tesoro, evidencian su talento para el dibujo y su dedicación al estudio. Todas las materias le interesaban y era hábil al devorar conocimientos, con lo cual adquirió una mente abierta que le abrió el panorama del mundo, la naturaleza y la humanidad. Luego se graduó en la Universidad Nacional, en quizás la mejor facultad de Arquitectura del país, con profesores de la talla del ‘Mono’ Martínez. Como siempre aprovechando y sacándole el máximo a todo para ser el mejor.

Dejar la fría y complicada Bogotá era otro de sus objetivos. Y otra vez la suerte jugó a su favor pues recién graduado a finales de los años 50, le propusieron irse para Venezuela a trabajar reemplazando a un colega en la construcción de los campamentos petroleros de Cabimas. No lo dudó un segundo y siempre conservó su residencia de ese país, y a los amigos que conoció allá.

Pero ya había pasado por Cúcuta. Y volvió aquí como picado por “el bicho cucuteño” que contagia al que conoce esta ciudad y lo que ella implica. Igual les había pasado desde que se fundó a nuestros ancestros italianos, libaneses, venezolanos, paisas y tantos otros. No pudo resistirse a vivirla, a amarla, a trabajar y a progresar en ella. Además, jugando en las canchas del Tennis Club, que siempre disfrutó como su segunda casa, conoció a María Teresa Vicini, una muchacha que lo flechó con su belleza y carisma, una mujer inteligente, independiente y culta. Qué más podía pedir este joven arquitecto “rolo”.

Es difícil entrar en los círculos sociales y profesionales si uno no es oriundo de una ciudad. Sin embargo, es cierto que la vocación de Cúcuta siempre ha sido la de acoger a todos con generosidad. Y él escogió a Cúcuta por eso mismo. Pero hay que ganarse el privilegio de ser apreciado y respetado. Creo que Gustavo Vela lo logró en grande por su personalidad y profesionalismo, no sólo se ganó el aprecio de la sociedad cucuteña sino el de sus trabajadores o cualquier persona que lo conocía.

Siempre agradecido con esta tierra, la adoptó como suya y ya nunca la quiso dejar. Y qué mejor agradecimiento que dar todo lo que tenía para aportarle. No sé si fue su talento innato e intuición, o la academia de la Nacional y sus excelentes profesores, o ambos, pero era un arquitecto de tierra fría que diseñaba geniales soluciones para tierra caliente. Muchos clientes de sus construcciones no lo saben, pero se sienten tan bien habitándolas, porque planeaba a propósito los cruces de corrientes para encausar las brisas del Pamplonita enfrentando las ventanas, los patios interiores ubicados estratégicamente, y que refrescan aún al medio día, los espacios amplios, las aberturas de un muro aquí o en los techos de altura y media allí, para no enfrentarse al canicular sol de la tarde, sino apreciar los hermosos atardeceres bajo la protección de la cubierta de una terraza fresca o un balcón amplio, creó osados voladizos protectores del peatón, las reservas de agua con tanques generosos y hasta tenía en cuenta el agua desbordada de los aguaceros cucuteños sin alcantarillas dónde desaguar, y siempre levantaba un poco más los edificios.



Edificio Ovni

El OVNI, ícono arquitectónico de la ciudad, el MOVEL donde tuvo su oficina, edificios hermanos sobre la 10 con las esquinas de las avenidas 2ª. y 3ª., son sus diseños más importantes, construidos junto con su socio y gran amigo el ingeniero civil Fernando Mogollón. Construyó el hospital Erasmo Meoz siendo socio de Mandavel Ltda. con sus amigos paisas D’amato y Manjarrez, diseñó y construyó el hospital de Chinácota, su primera obra, numerosas ampliaciones en el hospital San Juan de Dios y clínicas de la ciudad, edificaciones para uso comercial y educativo que construyó en Pamplona, Toledo, Tibú, Labateca, Ragonvalia, Herrán, Durania y Villasucre. Los últimos años los dedicó a la bloquera  Concretal, su fábrica de prefabricados de concreto, conocida por su calidad y cumplimiento.

Perteneció a la Sociedad Bolivariana de Arquitectos y presidió en tres ocasiones la Seccional de Cúcuta, organizando varios Congresos en ciudades de Colombia.

Pero siempre le picaba la herida de aquel bichito y no podía sentirse cómodo si no volvía rápido, estuviera en París, o en Chinácota, aunque tenía su “suit” propia, en la finca de su entrañable amigo Jaime Cárdenas Vélez.

Porque en su Cúcuta del alma está su amada casa de diseño incomparable en la calle 19 del barrio Blanco, que mi mami todavía disfruta. La proyectó en el lote comprado por ella con la venta del Ford, producto de su trabajo en esa compañía. La casa conserva las cubiertas con aberturas en doble altura de listones de madera que él recicló de una pensión demolida en la avenida 5ª. Decorada por María Teresa, con esmero y buen gusto, el patio a manera de telón verde de fondo, refresca toda la casa y tiene una gran terraza donde desayunaban siempre. Se puede cocinar en familia porque al estar de la televisión y la cocina, sólo los divide un muro bajo.

Allí acogió con cariño a mi nonita Angela Ramírez de Vicini por muchos años. Él consentía a las señoras, a las de la Acción Católica, a doña Laura de Cuberos y a Laurita de Ochoa, a su cuñada Marinita de Corinaldi, a Leonor de Pérez o Gloria de Hoyos, muchas quienes me contaron que adoraron sus casas y apartamentos, de lo cual doy fe porque vivo feliz en uno de ellos. Construyó siempre fiel al propósito del buen arquitecto que no es otro que el de lograr cambiarle la vida para bien, a quien habita sus diseños.

Entonces, no creo equivocarme al afirmar que Velita fue más cucuteño que nadie y amó más a Cúcuta que todos nosotros juntos.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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