Oscar
Peña Granados
Huy hermano, vea ese man gritando y manoteando solo. Yo
pensaba que se le había corrido la teja porque en mis tiempos eso solamente lo
hacían el ´Loco´ Conde, que pasaba por la casa echando paja animadísimo o ‘El
Comunista’ cuando se echaba esos discursotes sin público.
Pobrecitos los loquitos, ¿no? El otro día un chifladito se
“pelió” con un poste de la luz y le mandó tremendo derechazo, claro que el
noqueado fue él del dolor tan tenaz.
Luego descubrí que los que yo creía destochados estaban
hablando por celular, usando el “janfri”. En mis tiempos el único que hablaba así
era el Dick Tracy con su teléfono de pulsera llamando al Sam Matraca.
Lástima las aventuras de los domingos, no volvieron…
Tan pronto oía el avión de la mañana me hacía detrás de
la puerta para ser el primero en leerlas, aún con el olor de la tinta fresca, venían
con el Magazine Dominical que también era sabroso.
Qué habrá sido de Mandrake, ¿se habrá casado por fin con
Narda? o será que era gay y estaba enamorado de Lotario.
¿Se habrán separado don Pancho y doña Ramona?; qué tal
Jane, la tremenda esposa de Tarzán o será que le gustaba más la Chita; qué
habrá sido de Roldán el Temerario, de Buck Rogers y del Fantasma.
Ahora mi llavería, todo el mundo, se la pasa hablando
solo o poniendo mensajes por “uasá”, todos agachados y moviendo los dedos como
cangrejos caminando.
Mis amigos me dicen que los llame por “escaip” pero yo
escasamente sé meter los dedos en los huequitos de los teléfonos de antes.
Me aconsejan que me compre un teléfono inteligente, pero
con lo bruto que soy me da pena con el aparato, escasamente podré contestar llamadas
que casi siempre son de alguna promoción, y además si lo saco en la calle me lo
tumban, así que mejor no compro nada.
Y es que la tecnología y yo nos llevamos remal, me asustan
esos aparatos tan avispados, de lo primerito que conocí fueron las rockolas. Chévere,
uno echaba una monedita, buscaba la canción que le gustaba, espichaba A5 o B6 o
lo que fuera, y un aparatico con una luz la encontraba entre un montononón de
discos. Qué descreste.
Rokola
En San Antonio en la tienda donde comíamos Helados Efe,
lo más parecido a la ambrosía de los Dioses que he probado, encima de la
rockola estaba una orquesta y los repingos esos, disfrazados de alemanes,
tocaban sus instrumentos.
Mi hermana me echó el cuento de que eran unos enanos y yo
no les perdía mirada a ver en qué momento “parpadiaban” o se paraban al baño,
hasta que descubrí que era cuento de ella, que eso se llamaba dizque autómatas.
Pero la musiquita sí me ha gustado desde siempre, pero la
de verdad, no esa que escuchan ahora que se queda uno esperando que cambie el
ritmo y nada, o con esas letras que hasta a mí que no soy santurrón me hacen
poner colorado.
Nooo, si quieren escuchar algo bueno cómprense el
disquito de “bustoc” o mejor el video.
Que tal las canciones de la “Yanis”, o el solo de
guitarra del “Yimijendrix”. Supremo hermano el “Yoe coquer” y sus perros
rabiosos e ingleses. Quién le pondría ese nombre a sus parceros, a lo mejor
fueron los argentinos después de Las Malvinas, esos “gurcas” les dieron en la
mula.
Toda esa guerra por un pedacito de tierra que los monos
no quieren soltar, porque ellos han sido siempre así, como la tos ferina, se la
velan a los sutes. Pobrecitos los argentinos, con esa pinta, tan sencillitos,
mejor los hubieran desafiado a un partido de futbol y se habrían evitado todos
esos muertos; pero a un generalote se le ocurrió inventarse una tangana, con
los hijos de los demás, porque los propios, los de los ricos, no van a las
guerras ni ponen los muertos.
Por eso yo quiero que la nuestra la acaben ya hermano,
dejen de joder.
