Celmira Figueroa
La piscina, en
primer plano, donde soñaban despiertos muchos clientes y al fondo se observan
los cuartos donde vivían las jóvenes que vendían sus cuerpos.
En un triángulo, enquistado entre la antigua vía que
conducía a San Antonio del Táchira y la autopista a San Antonio, se avivó un night club, hace más de 50 años,
que se convirtió en un punto de referencia para propios y forasteros. En el día
pasaba inadvertido, pero en las noches se encendía la llama de la lujuria.
El portón se abría a las seis de la tarde. Por allí
ingresaban los tres meseros, el disc-jockie, el barman (hombre de la barra) y
el cajero. En las garitas se acomodaban siete guardias, armados, listos para
repeler cualquier intento de desorden. El night club estaba ‘cercado’ con
alineadas matas de limón, pero en lo alto, en un aviso donde aparecía un
insinuante desnudo, las luces de neón alertaban de su existencia a los posibles
clientes procedentes de Venezuela o de cualquier rincón de Norte de Santander.
En ese centro bautizado Rumichaca, que en quechua
significa puente de piedra, entraban también lujosas camionetas con vidrios
oscuros o simples vehículos que camuflaban a quienes llegaban a desahogar sus
penas con el whisky, o a divertirse o pasar un ‘rato’ con unas de las 40
‘muñecas’ que se exhibían al mejor postor en la pista de baile.
Las noches eran eternas para los meseros que atendían a quienes se sentaban en las
poltronas, ubicadas alrededor de la pista de baile, a pedir, uno y otro trago hasta embriagarse.
Pero cortas para quienes desenfrenados escogían a su ‘conejita’, para divertirse, sentados en una butaca hasta
pasada la una de la madrugada, tiempo en el que se presumía habían consumido lo
suficiente, que justificaran sus entradas a ese exclusivo sitio. Después de la
una de la madrugada, pasado de trago, tenía tres alternativas: irse al cuarto a
consumar sus deseos, o meterse a la
piscina a continuar viviendo ese mundo de fantasía o pagar una multa y llevársela
para un hotel de Cúcuta.
El nido del 'amor'
A media noche se activaba, en lo alto de la
pista, una especie de urna de cristal,
en donde caía una cascada de espuma y se asomaba coqueta una de las tantas
jóvenes que llegaban, en la mayoría de los casos, a trabajar con su cuerpo,
procedentes de Cali, Medellín, Pereira, Armenia y hasta de Curazao y Venezuela.
Sus sensuales movimientos excitaban a
los presentes y se iba quitando, poco a poco, las pequeñas prendas hasta quedar
como Eva. Entrar a esa urna equivalía pagar una gruesa suma, pero muchos lo
hacían. El espectáculo se compartía con los ‘invitados’.
En las primeras tres décadas hubo abundancia. El
bolívar no se había desplomado y ‘El Patrón’
de ese entonces consentía a las ‘conejitas’ de tal manera que les habilitó las 16
habitaciones para que vivieran allí y no
gastaran en hospedaje.
También les proporcionaba la comida y demás
comodidades a cambio de prestar sus cuerpos a ese afamado ‘nido de amor’. A
cada una le pagaba un básico de $15.000 para que se animara a conquistar
clientes. A ninguna le quitaba las ganancias. Su negocio consistía en atrapar a
incautos para que gastaran en bebida y quienes gozaban de buen apetito les
ordenaba rondas de picadas.
Rumichaca carecía de lujos, contrario a lo que había
en los salones de la Ínsula, ‘Muñecas’ y ‘Campestre’, según asiduos clientes de esas ardientes noches. Recuerdan que las mujeres
estaban dispuestas a lo que saliera siempre y cuando el portador de la
billetera entregara lo que pedían.
Y así funcionó el negocio que existió por más de 50
años, pero que administró Édgar Cercado, alias ‘Papo’, durante seis largos
años, según testimonio que entregara
Juan Ramón de las Aguas Ospino, alias Rumichaca, bautizado así por el grupo inicial de paramilitares
que llegó el 9 de mayo de 1999, a Cúcuta
enviado por Carlos Castaño. Ospino hizo parte de la escolta de ‘Papo’, según
reveló a las autoridades en el juicio que se le sigue a él y otros cinco jefes
del Bloque Catatumbo. En ese prostíbulo,
Jorge Iván Laverde Zapata, alias ‘El Iguano’, ultimó los detalles junto
con Lorenzo González Quinchía, alias Yunda, de lo que sería el Frente Fronteras
de las Auc.
‘Papo’ tenía su oficina ahí, y se interesó mas bien por levantar un fuerte a
base de piedra, en donde pudiera permanecer día y noche, sin que nada le
pasara. Y nada le pasó. Su muerte se
produjo en el Magdalena Medio, donde lo citó el mismo Carlos Castaño, el 6 de
octubre de 2003. Desde entonces Rumichaca
empezó a decaer hasta que en enero 2013, las luces de neón se apagaron,
las ‘conejitas’ emigraron y los ‘amigos de lo ajeno’ la desmantelaron.
Quienes ingresan hoy a Rumichaca encuentran
solo destrozos, ruinas, como si un fuerte vendaval hubiese pasado por
ahí.
En ese afamado night club se obvervan rastros de
tacones, de botellas vacías de Old Parr y aguardiente, de colchones rotos, de
poltronas desarmadas, de una piscina atiborrada de mugre que no deja entrever
el fondo donde se inscribió, en baldosas
negras, el alias de ‘Papo’. También se hallan marcas de un lugar que quedó sin
techo y de un nombre que sólo sirve, ahora, de referencia para los viajeros a
San Antonio del Táchira, Venezuela, que se extravían a su salida por la vía
antigua a Boconó.
A Rumichaca no llegarán más las hermosas y jóvenes
mujeres, ni los acaudalados hombres que entraban a conjugar su poder con el placer.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
Y yo siempre pensé que eso del prostíbulo Rumichaca era una broma de mi excuñado, que siempre le decía a su mamá: "Vieja Blanca déjate de criticar a la gente, porque tu trabajaste en el Rumichaca y a ti nadie te criticó por eso". Jajajaja
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