Gerardo Raynaud
1.
EL REVERENDO PADRE NARANJO, UNA ESTAFA ANUNCIADA.
Antecedentes (Mario Aguilera Peña)
Es
posible identificar diversas historias de curas falsos. Sin embargo, la más
increíble de todas ocurrió en 1948 y fue protagonizada por dos jóvenes
"paisas" que se atrevieron a realizar una Semana Santa en la
localidad santandereana de Puente Nacional.
Los
dos supuestos curas José Escobar Montoya y Oscar Alvaro Robledo Mejía tuvieron
un rasgo común con otros famosos sacerdotes falsos del siglo pasado: fueron ex
seminaristas y cargaron con la enorme frustración personal de no haber podido
ser ordenados sacerdotes.
El
engaño colectivo ejercido por Escobar Montoya y Robledo Mejía en la Semana
Santa de 1948 pudo configurarse debido a que la parroquia de Puente Nacional
había sido declarada en "entredicho" por el obispo de Socorro y San
Gil, debido al ataque de los liberales al cura párroco de la localidad de la
época. Por eso, se ordenó el retiro del sacerdote por espacio de tres años y el
sellamiento de las puertas del templo parroquial.
En
Puente Nacional, las campanas no se volvieron a oír. Para los actos religiosos
los más fervientes creyentes debieron desplazarse a poblados vecinos. Luego de
cinco meses sin sacerdote y ante la proximidad de la Semana Santa se hizo
generalizado el clamor para que se oficiaran los ritos tradicionales.
Ni en
la época en que ocurrieron los hechos ni mucho menos ahora se ha podido
explicar cómo se enteraron los dos falsos sacerdotes de las expectativas y de
las gestiones que las autoridades realizaron para celebrar la Semana Santa.
Lo
cierto es que el lunes santo, 22 de marzo de 1948, una comitiva de parroquianos
recibió en la estación del ferrocarril a dos presuntos sacerdotes. Tan pronto
bajaron del tren, una tanda de voladores anunció la buena nueva al vecindario,
ubicado a unos cinco kilómetros de distancia.
El falso
cura José Escobar Montoya durante la Semana Santa de 1948 en Puente Nacional.
Al
poblado entraron acompañados de dos señoritas del comité de recepción en un
automóvil rojo, el más lujoso que había por entonces en el lugar; dieron una
vuelta de plaza en medio de la algarabía y la expectativa general.
El
sacerdote vestido de franciscano dijo llamarse Mario Franco (José Escobar
Montoya) y el que usaba sotana negra se presentó como Samuel Botero (Oscar
Alvaro Robledo Mejía), jesuita. Dijeron que venían a abrir el templo, porque la
parroquia continuaba en entredicho, que habían sido comisionados para realizar
los actos religiosos hasta el sábado santo, y que el domingo debían de
presentarse a primera hora en la capital del país.
Desde
el lunes por la noche, personas de diferentes edades y condición social
hicieron largas "colas" en espera del turno para confesar sus
pecados.
El jueves santo, ya cansados y ante el temor de no poder
atender a todos los feligreses, introdujeron la novedad de la confesión
colectiva y mental de los pecados, pero ciñéndose a los pasos esenciales del
sacramento.
Se calcula que atendieron a más de 4.000 personas, es decir,
que los dos supuestos sacerdotes pudieron conocer por este medio toda la vida
privada de la localidad.
Las penitencias fueron desiguales, pues a las personas de
aspecto citadino se les pidió rectificar sus conductas, mientras que a los
campesinos de fe ciega se les impuso la "donación de limosnas para la
comunidad franciscana y destinadas para la ejecución de imaginarias obras
pías".
Para los curas falsos fue una Semana Santa agitada. En los
dos primeros días hubo bautismos y primeras comuniones, y aunque parezca
increíble, también algunos matrimonios.
El farsante más sobresaliente fue el que se hizo pasar por
franciscano, quien mostró un excelente manejo del latín y no despertó en los
oficios religiosos la más mínima sospecha.
La
más impresionante de las procesiones fue la del viernes santo: cerca de ocho
mil personas colmaron la plaza y las calles adyacentes.
Ese
viernes, los falsos sacerdotes lograron robarse definitivamente el cariño y la
admiración de los fieles: primero, porque todo el día se mantuvieron
arrodillados e incluso así recibieron los alimentos, y en segundo lugar, porque
el padre Franco mostró extraordinarias dotes de orador litúrgico.
En el
sermón de las Siete Palabras, el "padrecito" abogó por la caridad y
por la necesidad del perdón frente a las faltas de los semejantes; censuró la
chismografía y el consumo de bebidas embriagantes y condenó duramente la
violencia política, a los malos políticos y al odio partidista.
Los "padres" José Escobar Montoya y Oscar Robledo Mejía con feligresas de
Semana Santa.
Nadie
olvidó en Puente Nacional ese sermón. Todavía se recuerda que fue tanta la
elocuencia y el poder de convicción con que habló Escobar Montoya, que la mitad
de los presentes no pudieron contener las lágrimas.
Como lo habían mencionado, cumplida su misión en la Semana Santa los curitas regresaron a Bogotá.
