miércoles, 30 de septiembre de 2015

817.- DAVID SILVA, PROFESOR DE INGLES



Gerardo Raynaud


Para quienes tuvimos la oportunidad de estudiar en los colegios de los Hermanos Cristianos de Cúcuta, por los decenios de los sesenta y los setenta, así como quienes estuvieron en la Universidad Francisco de Paula Santander en sus inicios, el nombre del ‘teacher’ Silva les era familiar.

David Silva, era un personaje pintoresco dentro del grupo de profesores de la época de mitad del siglo pasado.

Utilizaba estrategias y tácticas pedagógicas completamente desconocidas para los demás docentes, entre otras cosas, porque la enseñanzas de los idiomas extranjeros era más bien una rareza, en particular el inglés, pues la mayoría de los ‘buenos colegios’ se inclinaban por la enseñanza del francés, sin olvidar las ‘lenguas muertas’, como el latín o el griego, las que realmente se estudiaban para tener el culto conocimiento de las raíces, griegas o latinas, que más adelante serían de gran utilidad para quienes seguirían carreras profesionales en la rama de las humanísticas.

Lo conocí en los primeros años de bachillerato en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, donde la relación profesor alumno fue bastante cercana, toda vez que mis conocimientos del idioma, objeto de su asignatura, era lo suficientemente amplio, pues había venido trasladado de un colegio americano, donde todo lo que se estudiaba era en ese idioma; tal vez, por ese motivo, buscaba mi apoyo y ayuda en los momentos que los requería, a sabiendas que le colaboraría sin mayores retribuciones.

Por entonces, las metodologías aplicadas eran, más bien, del arbitrio propio del profesor, quien decidía la manera más apropiada y práctica para transmitir sus conocimientos a los alumnos.

Claro que no todos obtenían los resultados esperados y como en aquella época, tampoco se podía contradecir ni mucho menos controvertir los conocimientos o las aplicaciones utilizadas por el maestro, no había otra opción diferente a aceptar, aunque fuera a regañadientes las explicaciones y las enseñanzas que se impartían.

Recordemos que por esos años, los docentes eran a lo sumo normalistas, aquellos que enseñaban en los colegios y escuelas, más algunos profesionales de campos muy específicos y considerados difíciles como la química, la física y las matemáticas que se dictaban en los últimos años de bachillerato y para las cuales debían contratar personal calificado, aunque de vez en cuando, se “colaba” uno que otro sin la instrucción ni la pedagogía necesarias para hacerle entender al estudiante los temas de esas asignaturas.

El caso del profesor Silva era bien particular, pues no era un profesional común y corriente. En una época donde obtener un título de Máster no sólo era bien complicado, pues no habían universidades en Colombia que otorgaran esos títulos y había que estudiar en el exterior, ya fuera en Norteamérica o en Europa para optar uno de esos diplomas.

Así es que una vez obtenido su grado de “Master Degree in English and Literature” en la prestigiosa University of Chicago y residenciado en Cúcuta, todas las instituciones educativas se disputaban sus conocimientos y querían tenerlo en su grupo de maestros, razón por la cual, tuvo que multiplicarse y “cuadrar sus horarios” para cumplir con todos sus compromisos.

Sin embargo, algo faltaba en la ciudad para ponerla al mismo nivel de las grandes urbes del país; un instituto de capacitación bilingüe que instruyera secretarias que sirvieran de apoyo a las incipientes empresas que ya se asomaban en el horizonte institucional de la región y esa fue la oportunidad que aprovechó nuestro personaje, cuando se decidió a crear, en su ya afamada Academia Electrónica de Inglés, el curso, que hoy se asimila al de Técnicos Profesionales, llamado “Secretariado Ejecutivo Bilingüe”.

Tanto los cursos de la Academia como los de Secretariado, se dictaban en la sede del segundo piso del edificio Arminda, en la calle doce número 6-46.

