Gerardo
Raynaud
Edificio del hotel
Palace en la década del 40
Durante la época de bonanza de la ciudad, surgida
cuando los países del cono norte entraron en su etapa democrática, las
inversiones en el campo de la hotelería y del turismo de compras comenzaron a
verse con mayor intensidad.
A comienzos del siglo pasado, fueron apareciendo
pequeños y modestos hospedajes alrededor del parque central y poco a poco, a
medida que la ciudad fue extendiéndose, otros alojamientos con más servicios y
comodidades florecieron en toda la extensión del lugar.
Tal vez el más conocido y recordado, aún hoy vigente,
es el Hotel Internacional, que durante la primera mitad de siglo, era el paraje
obligado de los visitantes ilustres, artistas, políticos, funcionarios, etc.,
que visitaban la ciudad.
A medida que el progreso aparecía, también lo hacía
paulatinamente la hotelería, como un medio para mostrarle a los forasteros, las
bondades que le ofrecía su estancia en la frontera.
El primer gran hotel, como es conocido el concepto
moderno, fue el Hotel San Jorge, a pesar de estar en turno de espera el tan
mencionado Hotel de Turismo, que posteriormente se llamó Tonchalá, que sirvió,
además de pretexto para utilizar los nombres indígenas como identificadores regionales
de los hoteles que fueron surgiendo posteriormente.
Como lo veníamos diciendo, alrededor del Parque
Santander, proliferaron los pequeños hospedajes desde que se reconstruyó la
ciudad a finales del siglo 19.
Durante los primeros años del siglo siguiente, fueron
construyéndose nuevos y mejores hoteles, el Hotel del Lago y el Hotel Europa
son claros ejemplos y a mediados de la misma centuria, en la esquina
noroccidental del mismo parque se hizo una construcción de dos pisos, con
locales comerciales en el primero y un moderno albergue en el segundo al que
llamaron Hotel Palace.
Esa esquina se volvió emblemática y el nombre degeneró
en ‘Palacé’, situación que aprovecharon los propietarios de taxis, encabezados
por don Hernán López, para bautizar su empresa como ‘Tax Palacé’.
Media cuadra más abajo, por la avenida sexta, había
trasladado por esa misma época, su Almacén Olímpico don José Urbina, a un local
mucho más amplio que el anterior que poseía, a la vuelta por la avenida
séptima.
El negocio prosperaba raudamente y las posibilidades de
expansión eran cada vez más apremiantes, razón por la cual, también compró el
local esquinero de la avenida sexta con novena, que pertenecía a la firma
Leonidas Lara & Cía, distribuidores de repuestos automotores, la que
transformó posteriormente en concesionaria de vehículos importados de Rumania y
la Unión Soviética, entre ellos los recordados camperos UAZ.
Debido al incremento de sus negocios, se hizo latente
la necesidad de disponer de un punto de reunión, con las comodidades propias y
la cercanía al centro de sus actividades comerciales, motivo que lo llevó a
adquirir el hotel Palace, el cual remodelaría cambiándole de nombre por el de
Tundaya y adaptándolo a sus necesidades.
Esta acción, representó para su nuevo propietario,
múltiples alabanzas, entre las cuales vale mencionar la que le hiciera María
Ofelia Villamizar Buitrago con ocasión de la puesta en servicio de la posada en
mención:
“… son pocos los
que como José Urbina, a quien la ciudad puede llamar con orgullo hijo, tienen
una visión panorámica y futurista de largos alcances, que ponen a Cúcuta entre
las ciudades modernas, pese a su tierra, sus hoyos y sus ranchos viejos.
Por encima de todas
esas consideraciones, quienes piensan con ese mismo criterio, quienes trabajan
en Cúcuta, por Cúcuta y para Cúcuta, sin salir de su ambiente comercial, social
y familiar, sin ir a perorar en las plazas públicas, sin hacer propaganda de su
obra, son los verdaderos prohombres, los legítimos ciudadanos y los epónimos a
quien Cúcuta debe agradecimiento.”
Una polémica surgida en torno al hotel, fue la
denominación dada, que muchos atribuían al recuerdo de los ancestros indígenas
de su nuevo propietario que, al parecer, no guardaba relación con el ambiente y
la decoración del lugar, ya que se había realizado al estilo de los clásicos
hoteles neoyorkinos del momento, con grandes poltronas y luz tenue en el lobby.
Sin embargo, en entrevista dada posterior a la
inauguración, don José aclaró las razones que tuvo para bautizarlo como lo
hizo.
Quiso entonces, honrar la raza nativa que habitaba las
fértiles y ricas tierras que después de conquistadas recibieron, primero el
nombre de La Troja, más tarde Córdoba y finalmente y en reconocimiento a las
gestas de uno de sus más ilustres hijos, el nombre de Durania, su terruño.
Los Tundayas eran una raza de pacíficos agricultores y
cazadores, que con sus arcos y flechas de macana, además de proporcionarles
sustento, los utilizaban para defenderse de los intrusos en un tiempo en que
los bosques y las montañas no conocían la presencia del hierro civilizador y
destructor.
De los Tundayas poco se sabe. Los vestigios de los
escasos objetos, especialmente cerámicos y tejidos, que se han encontrado en
cuevas cercanas al pueblo, han permitido que científicos, folkloristas y
etnógrafos, hayan conocido que el nombre de la tribu correspondía al
calificativo de su dios y símbolo de valor y que se traduce como ‘Trueno’.
Estos indígenas eran una sub familia de los Chitareros,
a su vez descendientes de los Chibchas. Los Tundayas habían desarrollado
habilidades textiles notorias, pues no solamente sabían cultivar el algodón,
sino que lo tejían y teñían con colorantes vegetales, especialmente el rojo que
obtenían de la bija o achiote.
Una vez acomodado en el ambiente local, el hotel
ofrecía todos los servicios propios de su categoría, como hospedaje ejecutivo,
propio para quienes se desplazaban a la ciudad a realizar negocios y en general
transacciones, que entonces estaban muy relacionados con la adquisición de
divisas, dólares en particular, que se conseguían libremente en los bancos de
San Antonio y que muchas empresas colombianas se aprovechaban de esta situación
para aprovisionarse sin dificultad, de tan necesarios recursos.
Con el tiempo, se le fueron agregando nuevos
beneficios, en primer lugar, uno que estuvo de moda en la mayoría de los
grandes hoteles, como eran los ‘grilles’, en los que el principal atractivo era
la presentación de artistas de renombre.
Era un recinto pequeño, adaptado para un número
reducido de personas, con una sala-bar y una pista que servía, tanto para la
presentación de las estrellas como para el baile. Su nombre: Grill Tundayita.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
El Hotel Palacete fue también propiedad de una pareja de franceses que salían a pasear con sus dos perros gigantescos como ellos.Si hablaos de la estatura de ellos hablamos de una estatura del se. De casi 2 metros réplica de Charles de Gaulle y la sra de casi 1.75.La gastronomía no se dejó esperar pues preparaban el auténtico mute con todos los ingredientes lo mismo que el puré de papa exquisito.La comida del Palacete se daba un mano a mano con la del Restaurante el Palacio de don Arturo Meza.
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