Ciro A. Ramírez Dávila
La ceniza, los sahumerios, las matracas, las vigilias,
el ayuno, los nazarenos, las penitencias, el recogimiento, las procesiones, el
silencio, lo morado y lo negro, el viacrucis, la música sacra y las prédicas, eran
las características más notorias en la Cúcuta de los cincuentas y sesentas,
durante el período de cuaresmas y semanas santas, o mayores.
Fue el tiempo y la tradición en que crecimos
y nos formamos.
Existían algunos templos, como la hermosa
catedral o Iglesia de San José; le seguían en importancia: San Antonio de
Padua, El Perpetuo Socorro, La Candelaria, San Rafael, María Auxiliadora, Chiquinquirá,
entre otras, y Capillas menores, hoy parroquias, en las cuales se hacía una liturgia
especial, con la participación masiva de la feligresía.
El período previo, la cuaresma, es dedicado a
vigilias y recogimiento. Durante este tiempo, se abstiene uno de comer carnes
rojas, en el ayuno que de tal, no tiene sino el nombre, pues con pescado, se
preparan suculentas viandas.
El miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma;
en las iglesias preparan un menjurje, producto de la quema de prendas viejas
usadas en el ceremonial litúrgico, remojado con agua bendita (según
compañeritos que fueron acólitos), impuesto en la frente de los fieles, signándoles
la señal de la cruz a manera de reflexión penitencial: “polvo eras y polvo
serás”; los católicos lucen, fervientemente, el engrudo.
Las imágenes son cubiertas con un lienzo
morado.
En cuaresma se redoblan las actividades; por
tanto, el párroco recibe apoyo de otros curas, seminaristas y religiosas, pues habrá
mucho público en los actos.
Nuestras abuelas, en Semana Santa, no
cocinaban; por ello, se preparaban las comidas desde la semana llamada de
dolores, en base al pescado seco salado o “tasajo”, acompañado con riquísimas
frutas y ensaladas criollas de hortalizas, verduras, y “crujientes petacones”
de plátano hartón; a esto se sumaban los antipastos o encurtidos, comprados en
el Salón Blanco; quesos criollos; la popular “turmada cucuteña”.
Cuando llegábamos de los oficios, por las
tardes, la cena se limitaba a una exquisita “caspiroleta” con pan tostado.
Ese era el menú, en Semana Santa, del
“cucuteño raizal”, sin dejar de mencionar los siete potajes del
Jueves Santo.
Nuestro ayuno eran deliciosos platillos, en
cuales madres y nonas, fueron expertas.
La Semana Santa comienza el Domingo de Ramos,
alegoría de la entrada de Jesús a Jerusalén, montando un burro; esto se
simboliza con una procesión, con salutaciones con ramas de palma, traídas del
campo; para cual es necesario tumbar una palmera; solamente se utiliza en la
celebración el cogollo, que es tierno y de color amarillo, causando daño
ecológico.
Existe la creencia que, el ramo bendecido,
podrá utilizarse en calamidades y desgracias; es común ver
cruces de ramo bendito, detrás de las puertas
en las casas.
La semana es de reflexión, austeridad,
penitencia, oración, participación; pero la parte central, estará centrada en:
el jueves, la Pasión; el viernes, la Muerte y, el domingo, la Resurrección.
La muchachada en el barrio, aprovechando la vacancia,
durante las mañanas jugábamos al trompo, en el cual había verdaderos expertos,
en “momas” hasta darle la vuelta a la manzana; quien perdía exponía su trompo, a ser “astillado” por una filosa
“hacha”.
Después de almuerzo, íbamos a la iglesia
tarde y noche, participando de los oficios programados.
Claro,
asistíamos, al Guzmán Berti o al Santander, donde exhibían “El Mártir del
Calvario” y “Jesús de Nazaret”; allí vimos a muchos y muchas, lloriquear y
gemir, ante la crudeza de la pasión.
Cabe resaltar las imponentes procesiones, de la
catedral, los jueves y viernes santos, con todas las imágenes del viacrucis, la
mayoría traídas de Europa; encabezadas por las autoridades; la banda
departamental; las bandas de guerra de colegios y militares.
La comunidad cucuteña, sin distingos,
luciendo las mejores galas, ellas de negro o medio luto y ellos de traje
completo, rezando o entonando canticos sagrados, demostrando fervor, se
vinculaban con devoción.
Los parques, Mercedes Ábrego y Santander, permanecían
repletos de gentes de diferente índole, vendedores ambulantes de comestibles,
sahumerios, veladoras, rosarios, crucifijos, ramo bendito, imágenes de santos,
novenas y secretos.
Tampoco faltaban los raponeros, las gitanas y
los estafadores, invitando a los incautos a adivinar, “donde está la
bolita”…Quedan muchas cosas que decir de nuestras Semanas Santas. Amén.
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