lunes, 29 de diciembre de 2014

691.- LOS CLASICOS SUCESOS DEL 51



Gerardo Raynaud

Los acontecimientos que han venido sucediéndose en la ciudad desde que ésta ingresó a la modernidad no distan de diferenciarse al pasar de los años.

Repasando brevemente la historia reciente, puede observarse que hechos y acciones se repiten casi que recurrentemente y cualquiera de ellos pareciera calcado de alguno sucedido en tiempos pretéritos, sólo basta cambiar algunos nombres y de pronto, alguna dirección, pero en general, el desarrollo es casi idéntico, algo así como el “deja vu” francés, como si hubiéramos conocido y vivido esa situación.

Son tantos y tan parecidos a los actuales sucesos que francamente estoy indeciso por cuál comenzar.

Así que en un gran esfuerzo por escoger uno de tantos decidí lanzarlo al azar y resultó favorecedor, en primer lugar, el siguiente que fue la gota que colmó la copa y que indujo a las autoridades a tomar las decisiones pertinentes.

Me refiero a la creación del cuerpo de bomberos luego del pavoroso incendio que destruyó buena parte de una cuadra comercial.

En la noche del jueves 21 de febrero, casi a la medianoche se desató un gigantesco incendio en la calle 12 al frente del almacén de don Tito Abbo.

Cinco almacenes de mucho prestigio y reconocimiento fueron presas de las llamas sin que se haya podido precisar las causas, toda vez que en esos tiempos eran comunes los incendios premeditados, razón por la cual muchas compañías aseguradoras se abstenían de librar pólizas a ciertas personas y en ciertas actividades. Pero este no era el caso, pues los cinco negocios afectados tenían una bien cimentada seriedad.

Los cinco, comenzando por el más grande eran Los Tres Grandes, La Sastrería de Daniel Coronel “el sastre que lo viste bien”, el almacén París, el almacén Cartagena y el almacén Vejar; por fortuna, las llamas no alcanzaron a comprometer a la vidriería y marquetería Florián, del ingeniero Fernando Seguín, constructor de la línea Sur del Ferrocarril de Cúcuta, casado con Rita Ibarra, de los Ibarras de Pamplona.

Pues bien, parece que el incendio se originó en el almacén París de propiedad de don Juan Assaf, producto de un corto circuito, al parecer sin malévolos fines, pero el hecho es que en poco menos de tres horas, todos los almacenes fueron consumidos por las llamas.

La diligente acción del ejército  al mando del coronel Laverde y de la policía comandada por el mayor Martínez, logró controlar las llamas y los comerciantes alcanzaron a retirar buena parte de las mercaderías y ponerlas en lugar seguro; de todas formas, las pérdidas alcanzaron la suma de medio millón de pesos, una cifra astronómica en esa época.

Tal vez, hechos como el narrado incidían en las operaciones inmobiliarias que entonces comenzaban a mostrar un descenso, tanto en la comercialización como en el arrendamiento de los inmuebles, con relación al año anterior.

Además de la situación de riesgo asociado a los incendios, la disminución en la oferta de créditos bancarios debido a la crisis comercial ocurrida en septiembre del año anterior, comenzaba a afectar el ingreso de los cucuteños, quienes ya se estaban acostumbrando a las variaciones que en el futuro serían cada vez más frecuentes.

A pesar de las eventualidades, la vida continuaba su ritmo y tanto los comerciantes como el público en general, que incluía los visitantes del otro lado de la frontera, estaban dispuestos a seguir con sus actividades cotidianas.

Esa semana el precio del bolívar estaba en $4.15 mostrando una estabilidad poco usual, pues hacía alrededor de casi un mes que no se producían variaciones.

Por los lados de la alcaldía municipal estaban celebrando el incremento en los recaudos, pues habían logrado superar durante el mes de septiembre el monto de los $175.000 ya que los impuestos a los hidrocarburos habían sumado la no despreciable suma de $24.069.

Además se había incorporado al presupuesto municipal el crédito que el Banco del Comercio había aprobado por la suma de $30.000 y que sirvió para cubrir los faltantes correspondientes a ingresos varios no discriminados.

Don Manuel Jordán, entonces alcalde de la ciudad, mostraba sus mejores deseos por desarrollar una labor que trajera progreso y dentro de sus prioridades estaba, tal como hoy, tener una urbe con vías bien presentadas.

Por ello, citó a su despacho a los vecinos del sector de la calle once entre avenidas 10 y 11 del barrio El Llano, para solicitarles su colaboración para que la pavimentación pudiera ejecutarse con éxito.

Los vecinos, entre los que estaban Olimpo Berrío, propietario de la tienda Puerto Berrío, José Trino Labrador de la empresa molinera y cafetera Labrador, Polo Sosa, Virgilio Orozco y en representación de la mujeres encabezada por María Susana de Mieles, le expresaron todo su apoyo y velarían porque la obra se desarrollara dentro de los parámetros de honradez y eficiencia que permitiera tener una calle perfectamente asfaltada.

Sin embargo, no todo era color de rosa, recientemente la Dirección Municipal  de Higiene había decretado el cierre de las instalaciones del Teatro Municipal motivada por las condiciones antihigiénicas en que funcionaba, no solo el local del teatro sino el resto de locales colindantes.

Como sucede siempre en estos casos, la empresa arrendataria del teatro interpuso los recursos correspondientes pero el alcalde salió en defensa de la acción oficial agregando que el mencionado cierre se había producido, además de las condiciones de higiene, por la conveniencia pública y la necesidad de defender los intereses de la ciudad, ya que no existía ni existe contrato de arrendamiento y que desde hace más de cuatro años están usufructuando de los beneficios del teatro de manera ilegal puesto que el alcalde de ese entonces a ‘motu proprio’ y sin autorización del Concejo resolvió entregarlo en arriendo.

Además, el canon que estaban pagando era exiguo, pues estaban cancelando $150 mensuales, suma que no le representaba  ningún beneficio al municipio.

El pensamiento del alcalde era abrir una licitación pública con una cifra cercana a los $20.000 pesos de arriendo anual y si ésta no se obtenía, el municipio optaría por administrarlo por su cuenta.

Ya para finalizar este primer recorrido, baste con recordar que uno de los sitios de mayor renombre y preferencia para que las familias de la ciudad realizaran sus paseos de fin de semana, era el Club Campestre, situado entre El Salado y La Ínsula, sobre la carretera que va al Cerrito. ¿Recuerdan haber estado allí? Vean el aviso y esperen próxima crónica!



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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