martes, 24 de junio de 2014

589.- CAMINO A CUCUTA EN 1883



Leopoldo Vera Cristo




Para 1883 uno podía ir directo de Bogotá a Pamplona y luego a Cúcuta por el camino que pasaba por Tona y el páramo de Tona, o dirigiéndose al Norte hacía la región de Rionegro, centro cafetero, pasando por Matanza, punto central de los recolectores de orquídeas, tomando rumbo noroeste hacía Vetas, cruzando el alto y frío páramo de Santurbán y bajando por el nordeste al páramo de Mutisona, para ascender finalmente a Pamplona.

Pamplona, muchos años antes capital provincial, conservaba todavía su carácter de sede episcopal. Poseía antiguos conventos y otras construcciones de la época colonial, pero su posición alta en las montañas le vedaba entonces participación en el desarrollo de una actividad económica digna de mencionar. 

Era famosa la Penitenciaría del Estado de Santander en Pamplona, cuyos ocupantes habían convertido la ciudad en sede principal de artes manuales colombianas.

Llevaba a Cúcuta un camino apenas reconstruido hacía algunos años, que recorría la orilla del rio Pamplonita. Jornada y media tomaba alcanzar a San José de Cúcuta, a la que se entraba una vez cruzado un hermoso puente de piedra construido sobre el rio Pamplonita que daba paso a unas casitas miserables y a algunas ruinas y ranchos mezquinos, para finalmente entrar a la espaciosa plaza y luego a la calle principal con grandes almacenes y casas de habitación.

Hablamos de ruinas porque acababa de pasar el terremoto que el 18 de mayo de 1875 a las 11:15 a.m. destruyó la ciudad. 

Sucedió que las calles de la Cúcuta, antes del temblor estrechas y llenas de casas de varios pisos con estructura pesada, se reconstruyeron amplias y bordeadas de casas de un solo piso. 

Pasaba Cúcuta entonces por ser una ciudad limpia, de casas simpáticas, salpicada de cocoteros y otros árboles que le daban un aspecto agradable, diferente a la zona de ranchos de la entrada.

Se dice que los almacenes nada tenían que envidiar a los de Bogotá ni en presentación ni en surtido y que para el viajero el nivel de vida del cucuteño parecía superior al de otras partes del país. 

Muy calurosa y polvorienta, era también castigada de junio a septiembre por el fuerte viento que sopla desde el sur a las horas del mediodía. 

A pesar de su clima seco y saludable fue azotada en ese año por la fiebre amarilla que durante meses impidió que la gente del interior del país se atreviera a visitarla.

Constituía el centro comercial de una vasta región de la cordillera central cuyo radio de acción tocaba inclusive al de Bogotá. 

Como tenía puerto propio en Maracaibo, se daba el lujo de ser uno de los pocos puertos independientes del río  Magdalena. 

El comercio que en un principio tenía sus casas principales en Maracaibo, se había interesado notablemente en Cúcuta, siendo los alemanes quienes poseían las casas de mayor importancia (Minlos, Breuer y Cía, Van Dissel, Farmacia Alemana, etc…). 

Se exportaba café especialmente a Nueva York a pesar de que por esa época la baja de su precio, la fiebre amarilla y la inseguridad política habían disminuido las transacciones.

A Maracaibo se llegaba desde Puerto Villamizar, en el extremo superior de la parte navegable del Río Zulia. 

Este puerto se comunicaba con Cúcuta por una vía carreteable y por una vía férrea ya en servicio en sus dos terceras partes, que por otra parte era la segunda construida en Colombia, después de la del istmo de Panamá. 

Agua Blanca, situada a un buen trecho de Cúcuta era el terminal férreo. El trayecto era casi todo el plano con un paisaje que se iniciaba seco y terminaba selvático.

Puerto Villamizar, antiguo San Buenaventura o San Bueno, era el inicio de un viaje que dependiendo del nivel de las aguas tomaba entre 24 horas y 4 días. 

Los barcos, parecidos a los del Magdalena, eran tripulados por bogas zambos y negros. 

Se llegaba a Encontrados, sitio de encuentro del Catatumbo y del Zulia, y de allí después de abrirse el río se entraba a la bahía del lago de Maracaibo.  

Se desembarcaba el café y se embarcaba mercancía europea y americana para emprender el viaje de regreso.

Como Uds. ya lo habrán sospechado, yo no conocí todas esas maravillas; las supe por valientes aventureros de la época,  como Alfred Hettner,  un viajero alemán, especie de Humboldt,  que viajó por nuestras tierras y pudo apreciar la belleza que nosotros no percibimos.




Recopilado por:   Gastón Bermúdez V.

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