miércoles, 8 de julio de 2015

778.- RECUERDO DE RAFAEL EDUARDO ANGEL



Martha Eugenia Zapata Contreras


Un muchacho alto de estatura, de tez rosada y mirada alegre, sostiene con manos firmes y pies decididos, la bandera blanca que ondea en una pequeña y abigarrada banda de guerra infantil.

El lema de la bandera “Escuela Activa”, resume el propósito de don Evangelista Quintana, autor de la serie de libros de lectura “Alegría de Leer” , alimento espiritual e intelectual de los niños de los años 40 y 50.

En mis años de infancia, las lecturas de “Alegría de Leer” me acompañaron en las tardes y en las noches cuando a los niños les provocaba leer no porque los mayores llámense padres de familia o profesores de castellano los obligaran sino porque les provocaba leer, porque esa era su voluntad, porque deseaban que esa fuera su Actividad durante unas pocas o muchas horas.

Gracias a Dios yo pertenecía a éste grupo de lectores infantiles que repetían la visión de la portada y se detenían en la figura del muchacho abanderado, ¡qué gran parecido a Eduardo Ángel Mogollón, pensaba!; el muchacho estaría de quince años por aquel tiempo además, vecino de mi casa en la calle Séptima entre carreras 5ª y 6ª de nuestra querida ciudad natal, Pamplona, la neblinosa Pamplona…

Sin detenerme en la conexión síquica, quizá premonitoria que la figura del abanderado me transmitía, al otro lado, en la casa vecina, Eduardo Ángel asumía la responsabilidad de un discípulo activo como respuesta al lema de su bandera en el Colegio del Norte del padre Faría y en el Colegio Provincial de los Hermanos Cristianos, donde se graduó como excelente bachiller en el año de 1955.

Universitario activo en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario en Bogotá, claustro donde se recibió como doctor en Jurisprudencia, para más tarde comenzar su carrera como profesional activo cuando ejerció sus cargos públicos de mucha responsabilidad como juez en Chitagá, personero delegado en lo penal en la ciudad de Cúcuta, Consejero del Servicio Civil, Secretario General de Cajanal, Secretario de la Gobernación del N. de S. y finalmente Registrador de Instrumentos Públicos en Cúcuta, cargo que ganó en concurso abierto, compitiendo con connotados aspirantes.

Residenciado en Cúcuta, en casa de nuestra querida e inolvidable matrona Doña Isabel Pérez de Maldonado, hija del ilustre educador y hombre público Don Julio Pérez Ferrero, señora madre del extraordinario artista, pintor y dramaturgo Guillermo Maldonado Pérez, Premio “Casa de las Américas”, orgullo de todos aquellos que lo conocemos de cerca y a quien tanto extrañamos aquí en Cúcuta.

Fue allí, en la casa de Isabelita Pérez de Maldonado que Eduardo Ángel y Alfonso Zapata renovaron la amistad que había nacido en los colegios de Pamplona y como vecino nuestro.

No puedo imaginarme cómo en esa mesa del comedor de Isabelita iban y venían los recuerdos de Pamplona, de sus personajes, de sus calles, de sus fiestas.

Sería una Mesa Redonda Activa donde se hablaba de política, de literatura, de historia, de filosofía, sin dejar de tocar el tema espiritual porque Eduardo era un hombre creyente y fervoroso, nacido en el seno de un hogar ejemplar, junto a sus hermanos Alberto y Aurora, también extraordinarios profesionales y queridos por todos sus amigos.

Establecido en Bogotá, a nivel de posgrado, cursó Metodología de la Enseñanza de la Lengua Española, en el Instituto Caro y Cuervo, ubicado en la calle 10 No 4-79, sector de la Candelaria, claustro al cual asistí, recomendada especialmente por Eduardo Ángel, ante su director, el Doctor Rafael Torres Quintero, para adelantar mi posgrado en Literatura Hispanoamericana.

¡Que gozo sentí cuando fui aceptada como alumna regular en aquel entrañable claustro! Gracias Eduardo…

Eduardo era todo un artista. Lector y escritor asiduo, poeta, pintor de plumillas, con las cuales adornó él mismo varios de sus treinta y cinco (35) libros sobre historia de Pamplona, de Cúcuta y otros temas afines, entre los cuales puedo citar Los Comuneros de Pamplona, La Casa del Duende, San Faustino de Los Ríos y finalmente, días antes de su partida, hizo entrega al Señor Alcalde de Cúcuta, de su obra final, Historia de Cúcuta.

De las virtudes sobresalientes de la personalidad de Eduardo, se destacaba su fluidez verbal; Eduardo hablaba muy bien el castellano, con mucha claridad y certera vocalización, buen fonetista, área en la cual brilló y por ello, fue uno de los alumnos predilectos y más recordados del doctor Rafael Torres Quintero, Director Emérito del afamado claustro Instituto Caro y Cuervo; y qué decir de su voz cuando se le antojaba cantar pasodobles, boleros de su gusto, bambucos, pasajes llaneros y música folclórica latinoamericana. Pienso que si hubiera cultivado su voz en el conservatorio figuraría como un barítono importante de nuestra región.

Habitualmente era invitado a dictar conferencias en reconocidas universidades del país, del exterior, en academias y en importantes centros de estudios; como profesor de nuestra Universidad Libre Seccional Cúcuta, se destacó en la cátedra de Metodología de la Investigación, máxime al incluir a la Universidad como polo de desarrollo regional.

Eduardo investigó exhaustivamente la genealogía de las familias pamplonesas, enriquecida con viajes a España, al Archivo de Indias; trabajo laborioso que para él fue un deleite y sus publicaciones muchos pamploneses las hemos leído.

Toda esta afición, estuvo reconocida al ser vinculado como miembro de la Academia Colombiana de Historia, del Norte de Santander, de Santander y de Pamplona.

Allá donde estés Eduardo, estoy segura, estás sintiendo y conociendo la presencia de AQUEL a QUIEN tú, en la puerta de tu alcoba, atiborrada de libros, revistas y periódicos, dejaste escrita tu
plegaria predilecta:

“Señor, ¡tú antes, tú después....!
Si la ciencia engreída no te ve, yo te veo.
Por cada hombre que duda, mi alma grita
“Yo creo”...


Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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