Particularmente, la oferta de Secretariado Bilingüe tuvo una magnífica acogida porque integraba dos grupos de interesados; de ahí el ofrecimiento de los  horarios a escoger; por la tarde, para las jovencitas que tuvieran la intención de iniciar su vida laboral en esa especialidad y por la noche, para las mujeres que venían trabajando en las empresas y que deseaban mejorar sus competencias y así aspirar a mejorar su posición y sus ingresos dentro de la misma empresa o la posibilidad de cambiar a otra con mayores perspectivas; en ambas jornadas, el estudio se hacía de manera intensiva, como era la costumbre entonces, debido a la escasa utilización de la tecnología que hoy en día ha simplificado y vuelto eficiente los métodos de aprendizaje.

La idea de esta actividad le venía rondando la cabeza desde mediados de los años sesenta y para ello estuvo realizando los sondeos que permitieron aventurarse en el proyecto, pues la mayor dificultad radicaba en conseguir el personal docente conocedor, tanto de las materias específicas de la ‘carrera’ como el dominio del inglés, absolutamente necesario para el desarrollo de los estudios de las asignaturas, como eran la mecanografía y taquigrafía, así como la contabilidad comercial que debían dictarse en el idioma inglés.

Afortunadamente, para comienzos del año 66 logró conformar un grupo de profesionales que reunió todos los requisitos establecidos y se dio comienzo al proyecto que resultó ser un éxito durante los primeros años, pues como en todas estas actividades académicas, el mercado comienza a saturarse  y las oportunidades a escasear.

Lo que no disminuyó con el tiempo y todo lo contrario, cada día la demanda era mayor fue la Academia de Inglés, con sus métodos electrónicos que fueron la novedad del momento y la única en su género que existía en la ciudad y muy pocas en el país, salvo algunas en las principales capitales.

El lanzamiento de esta nueva actividad, reunió a las personalidades más representativas del mundo empresarial, académico y social de ciudad en un acto de grandes esperanzas.

Aunque no hubo discursos grandilocuentes, la asistencia fue multitudinaria, pues muchos eran los interesados en conocer los detalles y propósitos de los planes que perseguía el profe Silva con esta nueva incursión en el mundo de la instrucción.

A los pocos meses de su apertura, la Academia tuvo que ampliar sus instalaciones y trasladarse a un local mucho más amplio que las que tenía en el Arminda.

La Academia estuvo vigente hasta el fallecimiento de su fundador, quien estuvo al frente hasta sus últimos días.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

lunes, 28 de septiembre de 2015

816.- PARQUE SANTANDER Y LAS GITANAS



Rafael Antonio Pabón






Mercedes merodea por el parque Santander hace 20 años. Recorre cada baldosa con sigilo, como la fiera que avanza por entre los matorrales en busca de la presa.

Observa a los lados recelosamente para no equivocarse en la escogencia y agudiza la mirada. Da otra vuelta, piensa en el momento que atacará y toma la decisión.

La mujer pasó hace buen tiempo por la quinta década de vida. La piel es arrugada, no lleva maquillaje en el rostro, junta las manos en acción de humildad. La voz suena imperceptible, no tiene alientos para hacerse entender y habla despacio, con angustia, casi que con desesperación.

La vestimenta es normal, aunque envejecida. El vestido verde desteñido la cubre hasta los tobillos y no lleva más prendas. Los zapatos han soportado miles de jornadas en la plaza central cucuteña. No tiene compañía, como acostumbraban en el pasado reciente, o la dejó a la distancia para que le cubra la espalda en el momento del ataque.

En una de las sillas del parque, distraídos, están los objetivos escogidos por Mercedes. No se percatan de la cercanía de la mujer, porque están entretenidos viendo al niño, de tres años, cómo alimenta a las palomas.

La vida en el corazón de Cúcuta es normal, solo la interrumpe el revoleteo constante de las aves al ver que llega una nueva mano que les dará de comer.

Decenas de hombres y mujeres encontraron como oficio la venta de bolsitas con trigo que devoran con ansias las palomas. Mil pesos cuesta la entretención que demora lo que las inquietas aves tardan en tragarse ese alimento.

A veces, pareciera que no están satisfechas y reclaman más con el incesante ‘cucurrucucú’. No se quedan quietas, alguna advierte que en otro rincón otro niño o adulto juegan a ser dadivosos y levantan vuelo.

Para los vendedores informales es buen negocio que las familias visiten el parque, porque así aumentarán las ganancias diarias. Las bolsitas las lleva alguien y las distribuye entre quienes quieran ganarse unas monedas, mientras los propietarios  vuelven a casa con los billetes.

