miércoles, 11 de junio de 2014

582.- UNA GESTA INOLVIDABLE OCURRIDA EN CUCUTA



Justo Pastor Castellanos


Las hermanitas Lauritas habían aprendido de la Madre Laurita Montoya, que solo sirviendo sin desmayos al prójimo, se ganaba la bendición de Dios.


Corría el año 1966, cuando la tribu motilona tan perseguida y diezmada por la adversidad fue atacada por una mortal epidemia intestinal y las hermanitas Lauritas que eran las únicas que los asistían, estaban aterrorizadas con el flagelo que amenazaba exterminar los 3000 aborígenes existentes. 

Solo podía salvarlos un milagro, pero con su piadosa fe lo intentaban.

Era una mañana nublada de julio y sobre Cúcuta soplaba el viento frío que ahuyenta los transeúntes, cuando dos hermanas Lauritas acompañadas del obispo Pablo Correa León irrumpían en el despacho del gobernador encargado Teodosio Cabeza Quiñónez. 

Estaban exhaustas y fatigadas de tanto caminar, habían golpeado en muchas puertas inútilmente, y venían a solicitar a nombre de Dios, su inmediata intervención, porque los aborígenes a quienes atendían con escasos recursos, morían a montones en su refugio de las selvas del Catatumbo; ruego que respaldó el obispo argumentando que era una población muy vulnerable por lo desnutrida, que podría colapsar. ¨Abandonarlos ahora sería un crimen imperdonable¨ exclamó. 

El gobernador los escuchó atento y su trágico relato lo conmovió.

Pensaba que le pedían algo imposible por la lejanía y falta de comunicaciones y se sentía turbado, pero las hermanitas insistidas le imploraban. 

De pronto lo asaltó una idea y su rostro cambió. Entonces telefoneó al coronel Riveros Avella, comandante del Grupo Mecanizado 5 Maza y le refirió lo que escuchaba; quien muy impresionado le respondió: 

¨ Para ese operativo se necesitan aviones y la única que los puede facilitar es la Fuerza Aérea Colombiana. No olvide que usted es el gobernador¨.

Dicho y hecho, el mandatario se comunicó con el comandante de la Fuerza aérea, general Urrego Bernal, que muy diligente le ofreció  un Douglas bimotor que puso a sus órdenes. 

Había dado en el clavo. El milagro comenzaba a cristalizarse, pero sería una verdadera odisea colmada de tropiezos y peligros.

A la mañana siguiente la poderosa nave tripulada por un capitán y su copiloto aterrizaba en el aeropuerto Cazadero (hoy Camilo Daza) y era abordada por el gobernador Cabezas Quiñónez, que ya tenía trazado el plan de operaciones y organizada su comitiva.

Y pensando y haciendo, a las ocho horas emprendieron vuelo rumbo al municipio de Tibú. 

Como los tres osados mosqueteros, nuestros hombres emprendían la arriesgada misión de salvamento en la cabina, mientras las religiosas oraban e imploraban al Creador por los agobiados indígenas en silencio, y  los rostros de los demás acompañantes se ponían tensos por las expectativas, la tripulación pedía a la torre de control las coordenadas para orientarse. 

Sin novedades aterrizaron en Tibú donde recogieron una veintena de médicos y enfermeras de la Colombian Petroleum Company y de nuevo levantaron vuelo, para caer hacia el medio día en la pista, un aeropuerto improvisado ubicado en un claro de la tupida selva. 

Entonces iniciaron la caminata; el viacrucis apenas comenzaba y un calor sofocante de cuarenta grados; el zumbido desesperante de millares de mosquitos y bandadas de zancudos chuzándolos, fueron la bienvenida. 

Dante Alighieri debió haber estado allí, porque la descripción que hizo del infierno, fue exactamente igual a lo que vieron.


Teodosio Cabezas Quiñónez gobernador encargado


Monseñor Pablo Correa León obispo de Cúcuta

Coronel Alvaro Riveros Avella comandante del Grupo Maza

Más adelante, para completar el tétrico cuadro, el grupo de salvamento que ya era de una veintena, fue sorprendido con una algarabía de quejidos lastimeros. 

Era un piquete de motilones que hacían de enterradores; ya habían sepultado una gran cantidad de fallecidos y llevaban sobre parihuelas otros cadáveres de hermanos suyos para sepultarlos. 

