martes, 10 de marzo de 2015

726.- MIRADAS AJENAS, Cúcuta al natural



Sebastién Longhurst


Cuna de la República, la dinámica ciudad es una puerta al mundo para Colombia. Hoy, mirando al futuro, se trata de la capital de una región con mucho para ofrecer a los viajeros amantes de lo auténtico.

Visitar Cúcuta es viajar en el tiempo. La capital de Norte de Santander es un glorioso almanaque de la historia de Colombia.

La ciudad que vio nacer en 1792 a Francisco de Paula Santander, ‘el hombre de las leyes’, vivió su episodio más ilustre en 1821 al ser sede  del Congreso en el que se redactó la Constitución de Cúcuta.

En aquel acto, Bolívar, Santander, Nariño y otros próceres de la Independencia le dieron vida a la Gran Colombia, una de las primeras repúblicas de América Latina.

Hoy, la casa natal de Santander es un bello museo ubicado en el Parque Grancolombiano del municipio vecino de Villa del Rosario, donde se puede visitar también el Templo Histórico que albergó las discusiones del Congreso.

Este viaje al pasado es la etapa inicial recomendada para sentir el latido de la Perla del Norte.

Fiel a su carácter precursor y su tradición comercial, Cúcuta se convirtió pronto en un punto neurálgico de la joven república.

Al ser un lugar de confluencia, vio entrar la primera mata de café de Colombia y salir hacia Europa sus primeros bultos de cacao.

Recibió olas de migrantes italianos, alemanes y franceses que contribuyeron a su modernización.

Este espíritu abierto se siente hoy en el nuevo desarrollo que vive la ciudad. Un paseo por las calles arborizadas del centro y la Avenida de los Faroles, una visita a la Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero, una noche cultural en los teatros Zulima y La Playa, una cena en los restaurantes de la zona rosa o unas copas en los pubs del barrio Los Caobos son las mejores formas de disfrutar los nuevos aires de Cúcuta, cálidos y acogedores.

Su gente es su mayor patrimonio, el cual se revela en toda su naturalidad alrededor de unos pasteles de garbanzo a media mañana, de un plato de cabrito dorado o de mute un domingo por la tarde.

Encuentro de culturas e historias, Cúcuta también es un encuentro de aguas. Al norte de la ciudad, el río Táchira, además de servir de frontera natural, desemboca en el río Pamplonita, que atraviesa la ciudad de sur a norte.

Eje de desarrollo de la ciudad en los siglos XVIII y XIX, Pamplonita es hoy una ruta de bienestar a lo largo de su famoso malecón; el paseo favorito de los cucuteños.

DEL RÍO AL PÁRAMO: UNA VUELTA AL SUR

La cuenca del Pamplonita hacia el sur es también una hermosa ruta de turismo. La vía atraviesa profundos valles de clima más fresco, que ofrecen un escenario ideal para un paseo de dos o tres días.

La primera etapa, a unos 30 kilómetros de Cúcuta, son los termales El Raizón y El Azufral, que tienen unas piscinas calientes en medio de la naturaleza.

Después de un saludable baño azufrado, se puede seguir hacia el vecino pueblo de Bochalema. Ahí, los más aventureros encontrarán múltiples opciones de deportes extremos en sus cañones, cascadas y caminos, ofrecidas por guías experimentados de la Casa de la Cultura.

Los más calmados podrán contemplar el grandioso samán del parque y la famosa colección de orquídeas del francés jean Denys Tourneaux.

A una hora de Bochalema, la vía hacia el sur llega a Pamplona, una animada urbe con alma de pueblo y corazón de capital.

Fundada 178 años antes que Cúcuta, Pamplona lleva casi 500 celebrando la Semana Santa con significativas procesiones.

Es una ciudad culta por excelencia, cuna de la figura del arte contemporáneo colombiano, Eduardo Ramírez Villamizar. Es también casa para más de 20.000 estudiantes de la Universidad de Pamplona oriundos de toda Colombia.

Joven y diversa, la ‘Ciudad de las Neblinas se vive en sus calles, en sus patios, o en su Mercado Central, monumento nacional.

Antes de seguir el camino, nadie se puede despedir de Pamplona sin visitar sus famosas panaderías, que como la de la familia Chávez, llevan décadas horneando pasteles de arveja, pastelillos y oteas exquisitas colaciones.

La ruta del sur termina en el silencio de las cumbres. Media hora después de Pamplona se encuentra el pueblo de Cácota, tierra de hospitalarios campesinos y alfareros que perpetúan la tradición indígena.

Después del sol de Cúcuta y el frenesí de Pamplona, qué mejor refugio que el silencio milenario del páramo y las lagunas de Cácota.

Una última ocasión para contemplar el presente de esta región de tradición y pujanza, de ilustre pasado y prometedor porvenir.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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