lunes, 2 de diciembre de 2013

487.- LOS BOMBEIROS TOREIROS



Gerardo Raynaud


Teatro Santander, calle 11 entre avenidas 3ª y 4ª

A mediados del siglo pasado, uno de los acontecimientos más desafortunados que sucedía recurrentemente eran los incendios; de hecho, varias de mis crónicas hacen referencia a unos cuantos de ellos, por la importancia manifiesta que produjeron entre la población y sus habitantes, muchos de ellos víctimas inocentes, recordemos el incendio de la plaza de mercado, cuando éste quedaba donde posteriormente se construyó el edificio San José o la conflagración del edificio de La Estrella, solamente media cuadra arriba del mismo lugar o muchos más que dejaron de brazos cruzados a varios comerciantes, claro, cuando éstos no eran intencionales, como en algunos casos se logró comprobar. Durante mucho tiempo la ciudad no tuvo un cuerpo de bomberos organizado, ni mucho menos oficial y por esa razón, se conformaron los ‘bomberos voluntarios’ que durante mucho tiempo lograron, a base de tesón, constancia y una que otra colaboración ‘voluntaria’ controlar los eventos de fuego que se presentaban esporádicamente en la ciudad.

 Pero esta crónica se desarrolla en una época en que los incendios eran controlados por los bomberos asignados a la policía municipal y su cuartel quedaba en la calle séptima entre quinta y sexta, lugar donde en un principio quedaba la estación de policía local. La verdad era que, entonces, no había conciencia de la profesión y mucho menos, recursos que permitieran el ejercicio eficiente de sus labores. La prensa, que en esos días era especialmente sarcástica en sus comentarios, no escatimaba en burlarse de las situaciones grotescas que se sucedían cada vez que los ‘pobres’ bomberos debían acudir a sofocar cualquier chamuscada que se producía en las pocas edificaciones que tenía la ciudad, particularmente en su zona céntrica. De ahí el título de esta crónica, que recordaba el espectáculo burlesco de una compañía de comedias itinerante que se paseaba por las ciudades de toda la América hispana, presentando funciones en las plazas de toros, ridiculizando o más bien, imitando de manera extravagante situaciones en las que debía acudirse a los bomberos para solventar los problemas. Los actores de estas compañías eran los llamados ‘bufones’, quienes se burlaban de cuanta circunstancia lo permitiera, divirtiendo al público con escenas sacadas de la vida real, pero magnificadas para hacerlas risibles, divertidas y jocosas.

 Pues bien, a raíz de un incendio que se produjo en el local comercial que acabó con el almacén Portales, de propiedad de don Luis E, Vera, a mediados de los años cuarenta y que estaba ubicado donde hoy se erige el magnífico Teatro Zulima, en la avenida quinta entre novena y décima, los bomberos tuvieron uno de esos días negros de los que uno no quisiera recordar.

 No fue difícil llegar al sitio de los acontecimientos, toda vez que el cuartel bomberil quedaba a escasas dos cuadras del lugar de los hechos, pero lo sucedido dio pie a la prensa para ironizar los incidentes, debido a que buena parte de lo acaecido tenía tal parecido con las presentaciones de los ‘bombeiros toreiros’ que se habían presentado recientemente, que la noticia fue titulada con ese mismo nombre.

 Decían las noticias que el incendio fue obra de un momento, según la información telefónica suministrada por la policía municipal, pues la casa estaba recién ‘dedetizada’. Este era el término que se usaba en aquel tiempo para indicar que habían fumigado con dicloro difenil tricloroetano (D.D.T) que era el químico que se usaba para aniquilar todas las plagas y que posteriormente se retiró del mercado, pues también afectaba la salud humana. Los incendios de entonces, no sólo requerían de la presencia de los bomberos sino que se necesitaba la presencia de la fuerza pública para contener a los curiosos y a los oportunistas, por esa razón, el ejército colaboraba estrechamente, pues la policía era insuficiente cuando estos eventos ocurrían. En el caso del incendio que nos ocupa, todos llegaron cuando ya estaba todo consumado o mas bien, consumido, pues cuando los bomberos fueron a encender el vehículo que era un carro-tanque pequeño que debía prenderse por el sistema de ‘tres patadas’, éste no funcionó y a duras penas salieron a la calle a empujones ya que el incendio estaba allí a escasas dos cuadras. Cuando por fin llegaron a la esquina, al tratar de poner a funcionar los hidrantes, ¡mamola! no había agua. Mientras esto sucedía, el humo y la acumulación de gases que venía acumulándose dentro del almacén produjo una tremenda explosión que hizo volar la puerta del local con tan mala fortuna que fue estrellarse contra el carro de los bomberos, afortunadamente sin consecuencias graves.

 Al día siguiente y a eso de las nueve de la mañana, comenzó a sonar la sirena del carro de bomberos que finalmente habían logrado arreglar, así como las campanas de la iglesia de San José, lo cual inquietó a las personas que estaban en el centro, esta vez se veía a la gente correr por la calle once en dirección al oriente y al averiguar las causas de tan inusitado movimiento, se dijo que era un incendio que se había presentado en el teatro Santander. Se había desatado el fuego en el segundo piso, en la sala donde estaban las máquinas proyectoras, donde estaban reparando una de las que funcionan en los pueblos y por un descuido sobrevino un incendio debido a un corto circuito que originó además, la pérdida de dos películas que se estaban probando en ese momento. Como siempre, la gente se agolpó para ‘chismosear’ pero lo mejor del caso, fue el alboroto que se armó, cuando los curiosos comenzaron a gritar que dejaran que se quemara el teatro y que gracias, esta vez sí, a la oportuna acción de los bomberos, se logró controlar eficazmente el fuego. Después se supo que el incidente había dado pie para que la mala voluntad del pueblo se expresara en contra de Cine Colombia, por los altos precios de los boletos de entrada a los espectáculos y la mala calidad que ofrecían sus productos, además de la indiferencia que la misma empresa había demostrado al negarse a la construcción de un nuevo teatro más moderno y confortable, cuando sí lo habían hecho en otras ciudades de menor categoría. Dicen las noticias que, tal fue el repudio de las gentes, que ninguna persona ni institución se acercó a la empresa a expresarle sus condolencias por tan lamentable suceso.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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