No hay requisitos para desempeñar este oficio, la única recomendación es que no les dé vergüenza ofrecer cuatro bolsitas por mil pesos.

El ambiente de la plaza central es pesado. El bullicio de los heladeros, con el repique de las campanitas para llamar la atención de los chicos, ensordece. Los motores de las máquinas de las barquillas ayudan al desespero. La insistencia de los vendedores de peloticas aburre. Los gritos de los expendedores de agua, gaseosa, cerveza, aturden. El ofrecimiento incansable de los fotógrafos para captar ese momento inolvidable  de visita al parque es molesto. Y la mirada de Mercedes, cargada de la malicia propia de los gitanos, intimida.

Es domingo. Las campanas de la Catedral de San José anuncian que el medio día llegará dentro de 15 minutos. También, es la señal para que los feligreses que asistirán a la misa de doce se preparen, terminen las ocupaciones y se alisten para ingresar al templo mayor de la ciudad.

¿Me regala una moneda, por favor? – dijo Mercedes con tranquilidad. Había decidido cuál sería la presa y estaba al ataque.

La cercanía de la gitana tomó por sorpresa al hombre que permanecía de pie. Hacía muchos años quería que se diera esa conversación. Sonrió, metió la mano en el bolsillo derecho del pantalón y sacó varias monedas, que juntas no sumaban $ 500, aunque suficientes para hacerle brillar los ojos a la mujer que interrumpía el juego con el niño.

Tu eres un hombre bueno – fue la segunda arma que desenfundó Mercedes y alcanzó el objetivo, ablandar la postura rígida de ese tipo que la miró con incredulidad.

Los gitanos, por muchos años, abundaron en el parque Santander. En pareja atacaban a los posibles clientes que, incautos, caían en las redes de las vejetas con acento diferente al cucuteño. Al llegar a Cúcuta, muchas décadas atrás, se apoderaron de tierras baldías en la Ciudadela Juan Atalaya y construyeron sus ranchos.

La constante estadía de parroquianos en la plaza central y la presencia ocasional de venezolanos hicieron que ese lugar se convirtiera en el espacio preferido por esa comunidad para conseguir el mínimo diario indispensable para sobrevivir. De unos años para acá han desaparecido y son esporádicas las veces en las que se las ve merodeando.




El secreto queda entre la gitana y el cliente

Distinguirlas entre las demás mujeres visitantes del parque no es difícil. Casi siempre van dos, una joven y la otra de mayor edad; el vestido es largo, casi hasta arrastrarlo;  se atraviesan en el camino de los transeúntes para pedirles monedas y ofrecerles el servicio de adivinarles la suerte; no tienen afán, el caminar es lerdo; no llevan niños para que alimenten a las palomas, y en el rostro se les ve el cansancio de los años.

Mercedes agarró la mano derecha del hombre y examinó las líneas. Los dedos se deslizaron suaves, mientras susurraba aquellas palabras que acostumbra a decirles a los que le permiten que descifre el jeroglífico que llevan en la palma.

Tu línea dice que tienes buena suerte – el sujeto miró alrededor para asegurarse que ningún conocido lo estuviera viendo en esa sesión de adivinanza. Quiso retirarse, pero era tarde, la gitana lo había intrigado.

El origen de los gitanos, también conocidos como pueblo rom, roma o romaní, es todavía hoy objeto de controversia. Existen varias razones que explican la oscuridad que envuelve a este asunto.

En primer lugar, la cultura gitana es fundamentalmente ágrafa y despreocupada por su historia, de manera que no han conservado por escrito su procedencia. Su historia ha sido estudiada siempre por los no romaníes, con frecuencia a través de un tamiz fuertemente etnocentrista.

Los primeros movimientos migratorios datan del siglo X, de manera que mucha información se ha perdido. Los primeros grupos de gitanos llegados a la Europa Occidental fantaseaban acerca de sus orígenes, atribuyéndose una procedencia misteriosa y legendaria, en parte como estrategia de protección frente a una población ante la que eran minoría, en parte como puesta en escena de sus espectáculos y actividades.

