lunes, 12 de mayo de 2014

567.- SUCEDIO EN EL VIEJO TANGO


Gerardo Raynaud D.

Las historias que podrían contarse en torno a las aventuras sucedidas en la zona de tolerancia más famosa de Colombia, aunque diría yo del mundo, a finales de los años cincuenta del siglo 20 son interminables.

No puedo concretar la fecha exacta de la creación de dicho sector o mejor, de cuándo apareció La Ínsula como ese remedo de lo que hoy son Las Vegas en los E.U. pero con actividades dedicadas al negocio del sexo, pues a comienzos del decenio de los cincuenta por esos lados no se vislumbraba aún el esplendor que se produciría unos pocos años más tarde. Claro que así como fueron apareciendo esos esplendorosos y deslumbrantes negocios, de igual manera comenzaron a desaparecer cuando, en razón de los desequilibrios económicos que se fueron alentando en el vecino país, dejaron de ser una opción de lúdica y divertimento para quienes, en su momento, tuvieron todas las oportunidades, especialmente financieras para gastarlas a su antojo en prontitudes poco rentables pero de grandes satisfacciones para sus egos.

También quiero referirme que a raíz de esa bonanza surgida en la mitad de los últimos cincuenta años del siglo pasado, las zonas de tolerancia se multiplicaron más allá de las expectativas de las autoridades locales y podríamos decir que éstas estaban ‘estratificadas’ pues las había para todos los gustos y por supuesto para todos los bolsillos. Si bien es cierto que los vecinos venían ‘desaforados’ a tres cosas, entre finales de los cincuenta y principios de los ochenta; a comprar ropa o más bien vestuario en general, cuyos principales proveedores eran los almacenes Los Tres Grandes, LECS y La Corona, además del LEY al que no podían dejar de visitar; también aprovechaban para hacerse alguna revisión médica e incluso para matricular a sus hijos en los reputados colegios, especialmente de la ciudad de Pamplona, pero finalmente, lo que no podían dejar de hacer era visitar a ‘las niñas’ en cualquiera de los lugares que habían sido establecidos para tal fin.

También es bueno aclarar, que durante estos años de bonanza, quienes visitaban la ciudad para realizar todas las acciones que acabo de comentar no eran particularmente los venezolanos de las clases más encumbradas, pues éstos no venían por estos lares sino que hacían lo mismo, pero en Miami o en los Estados Unidos y aún en Europa. Así pues, nuestros amigos visitantes eran de la clase media hacia abajo y por tal razón, también se clasificaban los negocios de acuerdo con las categorías de los clientes.

La Ínsula como tal, a medida que los negocios fueron prosperando, se fue convirtiendo en el centro de la atracción del turismo sexual, pero que no estaba al alcance de todos, así que fueron extendiéndose las posibilidades alrededor de los puntos de entrada a la ciudad, vista desde el lado venezolano y por eso, durante la época de prosperidad, la alternativa también se había desplegado por los lados del barrio San Luis, específicamente  sobre la carretera que da acceso a la ciudad desde Ureña. Allí fueron famosos algunos negocios que hicieron historia que no viene al caso mencionar, por lo menos en esta crónica. Claro que este sector no tenía el esplendor de La Ínsula pero sí constituía una posibilidad para nuestros visitantes.

Habían además, otras alternativas mucho más recatadas a las que acudían personajes de ambos países, sin tener que exponerse a la vista del público y si hubieran existido los ‘paparazzis’  menos aún, que eran las casas de citas, dirigidas por las ‘madames’ famosas como América Coronado, Olga Durán y Esther Mantilla, las que podríamos catalogar hoy como de estrato seis, más exigentes y costosas que las mismas de La Ínsula.