Como lo habían mencionado, cumplida su misión en la Semana Santa los curitas regresaron a Bogotá.
Los
curas falsos fueron descubiertos cuando algunos vecinos de Puente Nacional
decidieron visitarlos en la iglesia de La Porciúncula de Bogotá, donde habían
dicho que los encontrarían.
Allí,
al mostrar las fotos de la Semana Santa que les llevaban de regalo, los
franciscanos reconocieron a José Escobar Montoya, porque anteriormente se había
"hecho pasar por religioso a fin de estafar a las comunidades,
especialmente de
mujeres". El escándalo sólo salió a flote en la prensa en el mes de mayo,
debido a los sucesos del 9 de abril de 1948.
José
Escobar Montoya o el "padre Franco" y Oscar Robledo Mejía o el
"padre Botero" fueron aprehendidos a mediados de mayo.
Antes
de comparecer ante el juez, Escobar Montoya se fugó dos veces; primero fue
detenido en Cartagena cuando se alistaba para viajar a Panamá, y después escapó
de las instalaciones de Barrancabermeja cuando se disponía su traslado a
Bogotá. Finalmente fue capturado en Medellín.
Entre
1945 y 1947, Escobar Montoya había sido condenado a tres años de prisión en la
penitenciaría Central.
Por
los sucesos de Puente Nacional, Escobar y Robledo fueron condenados a cinco
años de prisión en Araracuara. De allí ambos se fugaron.
Robledo
Mejía salió hacia el sur del país y nunca fue recapturado (el propio Escobar Montoya
cuenta que se residenció en Argentina); Escobar Montoya fue detenido de nuevo e
instalado en la colonia de Acacías, de donde también se fugó.
Reapareció
en 1953, en Cúcuta, como el "reverendo padre Jesús Naranjo".
La
estadía en Cúcuta
Eran los tiempos de la confianza y del respeto por la
palabra y las investiduras, por eso era de común ocurrencia que se aparecieran
por la ciudad personajes de todos los estilos y pelambres, cosa que aún sucede,
solo que ahora somos más precavidos, siempre y cuando el poder de
convencimiento y la labia del interlocutor no nos persuada de lo contrario.
Parecido al cuento del ‘Embajador de la India’ pero sucedido en Cúcuta por el año 53, un
simpático y hablador paisa, Jorge Escobar Montoya, para que no quede duda de su
origen, apareció con su sotana recién planchada en la oficina del Alcalde Numa
Pompilio Guerrero para informarle de los motivos que lo animaban durante su
estancia en la ciudad, todos de carácter religioso y altamente caritativos y
humanitarios, lo que conmovió muy justamente al burgomaestre y quien
incondicionalmente se puso a sus órdenes a fin de orientarlo sobre las
gestiones que se proponía realizar, entre las que se decía estaba la
adquisición de un lote para la construcción de un convento.
Lo que no sabía nadie ni siquiera el alcalde, era que
el nombre con el que venía identificándose no era el suyo sino que decía
llamarse R.P. Jesús Naranjo Restrepo.
Así pues, revestido de la autoridad que le daba en
esos días la sotana, el padre Naranjo, se paseaba orondo por las ciudades de
Colombia haciendo de las suyas, sin el menor recato y pudor, hasta que cayó en
las redes de la policía en la ciudad de Bucaramanga y no en cualquier parte
sino en el mismo hotel insignia de esa ciudad, el Bucarica, donde estaba
hospedado desde hacía varios días y donde había maquinado toda clase de
triquiñuelas y argucias para estafar a los inocentes personajes a los cuales se
les acercaba.
Aquí en Cúcuta, al parecer no tuvo mucho chance de birlar
unos cuantos billetes a los incautos que se le acercaban a pedirle medallitas,
pero sí logró esquilmar al cambia bolívares Alfonso Max Niño a quien le pidió que le cambiara
un cheque en dólares, girado contra un banco de los Estados Unidos por una suma
en pesos colombianos equivalente a algo más de cuatro mil pesos.
Era lógico pensar que al señor cura no se le pediría
identificación ni aval alguno, pues bastaba ver la ‘pinta negra’ que vestía para saber que se trataba de un
representante del mismísimo Dios; lo que no se imaginaba don Max Niño, era que
el cheque le saldría ‘chimbo’ y sin la mínima posibilidad de recuperación, pues
en el momento de la noticia el ‘curita’ ya se había esfumado.
Afortunadamente, el alcalde Guerrero no alcanzó a caer
en sus garras y solo le facilitó su vehículo oficial para realizar algunas de
sus diligencias, entre las cuales es de suponer que lo llevaría a San Antonio,
de compras y eso sin soltarle prenda, en pesos o en ‘bolos’, pues conociendo al
señor alcalde, éste no era de fácil de bolsillo, ni siquiera con los suyos.
2. El Cúcuta Deportivo y la pelotera de Antonio Sacco.
Antonio Sacco, cerebral jugador uruguayo
Por esos días de los años cincuenta, el balompié
colombiano acababa de pasar por su época dorada y el Cúcuta Deportivo había
aprovechado su ‘cuarto de hora’ para vincular futbolistas que habían integrado
la divisa ganadora del Campeonato Mundial de ese deporte en el sur del
continente y específicamente de Uruguay, que había ganado la competencia
reciente de 1950 con el famoso Maracanazo.
