Gerardo Raynaud D.
Antaño era usual y frecuente las secciones
de preguntas y respuestas en la prensa escrita. Esa costumbre ha venido
desapareciendo desde hace unos años por razones que desconozco pero que
presumo, debe ser por el avance de las comunicaciones y por el poco interés que
tienen hoy en día las personas en temas que perfectamente pueden encontrarse en
la Internet o en otros medios de más fácil acceso, toda vez que los periódicos,
en sus ediciones físicas, son cada vez menos leídos, desplazados por las versiones digitales o electrónicas.
Pero más que preguntas, durante algún
tiempo se popularizaron las secciones románticas o del corazón, como se dice en
el argot popular, al estilo de la Doctora Corazón o de Inés de Montaña, la
popularísima consejera de la sección IM contesta, de la prensa capitalina de
mitad de siglo. Así pues, durante esa época, las cartas, los mensajes y los
consejos de las personas, especialmente las féminas, solicitando respuestas a
sus inquietudes sentimentales eran bastante habituales y por esa razón, muchos
de los medios escritos y aún los hablados, se dieron a la tarea de brindarles a
sus clientes la oportunidad de plantear sus expectativas para que estas fueran
estudiadas y resueltas por sus profesionales, expertos en materia artes
amatorias y sentimentales.
Pues bien, he traído para deleite de mis
lectores una de esas deliciosas secciones que se publicaban comenzando la
segunda mitad del siglo 20 en uno de los periódicos de esta ciudad y que desde
un comienzo generaron polémicas, pues como es costumbre en estos casos, la
identidad de la colaboradora, aún hoy es materia de anonimato y de secreto bien
guardado, tal vez para proteger a la persona de las indiscreciones comunes y permanentes que deben ser
abundantes y reiteradas. Como pueden ver en la gráfica que acompaña esta
crónica, la sección en referencia se llamaba ‘Consultorio Sentimental’ y como
tal, escribía, dirigía y redactaba la Señorita Pararrayo. El título tuvo un
éxito inusitado entre la población femenina que era el objetivo principal de la
columna, a pesar que hubiera uno que otro galán desorientado que hiciera alguna
consulta que, igualmente, era respondida con toda la cortesía y el mismo
interés.
Así pues, que aprovechando la conmemoración
del día de San Antonio, el párroco de la misma, que por aquellos tiempos apenas
comenzaba a erigir el magnífico templo que se alza hoy frente al parque
Mercedes Ábrego, por la calle novena, pidió la colaboración de la prensa local
pero en especial del periódico El Trabajo, que era quizás el más representativo
del momento o por lo menos, el medio que ejercía mayor influencia sobre la
opinión pública, para contribuir a reunir fondos en un bazar a realizarse,
precisamente en el parque frente a la iglesia.
El periódico dispuso entonces, que la
estrella que lo representaría fuese la bella señorita Pararrayitos, como
empezaron a llamarla, quien asistiría en compañía de un ramillete de hermosas
muchachitas que ofrecerían sus encantos, en los quioscos instalados para
sonsacar algunos pesitos a los caballeros que concurrieran al magno evento. El
grupo estuvo integrado por las siguientes personitas a las que se les describía
con exquisito detalle; Eumelia Solano, ‘su sonrisa de nácar y su porte gentil,
levanta el espíritu de los seres vencidos por la amargura’; Emilia Barrientos,
‘..en sus ojos brilla la dulzura’; Carmen Cuéllar, ‘frente a ella se acaba la
monotonía de las almas dormidas´; Ligia Solano, ‘..su belleza necesitó las
tempestades líricas de Darío’; así sucesivamente, se fueron escribiendo bellas
poemas en honor de Olga Villamizar, Amelia Gamboa, Celina Patiño, Josefa y Rosa
Cuéllar, Graciela Solano y Estela Villamizar.
