Pablo Chacón
Hoy voy a referirme a una vieja y hermosa historia que
ocurrió en Cúcuta, cuando yo apenas era un estudiante de primaria, y que ha
quedado grabada para siempre en mi memoria.
La coja Delia, pequeña y pizpireta, briosa como una
potranca, tenía en la calle 14 con avenida 9a, un nido de amor, por el cual
pasaron tres generaciones de cucuteños. En su colchón maltrecho y aporronado de
miles de horas de sudor, ensayaron sus primeras piruetas amorosas la mayoría de
los muchachos del barrio.
Una noche, en la casa de Delia, que ya se había
convertido en una próspera cantina lugareña, le pegaron un leñazo a un
borracho, que le apretó las nalgas a una joven que se hallaba departiendo con
un contrabandista.
El negro Duarte, un mulato ancho y espigado, que había
sido nombrado a dedo, Juez del Permanente Central, que funcionaba en la calle
13 con avenida 8a., envió boletas de citación a todo aquel que hubiera estado
en el lugar de los hechos o hubiera tenido algún conocimiento del leñicidio
Delia, que se las arreglaba para disimular el desnivel
que tenía en una de sus piernas, con una peineta de las que en ese entonces
denominaban arrebata maridos, incrustada en su pelo, y con las mejillas más
pintorreteadas que poste en día de elecciones, se presentó a declarar con un
aire de majestuosidad superior al de la princesa de Gales, quien falleció ya
separada del Heredero del Trono de Inglaterra.
El secretario,
una vez notada la presencia de Delia, empezó a escribir en la máquina. Al
comenzar la diligencia le preguntó por sus datos personales, incluyendo su
nombre y apellidos, lo mismo que la profesión ejercida.
El negro
Duarte, temiendo que al referirse al oficio desempeñado, empleara una expresión
de pronto más desagradable que pronunciar hoy la palabra “gringo”, se apresuró
a ordenar escribir al secretario: “coloque ahí que Delia es una mujer de vida
licenciosa”.
Delia, que para
ese momento tenía la cabeza agachada en dirección a la máquina de escribir, al
instante levantó la cara y le dijo al negro: “¿licenciosa yo?. Me sorprende que
usted se atreva a señalarme con palabras que yo no conozco. De pronto lo que me
está es descertificando y me deja sin poder ejercer la profesión”. El negro,
con aire de preocupación, le dijo al secretario: “Escriba entonces, que se
trata de una mujer de prostíbulo”. Delia brincó de su silla, con la misma
indignación con que protestó el
pueblo colombiano, ante una ofensiva
salida política del gobierno de Washington, “prosti qué señor Juez, a mi me aclara
lo que eso significa o prefiero que me meta a la cárcel”.
El negro empezó
a sentirse impotente frente a la resuelta actitud de Delia en no dejarse
colocar palabras que creía no correspondían a su ejercicio. De igual manera el
secretario, debido a los nervios, empezó a sudar como un caballo: “Suspendamos
la diligencia”, ordenó el Juez, mientras se encerraba solo en su Despacho, a
tratar de cranear la palabra precisa.
Pasados unos
largos minutos, el negro decidió continuar con la declaración: “Escriba ahí señor secretario,
que Delia es una mujer de vida complaciente”. Delia se quedó mirando al negro y
sin pensarlo dos veces, le dijo: “¿Usted lo que está diciendo es que yo ya no
siento lo que hago? Eso no se lo permito a nadie, menos a usted, que antes de
ser juez pasaba por la calle 14”. Frente a la irreverencia de Delia, el negro
montó en santa ira. “Usted lo que es, es una vieja conspicua”, le dijo a voz en
cuello. Fue entonces, cuando Delia, hizo una pequeña pausa y le soltó al negro
la siguiente joya: “Usted podrá ser la primera autoridad, pero interinamente se queda H.P., mientras
averiguo que significa”-
Consultado un
diccionario por una de las pintorescas acompañantes de Delia, se estableció que
la palabra significaba – sobresaliente -. Fue entonces, cuando Delia,
sintiéndose otra vez en sus quince, se adelantó a responder: “No jodán más y
escriban ahí que yo soy de profesión putinga, así disimuladito, para que de
pronto no me descertifiquen”.
Hoy más de
cuarenta y cinco años después de aquel incidente policivo, aún recuerdo la cara
del juez, cuando Delia, le increpó que no se le olvidara que él también, en sus
años mozos, había pasado por la calle 14. Y no sé porqué razón, al recordarlo
pienso, sin proponérmelo, en la juventud del Presidente Clinton, quien dada su
tradicional manera divertina, no es para extrañarnos que, en aquel entonces,
hubiera pasado por la misma calle.
Al pensarlo
quedo convencido de que los gringos como él, son unos individuos conspicuos,
que al igual que Delia, se maquillan para salir al aire, y que cojean, aún mas
que ella, cuando en la toma de decisiones, producidas con carácter
exclusivamente político, no se detienen en asestar leñicidios, no importa que
quien los reciba no sea una prostituta, sino una virgen.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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