Laura Serrano Díaz
De izquierda a derecha Showy, el grafitero; Jhoan, el
dibujante y Elí, el artista.
Jhoan es dibujante de retratos realistas, Álvaro pinta
sobre lienzos y Jeider es grafitero. Los tres tienen la capacidad de crear arte
con las manos, poseen el dominio de una técnica impecable.
Las obras que
exponen en papel, lienzo y paredes son fiel testimonio. Todos hacen de la habilidad artística una manera de
lucrarse.
Cada uno está disperso, tan disperso como sus obras. En
la esquina de la avenida 5 con calle 11 está el dibujante. Cuatrocientos metros
antes, por esa misma calle, Álvaro expone los cuadros al óleo en busca del
primer cliente del día. Mientras, Jeider se las ingenia en la casa para quedar
satisfecho con la próxima descripción colorida.
Los tres alardean
de lo que hacen, aunque con disimulo evitan que se les note.
Es el caso de Jhoan, dibujante que en cada retrato
compromete el alma. Tal vez porque le recuerda a su padre que le dejó una
colección en carboncillo como herencia, y no quiere defraudarlo.
Se ha convertido en referente del dibujo realista en
Cúcuta. No le tiene miedo a cobrar lo que vale el trabajo, porque sabe que su
producto no tiene competencia. Aunque, a veces, se enoja cuando lo comparan y
ante eso saca su mayor arma: los dibujos. Cuando lo hace, guarda silencio y
dejan que el trabajo lo defienda.
Transeúntes y clientes se acercan al artista y
fotografía en mano desean que les produzca un retrato a blanco y negro o en
sepia.
Lograr que desconocidos le dejen la mitad o la
totalidad del pago por el trabajo, le ha costado más de 8 años de experiencia y
permanecía en ese lugar.
—¿Qué ha pasado, amigo artista? ¿Qué tiene de lo que le
gusta a mi hijo?—preguntó un cliente.
—Pues qué le digo, hermano… usted la vez pasada llevó
fue… el Guasón ¿cierto?—respondió Jhoan.
—Sí, sí el Guasón. ¿Tiene a Batman?
—No, ahora no tenemos nada así. Pero sí usted quiere se
lo hacemos.
—¡Oiga! ¿No hizo la muñequita esa que le dije?
—No, usted no me dio el nombre y sin eso, es difícil.
—Bueno, bueno, artista, voy a ver cómo hago para saber
el nombre y le cuento.
—Eso, hermano, así sí.
No todo lo que dibuja es para la venta. De vez en
cuando pinta para él, y cuando quiere, se inspira en personajes que han marcado
el mundo.
Una vez elaborados, los expone, pero no para venderlos,
sino para atraer clientes. No les pone precio, porque simplemente no están a la
venta, por más oferta que hagan.
—Un día pasó un señor y vio uno de mis trabajos, el de
la madre Teresa de Calcuta, sacó $ 100.000 pesos y me dijo “me lo llevo”.
Enseguida le dije que no, que no podía, que era como un hijo para mí y se fue
asombrado. Pero más asombrado quedó mi primo que trabaja conmigo, pues sabía
que andaba sin un peso y aun así me negué a venderlo.
Lujo que no se puede dar Álvaro Elí Chinchilla, más
conocido como el artista Elí, quien llegó hace 10 años a Cúcuta desde de
Aguachica (Cesar).
Tiene la experiencia y el talento de pintar al óleo, pero
no la dicha de sentirse afortunado con lo que hace. Todo lo resume en que el
arte como trabajo “es muy duro”.
Aunque no se arrepiente de ser pintor empírico,
reconoce que lo que decidió un día, hace más de 30 años, ha sido lo más luchado
y complicado. Sin embargo, no le queda de otra: todos los días se llena de
fuerzas y vuelve a su ritmo, y sale adelante.
Y así, mientras en los lienzos plasma tonalidades, de
colores unas, y oscuras otras, se le pasa la vida al tiempo que expresa lo que
tiene en su ser.
El que vive sin lamentos es Jeider, grafitero local que
se hace llamar Showy.
Flaco, de voz clara y pausada, en el rostro destaca el
grueso de las cejas que combinadas con el atrevido tamaño de los ojos negros
desafían siempre con mirada penetrante.
Tiene 27 años y describe su vida como alegre y
sencilla, y reconoce que siempre ha sido así. Siendo un niño campesino metido
entre las montañas de Ocaña disfrutaba la vida con lo poco o mucho que lo
rodeaba.
Nunca imaginó ser lo que es. El destino lo trajo a
Cúcuta a mostrarle que aquel premio por crear el mejor dibujo rural en el
colegio lo encaminaría a un mundo diverso, lleno de elogios y críticas, de
reflexiones y juicios y con la única advertencia que el lienzo es la calle.
Desde entonces, se ha ganado pleitos con la gente y la
policía, pero es normal.
Ha pintado en varias ciudades de Colombia y Venezuela,
tiene el crédito de ser el grafitero que pinta la libertad y lo hace inspirado
en aves.
No le interesa posicionarse sino posicionar a Cúcuta, que
se vuelva referente del arte del grafiti en el país. A veces, ve ese sueño
lejos, y de vez en cuando, cercano.
Tiene todo el compromiso para lograrlo, aunque sabe que
sin apoyo económico no llegará a ningún lado. Y lo dice refiriéndose a los
altos mandos.
Sus pasos han dejado huella, y su único hermano la ha
seguido.
-A mí me influenció el hip hop, y yo lo influencié. Es
que usted, sin darse cuenta, puede ser una influencia—dice sin trabas.
Para Showy, lo mejor de ser artista callejero es hacer
lo que le gusta, sin importar lo que signifique. Siempre aprende a mirar con
otros ojos.
Y quizás, pasa igual con Jhoan y Álvaro... Por algo
insisten en hacer del arte informal un motivo para mirar con otros ojos.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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