Para crear interés y generar un ambiente
propicio que invitara a la población a participar del ‘bendito bazar’ se
desarrolló una campaña de expectación en torno a la identidad de la ‘Señorita
Pararrayo’, que era toda una incógnita al punto que había quienes decían que
quien escribía las respuestas ‘con tal donosura’ debía ser algún intelectual al
estilo del doctor Enrique Flórez Faillace o don Ramón Bautista e incluso
algunos decían que era la pluma de Montegranario (no necesita apellido). Pero
no, definitivamente en primera página y en grandes titulares se informó que la
Señorita Pararrayo descubrirá su identidad, como efectivamente lo hizo, pero
tras un elegante antifaz, pues se le quería proteger y sólo demostrar que se
trataba de una linda representante del bello género y así, solventar las dudas
que se habían generado voluntariamente.
Ese domingo 14 de junio de 1953, se
constituyó en un día memorable por el derroche de entusiasmo que se presentó en
todos y cada uno de los puestos que por cierto llevaban los nombres de los
departamentos y regiones que más apoyaron la causa, Antioquia, Boyacá,
Santanderes y Venezuela; ricas viandas, finos licores y bebidas heladas eran
ofrecidas por las damas ataviadas en sus pintorescos atuendos, incluso juegos
permitidos y diversas atracciones y sorpresas, así como murgas locales y
venezolanas amenizaron el festival que se prolongó durante todo el día. Aunque
la Señorita Pararrayo asistió, como se dijo, con la ayuda de una máscara, sus
cientos de admiradores no dejaron de asediarla y tuvo que retirarse antes de lo
previsto, pues sus compromisos con el periódico demandaban su presencia a
tempranas horas de la noche.
Pero cómo eran las notas de la Señorita
Pararrayo, se preguntarán; pues para saciar su curiosidad me permitiré
transcribir algunos de los apartes más interesantes, tanto de las preguntas
como de las respectivas respuestas que les daba a sus inquietos corresponsales.
Voy a iniciar con una consulta hecha recién
terminado el bazar: le escribe Sonia, “aunque le parezca raro, el bazar me
tiene trastornada. Pero le voy a explicar porqué. Mi novio, que en apariencia
es un santo, no es más que un grandísimo vividor y ojalá él supiera lo que yo
digo. En compañía del ya mencionado chango(sic), me dirigía a una de las
cantinas, en el preciso momento en que una gordinflona, igual a mí, se llevaba
a la boca un clavel y sabe lo que hizo este descarado? Le ofreció $20 por el
clavel y mientras yo miraba el auto de don Numa (el alcalde) en que llegaba
usted, él saboreaba también el clavel. No opina usted que esto es un insulto y
que debo darle jarabe de calabazas?”
La Señorita Pararrayo le responde a Sonia:
“Que le hubiera dado $20 por el clavel es razonable y aceptable también, puesto
que se trataba de un Bazar para una obra de ornato de la Ciudad del Señor’´. Lo
malo es que él hubiera aprovechado el momento en que la vendedora del clavel lo
tenía en la boca para comprarlo pues con esto dio a entender que no compraba el
clavel sino la ‘dulzura del tallo’ extraído de los labios de la ‘gordinflona’
de su cuento. La segunda parte, o sea, si le da ‘jarabe de calabazas’, le diré,
el caso es sobremanera desagradable para una mujer y merece castigo, pero todos
los hombres son así, cualquier ocasión
aprovechan para saborear otros claveles que no son los nuestros. Y si todos son
así, y si por ser así los ‘calabaceamos’ qué podremos hacer en la vida? Nada
más que calabacear?”
Y se despedía siempre de manera muy
afectuosa con un ‘afectísima’ o un ‘servidora’. Y aunque no faltaban los
regaños también recibía halagos tal vez con más frecuencia estos últimos.
Muchas de sus consultas buscaban, el nombre o la dirección de tal o cual
personaje masculino al que sólo identificaban como “moreno él” o “gordito de
bigote” o cosas por el estilo, a lo cual respondía, no con evasivas pero sí con
indicaciones que pudieran orientar a la desubicada consultante en lograr la
ubicación de su furtivo personaje.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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