Ciro A. Ramírez Dávila
Carlos "Petaca" Rodríguez, es considerado el mejor pitcher colombiano de todos los tiempos
Corrían los años cincuenta cuando el béisbol, como
deporte, era una afición inusitada, por no decir que se había convertido en una
fiebre, entre la muchachada cucuteña, como producto de situaciones muy comunes para
ese entonces, en una ciudad que empezaba su crecimiento.
A esto contribuían: el ferrocarril de Cúcuta, responsable
de traer frecuentemente esa avalancha de maracuchos, quienes desbordaban de
fervor beisbolero en el puerto petrolero venezolano, contagiando a las gentes
de acá y los trabajadores de la Colpet, compañía petrolera gringa, que fomentaba y estimulaba mucho el
juego de “pelota caliente”, teniendo incluso entre sus trabajadores, excelentes
peloteros venidos de la costa colombiana.
Todo lo anterior, motivó una gran oleada de aficionados y
practicantes en las diferentes barriadas, improvisando escenarios, en cualquier
espacio, donde se montaban “diamantes”, y se programaban encuentros beisboleros,
entre ellas.
Cabe notar que a nivel internacional, sobresalían
estrellas mundiales en el béisbol, como los norteamericanos… Ruth… Mantle…
Dimaggio… y los venezolanos, también figurones… Carrasquel… Davalillo… y… Aparicio
… entre los muchísimos, que podemos evocar hoy.
Total la fiebre en aquellos años por el béisbol era
realmente un delirio.
Para completar la euforia, Colombia había ganado un
título mundial con figuras rutilantes… “chita” Miranda… “fantasma” Cavadía…
“policía” Peñaranda… ”Petaca” Rodríguez,……..
Pues bien, en este estado de cosas, se conformaron
equipos en las barriadas cucuteñas, se organizaron campeonatos internos, hubo
intercambios con los vecinos del Táchira; por aquellos tiempos, fueron apareciendo
esos abnegados dirigentes deportivos quienes le dieron vida a la Liga de
Béisbol de Norte de Santander, cuyos frutos en competencias nacionales, fueron muy
satisfactorios.
Esto para referirnos al deporte organizado, con
dirigencia, organización, logística, reglamentación.
Pero como el deporte de bates y manillas levantó tanto
entusiasmo, no era extraña la organización de “desafíos” beisboleros inter barrios,
semana tras semana:.. Playeros,
Cabrereños, Contenteros, Llaneros, Sevillanos,
Caroreños, Callejoneros….
Para esto se hacían verbenas, cuyos fondos administrados con
sentido comunitario, servían para el equipamiento necesario: implementos, uniformes,
refrigerios, transporte….
Entre los más gomosos, sobresalían los del Callejón y
Carora, pues en estas barriadas era muy común la presencia de migrantes maracuchos;
por tanto el “Patio”, como se le llama cariñosamente a la cancha caroreña, sirvió
de escenario a importantes encuentros beisbolísticos, de grata recordación.
La rivalidad entre las dos barriadas era de tal magnitud,
que llegaron crear discusiones, ofensas verbales y hasta de hecho, cuando en
los corrillos se encontraban estos vecinos, para demostrar quien tenía la
supremacía en este popular deporte.
Fue tanto el riferrafe, que sus dirigentes acordaron un encuentro entre las dos
novenas un sábado de febrero, a las ocho de la mañana, eso sí, en una cancha
neutral a las dos aficiones, la cual fue elegida por unanimidad, en un
“peladero”, que tenían acondicionado los sevillanos, donde hoy está la
parroquia de la Candelaria, paralela a la “carrilera ferroviaria”.
Vale la pena recordar, el entusiasmo, el fervor, el
alborozo, que motivó la contienda en toda la ciudad; previamente hubo los
preparativos de rigor: se nombraron árbitros experimentados, madrinas,
delegados; se confeccionaron uniformes vistosos, donados por comerciantes del
vecindario, verdiblanco los callejoneros y rojiblanco los caroreños; invitados
especiales; se demarcó perfectamente el diamante con cal, en sentido sur-norte.
Cada uno de los equipos, tenían algunos pesitos, para la
celebración, con “Sajonia”, la cerveza del momento, una vez terminara el
partido; en fin, no escapó ningún detalle.
Llegado el esperado día, el entorno se atiborró de
vecinos, hubo pólvora, música, ventorrillos de bebidas refrescantes, en fin todos
los ingredientes de un espectáculo público; Las dos novenas con sus mejores
exponentes, lucían perfectamente uniformados en su respectiva “cueva”,
recibiendo la carreta acostumbrada de sus entrenadores.
En ese entonces, se distinguían como deportistas en
diferentes disciplinas, en los dos sectores: Becerras, Ramírez, Pabones,
Morenos, Navarros, Aguilares, Cuellar, Duranes, Salinas, Monsalves, Mancillas,
Villates, Oteros, Gonzales, Jaimes, Hernandez, Mendes, Figueroas, Mejías,
Osunas, Granados, Sanchez, Chacones, Ortegas, Nietos, Rangeles, Barrios, Pratos,
Dávilas, Páez, Olivares, Mesas, Garcías, Fuentes, Perozos, Cárdenas, Medinas, Fiallos,…..y
muchos otros, que no alcanzamos a rememorar.
El partido fue intenso, lleno de emociones, entrada tras
entrada; cada novena fue demostrando su coraje y arrojo en defensa de sus
colores; Las barras de uno y otro sector, se hicieron sentir como era de
esperarse, sacando su “bolañerismo” popular, después de cada acierto o de cada
error, los errores en béisbol, son fatales.
Los callejoneros, comenzando el cierre de la octava
entrada, perdían tres carreras a cero, cuestión que tenía desesperados a sus
seguidores, pero aún más a su manager, quien recibía toda clase de improperios,
por no alinear a determinados jugadores.
Sin embargo,
sucedió algo insólito, el lanzador caroreño, se desconcentró y dejó llenar las
bases, seguramente como era un excelente pitcher, no fue cambiado y su brazo se
cansó.
Esto,
reanimó al conductor de los verdes y en una ojeada rápida a su banco, señaló
como “emergente”, a uno de los hermanos Pabón,
que tenía fama de “bateador”, pero que era lento y por eso no lo alineaban.
El designado, tomó su posición, e inmediatamente analizó
al servidor muy nervioso, y en una pelota suave, con un “faul” y dos bolas en
la cuenta, le suelta tremendo “leñazo” en elevado, directo, exactamente al
rincón izquierdo del campo, viéndose como la bola… se fue… se fue… y… se fue…
Saliendo ayudada por el viento, en un cuadrangular,
precisamente con dirección a la carrilera ferroviaria, causando júbilo en los
espectadores.
Pero… ¡oh sorpresa!... En ese mismo instante, salía
lentamente, de la estación del ferrocarril, un tren de carga que era cotidiano a
esas horas, arrastrando más de veinte vagones y una plataforma de carga larga,
en la cual cayó la bola.
Su destino final fue Puerto Santander, es decir a sesenta
kilómetros del escenario del juego, constituyéndose en… el jonrón más largo del
mundo….. Lástima que no lo hayan registrado en el libro Guinness.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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