viernes, 5 de junio de 2015

766.- CURIOSO PASADO DE CUCUTA



Gerardo Raynaud

He tomado prestado el título de esta crónica de uno de los párrafos escritos por Luis Alberto Villalobos, de una de sus publicaciones que divulgó cuando estaba al frente del periódico Comentarios, de su hermano José Manuel, aprovechando una de las muchas ocasiones en que estuvo prestándole sus servicios a la patria.

Hubiera podido escoger otro similar, pero habida consideración del contenido diverso que pretendo darle a ésta, prefiero dejarlo tal cual y pedirle a su autor original el respectivo permiso, teniendo en cuenta que dicha petición habría de enviarla a dirección desconocida o a la casilla postal de San Pedro, con el favor que se la entregara a su destinatario.

Decía el autor que Cúcuta podía ufanarse, a comienzos de siglo, “de ser una de las pocas ciudades surgidas a la vida cosmopolita merced a su propio esfuerzo” y agrega que “a no ser por el vigoroso empuje de sus hijos que ofrecieron toda su voluntad y todo su tesoro al resurgimiento de la hidalga ciudad después del terremoto, esta no hubiera merecido muy pronto el título de La Perla del Norte”.

Desde antes del sismo que la destruyó, ya se hacía mención del carácter benévolo de sus pobladores, pero lo más importante era sin duda, la confraternidad pura y sincera y la buena vecindad entre colombianos y venezolanos que existía entonces, en los que familias y negocios han crecido al calor de estos vínculos de la tradición del espíritu y la sangre.

Continúa don Luis Alberto Villalobos diciendo que “la mayor parte de la inmigración recibida en Cúcuta fue venezolana, especialmente de Maracaibo, de la que se origina gran parte de la población cucuteña” y aquí citamos a don Julio Pérez Ferrero quien en su magnífica monografía Conversaciones Familiares nos dice que “el primer consulado que hubo en la ciudad fue el de Venezuela”; de lo cual se llega a la innegable conclusión que los venezolanos no son, pues, para nosotros “extranjeros” en la acepción severa y común del vocablo, sino que han sido, son y serán nuestros hermanos en virtudes y en propiedades comarcanas históricas.

Así pues, que continuando con los procesos de poblamiento, desde antes del sísmo, hubo varios italianos “que no sabemos por qué abandonaron todos, tierra tan propicia para el negocio” parafraseando a don Julio Pérez Ferrero, ya que en verdad Cúcuta sabe de inmigrantes europeos que llegaron a esta plaza con las alforjas vacías y hoy tienen una fortuna; los más afortunados fueron sin lugar a equivocaciones, los italianos, los alemanes y los sirio-libaneses.

El retrato que hace el autor del título original, sobre los comerciantes cucuteños y el posterior desarrollo de la principal casa comercial del siglo pasado es bien interesante y aleccionador para las nuevas generaciones.

“El comerciante cucuteño no es lo suficientemente rico, porque no metaliza su alma” es el colofón que nos presenta en su publicación y esa apreciación estuvo rondando el ambiente hasta bien entrado el siglo 20, lo cual frenó en buena parte, alternativas de desarrollo que no alcanzaron a materializarse por esa misma razón.

Ahora bien, la principal casa de comercio que antes mencionaba no era otra que la famosa Casa Ríboli, fundada a comienzos de siglo por los primeros italianos que llegaron a la ciudad por la vía de Maracaibo, como lo hicieron la mayoría de los europeos.

Era entonces, la Cúcuta pujante de los primeros años del siglo, con su tranvía y su ferrocarril que surcaba sus principales calles y un comercio, que en manos de los italianos y los alemanes, llevaban y traían productos y mercaderías, tanto de importación como de exportación, con la ventaja que éstos eran embarcados y descargados frente a sus negocios, sin necesidad de otros medios.

La Casa Ríboli se distinguió como la ‘simpatía de Italia en Cúcuta’ y fue tal el éxito que adquirió durante casi cincuenta años que otro italiano, con una visión más modernista, decidió adquirir ese comercio en su vieja casona y transformarlo en un moderno y elegante edificio que de ahora en adelante sería la nueva casa comercial Tito Abbo Jr. & Hno.

Fue don Tito Abbo uno de los extranjeros que primero se identificó con las costumbres locales al punto que conformó su familia cucuteña y ese nuevo almacén fue durante mucho tiempo, el eje sobre el cual giraba el comercio minorista de la ciudad.

Pasada la mitad del siglo, cuando las empresas locales, lideradas por el empuje arrollador de los empresarios antioqueños, pusieron sus ojos en esta ciudad de frontera, visualizando el porvenir que se avecinaba por el auge económico que se presentaba en el vecino país, decidieron proponerle a don Tito Abbo la compra de su almacén, el cual reunía las condiciones que ellos mismos habían impuesto en los suyos bajo la denominación de Almacenes Ley y fue así como a partir de la década de los años sesenta, en esa misma esquina de la calle doce con avenida quinta se materializó ese establecimiento comercial que con la dinámica actual pasó a convertirse en la empresa comercial más grande de Colombia, hoy Almacenes Éxito.

Otros personajes dignos de alabanza por su tesón, por su generosidad y sus acciones de gentileza, aunque no de la misma nacionalidad de nuestro anterior personaje, es don Antonio Copello. Hijo de italianos, había nacido en la vecina población de Táriba en el estado Táchira venezolano.

Decían las crónicas rosas de la época, que don Antonio era “una de aquellas voluntades mejor ceñidas a la vida austera, al más claro timbre señorial y a los más nítidos y fecundos preceptos cristianos.”

Recordemos que al amparo de su gestión fueron los desarrollos presentados por la comunidad de los padres salesianos a quienes donó los terrenos y colaboró en la erección de las instalaciones que hoy conocemos en el barrio Popular.

Don Antonio Copello fue un caballero de espíritu público de casta latina y aristocracia venezolana que siempre estuvo presto a la cooperación efectiva en pro de las obras sociales y de las causas más nobles y para completar se vinculó a una de las familias cucuteñas del más rancio abolengo, la familia Faccini Andrade cuyos mayores dieron lustre a esta noble villa. Murió en la ciudad de Medellín en 1968, pero sus restos fueron trasladados a esta ciudad.

En la que fuera su casa de habitación, en la esquina de la avenida segunda con calle 11, murió el beato padre Luis Variara a quien había albergado en momentos difíciles de su vida y por lo cual, recibió sus eternas bendiciones.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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