Pero del “gustoc” se me olvidaba el inmortal Santana con
su “sul sacrifais” y esos tambores y esa guitarra y ese tan tarantantan que
chifló a los gringos más de lo que estaban.
Ya no me morí sin verlo en un concierto. El mancito
empezó como yo quería, un puntico de luz que se agrandaba y el tocando Samba pa´
ti, esa tan chévere para amacizarse con la hembrita que te gusta, y después
arrancan los tambores y ahí si me despeloté.
Y claro la música de acá también me gusta, el Choperena y
su pollera colorá, y la salsita que me dice, y la Billos y Los Melódicos y el
maestro Alvarado, y no sigo con el tema porque se me pone bravo un man que yo
conozco y que lo tiene acaparado.
Mejor les cuento el susto tan berraco que me pegué la
primera vez que fui a cine a ver El niño y el toro y sale en la pantalla ese
león de la Metro con esa jeta llena de colmillos y ese rugidote, debajo de la
silla fui a parar. También chillé al final, cuando sale el chino de la plaza
abrazado con su toro.
Pero el susto más verraco fue un matinal donde nos salen
con King Kong, pero la primera, en blanco y negro. El teatro oscurísimo y sale
en la pantalla el King Kong con esa cara, y abre la bocota para comerse a la
protagonista, en el sentido literal de la palabra, mientras abajo unos negros con
taparrabos gritaban “Cong Cong”.
No hermano, de lo oscuro no encontré la puerta pa´
salirme, y que desilusión cuando ya grande me la vi otra vez por la tele, ahí
si me pareció una marioneta mal hecha, y me reí del susto que nos metió el tal
Kong.
Y bien pacitos pa´ que no oigan, les cuento que me vi una
película medio roja en tercera dimensión, yo mandaba la mano a ver que agarraba
pero no pescaba nada.
Con el cine conocí también otro invento mi hermanolo, el
aire acondicionado.
Yo no conocía el frío, siembre había pensado que solo
existía ese calor tan berraco que le derrite a uno hasta la conciencia. Pero
resulta que no, que ese fresquito tan chévere que sentía cuando metía la cabeza
en el “frízer” también lo podía sentir en todo el cuerpo.
Chévere, mi mamá me puso chompa, y con ellos me fui a ver
Trapecio con el “Burlancaster”, el “Tonicurtis” y la “Loyobrijida”, mamacita.
El abusivo del Curtis, aprovechándose de la pinta, le gallinacea la hembrita al
Lancaster; en una escena el tumbalocas casi se cae del trapecio pero el
Lancaster lo salva.
Qué toche, yo lo dejo caer para que no sea faltón;
mentiras, la vida se respeta, oyeron. Por qué matarse si hay tantas cosas qué
ver y no vale la pena morir por un equipo de futbol o por política o por raza,
ni siquiera por religión.
Desde ese día me gusta el frío les confieso, me gusta más
que se me enfríe hasta la tibia.
La radio sí me llegó al “celebro” más temprano, era una
caja grande marca “filis” y ahí escuchábamos de todo. Estaban las novelas, se
acuerdan de Kadir el Árabe. Pablo Sandoval era algo así como el Clark Kent del
Kadir, que luchaba contra el odioso del Gobernador y le quería quitar la novia.
Los partidos de fútbol tocaba imaginárselos, lo mismo que
las etapas de la Vuelta a Colombia con el colorado Carlos Arturo Rueda, y sí
que tomábamos el pelo con los tres movimientos de Fab: remoje, exprima y
tienda, pero fue más chistoso cuando Caracol salió con el conecte, accione y al
aire.
Ahí también escuchábamos al Totoito cantar en la Hora
“Filis”, y escuchábamos los chistes de Montecristo, y Hebert Castro, dizque tan
grosero que lo iban a expulsar del país.
Pero en eso de transmitir las cosas el descreste fue con
la TV. Mi primo Juan me había mostrado un televisor hacía muchos años y me dijo
que en la pantalla aparecía la gente, pero yo no le creí.
