Sebastién Longhurst
Cuna de la República, la dinámica ciudad es una puerta al mundo para
Colombia. Hoy, mirando al futuro, se trata de la capital de una región con
mucho para ofrecer a los viajeros amantes de lo auténtico.
Visitar Cúcuta es viajar en el tiempo. La capital de Norte de Santander es
un glorioso almanaque de la historia de Colombia.
La ciudad que vio nacer en 1792 a Francisco de Paula Santander, ‘el hombre
de las leyes’, vivió su episodio más ilustre en 1821 al ser sede del
Congreso en el que se redactó la Constitución de Cúcuta.
En aquel acto, Bolívar, Santander, Nariño y otros próceres de la
Independencia le dieron vida a la Gran Colombia, una de las primeras repúblicas
de América Latina.
Hoy, la casa natal de Santander es un bello museo ubicado en el Parque
Grancolombiano del municipio vecino de Villa del Rosario, donde se puede
visitar también el Templo Histórico que albergó las discusiones del Congreso.
Este viaje al pasado es la etapa inicial recomendada para sentir el latido
de la Perla del Norte.
Fiel a su carácter precursor y su tradición comercial, Cúcuta se convirtió
pronto en un punto neurálgico de la joven república.
Al ser un lugar de confluencia, vio entrar la primera mata de café de
Colombia y salir hacia Europa sus primeros bultos de cacao.
Recibió olas de migrantes italianos, alemanes y franceses que contribuyeron
a su modernización.
Este espíritu abierto se siente hoy en el nuevo desarrollo que vive la
ciudad. Un paseo por las calles arborizadas del centro y la Avenida de los
Faroles, una visita a la Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero, una noche
cultural en los teatros Zulima y La Playa, una cena en los restaurantes de la
zona rosa o unas copas en los pubs del barrio Los Caobos son las mejores
formas de disfrutar los nuevos aires de Cúcuta, cálidos y acogedores.
Su gente es su mayor patrimonio, el cual se revela en toda su naturalidad
alrededor de unos pasteles de garbanzo a media mañana, de un plato de cabrito
dorado o de mute un domingo por la tarde.
Encuentro de culturas e historias, Cúcuta también es un encuentro de aguas.
Al norte de la ciudad, el río Táchira, además de servir de frontera natural,
desemboca en el río Pamplonita, que atraviesa la ciudad de sur a norte.
Eje de desarrollo de la ciudad en los siglos XVIII y XIX, Pamplonita es hoy
una ruta de bienestar a lo largo de su famoso malecón; el paseo favorito de los
cucuteños.
DEL RÍO AL PÁRAMO: UNA VUELTA AL SUR
La cuenca del Pamplonita hacia el sur es también una hermosa ruta de
turismo. La vía atraviesa profundos valles de clima más fresco, que ofrecen un
escenario ideal para un paseo de dos o tres días.
La primera etapa, a unos 30 kilómetros de Cúcuta, son los termales El
Raizón y El Azufral, que tienen unas piscinas calientes en medio de la
naturaleza.
Después de un saludable baño azufrado, se puede seguir hacia el vecino
pueblo de Bochalema. Ahí, los más aventureros encontrarán múltiples opciones de
deportes extremos en sus cañones, cascadas y caminos, ofrecidas por guías
experimentados de la Casa de la Cultura.
Los más calmados podrán contemplar el grandioso samán del parque y la
famosa colección de orquídeas del francés jean Denys Tourneaux.
A una hora de Bochalema, la vía hacia el sur llega a Pamplona, una animada
urbe con alma de pueblo y corazón de capital.
Fundada 178 años antes que Cúcuta, Pamplona lleva casi 500 celebrando la
Semana Santa con significativas procesiones.
Es una ciudad culta por excelencia, cuna de la figura del arte
contemporáneo colombiano, Eduardo Ramírez Villamizar. Es también casa para más
de 20.000 estudiantes de la Universidad de Pamplona oriundos de toda Colombia.
Joven y diversa, la ‘Ciudad de las Neblinas se vive en sus calles, en sus
patios, o en su Mercado Central, monumento nacional.
Antes de seguir el camino, nadie se puede despedir de Pamplona sin visitar
sus famosas panaderías, que como la de la familia Chávez, llevan décadas
horneando pasteles de arveja, pastelillos y oteas exquisitas colaciones.
La ruta del sur termina en el silencio de las cumbres. Media hora después
de Pamplona se encuentra el pueblo de Cácota, tierra de hospitalarios
campesinos y alfareros que perpetúan la tradición indígena.
Después del sol de Cúcuta y el frenesí de Pamplona, qué mejor refugio que
el silencio milenario del páramo y las lagunas de Cácota.
Una última ocasión para contemplar el presente de esta región de tradición
y pujanza, de ilustre pasado y prometedor porvenir.
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