Miguel Palacios
Fraile y escritor fue Ángel Cayo Atienza Bermejo,
misionero en las selvas colombianas, novelista, antropólogo, periodista,
gramático y teólogo, entre otras ocupaciones que llenaron una vida tan agitada
como ejemplar.
Desde
que llegó a Cúcuta, la personalidad de este Carmelita Descalzo impactó en el
alma de muchos cucuteños. Uno de ellos
fue el ingeniero poeta Juan Pabón Hernández, quien lo consideró “su gran amigo”:
“Una de las personas a quienes he admirado es al padre
Atienza. El ejemplo de este sacerdote abnegado, se halla depositado en mi
recuerdo como uno de los patrimonios afectivos más interesantes, por cuanto su
amistad me representó la maravillosa oportunidad de valorar a un ser
excepcional.
Su sacerdocio lo ejerció con nobleza, afianzando en la
misión pastoral la integridad de un hombre severo consigo mismo, en el afán de
procurar a sus fieles la mejor opción espiritual, sin incurrir en
exageraciones, ni fanatismos, con una conciencia de que la vida es el proceso
de equilibrar el desarrollo material con la armonía de una intimidad
fundamentada en el amor a Dios.
Su conversación poseía la fluidez de la sabiduría:
entendía la fragilidad humana con bondad
pero, especialmente, con la sutileza de no convertirse en aquél juez que
condenaba, sino en el amigo que orientaba al perdón, al regocijo de aprender de
las experiencias para construir una ética personal.
De hecho, así fue su propia vida, en la cual
disfrutaba como cualquiera de los mortales un buen vino, una partida de cartas
o la apresurada manera de aspirar el humo de un cigarrillo.
Atienza era excéntrico, sus actos lo demostraban, poco
convencional, de una autenticidad suprema; por eso conversaba con los difuntos
y en sus oficios aparecía, como una constante, la palabra diferente con la que
expresaba sin ambages su pensamiento.
Me emocionaba su intenso amor por los niños y la
semblanza de ternura que a ellos ofrecía en su altar, al convocarlos a ir hacia
él a compartir el anhelo de paz.
Su muerte lo transportó al cielo que buscaba con
ilusión. Ahora debe ser un ángel de verdad”.
Al
ser exaltado como miembro de Número de la Academia de Historia de Norte de
Santander, el académico Juan Pabón Hernández presentó el trabajo “Angel Cayo
Atienza… un sacerdote noble y amigo”, del que extractamos el siguiente relato:
Nació
en Corella, Navarra, al norte de España, el 27 de febrero de 1909, en un hogar
acendradamente cristiano, formado por Ángel
Atienza y Vicenta Bermejo.
Allí,
en medio de la bucólica sensación de vivir en contacto con la naturaleza, aprendió
a leer y escribir, y a saborear del
destino, las esencias de su verdadera finalidad y a conformar interiormente los
fundamentos de una pronta entrega al servicio de Dios, correspondiendo al
llamado de una vocación que nació con él.
Estudió en el Seminario carmelita de Villafranca y
en los tiempos anticlericales de la República fue a parar, con otros
condiscípulos, a tierras colombianas, donde se ordenó en una ciudad de
maravilloso nombre, Santa Rosa de Osos, tomando para él el de Fray Pablo del
Santísimo Sacramento.
Para
la época, en España, estalló la República y los Superiores Carmelitas
decidieron abandonar la madre patria.
Acompañado
de 14 jóvenes, llegó a Villa de Leiva (Boyacá)… allí se inició su gran amor por
Colombia, su patria desde entonces.
Transcurrido
un año, junto a otros seis Carmelitas, partió como misionero a las selvas de
Urabá, en donde en 1932, monseñor Miguel Angel Burles lo ordenó sacerdote.
En
Urabá, una experiencia ardua y recia,
pero rica en aventuras y logros, estuvo el padre Atienza durante seis años,
durante los cuales realizó numerosas actividades.
Estando
en Chigorodó, se enteró que en España, había estallado la Guerra Civil y
decidió regresar a su patria a cumplir con el deber. Allí fue el capellán de dos batallones: el V
de Oviedo de Trincheras, y el XI de Castilla, de avance.