Pero miraron hacia los potreros y tuvieron otra visión macabra: cantidades de moribundos transidos de dolor, desnudos y envueltos en sus propios excrementos, yacían sobre la yerba esperando la muerte. Parecían estatuas de cera que se derretían, mientras los zamuros sobrevolaban sobre el lugar. 

Según contaron las hermanitas ya habían fallecido más de cincuenta y la epidemia se extendía.

El olor era violentamente pestilente, pero las hermanitas sin inmutarse les limpiaban los excrementos y desinfectaban con alcohol, para vestirlos con ropas limpias y lavadas. 

Era mucho su coraje. Haber llegado hasta allí, el último bastión que habían encontrado los indígenas huyéndole a los pistoleros de la civilización; un lugar arropado por árboles gigantescos poblado de serpientes, alacranes y animales feroces y venenosos, solo podía habérsele ocurrido a la Madre Laura Montoya que olvidada del dolor, el miedo y la vanidad fue tras ellos, asumiendo una actitud tan temeraria, que hoy la exalta la Iglesia Católica como la primera santa de Colombia. 

Es de tener en cuenta que la tribu Barí, buscó ese refugio inexpugnable para que no la exterminaran; pero estas misioneras no huían, no estaban amenazadas, ni secuestradas.

Uno no puede entender por qué se entregan a semejante sacrificio; tiene que existir un amor sublime. Puro amor divino o sentimiento humano, hay un hilo conductor en esta historia, realmente misterioso; un río silencioso que todo lo arrastra hacia el mar de la tranquilidad. 

La única explicación posible, es que habían aprendido de la Madre Laurita Montoya, que solo sirviendo sin desmayos al prójimo, se ganaba la bendición de Dios.

A lo cual es justo agregar, que los demás integrantes de esta magna gesta, que no obraron por intereses personales, sino por solidaridad con los motilones en un momento tan crucial, también se hacen merecedores de indulgencias plenarias.

Atónica la tribu por gesto tan bondadoso y viendo llegar hasta sus bohíos tan lujosa comitiva, que asimiló a sus dioses tutelares, envió cazadores a capturar las presas mas apetecidas para brindarles un banquete, y el humeante sancocho de micos, iguanas y loras a la leña, estuvo servido sobre hojas de plátano alrededor de las cuatro de la tarde, cuando se presentó un lamentable incidente: los visitantes no quisieron comer, actitud que los anfitriones consideraron un desplante. 

Los civilizados lo rechazaron, no tanto por escrupulosos, ni por desconocer un menú tan exótico, sino por la cantidad de moscas que lo pisaban y porque reinaba en el ambiente un olor completamente nauseabundo.

Y ahí fue Troya, porque sintiéndose ofendidos agarraron las ollas de barro que contenían tan exclusivo cocido y lo derramaron a sus pies, haciéndoles gestos desafiantes en medio de una espantosa algarabía. Estaban humillados, pero habían sido guerreros y aún tenían orgullo. Y aunque nadie supo traducir lo que vociferaban en su idioma, cualquiera se puede imaginar que les hacían horrores y les mentaban sus seres queridos.

EL REGRESO

La brigada de salud había transcurrido en forma normal durante el día, y médicos, enfermeras y religiosas se mostraban fatigados de tan ardua tarea, pero reinaba la camaradería y la cordialidad. 

Sin embargo a las cinco de la tarde la tripulación de la aeronave empezó a afanar. ¨Hay que apremiar porque pronto empieza a oscurecer y vemos muchos nubarrones, aquí no podemos pernoctar porque es muy peligroso¨, argüían.

Y apresuradamente entre los médicos y las hermanitas embarcaron los veinte enfermos más graves, para llevarlos al hospital de Cúcuta. 

A las seis de la tarde, cuando todo el personal de la expedición estuvo a bordo, cerraron puertas, y cuando el ronco tronar de los motores hizo explosión, las hélices giraron veloces. Todos lo ignoraban, pero emprendían un vuelo azaroso que pudo terminar en la eternidad. 

Media hora más tarde bajo el fuego cruzado del faro del Catatumbo, el avión se asomaba a Cúcuta. La tripulación acomodó los instrumentos y ordenando a los pasajeros sujetarse los cinturones, se aproximó a la pista.

