Donamaris Ramírez Lobo
Hablar de Cúcuta con los cucuteños y cucuteñas es un ejercicio que debemos fomentar más a diario. A unos pocos
les resulta más fácil rajar de los demás que evaluarse a sí mismos, prefieren
despotricar de todo con tal de no hacer nada y criticar la democracia mientras
se abstienen de participar en ella.
Afortunadamente la idiosincrasia, aunque define los rasgos de una
colectividad, es un valor individual que con una apropiada educación se puede
reorientar, pero únicamente trabajando en equipo, llámese organismos, núcleos
laborales, familias, colegios, universidades, gremios, ciudad y justamente es
lo que necesitamos: trabajar en equipo y dejar de ser un elemento perturbador
de la armonía social y desarrollar nuestras virtudes en conjunto. Cuando se
comparte una ciudad resulta inútil pretender ignorar al vecino o tratar de replegarnos en nuestro
entorno inmediato. La vida en comunidad es inevitablemente la suma de
individuos, la reunión de muchas rutinas particulares y hasta anónimas, que
unidas han marcado decididamente nuestras vidas y la de los centros urbanos.
Cualquier ciudad es el resultado de muchos esfuerzos, de muchos logros y
frustraciones que se mezclan en un largo proceso del cual todos formamos parte.
Muchas cosas han pasado desde el 17 de junio de 1733 cuando Juana Rangel de
Cuellar, a sus 84 años firmara la escritura de donación de 782 hectáreas de su
hacienda Guasimales, que sirvieron para que los casi 50 vecinos blancos del
resguardo indígena del cacique Cúcuta (Lo que hoy es San Luis) fundaran una
población a orillas del río Pamplonita.
Las abuelas suelen decir que todo tiempo pasado fue mejor, y en algunas
cosas la historia parece darles la razón. Los cucuteños sobrevivientes del
terremoto que en 1875 destruyó la ciudad, forjaron una pujante generación digna
de imitar. La misma que en menos de 20 años reconstruyó la ciudad,
implementaron el camino a Puerto Villamizar, el Tranvía, el Telégrafo;
instalaron una empresa de teléfonos que los comunicaba con las poblaciones
aledañas, incluidas Rubio, San Antonio y San Cristóbal; ese mismo grupo de
Cucuteños dio al servicio una de las primeras plantas hidroeléctricas y a pesar
del terremoto, no dejaron su idea de construir el tren, a finales de la década de
los ochenta se inauguró la primera fase del proyecto, 18 kilómetros que cubrían
el trayecto Puerto Villamizar- Alto Viento, y que en julio de 1926 empalmó en
Puerto Santander con el gran ferrocarril del Táchira, que permitía viajar de
Cúcuta a Encontrados (160 km) en 8 horas y de Maracaibo a Nueva York en 8 días
en barco. Fue para entonces el primer servicio férreo y en mar de dos países.
La exigencia y el reto es no perder esas ganas de hacer ciudad. No
podemos perder los ímpetus de Francisco de Paula Santander, la iniciativa de
Camilo Daza y de Mercedes Abrego! La visión de Juan Atalaya y Juana Rangel de
Cuellar! La creatividad de Jorge Gaitán Duran, Ana María Vega Rangel (Alma Luz),
Eduardo Cote Lamus! El ejemplo vivificante de Rafael García-Herreros! El
civismo de Carlos Ramírez Paris quien
conmemoramos 32 años de su asesinato. Ah! C.R.P, que falta le haces a
Cúcuta. Debemos ser visionarios y creadores como el recientemente fallecido E.
Cuadros Corredor, Ex alcalde que proyecto lo que hoy vemos… Puentes, Avenidas,
Centros Comerciales.
Hacer mucho por Cúcuta no resulta tan complicado.
Cúcuta, como la mayoría de los centros urbanos de nuestro país, no fue
concebida ni diseñada para ser lo que es. En muchos aspectos somos el resultado
de contingencias y circunstancias, de invasores y caprichos; hemos venido
creciendo porque los hechos lo demandan, sin una planificación consecuente con
las necesidades.
Cúcuta no está totalmente preparada para colmar las exigencias actuales
de sus ciudadano, ni para enfrentar apropiadamente un mundo globalizado.
Reinventar a Cúcuta es llegar a un acuerdo entre todos para
unificadamente y de manera creativa, volver a encauzar nuestros esfuerzos
individuales en busca de provecho común, en un decidido cambio de actitud que
nos permita asumir sin tapujos nuestro destino. Cúcuta es usted, Cúcuta soy yo,
Cúcuta somos todos. Cúcuta es inevitablemente el reflejo de cada uno de
nosotros, el eco de nuestros esfuerzos o indiferencia; usted yo somos causa
capaz de transformarse en actividad, somos fuerzas que al sumarse producimos
una energía social de insospechadas proporciones, ya sea para bien o para mal.
Es precisamente por eso que ¡Si quiere hacer lo que se le da la gana por favor
váyase de Cúcuta!
No podemos permitir que nuestra energía social se atomice en busca sólo
de intereses particulares y la ciudad mientras tanto desaproveche una serie de
talentos y oportunidades que por no estar debidamente dirigidos, se pierden en
la nada.
