Gerardo
Raynaud D.
Tradicionalmente “El Salesiano”
ha sido un único colegio, aunque formalmente son dos: los que llamamos
“Técnico” y “Clásico”. En 1951 inició el
Instituto Salesiano San Juan Bosco, colegio que se distingue en la ciudad por
la alta calidad de su formación académica y humanística. Luego apareció el
Instituto Técnico Industrial Salesiano, que aparte del currículo académico
ofrece a los muchachos especialidades en Artes Gráficas, Electricidad y Electrónica, Mecánica Industrial
y Diseño. Los dos colegios comparten sede.
A comienzos
del año 1953, la comunidad salesiana se propuso establecer en la ciudad una
institución que permitiera formar personas en las áreas técnicas, de tanta
necesidad entonces como ahora, aprovechando las magníficas instalaciones que
habían construido en el barrio Popular.
El padre
Miguel Müller estaba a la cabeza del proyecto que la comunidad salesiana venía
desarrollando en las principales ciudades colombianas.
Recién
llegados a principios del siglo pasado y establecidos en la capital de la
república, la congregación había realizado otras obras complementarias a la
educación, tales como los templos e iglesias católicas en diversas poblaciones,
aprovechando el conocimiento que tenían algunos de los integrantes de la
orden, en materia de arquitectura y
construcción, como la edificación del templo católico del municipio de Mosquera
en Cundinamarca y la posterior construcción de la capilla de María Auxiliadora
en el colegio Salesiano, tal vez, la obra maestra del padre Müller en la
ciudad.
Desde el
mismo momento de su iniciación a la vida nacional, los seguidores de don Bosco,
como se les conoce, se dieron a la tarea de difundir las enseñanzas en las
ramas de las técnicas industriales con la certeza que mediante la aplicación de
estos conocimientos, la población lograría un desarrollo con mayor fortaleza y
mejores cimientos, como había ocurrido en la nación teutona de donde era
originario su actual director local.
Antes de
iniciarse en la aventura de crear una escuela industrial en la ciudad, que
permitiera la formación de jóvenes en los menesteres de la técnica, tan
necesaria para el desarrollo de la ciudad, el padre Müller recorrió buena parte
del viejo continente con el ánimo de conocer de primera mano, las tendencias y
últimas tecnologías en las áreas académicas que le permitiera cumplir con este
propósito.
Por ello
visitó, además de su natal Alemania, a Francia, Italia, Suiza y ya de regreso,
a España, viaje que por esa época se hacía por la ruta de Barranquilla, en los
famosos y recién adquiridos ‘Constellations’ que habían bautizado como ‘El
Colombiano’.
Como el
viaje duraba un poco más de un día completo, pues de Barranquilla se enrumbaba
a la isla de Bermuda, luego a las islas Azores, para tomar rumbo a Lisboa la
ciudad más cercana del continente europeo y de allí a su destino final, los
pasajeros debían reponerse del cansancio producido por las largas horas de
viaje, del cual, nuestro protagonista no logró escaparse, pues a su regreso
tuvo que mantener unos días de reposo antes de recomenzar sus arduas tareas.
Experimentados
y conocedores de las condiciones de la juventud colombiana, toda vez que la
principal actividad educativa de la comunidad estuvo siempre orientada a formar
profesionales técnicos a nivel de bachilleres en las principales ciudades, de
manera que una vez instalados en Cúcuta, solo les bastó conseguir el apoyo
estatal para comenzar su transcendental labor, aspecto que no resultó de mayor
dificultad por cuanto en esos días, el ministerio de Educación Nacional era
dirigido por un nortesantandereano, quien tenía mucho interés en favorecer
iniciativas como las que le estaban presentando, se trataba del doctor Lucio
Pabón Núñez, reconocido dirigente regional, con quien el padre Müller había
podido establecer contactos recientes y logrado que, a través del ministerio,
se consiguieran algunos recursos que contribuirían a consolidar el proyecto,
particularmente en cuanto a la financiación de la construcción, que era el
aspecto más dispendioso y de mayor dificultad para resolver en el corto plazo,
ya que, la intención de los sacerdotes salesianos era iniciar actividades en
los primeros meses de ese año.
Para el
padre Müller, según sus palabras, “para
el futuro de Cúcuta, la redención de la clase trabajadora, se lograría mediante
el aprendizaje de un arte manual y práctico, que habrá de darle los medios
necesarios para el sustento y una formación anclada fuertemente en el Evangelio
y la doctrina divina.”
A esto
agregaba, a manera de metáfora, que lo que venía haciendo la comunidad, en
términos de educación, “era como dos ríos
que eran la ciencia y la religión y que unidos constituían la redención social,
económica y religiosa del campesinado y de la masa obrera.”
Inicialmente,
la escuela industrial se planificó para recibir 200 estudiantes, número que
aspiraban duplicar en el término de dos años, pues la sorpresa con que habían
recibido al padre Müller a su llegada a la ciudad, fue la gran cantidad de
estudiantes que se habían matriculado durante los primeros meses que el colegio
clásico propuso sus ofertas educativas, pues se habían copado todos los cursos
de primaria y los dos primeros de bachillerato, lo que les auguraba el éxito
inmediato.
La escuela
industrial, como fue su primera denominación, iniciaría los cursos de mecánica,
carpintería y electricidad pero desde ese mismo momento había identificado
otras necesidades, las cuales irían implementando para ofrecerlas el próximo
año que serían las de mecánica automotriz e imprenta, las cuales aún perduran
en la actualidad.
Sin embargo,
adicionalmente a estas preocupaciones académicas, la gran aspiración del padre
Müller fue la construcción de la capilla del colegio, hoy conocida como María
Auxiliadora, templo al que le puso todo su entusiasmo y atención en advocación
a San Juan Bosco.
Socializada
la idea de un instituto técnico industrial con algunos de los más prestantes
personajes de la ciudad, las peticiones de apoyo a tan encomiable labor no se
hizo esperar.
Por parte de
los comerciantes aglutinados en torno a la Cámara de Comercio y de su gremio
representado por FENALCO, se dieron a la tarea de colaborar en lo que
consideraban sería un gran aporte al progreso de la región, por esos días tan
necesitados de personal calificado para ofrecer los servicios de mantenimiento
y montaje de equipos, la mayoría importados y que requerían de apoyo técnico de
difícil consecución.
Esa
propuesta respondía a sus expectativas y por esa razón le brindaron el apoyo
suficiente en esa dura etapa de su comienzo.
Quien más se
identificó y apoyó el proyecto fue el empresario Antonio Copello Faccini, sin
que ello demerite las significativas contribuciones aportadas por otros
empresarios entre quienes podemos mencionar, don Nicolás Colmenares, Carlos
Luis Peralta y el firme respaldo de la prensa encabezada por el diario
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