Gerardo Raynaud
Palma afectada por marchitez
Comenzando el decenio de los 60 se propuso uno de los desarrollos más
grandes en el departamento, el cultivo de palma africana.
Comenzando el decenio de los sesenta, se puso de moda la explotación
agraria en esta zona del país, de manera que los dirigentes del sector, se
dieron a la tarea de promover proyectos que fueran rentables y por lo tanto,
atractivos para los inversionistas, razón por la cual, por esos días se propuso
uno de los desarrollos más grandes vistos en el departamento, el cultivo de la
llamada entonces ‘palma africana’ (Elaeis guineensis Jacq.), en los terrenos
del municipio de El Zulia, donde se había adelantado un proyecto de irrigación
aprovechando las aguas del río de su mismo nombre.
Esta palma perenne, de cuyo fruto se obtiene un aceite de alto contenido
nutricional, ingresó a Colombia a comienzos de los años treinta y durante más
de quince años sólo se cultivaba como una planta ornamental hasta que
descubrieron su gran potencial y comenzando el año 1945, comenzó a explotarse
de manera industrial.
A mediados de siglo, el país tenía un déficit del 50% de consumo de aceites
comestibles y por entonces, la mayor parte de los aceites de consumo humano se
obtenían de la semilla de algodón y el país se gastaba unos 10 millones de
dólares en importaciones de este bien. Hoy, su cultivo está repartido en unos
73 municipios a lo largo y ancho de todo el país.
En la región, este cultivo comenzó a ser promocionado por la Sociedad de
Agricultores y Ganaderos del Norte de Santander, en cabeza de su presidente el
agrónomo Jesús Atehortúa, aprovechando las oportunidades que le brindaba una
extensa hacienda en el sitio denominado Astilleros sobre la carretera que
conduce a Tibú.
Esa hacienda, conocida como Risaralda, tiene una extensión de 3.500
hectáreas, de las cuales, una buena parte se utiliza en el desarrollo de la
ganadería de propiedad de la Sociedad en mención.
Desde 1959, se venía gestando el proyecto de utilizar esas tierras para
desarrollar un proyecto agrícola de gran envergadura y de ahí surgió la idea de
crear una sociedad que adelantara la actividades necesarias para su
establecimiento.
Reunidos los inversionistas primarios para comenzar la explotación, a la
empresa creada se le dio el nombre de Oleaginosas Risaralda S.A.
La plantación se inició en 1961 con un capital de origen privado al que se
le sumó el aporte del Instituto Financiero Agropecuario, IFA, que era uno de
los fondos de promoción del Banco de la República. Posteriormente, el IFA cedió
sus acciones a la Corporación Financiera Colombiana, la que se constituyó en su
mayor accionista.
El proyecto contemplaba toda la cadena de producción, desde el cultivo
hasta la extracción y refinación del producto final. Se comenzó sembrando 1.200
hectáreas y posteriormente se fue ampliando la siembra hasta alcanzar la
totalidad de la superficie de la finca, más algunas hectáreas adicionales que
se irían adquiriendo, hasta completar unas cuatro mil, que era el propósito
final.
Además, la empresa mantenía su actividad ganadera, pues explotaba un hato
bovino de unas 3.500 cabezas. Este aspecto es importante mencionarlo, pues más
adelante veremos la incidencia que tuvo en el desarrollo de los problemas que
afrontó la empresa.
El estudio preliminar realizado, a manera de factibilidad para su
ejecución, mostraba todas las ventajas que se tenían para su exitoso avance y
no se presagiaban problemas mayores.
Desde el punto de vista socioeconómico, su ubicación y las características
del entorno eran más que favorables, tierra plana en su casi totalidad, riego
asegurado por su cercanía al rio Zulia, suelos fértiles y además se contaba con
construcciones amplias para ‘el buen pasar humano’, con dormitorios, comedores
y amplios salones para el personal de técnicos, obreros y administrativos.
A medida que avanzaba el tiempo, la empresa fue creciendo con productos que
aún eran desconocidos en el mercado y aunque con el fruto de la palma podían
obtenerse numerosos productos y subproductos, la planta industrial que se montó
a la entrada de la cabecera municipal de El Zulia, solamente procesaba aceite
vegetal de consumo casero, desaprovechando los demás beneficios generados por
la almendra, como son los lubricantes, margarinas, mantecas, cosméticos y
espermas, entre otros muchos productos.
A partir del momento que comenzó la fabricación del aceite comestible, las
dificultades también aparecieron. La dirección de la empresa, tanto en lo
técnico como en lo administrativo, estaba a cargo de personal extranjero, todos
expertos en los temas de sus respectivas áreas.
A excepción de su gerente, el ingeniero Atehortúa, todos los encargados de
los aspectos técnicos de los cultivos y la planta de producción eran foráneos;
el director de producción era el ingeniero belga Arturo Pirard, con una amplia
trayectoria, en cultivos y producción de la palma y experto en investigaciones
sobre aceites y oleaginosas, experiencia adquirida en proyectos similares
desarrollados por el gobierno francés en África y al frente de los cultivos, se
había designado al agrónomo John Weber, también de gran experiencia en
proyectos similares.
Acompañando a estos profesionales. Se contrataron algunos técnicos
colombianos que habían adquirido experiencia en un proyecto que años anteriores
se había desarrollado con éxito en la región de Caucasia en Antioquia.
Decíamos que los problemas de la empresa nacieron desde el mismo momento
que lanzó al mercado su producto estrella, el aceite refinado de palma.
La consistencia de este aceite era mucho más líquido que los aceites
tradicionales conocidos y utilizados por la amas de casa y los cocineros de
restaurantes, hoteles y cafeterías, que era ‘espeso’ y que esa característica
denotaba la calidad que se esperaba del producto, de manera que no tuvo la
aceptación esperada y aunque esa cualidad podía manejarse con campañas
publicitarias, otro problema mayor apareció, esta vez en la plantación y fue la
llamada ‘marchitez y muerte sorpresiva de la palma’.
Aunque el problema se venía presentando desde poco tiempo después de las
primeras siembras en 1963, no se le hizo el seguimiento necesario para
contrarrestar el inconveniente, total que cuando intervinieron, el daño era
irreversible.
Estudios sobre el caso demuestran que la afección tiene su origen en el
deterioro gradual y continuado de las raíces en las primeras etapas del
crecimiento, esto es, entre 3 y 4 años del trasplante definitivo y que las
principales causas fueron las características físicas inadecuadas del suelo, la
deficiencia de agua en el suelo y la presencia de vientos desecantes durante
los meses de sequía, pero a estas condiciones había que agregarle otra que era
el pastoreo continuado de ganado, en los lotes plantados con palma.
Así que el negocio combinado de agricultura con ganadería, en lugar de
producir un efecto multiplicador, generó un menoscabo en los cultivos llevando
al fracaso a la empresa, a pesar de la intervención del ICA que le prestó toda
la colaboración para salir del embrollo, sin embargo, las inversiones
necesarias eran demasiado onerosas y la empresa optó por liquidarse al
finalizar el decenio de los setenta.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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