miércoles, 4 de junio de 2014

579.- PLEITO DE PERIODISTAS


Gerardo Raynaud D.

En otros tiempos, cuando la actividad periodística no se había profesionalizado, era frecuente  que se presentaran situaciones incómodas, tanto entre periodistas como entre estos y su público, fueran estos oyentes o lectores. 

A mediados de siglo, también se presentaba este tipo de eventos, afortunadamente con desenlaces agraciados, la mayoría de las veces, no como en estos tiempos donde los resultados no son tan providenciales. 

Aún recuerdo la ocasión en que algo similar le aconteció a mi padre por esa misma época, cuando los controles a los medios eran laxos o inexistentes y por lo general, operaba solamente el régimen de censura, más orientada a la divulgación de opiniones y noticias políticas o que fueran contra la moral y las buenas costumbres (las de esa época, que eran las impuestas por el clero).

Pues bien, un día, a un periodista muy prestigioso le dio por despotricar de mi progenitor y éste, ni corto ni perezoso se fue a enfrentarlo en su propia emisora; luego de unos intercambios verbales y físicos y la intervención de amistades de uno y otro lado, terminaron siendo amigos, muy amigos, después de aclarar los malos entendidos.
 
Luego de esta corta introducción, me remito al tema del encabezado. Como venía diciendo, en ciertos períodos se despiertan más las tensiones y los sentimientos encontrados y afloran las pasiones, especialmente cuando se hace en defensa de lo que se cree es propio.

A veces son celos profesionales y otras, envidias o inquinas que se manifiestan al calor de los acontecimientos y se generan las desavenencias que llevan a enfrentamientos inútiles y pérdidas inocultables e irrecuperables. 

En ese tiempo, la cárcel municipal era destino común para cualquier transgresión, fuera ésta negarse a casarse con su prometida por haberse comido el ponqué antes de tiempo o haber cometido el crimen más espeluznante. 

A mediados del siglo pasado, en el 53 puntualmente, se dieron  casos muy publicitados, de pugilato entre periodistas, no de cualesquiera, sino de los más reconocidos y encumbrados; veamos cómo se sucedieron los hechos. Paso a contarles los hechos que conmocionaron a la opinión pública y que ameritó la intervención de las más altas autoridades.   

Érase un domingo de fútbol en el estadio Santander, se enfrentaba con el equipo local, el Magdalena, nótese que utilizo el léxico propio de la época, para que no haya confusiones con la terminología actual.

Estaban en sus respectivos puestos de transmisión los conocidos y populares locutores deportivos Julio Palacios Pérez y Bernardo Ramírez Pineda y de un momento a otro, los ánimos se exaltaron debido a las incidencias del encuentro futbolero y ambos se fueron a las manos. 

Resultado, luego de la intervención policiaca, una nariz rota, la de Julio y un detenido, primero en el Permanente Central y  luego remitido a la famosa cárcel municipal, por agresión y lesiones personales,  uno en representación de la Voz del Norte y el otro por la recién iniciada Radio Guaimaral.

Claro que las cosas no se sucedieron tan pacíficamente como parecieran, pues cada uno tenía su ‘hinchada’ y como sucede y pasa en estos casos donde la chispa enciende los alborotos, los seguidores de cada locutor, al igual que con los hinchas de los equipos, se dieron a la tarea de arrasar con todo lo que encontraran a su paso y lo que encontraron fue la camioneta del locutor y fotógrafo Bernardo Ramírez, la que apedrearon y además lanzaron epítetos canallescos contra su propietario, hasta que fueron dispersados por la policía. 

Ya anochecía, cuando intervino el alcalde Numa Pompilio quien ordenó la libertad inmediata del locutor detenido y citó a los involucrados al despacho del secretario de gobierno, así como a los representantes de las emisoras para que conciliaran y limaran las asperezas aparecidas en ese desdichado suceso.

Parece que la controversia no se alcanzó a solucionar ‘por las buenas’, pues las protestas continuaron al día siguiente, no solamente por el hecho mismo de haber sido detenido un periodista cuyo radio-periódico, Radio Deportes, era uno de los de mayor sintonía, sino también se involucró al alcalde por el presunto abuso de autoridad, al ordenar personalmente, la liberación de manera inmediata del detenido.

Todo se aclaró definitivamente, para el alcalde, cuando se demostró que sus facultades y atribuciones, como jefe superior de la policía en su jurisdicción, le daban la potestad de abocar el conocimiento de cualquier caso de policía.

Sin embargo, la atención se desvió hacia el gremio de los medios, pues el caso suscitó toda clase de argumentaciones jurídicas y profesionales, toda vez que calificaban el hecho como ‘un caso barato de policía’.

Los periodistas se preguntaban perplejos ¿cómo se resuelven las desavenencias y desacuerdos dos periodistas jóvenes, inteligentes y señores? ¿Por qué se habían ido a las manos y si no habría otro camino por trajinar? ¿Y si habían sido tan graves las causas que originaron la disputa y tan profundas las heridas que no pudieran restañarse con el buen sentido, la cordialidad y la intervención de los amigos de uno y otro? 

Todos sus colegas les aconsejaron, “dense las manos y unas palmaditas en el hombro, pues la vida es para vivirla y no para hacer de ella una tragedia”. 

Sin embargo, la reconciliación no fue tan fácil como se esperaba, pues adicionalmente a la posición de unos que propugnaban por el arreglo amigable, los demás se habían enfrascado en otra discusión, bizantina por cierto,  sobre quién y por qué se habría iniciado el pugilato. 

Se argumentaba que la provocación se había tornado recíproca, pues ambos se habían ofendido de palabra y de hecho, por lo tanto, que debía haberse sancionado a los dos contrincantes y no a uno solo, quien como se dijo anteriormente, fue a parar a la cárcel, acto que sólo merecía sanción o amonestación, al decir de los interesados.

 Por otra parte, los mayores perjudicados fueron los oyentes y seguidores del radio-periódico de Bernardo Ramírez Pineda, que decían que era serio, ameno, interesante y bien informado y quienes proclamaron su orfandad en que los había dejado, el bien servido órgano radial.

Qué culpa tiene Cúcuta, decían, en sus pequeños conflictos, para que salga del aire Radio Deportes, uno de los más sintonizados, de los mejores dirigidos y de los mejor conformados. 

Al fin de cuentas, el alcalde en su sabia y salomónica decisión y con miras a dar por terminado este desagradable evento, concluyó que imponiendo una fianza a cada uno de los implicados para que ‘en adelante guarden la paz recíproca y se abstengan de ofenderse de hecho o de palabra por si, ni por interpuesta persona’, se terminaría el conflicto, como en realidad sucedería.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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