Pero he aquí la fatalidad; reinaba una total oscuridad; el aeropuerto estaba sin luz y algunas máquinas que trabajaban en su reparación obstruían las maniobras. 

Sin embargo intentaron tocar tierra una y otra vez sin lograrlo, por no tener visión. Fue cuando el caos se apoderó de todos los ocupantes incluyendo a los pilotos, que en su desesperación discutían y se insultaban en voz alta, haciéndose mutuas recriminaciones.

Para empeorar tan grave situación, el poco combustible que les quedaba, les impedía pensar en aeropuerto alterno, y al no encontrar más alternativa se comunicaron con su base militar de Tres Esquinas, para declararse en emergencia. Era como si la naturaleza se hubiera revelado.

Eran las siete de la noche cuando Radio Caracol dio la voz de alarma. 

Atención Cúcuta! Urgente! Un avión Douglas de la Fuerza Aérea Colombiana que transporta al Gobernador de Norte de Santander, al Comandante del Grupo Mecanizado Maza y al Obispo de Cúcuta, que está volando sobre el aeropuerto de Cazadero de esa ciudad que se encuentra a oscuras, ha sido declarado en emergencia.

Como primera reacción el Cuerpo de Bomberos encendió su potente sirena y su carro echó a correr sonando la gigantesca campana. 

El pánico cundió en todo el país y mientras las hermanitas al interior de la nave rezaban el ¨Padrenuestro¨ y los aborígenes gemían asustados, los demás encomendaban sus almas a Dios. 

En total nadie sabía qué hacer y los boletines se repetían cada media hora.

¨Trompo Loco¨ el héroe de la hazaña

Y es cuando se produce lo inesperado; el tropel de los enigmas y el momento sublime del guardián de la heredad.

Súbitamente se apareció ¨Trompo loco¨ con la chispa encendida. Estaba vestido de blanco y fumaba un cigarrillo Lucky Strike (buena suerte en inglés), cuando como un cirirí desgañitado habló por Radio Guaimaral, rogaba a sus amigos, clamaba a los taxistas e imploraba a los dueños de automóviles que acudieran al aeropuerto. 

Y quien lo creyera, le sonó la flauta. En un derroche de buena voluntad nunca visto, centenares de vehículos corrieron disparados a cumplir la cita, desafiando el peligro y capitaneados por Maravilla, Delatour, Belleza, Escarlata y Bombita, célebres choferes de la Cúcuta de entonces, que pusieron a tronar las bocinas, desfilaron hasta el aeropuerto y se ubicaron en dos flancos. 

Media hora después, las farolas encendidas del extraño cortejo, iluminaban la pista desatando el nudo mortal.




Era el milagro que esperaba la tripulación del Douglas para aterrizar. Se evitaba una tragedia inminente e incalculable.

Carlos Ramírez París, liderando la comunidad, le había ganado con su ingenio una partida a la muerte y Radio Guaimaral confirmaba a plenitud su slogan, era ¨una chica para grandes cosas¨.

El júbilo fue inmenso. Los ocupantes del avión habían resucitado y los salvadores sacaban pecho de contentos. 

Subieron los enfermos a las ambulancias y vinieron los apretones de manos, abrazos, agradecimientos. El señor Obispo invocaba a Dios. Alborozo y lágrimas tuvieron su concierto y la solidaridad cucuteña adquiría una dimensión desconocida.

Tan pronto fue superada tan grave situación, la comisión salvadora de los indios motilones, se trasladó al viejo hospital San Juan de Dios que quedaba en el parque Colón, para entregar a los indios moribundos al centro asistencial. 

Allí todo fue novedad, empezando por los intensos olores impregnados en los cuerpos de los indígenas y las hazañas que les tocó vivir. Una tempestad de fraternidad como para eternizar, que inundaba los corazones, había brindado un espectáculo nunca visto.

Pero hubo otras manifestaciones dignas de registrar por lo inexplicable. 

Esa noche en la madrugada, cuando ¨Trompo loco¨ festejaba con sus mejores capitanes el éxito de la faena, salió la luna llena, el cielo esplendoroso estaba tachonado de estrellas y el faro del Catatumbo crepitaba con mayor furor al acostumbrado.

EL FINAL

Tan feliz final de la jornada, enardeció los ánimos de la comisión de salvamento y la llegada de dos modernos helicópteros de la FAC para culminar la operación, apalancó enormemente las acciones. 

