Gerardo Raynaud
Para quienes tuvimos la oportunidad de estudiar en los colegios de los Hermanos Cristianos de Cúcuta, por los decenios de los sesenta y los setenta, así como quienes estuvieron en la Universidad Francisco de Paula Santander en sus inicios, el nombre del ‘teacher’ Silva les era familiar.
David Silva, era un personaje pintoresco dentro del grupo de profesores de
la época de mitad del siglo pasado.
Utilizaba estrategias y tácticas pedagógicas completamente desconocidas
para los demás docentes, entre otras cosas, porque la enseñanzas de los idiomas
extranjeros era más bien una rareza, en particular el inglés, pues la mayoría
de los ‘buenos colegios’ se inclinaban por la enseñanza del francés, sin
olvidar las ‘lenguas muertas’, como el latín o el griego, las que realmente se
estudiaban para tener el culto conocimiento de las raíces, griegas o latinas,
que más adelante serían de gran utilidad para quienes seguirían carreras
profesionales en la rama de las humanísticas.
Lo conocí en los primeros años de bachillerato en el colegio Sagrado
Corazón de Jesús, donde la relación profesor alumno fue bastante cercana, toda
vez que mis conocimientos del idioma, objeto de su asignatura, era lo
suficientemente amplio, pues había venido trasladado de un colegio americano,
donde todo lo que se estudiaba era en ese idioma; tal vez, por ese motivo,
buscaba mi apoyo y ayuda en los momentos que los requería, a sabiendas que le
colaboraría sin mayores retribuciones.
Por entonces, las metodologías aplicadas eran, más bien, del arbitrio
propio del profesor, quien decidía la manera más apropiada y práctica para
transmitir sus conocimientos a los alumnos.
Claro que no todos obtenían los resultados esperados y como en aquella
época, tampoco se podía contradecir ni mucho menos controvertir los
conocimientos o las aplicaciones utilizadas por el maestro, no había otra
opción diferente a aceptar, aunque fuera a regañadientes las explicaciones y
las enseñanzas que se impartían.
Recordemos que por esos años, los docentes eran a lo sumo normalistas,
aquellos que enseñaban en los colegios y escuelas, más algunos profesionales de
campos muy específicos y considerados difíciles como la química, la física y
las matemáticas que se dictaban en los últimos años de bachillerato y para las
cuales debían contratar personal calificado, aunque de vez en cuando, se
“colaba” uno que otro sin la instrucción ni la pedagogía necesarias para
hacerle entender al estudiante los temas de esas asignaturas.
El caso del profesor Silva era bien particular, pues no era un profesional
común y corriente. En una época donde obtener un título de Máster no sólo era
bien complicado, pues no habían universidades en Colombia que otorgaran esos
títulos y había que estudiar en el exterior, ya fuera en Norteamérica o en
Europa para optar uno de esos diplomas.
Así es que una vez obtenido su grado de “Master Degree in English and
Literature” en la prestigiosa University of Chicago y residenciado en Cúcuta,
todas las instituciones educativas se disputaban sus conocimientos y querían
tenerlo en su grupo de maestros, razón por la cual, tuvo que multiplicarse y
“cuadrar sus horarios” para cumplir con todos sus compromisos.
Sin embargo, algo faltaba en la ciudad para ponerla al mismo nivel de las
grandes urbes del país; un instituto de capacitación bilingüe que instruyera
secretarias que sirvieran de apoyo a las incipientes empresas que ya se
asomaban en el horizonte institucional de la región y esa fue la oportunidad
que aprovechó nuestro personaje, cuando se decidió a crear, en su ya afamada
Academia Electrónica de Inglés, el curso, que hoy se asimila al de Técnicos
Profesionales, llamado “Secretariado Ejecutivo Bilingüe”.
Tanto los cursos de la Academia como los de Secretariado, se dictaban en la
sede del segundo piso del edificio Arminda, en la calle doce número 6-46.
Particularmente, la oferta de Secretariado Bilingüe tuvo una magnífica
acogida porque integraba dos grupos de interesados; de ahí el ofrecimiento de
los horarios a escoger; por la tarde, para las jovencitas que tuvieran la
intención de iniciar su vida laboral en esa especialidad y por la noche, para
las mujeres que venían trabajando en las empresas y que deseaban mejorar sus
competencias y así aspirar a mejorar su posición y sus ingresos dentro de la
misma empresa o la posibilidad de cambiar a otra con mayores perspectivas; en
ambas jornadas, el estudio se hacía de manera intensiva, como era la costumbre
entonces, debido a la escasa utilización de la tecnología que hoy en día ha
simplificado y vuelto eficiente los métodos de aprendizaje.
La idea de esta actividad le venía rondando la cabeza desde mediados de los
años sesenta y para ello estuvo realizando los sondeos que permitieron
aventurarse en el proyecto, pues la mayor dificultad radicaba en conseguir el
personal docente conocedor, tanto de las materias específicas de la ‘carrera’
como el dominio del inglés, absolutamente necesario para el desarrollo de los
estudios de las asignaturas, como eran la mecanografía y taquigrafía, así como
la contabilidad comercial que debían dictarse en el idioma inglés.
Afortunadamente, para comienzos del año 66 logró conformar un grupo de
profesionales que reunió todos los requisitos establecidos y se dio comienzo al
proyecto que resultó ser un éxito durante los primeros años, pues como en todas
estas actividades académicas, el mercado comienza a saturarse y las
oportunidades a escasear.
Lo que no disminuyó con el tiempo y todo lo contrario, cada día la demanda
era mayor fue la Academia de Inglés, con sus métodos electrónicos que fueron la
novedad del momento y la única en su género que existía en la ciudad y muy
pocas en el país, salvo algunas en las principales capitales.
El lanzamiento de esta nueva actividad, reunió a las personalidades más
representativas del mundo empresarial, académico y social de ciudad en un acto
de grandes esperanzas.
Aunque no hubo discursos grandilocuentes, la asistencia fue multitudinaria,
pues muchos eran los interesados en conocer los detalles y propósitos de los
planes que perseguía el profe Silva con esta nueva incursión en el mundo de la
instrucción.
A los pocos meses de su apertura, la Academia tuvo que ampliar sus
instalaciones y trasladarse a un local mucho más amplio que las que tenía en el
Arminda.
La Academia estuvo vigente hasta el fallecimiento de su fundador, quien
estuvo al frente hasta sus últimos días.