Una
vez terminada la guerra, estuvo en Santander, España, en donde se dedicó a
escribir, “Al amor de los Caribes” y “Además”, “Urabá de los Katios”, son
prueba de ello.
Un
par de años después, el Obispo de Biyayapurán (India), conoció las obras del
sacerdote y quiso que fuera allá y escribiera una novela sobre los misioneros
de Malabar, un plan que gustó a los superiores de su comunidad, quienes
dispusieron que Atienza fuera primero a Londres para estudiar inglés e ir
luego, a la India.
En
Londres, el Señor cambió totalmente los designios y dirigió su vida a otra dimensión…
pocos meses después fue destinado a Panamá.
Allí inició además de sus funciones la publicación del semanario El
Lábaro, el cual constaba de ocho páginas y era escrito casi en su totalidad por
él.
Un
escrito de esos encolerizó al Presidente Arnulfo Arias, quien dictó fulminante
decreto de expulsión de Panamá del Padre Atienza.
Como
consecuencia de esos acontecimientos, se produjo su salida de la Orden de los
Carmelitas.
Una
amistad de un amigo con el obispo Luis Pérez Hernández, le abrió el campo para
llegar a Cúcuta.
Desde
entonces vivió en la ciudad, adoptó como su segunda patria, se hizo ciudadano
colombiano y obtuvo la cédula 13.444.828 de Cúcuta.
Aquí
desarrolló su apostolado en las parroquias de la Santísima Trinidad, como
coadjutor del padre José Rubén Rubio y como párroco de Nuestra Señora de las
Angustias, la Santísima Trinidad y el Sagrado Corazón de Jesús, en la cual
construyó el templo parroquial y la casa cural gracias a la benevolencia de los
cucuteños y a la incomparable fe en San José, el patrono de Cúcuta.
Fue
el colaborador permanente en el periódico Diario de la Frontera y esporádicamente
escribió en La Opinión.
Fue
el capellán de la Clínica Santa Ana, donde diariamente visitó a los enfermos y
les llevaba la comunión; un dulce y sus anécdotas, aunque sea por un rato, los
hacía olvidar sus quebrantos.
Algunas
de sus actuaciones fueron catalogadas como excéntricas, pero no había tal, eran
el resultado de una conciencia sacerdotal que lo inducía a decir y hacer las cosas
como las sentía… los dichos, el inmenso
amor por los niños, las continuas prédicas por la paz de Colombia y la fobia
por los nombres extranjeros o aquellos que no parecían en el santoral, son actuaciones
que los cucuteños no podrán olvidar.
Padre angel cayo atienza, que gran honra Dios me concedió, él fue mi gran amigo, yo en aquella época niño, siempre fue muy especial, su carácter fuerte y espontáneo, su carisma. Disfrutaba tanto su compañía, sus conversaciones, consejos, hice la primera comunión antes de la edad acostumbrada a petición de él, fue mi amigo del alma, nunca jamás lo olvidaré, por que él me hizo sentir especial, siempre está en mis oraciones y en mi corazón! Gracias infinitas muy querido padre atienza, por las cosas que me habló, que aún hoy en día me dan fuerza y dicha espiritual. Gracias a Dios, por q fuiste parte de mi vida. Es un privilegio.
ResponderEliminarPadre angel cayo atienza, que gran honra Dios me concedió, él fue mi gran amigo, yo en aquella época niño, siempre fue muy especial, su carácter fuerte y espontáneo, su carisma. Disfrutaba tanto su compañía, sus conversaciones, consejos, hice la primera comunión antes de la edad acostumbrada a petición de él, fue mi amigo del alma, nunca jamás lo olvidaré, por que él me hizo sentir especial, siempre está en mis oraciones y en mi corazón! Gracias infinitas muy querido padre atienza, por las cosas que me habló, que aún hoy en día me dan fuerza y dicha espiritual. Gracias a Dios, por q fuiste parte de mi vida. Es un privilegio.
ResponderEliminarBuenas tardes, mi nombre es Pedro Mariño, me gustaría saber si usted sabe algo de la familia Mariño que sirvió para el Padre Atienza. Email: servipraco@gmail.com
EliminarMil gracias