Nos llegó primero la TV de los vecinos porque los de
Bogotá nos tenían olvidados, ¿será que ya no?
Renny Ottolina
Con un palo de escoba y una antena que le faltaban unos
palos, me subí a la terraza, conecté el cable y si, tremendo susto, salieron
las imágenes. Y lo primero que vi fue al Cheo García y al Pírela cantando, y
desde ahí nada me separó de la pantalla. Me veía al Renny Ottolina presentando
artistas de primera, el Ray Charles, Rita Pavone, Tom Jones, Miriam Makeba, todos
esos yo los vi.
Y ya no nos tocó imaginarnos los partidos de fútbol y pudimos
ver hasta la llegada a la Luna, y ver como se movía la bandera cuando no tenía
por qué moverse.
Ahí mismo empezaron a echar paja los amigos de la Teoría
de la conspiración, los que se imaginan que hasta los pasteles nuestros, con
forma de platillo volador, son recuerdos de alienígenas ancestrales.
Dijeron por qué se había movido pero yo no entendí, me va
a tocar que el Sergio Yáñez, el duro del curso me la explique, cuando acabe de trabajar
en “jom lan” que me veo en el “nefis” del bar de la esquina, es igualito a Saul,
el que secuestran los yihadistas y le dieron una mano.
Y además me aprendía todas las propagandas, “quien me
brinda un Viceroy”, “y en efecto, dicho y hecho, pegó los huevos al techo” y
muchas más.
Y de últimas dejé para contarles lo fregado que fue
cuando apareció el computador. Hasta ahí lo más moderno había sido la máquina
esa llena de teclas y ganchitos, que hacía operaciones.
Todos los días a las 5 llegaba don Pablo Emilio Castillo,
con sombrero, tirantas, saco y corbata, y agarraba su maquinita y le daba tres
vueltas a la manija, dos espichones de teclas y comparaba el resultado con los
billetes que había contado. A veces no le daba y vuelva otra vez a contar y más
vueltas de la dichosa maquinita; si no cuadraba nuevamente alguien decía, eso fue
que este pelado dio mal las vueltas, y no, yo sabía darlas bien, pero con tal
de poder salir rápido decía que bueno, que de pronto.
Con lo que sí no pude fue con la regla de cálculo, que
era algo así como una Tablet prehistórica, se le sacaba un palito, se le corría
una ventanita y nunca me aparecía nada.
Cuando compré el primer computador me demoré como tres
días para prenderlo, al fin me decidí y aparecieron todas esas peloticas y
demás vainas y empiece a tratar de entenderlo hasta que mis hijos me ayudaron y
aprendí lo que era el “uindos” y el “uord” y el “meil”.
Y ya no tocó ir a Telecom a poner marconis, ni a Avianca
a enviar las cartas; ahora las únicas cartas que llegan son las cuentas, y los
únicos marconis los de la Fiscalía y de la Dian, y por el “feisbuc” me encontré
amigos que no veía hace años y ahora nos hablamos cada rato, y que susto cuando
vi un retrato de un amigo todo calvo y con cara de viejo bravo. Seguro Dios lo castigó
por decir que los huecos del carro de mi papá eran tiros que le había pegado la
Guardia por contrabandista.
Que más veremos estos cuchos antes de estirar la pata,
ojalá se inventen el teletransportador de Viaje a las Estrellas o logren copiar
las fórmulas del polvo de pirlimpimpin del Vizconde de los cuentos de Monteiro
Lobato, con el que se viajaba en el tiempo y en el espacio de inmediato.
Porque me aburren los viajes en avión, me cansa estar
sentado muchas horas, aunque legal porque cuando me despierto estoy en otro
mundo donde no hay FAR ni AUC ni buses todos locos, sí se cuida el medio ambiente,
y no hay tanto cucho vanidoso.
Y me disculpan el inglés, y que diga tanto toche y pingo,
y que ojalá ese pasado tan productivo pronto vuelva y si no a construir un
mejor presente, pero manejado por nosotros y no con místeres que se van a la
primera, porque no todos fueron como don Esteban Raynaud que se quedó para
siempre en estas tierras.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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