Gerardo
Raynaud
Comenzando el siglo 20, la división política de la república no estaba
totalmente definida. Las luchas por el poder venían impidiendo un
esclarecimiento de las regiones, según sus reales condiciones y la política de
reorganización del territorio estaba más dirigida a fortalecer el poder del
gobierno central al punto que en un momento dado, la Asamblea Nacional de 1905,
despojó a los departamentos de los atribuciones en materia de inversión
extranjera, inmigración y construcción de ferrocarriles; a su vez, las
Asambleas departamentales fueron sustituidas por Consejos Administrativos y las
Rentas departamentales pasaron a manos de la hacienda nacional.
En medio de este contexto marcado por las consecuencias que dejaran las
reformas a la organización del territorio, fue sancionada por Ramón González
Valencia la Ley 65 de 1909, que estableció en su artículo 1º que:
“Desde el primero de abril de 1910 se restablecerá la división territorial en
los departamentos que existían en primero de enero de mil novecientos cinco,
así: Antioquia, capital Medellín; Bolívar, capital Cartagena; Boyacá, capital
Tunja; Cauca, capital Popayán; Cundinamarca, capital Bogotá; Magdalena, capital
Santa Marta; Nariño, capital Pasto; Panamá, capital Panamá; Santander, capital
Bucaramanga; Tolima, capital Ibagué.
Parágrafo 1. Los límites de los diez antiguos departamentos serán los que
tenían el primero de enero de 1905.”
En los primeros meses de 1910, la agitación en los departamentos de la
periferia fue creciendo, de tal manera que estas regiones, que buscaban una
mayor autonomía, lograran obtenerla por los medios pacíficos que ahora estaban
a su disposición en la Comisión Legislativa Permanente que había sido establecida
para encontrar una solución salomónica a la distribución política que aspiraba
tener la nación.
Fue así como el 28 de febrero de ese año, el gobernador Víctor Julio Cote y
su Secretario General Manuel Guillermo Cabrera decretaron nombrar al doctor
Emilio Ferrero, Comisionado del departamento, que en ese momento era el
‘Departamento de Cúcuta’ para que ‘sostenga ante el Poder Ejecutivo y la
Comisión Legislativa Permanente, los derechos que tiene de subsistir’
-hoy diríamos, para que hiciera el lobby correspondiente- según lo exigía la
Ley 63 de 1909, vigente entonces, además de incluir en la petición, las
solicitudes hechas por las municipalidades de Pamplona, Cucutilla, Cácota,
Labateca, Toledo y Chitagá de ser anexadas a este Departamento.
En este orden de ideas y mientras se realizaban las gestiones pertinentes,
el gobierno central propuso la conformación de una Asamblea Nacional para que
tomara las decisiones más convenientes respecto a la división política que
debería tener el país.
Cada uno de los municipios existentes en esa época, escogería los diputados
a esa Asamblea y de las conclusiones allí expedidas saldría la composición
esperada para satisfacer las aspiraciones de todas las regiones.
Por Cúcuta fueron nombrados, el 3 de abril de 1910, como principales,
Emilio Ferrero, Benjamín Herrera y Enrique Olaya Herrera; cada uno de ellos
tenía dos suplentes que en su orden fueron, Manuel E. Puyana, Hermes García y
Manuel María de la Rosa y los segundos, Pedro J. Duarte, Leopoldo Quirós y Alberto
Camilo Suárez.
Sin embargo, el 18 de ese mismo mes, el ejecutivo nacional expidió el
decreto 340, por el cual se establecía la subsistencia de los nuevos
departamentos que fueron establecidos según la Ley 65 del año anterior y en
éste, se reincorporaba al Departamento de Santander el actual Departamento de
Cúcuta.
A pesar del alboroto y las voces de protesta de los representantes locales,
éstas no fueron tenidas en cuenta y de inmediato se nombró Gobernador de
Santander al doctor Antonio Barrera, quien en su discurso de posesión
trató de apaciguar los ánimos diciendo que ´esta reintegración abre alborozada
sus brazos para recibir a sus hermanos del Norte y del Sur.
Comunes son sus glorias y sacrificios, una misma sus historias y
tradiciones, comunes sus aciertos y errores, todo lo que significa vínculos
subsiste y se perpetúa. Sean bienvenidos.’
Estas admirables y bienintencionadas frases del gobernador Barrera no
tuvieron mayores trascendencias en la práctica administrativa, pues en una
reconocida actuación de los diputados de las provincias del Norte, se logró que
las genuinas aspiraciones de los nortesantandereanos tuvieran la efectividad
que se plasmó en la Ley 25 del 14 de julio de 1910 por la cual se creó el
departamento de Norte de Santander.
Aunque muchas fueron las campañas emprendidas con el coraje y el
fervoroso entusiasmo de los intelectuales, las entidades, los clubes sociales y
en general, el pueblo cucuteño, por conservar el nombre y patrimonio del
departamento de Cúcuta, esto no fue posible.
Desde comienzos de año se fundaron varios medios de comunicación escritos
que se dieron a la tarea de para ponerse al frente de la campaña de
preservación del nombre como el semanario ‘El Galeote’, órgano que suspendió
labores poco tiempo después de fundado para adherirse a un nuevo semanario con
mayores recursos y más poder ‘Labor Nueva’.
Ninguno de ellos, a pesar de la encomiable labor de sus directores y del
personal de periodistas, de ideas liberales y cuyo principal objetivo era
concientizar a la opinión pública sobre la necesidad de conformar ‘un cuerpo
legislativo que aniquilara definitivamente los restos de una dictadura
abominable, centralizando en sí todos los poderes públicos y que nos había
privado a los colombianos lo más sagrado que teníamos: la libertad’.
La ley en mención fue expedida por la Asamblea Nacional en la fecha
indicada y la inauguración oficial se realizó el 20 de julio para conmemorar el
primer centenario de la Independencia.
En concordancia con la tradición, el poder ejecutivo nombró como primer
gobernador del nuevo departamento, a quien venía ejerciendo sus funciones desde
el 30 de abril, en el anterior Departamento de Cúcuta.
Como reconocimiento a quienes lograron la nueva integración departamental y
pusieron todo su entusiasmo, consagración, dinamismo, persuasión, coraje y
alma, podemos mencionar algunos de los nombres: Emilio Ferrero, Víctor Julio
Cote, Ramón González Valencia, Manuel Guillermo Cabrera, Erasmo Meoz, Alberto
Camilo Suárez, José Agustín Berti, Justo Rosas y muchos otros cuyos nombres se
nos escapan y que por cuestiones de espacio nos disculpamos de omitir, pero que
no son menos importantes y que merecen la veneración y el recuerdo de nuestras
generaciones presentes y futuras.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.