Hemos llegado al extremo doloroso en que ciertos clarividentes del
desastre claman con toda su incapacidad por un pasado que ya se fue y se niegan
a apostar un peso por el futuro de Cúcuta, renegando así de lo que usted y yo
somos capaces si nos decidimos a trabajar juntos.
Debemos borrar, eliminar de nuestra historia lo que nos estorbe y hacer
del pasado no un lastre si no una piedra angular, un borrón y cuenta nueva que
nos permita seguir construyendo nuestra ciudad. Necesitamos trazar el futuro a
la medida de las necesidades.
Por la descentralización planteada en la constitución del 91, el
municipio moderno ha dejado de ser una simple instancia del Gobierno Central
para constituirse en el escenario del Estado más próximo a la población, en la
célula básica del desarrollo regional y nacional. Es ante el municipio que la
comunidad plantea sus demandas en servicios y en donde debe encontrar
soluciones, y es el contexto local donde se inician y consolidan los procesos
de producción, asentamiento y desarrollo social. Aunque debemos continuar buscando que el
estado salve la enorme deuda social que tiene con los cucuteños, adquirida en
gran parte por nuestra condición fronteriza (desplazados, deportados,
migraciones, invasiones, etc.) no podemos esperar que desde Bogotá nos definan
el futuro. Vamos a trabajar y exigir.
La construcción de Cúcuta es tarea de cada uno de nosotros; debemos
trabajar hasta lograr redefinirla como una unidad capaz de asimilar al máximo
nuestras energías y responder a nuestras necesidades, como una organización que
retome elementos de identidad y pertenencia. Está bien que en lo individual
cada quien tenga su interpretación, su lectura particular de las cosas, pero
cuando se trata de la ciudad se hace indispensable un consenso que nos permita
aunar esfuerzos, por eso somos comunidad.
Durante los últimos 20 años me he referido a la construcción de ciudad,
que es lo tangible, las obras de ladrillo y cemento, necesarias si están
enfocadas a mejorar el nivel de vida de la comunidad; y a construir ciudadanos,
a través de un aprendizaje adecuado que, aunque intangible, es factor decisivo
si se pretende mejorar la calidad de vida del individuo y asegurar el
desarrollo de todos. Y no me cansaré de abogar por esto.
Se trata más bien de priorizar las obras con base en las necesidades
reales de los cucuteños, no las necesidades sentidas, si no las reales.
Esta concepción de la ciudad como organización eficiente requiere una
reconceptualización de las ideas tradicionales, cuya esencia es la búsqueda de
un cambio de mentalidad o de modo de pensar y de ver, de relacionarse con la
realidad, con la nueva realidad de Cúcuta que vamos a construir.
Es por eso debemos aprender que Cúcuta somos todos. ¿Y cómo lograrlo?...
aceptando que Cúcuta es nuestro compromiso.
Compromiso: es la obligación contraída, la palabra dada, la fe empeñada.
Etimológicamente, compromiso es una promesa compartida, un acuerdo entre las
partes de sacar adelante una tarea de beneficio común, y para eso necesitamos
ser buenos ciudadanos.
¿Qué es ser un buen ciudadano? El que construye no el que destruye.
¿Cuál sería entonces la manera más honesta de medir si somos o no buenos
ciudadanos?
Considero que a los ciudadanos se les debe medir analizando la ciudad de
la cual forman parte. Al fin y al cabo la ciudad no es otra cosa que la suma de
los esfuerzos individuales de quienes la conforman. Cúcuta es lo que entre
todos hemos hecho de ella.
Mirando la realidad de Cúcuta, ¿Somos usted y yo buenos ciudadanos?
Uno podría sacar disculpas, como cuando los jugadores de fútbol le echan
la culpa al técnico, al árbitro, a sus compañeros de equipo, o cuando se
defienden diciendo que ellos hicieron lo que pudieron. Al final lo que cuenta
es el resultado que logramos, unido a que el esfuerzo se haga apegado a caminos
de rectitud y justicia. Lo que necesitamos es a todos los cucuteños y cucuteñas
(de nacimiento o corazón) dispuestos a asumir responsabilidades a sudar la
camiseta. Ciudadanos integrales capaces de sumar valores y esfuerzos para
conseguir la Cúcuta que queremos!
¡Cúcuta es lo que es, debido a sus ciudadanos!
Una ciudad que no elija honestamente a sus dirigentes y trabaje codo a
codo con ellos está condenada al fracaso. Por eso, hay que votar
conscientemente.
La realidad de Cúcuta exige ir más allá, lo que necesitamos es ciudadanos
dispuestos a sudar la camiseta roja y negra, mujeres, hombres, jóvenes, niños
que quieran sacar adelante una ciudad que ya ha soportado suficiente
indiferencia y maltrato de algunos de los que la habitan.
¿A qué ciudad tienen derecho nuestros hijos?
El futuro de Cúcuta es tarea de todos, es nuestro compromiso, porque
Cúcuta es usted, Cúcuta soy yo, Cúcuta somos todos. Lo que necesitamos con
urgencia es un cambio de actitud hacia lo nuestro.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.