Manejaba el equipo rojinegro, nadie menos que el
personaje del momento, la persona que había entrado pisando duro en el ambiente
social, económico y deportivo de nuestra capital, el periodista y locutor
Carlos Ramírez París, a quien sus allegados y demás amistades dieron por
llamarlo ‘Trompoloco’ por sus actitudes resueltas, enérgicas y osadas.
Después del éxito logrado con su emisora Radio
Guaimaral y con el apoyo resuelto de los fanáticos seguidores de equipo local,
resultó siendo quien, en el 53, tomó las riendas del equipo, que venía
sufriendo una aguda crisis económica desde el año anterior y para tratar de
solventarla, decidió realizar una gira internacional por Centroamérica,
particularmente por El Salvador, Guatemala y Costa Rica, lugares en donde a
pesar de los resultados deportivos poco exitosos, los económicos ayudaron a
sostener el equipo durante el resto del año.
Y no era porque la nómina de jugadores fuera pobre,
pues entre sus filas estaba, a préstamo, el jugador Antonio Sacco, uruguayo quien
se había destacado en la selección de su país, campeona del título mundial, por
sus habilidades con el manejo del balón y de quien decían era el ‘bailarín de la número cinco’ y ‘malabarista de la pelota’ y quien
además, fue el primero en inventar la jugada conocida como ‘la bicicleta’, la que hiciera popular años más tarde cuando jugaba
en el futbol peruano.
Pero aquí en Cúcuta, se armó tremenda pelotera cuando
se propuso comprar su pase, que entonces valía una fortuna y que las paupérrimas
arcas de la institución no tenían cómo sufragar.
Ni corto ni perezoso don Carlos propuso que todos los
interesados se ‘metieran la mano al dril’
para lograr los recursos necesarios para su compra, punto que causó una gran
controversia, sobre todo en los medios periodísticos que manifestaron su
inconformidad, alegando que les parecía un posición francamente desagradable y
le pedían a las directivas explicaciones.
En conclusión, el pase no se pudo comprar y el
futbolista estuvo deambulando entre los dos países vecinos tratando de ubicarse
en un equipo que le reconociera sus méritos futbolísticos y todo indica que el
Deportivo Loyola de Caracas, equipo de la comunidad de los jesuitas, se hizo a
sus servicios, aunque allí durara poco, pues al año siguiente salió para el
Perú donde jugaría sus últimos partidos hasta retirarse del futbol activo en el
61 siendo jugador del Sport Boys.
3. Favoritismo
en las plazas de mercado.
Mercado La Cabrera hoy día
No podían faltar los escándalos tradicionales del
sector público, así que con esta espero terminar esta crónica.
Recordemos que después del incendio del Mercado
Central, en el sitio donde posteriormente se construyó el edificio San José, la
administración municipal no pudo sustituir dicho emplazamiento, pues le fueron
apareciendo dificultades de todo tipo, al punto que sólo se pudo construir su
reemplazo años más tarde cuando se dispuso la construcción de La Sexta.
Mientras tanto, el abastecimiento se hizo mediante la
asignación de plazas satélites en los cuatro puntos cardinales ubicados
estratégicamente para que sirvieran sin dificultad las necesidades de los
cucuteños; eran ellas, las plazas de El Contento, La Cabrera, Sevilla y
Rosetal.
Ahora bien, estas eran manejadas y regidas por la
administración municipal, que debía asignar y distribuir, de manera equitativa,
los diferentes puestos que en ella se ofrecían y velar por el cumplimiento
estricto de las normas de convivencia.
Sin embargo, luego de la distribución comenzaron a
surgir los inconvenientes comunes que siempre se presentan cuando el reparto no
se hace con justicia y al parecer eso fue lo que sucedió, recién comenzaron a
entregar las asignaciones.
Los anteriores usuarios del Mercado Central se venían
quejando que no los habían tenido en cuenta para la entrega y que por el
contrario, los estaban entregando ‘a dedo’ entre las amistades y los
copartidarios del alcalde y de los concejales, ante lo cual, el encargado de la
repartición, Pedro Moros, solicitó a los interesados que le ‘citaran un solo caso de favoritismo’ en
el que su hubieran asignado más de un puesto.
La prensa que entonces no tenía pelos para quedarse
callada, le remitió una lista de beneficiarios a quienes les habían adjudicado
más de un puesto entre los que estaban, Juan Ruiz con 5 puestos y luego una
interminable lista de adjudicatarios con dos puestos cada uno.
Al doctor Pedro Moros, quien había exigido a la prensa
rectificara sus argumentos se quedó sin ellos ante las pruebas
incontrovertibles mostradas.
Lo que sucedió después, fue una redistribución más
justa, donde quienes se quejaron quedaron con algunos de los puestos, aunque no
en la posición que habían solicitado, pero de alguna forma salieron ganando en
su propósito que era lo que deseaban, con esta reclamación.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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