Quizás Mercedes pertenezca a esa comunidad y sea así como sus ancestros. Lo cierto es que ahora está en Cúcuta, en el parque Santander, y a punto de embaucar con esas frases clichés que debió aprender en la juventud para conseguir más que monedas.

Le dijo al hombre que se retiraran un poco, porque tenía que decirle un secreto y quienes lo acompañaban no eran buena energía. La sombra de una palma fue testigo de la revelación.

Antes de contarle el secreto pidió un billete y los ojos se abrieron para distinguir en la cartera el que le convenía.

Ponga el de diez en la mano, no es para mí, no es para mí – insistió la gitana casi agitada por la denominación del billete. Y habló. – Una mujer en la juventud te hizo algo malo y no te deja seguir con el proyecto que tienes -.

El billete cambió de mano y Mercedes lo apretujó para que no escapara. Hizo una oración que el paciente repitió sin convicción, marcó la cruz en el pecho del hombre que sonreía porque sabía que había perdido el dinero de manera inocente  y le recomendó  ponerse, al otro día, los calzoncillos al revés para recuperar lo no ganado en toda la vida.

¿Y mi billete? – preguntó el cliente a la gitana.

No importa, tendrás muchos más a partir de mañana. No le cuentes a nadie – dijo y se marchó tan a prisa que se perdió por entre vendedores, visitantes y palomas.

Hasta hoy, el secreto no se había revelado.




Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

sábado, 26 de septiembre de 2015

815.- LA SEMANA DEL FUEGO



Gerardo Raynaud

Cuando los bomberos eran realmente voluntarios y el Estado eludía su obligación de proteger los bienes y las personas, más por falta de recursos que de intenciones y de interés,  el valeroso Cuerpo de Bomberos Voluntarios de la ciudad debía reunir sus mejores esfuerzos para conseguir los medios con los cuales combatirían las conflagraciones, que en el pasado eran más frecuentes de lo esperado.

Quienes hayan seguido de cerca mis crónicas se habrán dado cuenta de las varias que narran estos incidentes en la ciudad, empezando tal vez, por el más importante del siglo pasado, cual fue el incendio del Mercado Cubierto, la principal plaza minorista, ubicada en pleno centro, donde hoy está construido el edificio San José.

En las décadas de los años cincuenta y sesenta, los incendios se multiplicaron, muy pocos al parecer por causas naturales y sí muchos provocados, especialmente en épocas de dificultades y particularmente entre comerciantes que veían en esta alternativa una salida para sus apuros económicos, al punto que hubo un momento de nuestra historia que llegaron a llamarlos ‘turco circuitos’, en clara alusión a ciertos elementos.

Otras crónicas escritas y alusivas a los eventos de catástrofe incendiaria, fueron, los relacionados con el extraño incendio ocurrido en el consulado de Venezuela a mediados del siglo pasado y otra un poco menos seria que narra de manera un suceso similar ocurrido en unos locales del hoy desaparecido Palacio Episcopal.

Pero vayamos a la crónica propuesta. A comienzos del año 65 del siglo XX, los bomberos voluntarios debían inventarse toda clase de actividades que les produjeran ingresos para poder desempeñar sus labores de manera más o menos eficaz y por ello, propusieron realizar un evento que moviera más que los corazones, el bolsillo de los participantes, operación que llamaron ‘la semana del fuego’.

Dicha ‘semana’ fue programada del 31 de enero al 6 de febrero y recibió todo el apoyo que público alguno podría darle a semejante acontecimiento.

Como parte de la estrategia para conseguir los recursos necesarios para su supervivencia, el capitán Comandante médico Mario Díaz Rueda, venía desarrollando una extraordinaria labor, en particular, vinculando a bellas jóvenes para que hicieran las funciones de recaudadoras de los fondos que exiguos, los bomberos lograban recolectar de la generosidad, especialmente de los comerciantes, que en resumidas cuentas eran los mayores beneficiarios.

Por ello, el año anterior había nombrado como reina de ese prestigioso Cuerpo de Bomberos Voluntarios a la hermosa Latiffe Safi, quien con su belleza deslumbrante, había representado al Departamento en varios reinados, entre los cuales se cuentan, el del Folclor en 1963 y el del Petróleo, en el cual obtuvo la corona de virreina, además de otros certámenes no menos importantes, como fue el de Reina de Reinas del año anterior, en el cual fue una de sus finalistas.

