martes, 11 de noviembre de 2014

662.- LAS CASAS SOBREVIVIENTES DEL SIGLO PASADO



Orlando Carvajal 

Casona de los espantos, localizada en la esquina de la calle 17 con avenida quinta.

En sus paredes de tapia y techo de teja de barro está concentrado el eco de varias generaciones de la villa, como se conoció en sus inicios a Cúcuta. Toda la historia está encerrada en ellas.

El tiempo parece haberse detenido en muchas de ellas que se levantan apacibles en calles empinadas, remarcando el hábitat que las ha engendrado.

Ellas representan el legado arquitectónico y la huella de la herencia colonial que nuestros antepasados levantaron en La Cúcuta de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Son las casonas y villas que hoy se entretejen vistosas y engreídas en la ‘selva de cemento’ que abrigó después a la ciudad, esas que se han resistido a la bravura de la naturaleza y al olvido oficial.

Muchas de ellas están en el centro, otras en el norte y algunas más en el oriente, sectores en los que se dice albergaron a la Cúcuta del siglo pasado, la que vino después del destructor terremoto de 1.875.

Permanecen patrimoniales con sus paredes desteñidas y ventanales rústicos, algunos a punto de caer; otras, con sus tejados pegados cual pétalos de rosa a la cubierta, aún conceden sombra en sus aposentos.

La huella de la arcilla se deja ver en sus pisos maltratados por el paso de generaciones.

Y quien no se deja seducir y cautivar por sus misteriosas fachadas, algunas aún con ventanales  y balcones coloniales de fino cedro, otras, lamentablemente a punto del desplome, postradas y con heridas en sus paredones por el abandono al que han permanecido por décadas.

Algunas, declaradas patrimonio cultural, como las centenarias casonas en las que funcionó el ferrocarril de Cúcuta a principios del siglo pasado, en las veredas Guayabal y Aguablanca, literalmente desaparecieron esperando una mano amiga para su conservación.

“No hubo quien se apiadara de ellas”, dice en tono nostálgico el presidente de la junta de acción comunal de esta última vereda, Luis Enrique Sosa.

En otras menos antiguas que estas, pero con similar valor arquitectónico, como las que se levantaron en la esquina de la avenida quinta con calle 13, o en la que funcionó el Teatro Santander, en la calle 11 entre avenidas 3 y 4,  el uso de su suelo fue transformado de manera abrupta y sin ninguna resistencia, y ahora allí funcionan cafeterías y locales comerciales.

“Toda la historia que encerraron fue sepultada inmisericordemente”, precisa el maestro de la plástica y la escultura nortesantandereana, Lucho Bahim.

Una suerte similar corrieron predios de singular enigma, como la casona de los espantos, en la esquina de la avenida quinta con calle 17, donde según relatos de los vecinos, muy pocos  duraban viviendo allí “por los sustos que les hacían pasar a los inquilinos espíritus del otro mundo”.

Hoy, en su lugar funciona una venta de caldos y sus administradores no dieron fe de que allí asusten.

A escasos cien metros de aquí, en la calle 17 con avenida sexta, otra inmensa casona permanece congelada en el tiempo. Permaneció desocupada por muchos años y de ello quedan secuelas graves en sus paredes y techo.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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