Orlando Clavijo
Torrado
La bella ecsora,
embellecía las tardes cucuteñas
Sin duda que la costumbre a la que me voy a referir
no se practicaba en tierra fría. ¡No! ¿Quién se iba a someter al viento helado,
al frío engarrotador, si apenas se podía balbucir una palabra?
De hecho, en los lugares gélidos que conozco –
Bogotá, Tunja, Pamplona, por ejemplo – jamás vi a la gente envuelta en su
abrigo o en su ruana sentada fuera de su casa platicando después de la última
comida del día, ya entrada la noche.
¡Cómo perdimos ese hábito delicioso propio de
tierra caliente o del clima medio, llamado comúnmente “tomar el fresco”! En
nuestro departamento, en las provincias de Cúcuta y Ocaña era un deber
inviolable.
Promediando las siete de la noche se cumplía la
cita a la que ninguno de los vecinos o parientes amantes del cotorreo faltaba.
Se establecía una relación de familiaridad, de afecto y respeto muy linda. Y al
calor de esa comunión, de tan agradable camaradería, se comentaban los sucesos
cotidianos, se analizaban las actuaciones y declaraciones de los políticos, se
conjeturaban hechos que sobrevendrían, se revelaban, poniendo las manos a
manera de bocina y en tono bajo, los secretos de ciertas personas, esto es, el
propio chisme, con la advertencia de la fórmula sagrada “aquí entre nos, que no
salga de aquí lo que les voy a contar”.
La tertulia transcurría en el andén frente a cada
casa. Los “invitados” sacaban de la sala una silla, o en los pueblos un
taburete de cuero, y se acomodaban como mejor les placía; los que preferían
voltear el asiento, se acaballaban apoyando los brazos en el respaldo.
No se servía ninguna bebida. Algunos fumaban. De
pronto un viejo se quedaba dormido, hasta roncaba, y de cuando en vez se
sobresaltaba, se despertaba y cerraba la boca de donde se le había escurrido
una baba.
Cuando el chistoso asistía, acaparaba la reunión, y
no se garlaba sino se reía sin parar. Los temas eran ilimitados, se hablaba de
lo habido y lo por haber.
A la hora convenida, como en un acuerdo tácito,
para ir a los brazos de Morfeo, no más allá de las diez, espontáneamente cada
uno se iba levantando, alzaba su silla, la regresaba a su lugar y se despedía
efusivamente con la promesa de verse en la noche siguiente.
¡Qué veladas tan inolvidables aquéllas! ¡Qué
momentos tan placenteros, tanto que querían repetirse y en efecto se repetían
noche tras noche!
Lo que hoy, usando un eufemismo se llama la
inseguridad y antes se nombraba la delincuencia, hizo desaparecer la costumbre.
Ahora sentarse en el porche o antejardín de la casa en la noche, es un
atentado. Se peligra ya que cualquier desadaptado social puede pasar con una
metralleta rociando plomo.
Ni asomarse al balcón rutinariamente es aconsejable
porque lo advierten los malandros y se les da pie para que planeen una
fechoría.
En Cúcuta, al director del periódico La Opinión,
Eustorgio Colmenares Baptista, un comando de la guerrilla del ELN intentó
secuestrarlo en la noche del 12 de marzo de 1993 cuando acababa de sentarse en
el pórtico de su casa, y por ofrecer resistencia lo asesinaron allí mismo.
Lo bueno se va acabando. El maestro Darío Echandía
hace muchos años suspiraba por volver a pescar de noche.
¿Cuándo podremos volver a salir a tomar el fresco nocturno
frente a nuestra casa, como antes, tranquilos, alegres y confiados? Será nunca
porque el bandidaje crece cada día.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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