Gerado
Raynaud
Para empezar una crónica económica de la ciudad es
característica ineludible preguntarse a cómo amanecería la cotización del
bolívar. Recuerdo que durante la primera visita del presidente Ernesto Samper
por estas tierras, decía que lo primero que hacía un cucuteño al levantarse no
era bañarse o desayunar sino preguntar a cómo había amanecido el bolívar; pues
bien, durante el año 51, el bolívar mantuvo una cotización más o menos estable,
alrededor de los $4.00, con un observación que parecería premonitoria, ya se
hablaba que la moneda era una moneda ‘fuerte’ y no era propiamente, por
mencionar a la moneda aquella que recordamos de los 5 Bs. Sino que en realidad
era una divisa que mantenía un buen respaldo económico, con reservas probadas
más que suficientes para ejecutar todas las obras necesarias para mantener un
nivel de bienestar superior, situación que se mantuvo inalterable hasta el año
83 cuando se produjo la debacle desencadenada por la devaluación que nos tomó a
muchos de sorpresa y que trastornó por completo la economía regional durante un
tiempo, afortunadamente corto pero que nos aleccionó para el futuro, razón por
la cual, ahora las decisiones de ese tenor no nos producen el más mínimo escozor.
Pero sigamos con los sucesos de entonces. Mientras que
el alcalde Manuel Jordán se reunía con los vecinos de la calle once por los
lados del barrio el Llano para discutir la pavimentación de esa vía, los
principales exponentes de esa zona de la ciudad, Olimpo Berrío quien era el
propietario de la tienda Puerto Berrío, Trino Labrador propietario, algunos
metros arriba, del molino de granos y de café del mismo nombre, Polo Sosa,
Francisco Barrios Bosch y algunas de las matronas más representativas del sector
como doña Josefa viuda de Suárez, María Susana de Mieles, Pastora Flórez y
Concepción Bastidas entre otras, acordaban, de buena voluntad, colaborar en lo
que estuviera a su alcance para que la obra se realizara en los mejores
términos.
Todo pareciera que la ciudad se desenvolvía sin
mayores problemas a pesar de las quejas que contra el mal servicio de las
‘droguerías de turno’ manifestaba la ciudadanía al director del Permanente
Central, don Luis Felipe Dávila. Recordemos que en esa época, las Direcciones
Municipales de Higiene reglamentaban el funcionamiento de las farmacias y
droguerías obligándolas a mantener el servicio nocturno durante algunos días de
la semana so pena de sanción con cierre definitivo.
Entonces no había muchos negocios dedicados a la
actividad y las farmacias no se ‘peleaban’ la clientela como se hace hoy en
día, sino todo lo contrario. En este sentido, evoco una anécdota de un
farmaceuta de la época, don Rafael Peñaranda, quien abrió una botica en su casa
de la avenida cuarta entre calles once y doce; no eran muchos ni tan exigentes
los requisitos para hacerlo, menos si se ostentaba el título profesional
respectivo, así que estuvo ofreciendo sus servicios hasta que le exigieron que
debía realizar el turno correspondiente al servicio nocturno a lo cual se negó
rotundamente y prefirió cerrar el negocio que someterse a tan ignominiosa
pretensión.
Pero sigamos, el problema surgió porque las droguerías
podían ‘ceder’ sus turnos a otras de común acuerdo y eso estaba permitido,
siempre y cuando el servicio se prestara dentro de los cánones establecidos,
pues bien, las droguerías Eslava y Española habían acordado con la nueva
droguería Unión la prestación de este servicio, pero ésta no contaba con todos
los productos y servicios que se prestaban en las droguerías mencionadas así
que el Inspector decidió remitir la queja a la Dirección de Higiene para que
tomaran cartas en el asunto.
Para las grandes textileras nacionales, la contienda
se desarrollaba en torno a los driles; efectivamente, Coltejer promocionaba su
dril Armada, el que aguantaba más lavadas y además era ‘sanforizado’, -vaya uno
a saber qué era eso-; mientras que Fabricato, su competencia, ofrecía el dril
Naval, que además de ‘sanforizado’ era ‘mercerizado’, tenía los hilos retorcidos
y el tejido concentrado, resistía el uso y aguantaba el abuso.
Esta competencia se trasladaba a Cúcuta, pues los
distribuidores tenían la obligación no solo de promocionar sus productos,
especialmente entre los compradores venezolanos sino de vender las mayores
cantidades. Las agencias distribuidoras locales eran las de mayores ventas en
el territorio nacional, todo debido a la magnífica calidad de sus telas, que
buena parte era comprada por los venezolanos que venían a la ciudad. Los
grandes comerciantes de entonces eran los distribuidores de estas dos compañías
antioqueñas.
Los empresarios locales, ofrecían algunos de sus
productos, tímidamente mediante avisos en los periódicos y emisoras de la
región, como el caso de Carlos Colmenares quien anunciaba la introducción de la
cola La Imperial en su nuevo envase y los pedidos había que hacerlos a la línea
telefónica número 47 -bastante fácil de recordar-.
Don Manuel Herrera y su fábrica de Muebles del mismo
nombre, posteriormente se transformaría en Universal del Mueble, tenía su
establecimiento en la avenida 8 No. 3-57 y la oficina en la calle 9 No. 6-93,
ofrecía, por el sistema de clubes toda la línea de muebles para el hogar, con
el eslogan ‘de la fábrica al cliente’; semanalmente su clientela tenía la
oportunidad de redimir su compra por medio de los sorteos de la Lotería de
Cúcuta, con dos cifras únicamente.
Y para terminar esta crónica, el sector inmobiliario
estaba en pleno auge, en especial por la oferta que se estaba haciendo de la
urbanización La Merced. Angel María Corzo Y. que era el promotor, anunciaba la
venta de lotes que no tenían problemas de agua, luz y alcantarillado; para
mayores informes, los interesados se debían dirigir a la avenida 5 No.7-47 o
llamar a los teléfonos 710 o al 26-92. Nótese que los teléfonos de ese año
tenían variadas notaciones, pues había líneas de 2, de 3 y las últimas
adquisiciones de la más reciente central tenían 4 dígitos.
Finalmente y para divertirse, de manera especial los
fines de semana, el Club Campestre situado entre El Cerrito y La Ínsula,
ofrecía un sitio de recreo para las familias, con moderna pista de baile y
amplios comedores y bodega pródigamente provista de los más exquisitos licores;
lo que me inquieta, es no saber si en ese momento, el lugar ya se había
transformado en el lupanar que se conoció unos años más tarde.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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