lunes, 16 de septiembre de 2013

442.- LA PROSTITUTA DE ARMAS TOMAR



Pablo Chacón

Hoy voy a referirme a una vieja y hermosa historia que ocurrió en Cúcuta, cuando yo apenas era un estudiante de primaria, y que ha quedado grabada para siempre en mi memoria.

La coja Delia, pequeña y pizpireta, briosa como una potranca, tenía en la calle 14 con avenida 9a, un nido de amor, por el cual pasaron tres generaciones de cucuteños. En su colchón maltrecho y aporronado de miles de horas de sudor, ensayaron sus primeras piruetas amorosas la mayoría de los muchachos del barrio.

Una noche, en la casa de Delia, que ya se había convertido en una próspera cantina lugareña, le pegaron un leñazo a un borracho, que le apretó las nalgas a una joven que se hallaba departiendo con un contrabandista.

El negro Duarte, un mulato ancho y espigado, que había sido nombrado a dedo, Juez del Permanente Central, que funcionaba en la calle 13 con avenida 8a., envió boletas de citación a todo aquel que hubiera estado en el lugar de los hechos o hubiera tenido algún conocimiento del leñicidio

Delia, que se las arreglaba para disimular el desnivel que tenía en una de sus piernas, con una peineta de las que en ese entonces denominaban arrebata maridos, incrustada en su pelo, y con las mejillas más pintorreteadas que poste en día de elecciones, se presentó a declarar con un aire de majestuosidad superior al de la princesa de Gales, quien falleció ya separada del Heredero del Trono de Inglaterra.

 El secretario, una vez notada la presencia de Delia, empezó a escribir en la máquina. Al comenzar la diligencia le preguntó por sus datos personales, incluyendo su nombre y apellidos, lo mismo que la profesión ejercida.

 El negro Duarte, temiendo que al referirse al oficio desempeñado, empleara una expresión de pronto más desagradable que pronunciar hoy la palabra “gringo”, se apresuró a ordenar escribir al secretario: “coloque ahí que Delia es una mujer de vida licenciosa”.

 Delia, que para ese momento tenía la cabeza agachada en dirección a la máquina de escribir, al instante levantó la cara y le dijo al negro: “¿licenciosa yo?. Me sorprende que usted se atreva a señalarme con palabras que yo no conozco. De pronto lo que me está es descertificando y me deja sin poder ejercer la profesión”. El negro, con aire de preocupación, le dijo al secretario: “Escriba entonces, que se trata de una mujer de prostíbulo”. Delia brincó de su silla, con la misma indignación con que protestó  el pueblo  colombiano, ante una ofensiva salida política del gobierno de Washington, “prosti qué señor Juez, a mi me aclara lo que eso significa o prefiero que me meta a la cárcel”.

 El negro empezó a sentirse impotente frente a la resuelta actitud de Delia en no dejarse colocar palabras que creía no correspondían a su ejercicio. De igual manera el secretario, debido a los nervios, empezó a sudar como un caballo: “Suspendamos la diligencia”, ordenó el Juez, mientras se encerraba solo en su Despacho, a tratar de cranear la palabra precisa.

 Pasados unos largos minutos, el negro decidió continuar con la  declaración: “Escriba ahí señor secretario, que Delia es una mujer de vida complaciente”. Delia se quedó mirando al negro y sin pensarlo dos veces, le dijo: “¿Usted lo que está diciendo es que yo ya no siento lo que hago? Eso no se lo permito a nadie, menos a usted, que antes de ser juez pasaba por la calle 14”. Frente a la irreverencia de Delia, el negro montó en santa ira. “Usted lo que es, es una vieja conspicua”, le dijo a voz en cuello. Fue entonces, cuando Delia, hizo una pequeña pausa y le soltó al negro la siguiente joya: “Usted podrá ser la primera autoridad, pero  interinamente se queda H.P., mientras averiguo que significa”-

 Consultado un diccionario por una de las pintorescas acompañantes de Delia, se estableció que la palabra significaba – sobresaliente -. Fue entonces, cuando Delia, sintiéndose otra vez en sus quince, se adelantó a responder: “No jodán más y escriban ahí que yo soy de profesión putinga, así disimuladito, para que de pronto no me descertifiquen”.

 Hoy más de cuarenta y cinco años después de aquel incidente policivo, aún recuerdo la cara del juez, cuando Delia, le increpó que no se le olvidara que él también, en sus años mozos, había pasado por la calle 14. Y no sé porqué razón, al recordarlo pienso, sin proponérmelo, en la juventud del Presidente Clinton, quien dada su tradicional manera divertina, no es para extrañarnos que, en aquel entonces, hubiera pasado por la misma calle.

 Al pensarlo quedo convencido de que los gringos como él, son unos individuos conspicuos, que al igual que Delia, se maquillan para salir al aire, y que cojean, aún mas que ella, cuando en la toma de decisiones, producidas con carácter exclusivamente político, no se detienen en asestar leñicidios, no importa que quien los reciba no sea una prostituta, sino una virgen.


Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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