Gerardo
Raynaud
Teatro
Santander, calle 11 entre avenidas 3ª y 4ª
A mediados del siglo pasado, uno de los
acontecimientos más desafortunados que sucedía recurrentemente eran los
incendios; de hecho, varias de mis crónicas hacen referencia a unos cuantos de
ellos, por la importancia manifiesta que produjeron entre la población y sus
habitantes, muchos de ellos víctimas inocentes, recordemos el incendio de la
plaza de mercado, cuando éste quedaba donde posteriormente se construyó el
edificio San José o la conflagración del edificio de La Estrella, solamente
media cuadra arriba del mismo lugar o muchos más que dejaron de brazos cruzados
a varios comerciantes, claro, cuando éstos no eran intencionales, como en
algunos casos se logró comprobar. Durante mucho tiempo la ciudad no tuvo un
cuerpo de bomberos organizado, ni mucho menos oficial y por esa razón, se
conformaron los ‘bomberos voluntarios’ que durante mucho tiempo lograron, a
base de tesón, constancia y una que otra colaboración ‘voluntaria’ controlar
los eventos de fuego que se presentaban esporádicamente en la ciudad.
Pero esta
crónica se desarrolla en una época en que los incendios eran controlados por
los bomberos asignados a la policía municipal y su cuartel quedaba en la calle
séptima entre quinta y sexta, lugar donde en un principio quedaba la estación
de policía local. La verdad era que, entonces, no había conciencia de la
profesión y mucho menos, recursos que permitieran el ejercicio eficiente de sus
labores. La prensa, que en esos días era especialmente sarcástica en sus
comentarios, no escatimaba en burlarse de las situaciones grotescas que se
sucedían cada vez que los ‘pobres’ bomberos debían acudir a sofocar cualquier
chamuscada que se producía en las pocas edificaciones que tenía la ciudad,
particularmente en su zona céntrica. De ahí el título de esta crónica, que
recordaba el espectáculo burlesco de una compañía de comedias itinerante que se
paseaba por las ciudades de toda la América hispana, presentando funciones en
las plazas de toros, ridiculizando o más bien, imitando de manera extravagante
situaciones en las que debía acudirse a los bomberos para solventar los
problemas. Los actores de estas compañías eran los llamados ‘bufones’, quienes
se burlaban de cuanta circunstancia lo permitiera, divirtiendo al público con
escenas sacadas de la vida real, pero magnificadas para hacerlas risibles,
divertidas y jocosas.
Pues bien, a
raíz de un incendio que se produjo en el local comercial que acabó con el
almacén Portales, de propiedad de don Luis E, Vera, a mediados de los años
cuarenta y que estaba ubicado donde hoy se erige el magnífico Teatro Zulima, en
la avenida quinta entre novena y décima, los bomberos tuvieron uno de esos días
negros de los que uno no quisiera recordar.
No fue difícil
llegar al sitio de los acontecimientos, toda vez que el cuartel bomberil
quedaba a escasas dos cuadras del lugar de los hechos, pero lo sucedido dio pie
a la prensa para ironizar los incidentes, debido a que buena parte de lo acaecido
tenía tal parecido con las presentaciones de los ‘bombeiros toreiros’ que se
habían presentado recientemente, que la noticia fue titulada con ese mismo
nombre.
Decían las
noticias que el incendio fue obra de un momento, según la información
telefónica suministrada por la policía municipal, pues la casa estaba recién
‘dedetizada’. Este era el término que se usaba en aquel tiempo para indicar que
habían fumigado con dicloro difenil tricloroetano (D.D.T) que era el químico
que se usaba para aniquilar todas las plagas y que posteriormente se retiró del
mercado, pues también afectaba la salud humana. Los incendios de entonces, no
sólo requerían de la presencia de los bomberos sino que se necesitaba la
presencia de la fuerza pública para contener a los curiosos y a los
oportunistas, por esa razón, el ejército colaboraba estrechamente, pues la
policía era insuficiente cuando estos eventos ocurrían. En el caso del incendio
que nos ocupa, todos llegaron cuando ya estaba todo consumado o mas bien,
consumido, pues cuando los bomberos fueron a encender el vehículo que era un
carro-tanque pequeño que debía prenderse por el sistema de ‘tres patadas’, éste
no funcionó y a duras penas salieron a la calle a empujones ya que el incendio
estaba allí a escasas dos cuadras. Cuando por fin llegaron a la esquina, al
tratar de poner a funcionar los hidrantes, ¡mamola! no había agua. Mientras
esto sucedía, el humo y la acumulación de gases que venía acumulándose dentro
del almacén produjo una tremenda explosión que hizo volar la puerta del local
con tan mala fortuna que fue estrellarse contra el carro de los bomberos,
afortunadamente sin consecuencias graves.
Al día
siguiente y a eso de las nueve de la mañana, comenzó a sonar la sirena del
carro de bomberos que finalmente habían logrado arreglar, así como las campanas
de la iglesia de San José, lo cual inquietó a las personas que estaban en el
centro, esta vez se veía a la gente correr por la calle once en dirección al
oriente y al averiguar las causas de tan inusitado movimiento, se dijo que era
un incendio que se había presentado en el teatro Santander. Se había desatado
el fuego en el segundo piso, en la sala donde estaban las máquinas proyectoras,
donde estaban reparando una de las que funcionan en los pueblos y por un descuido
sobrevino un incendio debido a un corto circuito que originó además, la pérdida
de dos películas que se estaban probando en ese momento. Como siempre, la gente
se agolpó para ‘chismosear’ pero lo mejor del caso, fue el alboroto que se
armó, cuando los curiosos comenzaron a gritar que dejaran que se quemara el
teatro y que gracias, esta vez sí, a la oportuna acción de los bomberos, se
logró controlar eficazmente el fuego. Después se supo que el incidente había
dado pie para que la mala voluntad del pueblo se expresara en contra de Cine
Colombia, por los altos precios de los boletos de entrada a los espectáculos y
la mala calidad que ofrecían sus productos, además de la indiferencia que la
misma empresa había demostrado al negarse a la construcción de un nuevo teatro
más moderno y confortable, cuando sí lo habían hecho en otras ciudades de menor
categoría. Dicen las noticias que, tal fue el repudio de las gentes, que
ninguna persona ni institución se acercó a la empresa a expresarle sus
condolencias por tan lamentable suceso.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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