Como en esos lugares había distracciones de toda clase, también negocios a los cuales se iba solamente a bailar y a tomar. Este es el caso de nuestra crónica de hoy, en la cual me voy a referir a un incidente sucedido en un establecimiento, famoso por cierto y en donde se asistía sólo a eso, tomar y bailar, con su acompañante a la que había tenido que convencer previamente. Era El Viejo Tango y para evitar molestias entre mis lectores, omitiré los nombres de los protagonistas, quienes eran reconocidas figuras de la sociedad local.

Por los años setenta, a principios, se presentó uno de los tantos casos que allí ocurrían con propios y extraños, que a veces trascendía por la importancia o el renombre de los involucrados; esta vez, después de una noche de juerga coincidieron varios personajes, entre los que estaba un reconocido dirigente deportivo, además de funcionario de la rama judicial, toda vez que era el secretario de la inspección primera penal municipal, lógicamente acompañado de una pareja que había decidido, igual que él a ‘alzarse las bata’ y pasar un rato de sano esparcimiento,  desafortunadamente esa sería la última noche de ambos y aunque no tuvieron nada que ver con el alboroto que allí se formó, sí llevaron la peor parte. En el lado opuesto del salón se había instalado recién llegado, un reconocido comerciante propietario de una ferretería en las inmediaciones de La Sexta. En un momento dado, el cantinero o quien atendía en ese momento a los clientes, se vino ‘taburete en ristre’ contra el ferretero con el ánimo de descargarle la silla en la cabeza y la pelea comenzó a desarrollarse, cada uno a defenderse de las arremetidas del otro. El comerciante, ducho en estas lides y desconfiado de las circunstancias, previendo que algo malo podría ocurrirle, siempre andaba con el revólver al cinto y a pesar de tener una situación de incapacidad  en su brazo izquierdo, siempre lograba controlar las acciones de sus contrincantes, como efectivamente ocurrió, con el agravante que para defenderse de su agresor comenzó a dispararle hiriéndolo, pero además, alcanzando con sus proyectiles a otras personas que estaban de espectadores inocentes, entre esas, las dos personas antes mencionadas.

En las investigaciones iniciadas a raíz de este suceso se encontraron muchos elementos que ayudaron a esclarecer el contexto y a determinar sus causas. El cantinero era, al parecer, un sujeto con antecedentes y conocido en los bajos fondos como ‘El Caleño’. El comerciante era a su vez, un asiduo visitante de lupanares y sitios de oscura reputación y además reconocido consumidor de yerba. Parece que, entre ambos, había surgido una enemistad irreconciliable, por motivos que no se conocieron y por ello, cada vez que encontraban surgía alguna desavenencia, cuando al calor de los tragos y demás consumos no lograban controlar sus impulsos.

Una situación parecida había sucedido algunas semanas antes, esta vez, en el bar ‘Katunga’ en la poco recomendable zona de tolerancia del Magdalena. Allí fue ‘El Caleño’ quien armado de un pico de botella, hirió sin consideración al comerciante y desde entonces, había jurado vengarse, como así sucedió posteriormente. Esta vez, logró acomodarle la bobadita de tres balas en el cuerpo, sin que pasara a mayores ya que sobrevivió después de un par de intervenciones que le realizaron en el Hospital San Juan de Dios.

Aunque las pesquisas arrojaron un saldo negativo en la hipótesis del tráfico de drogas, el comerciante fue procesado y trasladado a la Cárcel Modelo, que en la época quedaba a media cuadra de su negocio. Pareciera que la situación acaecida para cada uno fue tomada con toda la calma posible, pues mientras que el herido disfrutaba de su estancia en la pieza 34 de la pensión segunda del hospital, diciéndole a la prensa que era prácticamente inmortal, el otro protagonista, procesado por el Juzgado Tercero de Instrucción Criminal argumentaba que no sabía cómo habían muerto, pues el problema no era con ellos sino con El Caleño; aun así fue remitido a su vecina cárcel, hasta el día del juicio, del que posteriormente saldría bien librado, en buena parte por los elementos circunstanciales que rodearon el desafortunado hecho.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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