Juan Pabón
Hernández
En esta época de medios electrónicos, encontré algunas
cartas viejas; por supuesto, vinieron a mi mente los emocionantes momentos de
las comunicaciones de antes: por ejemplo, en nuestra residencia de estudiantes
en el barrio Teusaquillo, en Bogotá, cuando sonaba el pito del cartero
bajábamos en tropel, esperanzados, a recibir la correspondencia de la familia
y, en especial, de las amigas y las niñas amadas, quienes aromaban con perfume
las cartas y les dibujaban lindos y tiernos motivos, como palomitas, o nubes, o
cualquier detalle que pudiera expresar un sentimiento enviado con amor desde
Cúcuta.
Entonces, cada uno tomaba lo suyo y se iba a su
habitación a añorar; en cada palabra que leía, estaba la fuerza para continuar
la brega de estudiar, lejos, a 16 o 18 horas en Copetrán, o Berlinas, y que, en
algún festivo, o fin de semana, no importaba la jornada de viaje, podría
retomar en sus manos un bucle suelto de cabello, con color de sol del atardecer,
y acariciar una sonrisa de hoyuelos, o suplicar el amor.
A las niñas de antes les gustaban las cosas que en la
actualidad son cursis, las flores, las serenatas, las cartas, los poemas y
todos los actos con que los jóvenes demostrábamos nuestra devoción. (Los
tímidos pasábamos penurias y admirábamos a los compañeros de conquista que
tenían el don de la palabra y sabían cómo encantarlas).
Pero, en fin, la forma de la comunicación tenía
sentimiento, y uno podía decir o hacer lo que fuera necesario, desde la
ternura, con hechos tan bobos como rondar en bicicleta las casas que guardaban
nuestro tesoro, o escribir, también bobadas, que hicieran despertar el amor en
ellas.
Era delicioso, antes, armarse de valor para intentar
la heroicidad de robar una mirada con sonrisa incluida, en combo maravilloso.
Pero bueno, todo fue pasando y otros son los tiempos;
sin embargo, los tímidos seguimos igual, y nos aferramos al romanticismo para
soñar en que el pasado fue mejor; mientras tanto, los jóvenes de hoy sólo piensan
en hacer dinero, fácil y temprano, y a las niñas no les gustan las flores, ni
los boleros.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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