Acordada la idea de la ‘Semana del Fuego’, la programación comenzó a esbozarse con la ayuda de los patrocinadores, tanto oficiales como privados, de manera que lo primero que surgió fue el lanzamiento de las candidaturas al reinado de la ‘semana’ y después de algunas reuniones de los comités asesores, tres bellas señoritas propusieron sus nombres, Sara Milade Pérez, Martha Jaimes y Carmencita Díez Bohórquez quienes, sin más demoras se dedicaron a buscar el ansiado galardón.

Como no era un reinado de belleza sino de simpatía, las candidatas debían dedicarse a conseguir la mayor cantidad de donaciones y quien lo hiciera resultaría la ganadora.

La forma de recaudar los fondos era sencilla; la organización había mandado imprimir unas calcomanías para colocar en los automóviles y unos banderines alusivos al evento, los cuales eran ofrecidos, no solamente en Cúcuta, sino en las poblaciones vecinas incluyendo, por supuesto, las venezolanas que se beneficiaban de los esfuerzos de nuestros bomberos.

Esos recursos recaudados se invertirían, primero en terminar de pagar la única máquina que habían adquirido con mucho esfuerzo y que aún les faltaba cancelar una buena parte y en hacerle unas modificaciones locativas a la sede, que entonces quedaba donde hoy edificaron el centro comercial Ventura; el proyecto planteaba una ampliación que consideraban necesarias como eran, un salón de instrucción, una cafetería y algunos elementos para complementar el equipo apaga-incendios y si sobraba plata, para comprar una nueva máquina.

Aunque legalmente existía un cuerpo de bomberos oficial, éste no funcionaba apropiadamente, de ahí la necesidad de constituir uno de voluntarios que durante mucho tiempo estuvo pregonando su unificación la cual se daría finalmente, algunos años más tarde.

Tal vez lo más interesante de la ‘Semana del Fuego’ era la conformación de la Brigada Femenina de los Bomberos Voluntarios; pero no como se imaginan, sino un grupo de entre 15 y 20 niñas cuya misión sería de Relaciones Públicas, quienes colaborarían en promover todas las acciones que realizan los bomberos.

Finalmente y después de una semana de muchas actividades, llegó el día de la decisión final para conocer la ganadora.

Era el sábado 6 de febrero y aunque inicialmente se había programado el acto de coronación en el Club de Cazadores, por razones de fuerza mayor hubo de trasladarse a las instalaciones del Hotel Tonchalá, sin embargo, los traumatismos fueron menores y el programa se desarrollo dentro de las previsiones que se habían establecido.

En el escrutinio final y con la supervisión del capitán honorario y capellán R.P.  José Manuel Calderón, la ganadora fue Carmen Díez Bohórquez quien recolectó la no despreciable suma de $9.831, quedando en los puestos de princesas Marthica Jaimes con $3.313 recaudados y Sara Milade Pérez con $3.300; sumas que sirvieron para amortizar las deudas inmediatas de la institución que redondeaban la suma de $70.000; algo es algo.

El remate de la ‘Semana del fuego’, antes del baile de coronación fue el acto protocolario de reconocimiento, distinciones y ascensos, con la asistencia de las autoridades civiles y militares de la región.

Previo al baile de coronación, se efectuó un desfile de modas que ambientó el escenario mientras se integraban al séquito de las bellas, las invitadas entre las cuales estaban las reinas de Cundinamarca y de la Feria de Bucaramanga Lucía Plata y Sarita Gómez, así como, Nubia Bustillo señorita Ciudad del Carmen del departamento de Bolívar.

Puso la corona sobre las sienes de la candidata ganadora, la reina Latiffe Safi y pronunció el discurso correspondiente, el poeta y periodista Cicerón Flórez. 

La fiesta fue amenizada por la orquesta cucuteña de Manuel Alvarado y duró hasta el amanecer, sin que se presentaran emergencias que ameritaran la presencia de las unidades bomberiles, que  interrumpieran sus momentos de sana diversión.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.