Martha
Eugenia Zapata Contreras
Un muchacho alto de estatura, de tez rosada y mirada
alegre, sostiene con manos firmes y pies decididos, la bandera blanca que ondea
en una pequeña y abigarrada banda de guerra infantil.
El lema de la bandera “Escuela Activa”, resume el
propósito de don Evangelista Quintana, autor de la serie de libros de lectura
“Alegría de Leer” , alimento espiritual e intelectual de los niños de los años
40 y 50.
En mis años de infancia, las lecturas de “Alegría de
Leer” me acompañaron en las tardes y en las noches cuando a los niños les
provocaba leer no porque los mayores llámense padres de familia o profesores de
castellano los obligaran sino porque les provocaba leer, porque esa era su
voluntad, porque deseaban que esa fuera su Actividad durante unas pocas o
muchas horas.
Gracias a Dios yo pertenecía a éste grupo de lectores
infantiles que repetían la visión de la portada y se detenían en la figura del
muchacho abanderado, ¡qué gran parecido a Eduardo Ángel Mogollón, pensaba!; el
muchacho estaría de quince años por aquel tiempo además, vecino de mi casa en
la calle Séptima entre carreras 5ª y 6ª de nuestra querida ciudad natal,
Pamplona, la neblinosa Pamplona…
Sin detenerme en la conexión síquica, quizá premonitoria
que la figura del abanderado me transmitía, al otro lado, en la casa vecina,
Eduardo Ángel asumía la responsabilidad de un discípulo activo como respuesta
al lema de su bandera en el Colegio del Norte del padre Faría y en el Colegio Provincial
de los Hermanos Cristianos, donde se graduó como excelente bachiller en el año
de 1955.
Universitario activo en el Colegio Mayor de Nuestra
Señora del Rosario en Bogotá, claustro donde se recibió como doctor en
Jurisprudencia, para más tarde comenzar su carrera como profesional activo
cuando ejerció sus cargos públicos de mucha responsabilidad como juez en
Chitagá, personero delegado en lo penal en la ciudad de Cúcuta, Consejero del
Servicio Civil, Secretario General de Cajanal, Secretario de la Gobernación del
N. de S. y finalmente Registrador de Instrumentos Públicos en Cúcuta, cargo que
ganó en concurso abierto, compitiendo con connotados aspirantes.
Residenciado en Cúcuta, en casa de nuestra querida e
inolvidable matrona Doña Isabel Pérez de Maldonado, hija del ilustre educador y
hombre público Don Julio Pérez Ferrero, señora madre del extraordinario
artista, pintor y dramaturgo Guillermo Maldonado Pérez, Premio “Casa de las
Américas”, orgullo de todos aquellos que lo conocemos de cerca y a quien tanto
extrañamos aquí en Cúcuta.
Fue allí, en la casa de Isabelita Pérez de Maldonado que
Eduardo Ángel y Alfonso Zapata renovaron la amistad que había nacido en los
colegios de Pamplona y como vecino nuestro.
No puedo imaginarme cómo en esa mesa del comedor de
Isabelita iban y venían los recuerdos de Pamplona, de sus personajes, de sus
calles, de sus fiestas.
Sería una Mesa Redonda Activa donde se hablaba de
política, de literatura, de historia, de filosofía, sin dejar de tocar el tema
espiritual porque Eduardo era un hombre creyente y fervoroso, nacido en el seno
de un hogar ejemplar, junto a sus hermanos Alberto y Aurora, también
extraordinarios profesionales y queridos por todos sus amigos.
Establecido en Bogotá, a nivel de posgrado, cursó Metodología
de la Enseñanza de la Lengua Española, en el Instituto Caro y Cuervo, ubicado
en la calle 10 No 4-79, sector de la Candelaria, claustro al cual asistí,
recomendada especialmente por Eduardo Ángel, ante su director, el Doctor Rafael
Torres Quintero, para adelantar mi posgrado en Literatura Hispanoamericana.
¡Que gozo sentí cuando fui aceptada como alumna regular
en aquel entrañable claustro! Gracias Eduardo…
Eduardo era todo un artista. Lector y escritor asiduo,
poeta, pintor de plumillas, con las cuales adornó él mismo varios de sus
treinta y cinco (35) libros sobre historia de Pamplona, de Cúcuta y otros temas
afines, entre los cuales puedo citar Los Comuneros de Pamplona, La Casa del
Duende, San Faustino de Los Ríos y finalmente, días antes de su partida, hizo
entrega al Señor Alcalde de Cúcuta, de su obra final, Historia de Cúcuta.
De las virtudes sobresalientes de la personalidad de
Eduardo, se destacaba su fluidez verbal; Eduardo hablaba muy bien el
castellano, con mucha claridad y certera vocalización, buen fonetista, área en
la cual brilló y por ello, fue uno de los alumnos predilectos y más recordados
del doctor Rafael Torres Quintero, Director Emérito del afamado claustro
Instituto Caro y Cuervo; y qué decir de su voz cuando se le antojaba cantar
pasodobles, boleros de su gusto, bambucos, pasajes llaneros y música folclórica
latinoamericana. Pienso que si hubiera cultivado su voz en el conservatorio
figuraría como un barítono importante de nuestra región.
Habitualmente era invitado a dictar conferencias en
reconocidas universidades del país, del exterior, en academias y en importantes
centros de estudios; como profesor de nuestra Universidad Libre Seccional
Cúcuta, se destacó en la cátedra de Metodología de la Investigación, máxime al
incluir a la Universidad como polo de desarrollo regional.
Eduardo investigó exhaustivamente la genealogía de las
familias pamplonesas, enriquecida con viajes a España, al Archivo de Indias;
trabajo laborioso que para él fue un deleite y sus publicaciones muchos
pamploneses las hemos leído.
Toda esta afición, estuvo reconocida al ser vinculado
como miembro de la Academia Colombiana de Historia, del Norte de Santander, de
Santander y de Pamplona.
Allá donde estés Eduardo, estoy segura, estás sintiendo y
conociendo la presencia de AQUEL a QUIEN tú, en la puerta de tu alcoba,
atiborrada de libros, revistas y periódicos, dejaste escrita tu
plegaria predilecta:
“Señor, ¡tú
antes, tú después....!
Si la
ciencia engreída no te ve, yo te veo.
Por cada
hombre que duda, mi alma grita
“Yo creo”...
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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