De esa forma los tres actores principales, el Gobernador, el Coronel y el señor Obispo, yendo y viniendo sin interrupciones de Cúcuta a los distintos asentamientos de los aborígenes con personal científico, auxiliares, enfermos, medicamentos y alimentos. 

Al cabo de 25 largos y penosos días, la comunidad Barí se recuperó, para continuar siendo el motivo emblemático más enaltecedor de los cucuteños.

Había triunfado el sentimiento de bondad que sembrara años atrás la Madre Laurita Montoya y la tenacidad de cuatro hombres que no se arredraron, en una santa alianza.

Entonces se recobró la calma y todo volvió a su origen. El gobernador Cabeza Quiñónez, cerebro de la operación, se instaló en su despacho, el coronel Riveros Avella retornó a la milicia para hacerse General y el Obispo siguió su trabajo eclesiástico con devoción. 

Las hermanas Lauritas regresaron a Catalaura a continuar su labor evangelizadora y los aborígenes se internaron en la manigua, para protegerse de la civilización. Los aviones volaron a sus bases, y los médicos y enfermeras ingresaron a la clínica de la Colombian en Tibú de donde habían salido.

Pero hubo un gesto que merece mencionarse por lo singular. La febril campaña había inflamado el espíritu militar de Teodosio Cabeza Quiñónez, quien reverdeciendo viejos laureles ganados en la milicia, despidió el último de los helicópteros en posición firmes y con la mano derecha extendida sobre la visera de su kepis: ¡Misión CUMPLIDA!

El camino que tomó ¨Trompo loco¨ alma y nervio de esta vibrante historia, parece estar impregnado por la tragedia griega. 

Fiel a su destino él siguió girando sin cesar en su escenario, como algunas mariposas en torno de las llamas y como ellas una noche fatal, cayó fulminado por el fuego. Su muerte quedó en el misterio pero la versión de mayor credibilidad es que varios policías le rompieron los pulmones a bolillo.

EPILOGO

La concurrencia de varias agrupaciones interesadas en resolver el conflicto de la tribu Barí, fue un canto a la vida, una sinfonía magistral que enalteció valores humanos, ejecutada en Cúcuta.

Todos los que participaron en esta fascinante hazaña son dignos de encomio aunque la actitud de Carlos Ramírez París es realmente sobresaliente por su gran imaginación y porque analizada rigurosamente, cae en los linderos de la locura.

Y no lo afirmamos para deshonrarlo: es el ingrediente que ha gestado los grandes acontecimientos de la historia.

También quisimos averiguar los nombres de las hermanas Lauritas que originaron esta hermosa historia, para rendirles un merecido homenaje, pero ellas guardan celosamente su identidad en el anonimato y nos fue imposible. La profunda razón es que obran motivadas por el amor a Dios y no hacen la caridad por vanidad ni por ostentación, sino para servir y honrar su gloria eterna. 

Pero mírese por el lado que se quiera, ellas fueron las heroínas que hicieron posible, un salvamento de tan grandes proporciones, y merced a su infinita abnegación no pereció la tribu Barí. 

Para quienes lo ignoran, su congregación se constituyó en ángel protector de los aborígenes desde el año 1930, cuando su fundadora Laurita Montoya procedente de Jericó, Antioquia (municipio ubicado a más de 2000 kilómetros de distancia) se internó en la espesura de la selva, conmovida por su tragedia, e instaló el resguardo Catalaura, nombre compuesto de Catatumbo y Laura, como un bastión de la caridad cristiana.

Necesariamente no podemos terminar esta historia sin hacer mención especial de la tribu Barí de los motilones, que en todas las épocas tiene asignado el rol de víctimas. 

Pero surge obligado un interrogante de carácter moral: Vamos a seguir usándola como emblema de la raza, teniendo conciencia que los miramos como unos payasos con cara tiznada armados de flechas, sin importarnos que han sido perseguidos despiadadamente y que viven huyendo y aislados en forma miserable?

Santa Laurita ahora canonizada por la Iglesia para gloria de Colombia, tendrá que interceder ante Dios, por nuestra sociedad y nuestros gobernantes, para que los perdone por ser tan desalmados, porque no es justo que países europeos conmovidos por su estado de necesidad, pobreza y abandono, les envíen de limosna alimentos y medicinas, mientras aquí les negamos hasta el agua potable.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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