Ciro A. Ramírez Dávila
En el último cuarto de siglo del ochocientos, San José de
Cúcuta era una villa campirana, es decir una mezcla ‘rururbana’, con tradiciones todavía muy coloniales, donde se
confundían las costumbres campestres con los incipientes inicios de un
urbanismo realmente elemental.
Por tanto la economía, las comunicaciones, el transporte,
se desarrollaban en un contexto donde la simplicidad, lo artesanal, lo
cultural, eran las constantes del momento.
El valle de San José de Guasimales, estaba circundado por
una serie de pequeños asentamientos rurales muy al estilo de una época
colonial, distinguiéndose entre ellos : Los Vados, La Garita, El Salado, El
Cerrito, Magueyales, Guayabal, Alonsito, Guayabito, Urimaco, El Rodeo, El
Carmen de Tonchalá, San Pedro, Boconó, Tabiro, entre otros, habitados por
gentes campesinas, dedicadas a la agricultura y cría de ganados criollos,
cabras y demás animales de corral: cerdos ,aves, conejos ,a bestias de labor,
caballos, mulares y asnales.
Las anteriores circunstancias provocaban, naturalmente,
un permanente intercambio de actividades entre esos caseríos y la Villa, a
donde venían a diario a comerciar sus productos consistentes en leche fresca,
quesos, dulces, frutas, miel de abejas, hierbas aromáticas, verduras,
hortalizas y otras misceláneas, propias del medio rural tropical.
En ese tiempo, vivía en el Carmen de Tonchalá, la familia
de don Juan B., así no más lo conocían en toda la comarca, con su mujer, doña
Paula y sus siete hijos, dos hombres y cinco mujeres, dedicados enteramente a
labores agropecuarias; entre los que descollaba la mayor, Elicenia, una
pizpireta de diecisiete años, espigada como un junco, trigueña, desgarbada,
corajuda para los oficios del campo, alegre, con una abundante cabellera que le
caía hasta la cintura, que la tenía organizada en dos trenzas, sostenidas con
una gran peineta; siempre vestida a la usanza de esos tiempos: blusa de
zaracita, cerrada al cuello, mangas de golitas, hasta las muñecas, y largas
enaguas de volados y encajes, hasta los tobillos; zapatos planos, de suela y
lona negra.
Cada tres días, Elicenia debía ir a la villa a llevar
quesitos de leche de cabra, leche de vaca, yucas, plátanos, ahuyamas,
calabazas, lechosas, limones, batatas, escobas de palito negro, hierbas
aromáticas: llanten, toronjil, yerbabuena, orégano…productos que trasportaba en
un burro, con árganas, de bejuco trenzado y que entregaba en casa de familias,
de personajes de la villa, donde ya era suficientemente reconocida y apreciada
por las matronas, quienes le tenían un aprecio especial, puesto que en el
tiempo que permanecía en el pueblo, ella se acomedía en la ayuda de oficios
domésticos, como barrer los patios, lavar trastos, cocinar, etc…
De regreso traía las provisiones necesarias que le
encargaban.
Coincidencialmente, aquel fatídico dieciocho de mayo,
Elicenia, madrugó, se acicaló, mientras su padre y hermanos le preparaban los
envíos y su mamá como era costumbre después de bendecirla, le insistió que de
por Dios no se demorara, puesto que la muchacha se estaba acostumbrando a
regresar, bien entrada la tarde, cuestión que tenía contrariados a sus padres.
Llegadas las once del día, como era la costumbre, los
cucuteños se aprestaban a almorzar, para después tomar la rigurosa siesta; por
tanto las familias estaban sentadas a manteles, como era el rigor de esos
tiempos; las viandas estaban a disposición de los comensales.
Elicenia, seguramente ayudaba en los menesteres en alguna
cocina, por las inmediaciones de la iglesia de San Antonio cuando,
repentinamente, se presentó una confusión inexplicable… se escuchó un ruido
ensordecedor… todo se movía desordenadamente… todo caía… los techos crujían…
las paredes de tapia pisada se grietaban… y se desplomaban… las gentes lloraban…
gritaban… gemían… rezaban… corrían desordenadamente… al salir a la calle se
observaba un desorden generalizado, el polvo de las paredes caídas inundaba el
ambiente… se escuchaban voces de dolor… de miedo… de temor… la algarabía era de
pánico…se percibía una gran confusión entre las gentes… seguramente buscando el
mejor y más oportuno refugio… se abrían cárcavas en las calles, que para la
época, eran empedradas.
Después de unos minutos, sólo reinaba la confusión entre
las gentes, quienes desordenadamente buscaban a sus allegados más cercanos,
para tranquilizar un poco la incertidumbre; se percibían sollozos… quejidos… ,gritos
desesperados… aullido de perros…; la polvareda era asfixiante…comenzaban a
aparecer cadáveres de gentes reconocidas… lo que aumentaba la confusión; de
algunas ruinas salía alguien arrastrándose o maltrecho, en condiciones de
socorro… los niños aterrorizados, sin comprender la situación, no dejaban de
llorar.
A las dos de la tarde, aparecen las primeras ayudas oficiales,
encabezadas seguramente por algunos funcionarios y un grupo de militares
quienes, proceden a rescatar de los escombros a las personas que están más
oportunas para el auxilio; y se determina trasladar los heridos que no
presentan tanta urgencia, hacia el sitio conocido como Carora, donde hubo un
incipiente cementerio, puesto que el hospital no podía atender sino muy pocos pacientes,
los demás quedaran al cuidado de curanderos y sobanderos.
Estando en estos menesteres la primera brigada de auxilio,
encuentran una jovencita con una pierna prensada por una pesada tapia a la
altura del muslo izquierdo, a quien luego de auxiliarla la ubican debajo de un
frondoso cují, esta es la Tonchalera Elicenia.
Allí colocan otros heridos, la mayoría de ellos sin
dolientes cercanos que los socorran.
Una hora después de presentó una oscurana repentina,
culminando con un fuerte aguacero.
La oscuridad no se hizo esperar, producto del invierno y
lo tétrico y caótico del ambiente.
Pasadas las cinco de la tarde, la muchacha como pudo y
con ayuda de algunos, arrastrando la pierna decidió buscar un sitio más seguro
para pasar la noche; estando en estas, aparecieron en su auxilio, un grupo de Tonchaleros,
vecinos y familiares, quienes desde que sucedió el sismo, salieron en su
búsqueda.
Ya viejecita…ELICENIA, en una de las barriadas más
tradicionales nuestras, levantaba con recato su falda y mostraba a sus nietos y
bisnietos, la cicatriz de su muslo izquierdo, como huella testimonial del
terremoto cucuteño.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
HOLA COMO ESTAS. POR FAVOR TIENES INFORMACION D ELA FAMILIA DAVILA EN CUCUTA GRACIS ESPECIFICAMENTE ELOY DAVILA GRACIAS
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