Gerardo Raynaud
En el Cincuentenario del terremoto de Cúcuta, muchas obras se habían
propuesto como es la costumbre nacional cuando de celebraciones se trata. Una
de ellas, era la de construir un barrio para los obreros, el cual finalmente no
se cumplió, aunque años más tarde, cuando se instaló la compañía americana que
realizaba la explotación petrolera del Catatumbo, a sabiendas de esta
necesidad, se dio a la tarea de volverla realidad.
De ahí surgieron dos barrios, de los hoy más tradicionales, el Colsag y el
Colpet.
Sin embargo, el proyecto más ambicioso era la construcción del acueducto,
aunque paradójicamente, ese no era el más urgente ni el de mayor apremio, pues
en la reconstrucción de la ciudad se había proyectado una serie de conductos de
agua corriente a las que se les había denominado ‘tomas públicas’, que surtían
del líquido vital los más importantes sectores de la ciudad.
Para claridad de mis lectores, es necesario explicar que no era “una toma
pública”, como se cree, sino un conjunto de arroyuelos artificiales que se
habían diseñado para irrigar las partes pobladas que serían habitadas luego de
la reconstrucción.
Siguiendo con la narración sobre el proyecto del acueducto, éste se había
pensado así:
”… partiendo de Puente Barco, conducirá el agua 400 metros al occidente,
sobre una altura que domina toda la ciudad y en donde se hará un gran tanque
que proveerá de agua a todos los barrios secos de la población.”
El proyecto había sido elaborado por don Trinidad Barreto, personaje de
reconocida competencia en el tema, por su larga práctica en la materia, ya que
estaban hechas todas las correspondientes nivelaciones.
En el documento presentado a las autoridades encargadas del asunto, se
hacían las siguientes precisiones:
“… el tubo de carga del ariete queda con 4.10 centímetros de caída y
con una fuerza de propulsión de 120 metros que llevará tres pulgadas de agua al
tanque matriz y de éste por ramales a los barrios de La Cabrera, Páramo, El
Contento, El Llano y al que empieza a poblarse en la piedra de El Galembo y sus alrededores.”
El tanque allí construido, semejante a los que con grandes ventajas para el
fisco y para los particulares existen en otras ciudades importantes del
país, vendrá a ser la redención que abastecerá de agua potable a los barrios,
que a pesar de las grandes erogaciones hechas por el Honorable Concejo, carecen
desde hace mucho tiempo, de este elemento indispensable para la vida, sin que
se haya hecho un solo esfuerzo eficaz para remediarlos, decían quienes
lideraban para ese entonces las juntas de vecinos.
Desde hacía algunos años, esa zona conocida hoy como la circunvalación, se
hizo famosa, pues desde comienzos de siglo, se había construido una edificación
que se esperaba sirviera de centro clínico para el tratamiento de las
enfermedades más frecuentes, como eran las afecciones respiratorias, proyecto
que apenas pudo despegar, pues la falta de suministro de agua malogró el
desarrollo del proyecto y la edificación tuvo que abandonarse.
Sin embargo, la visión de un empresario de origen libanés pudo ser
aprovechada y allí se instaló, un salón social, como se llamaban entonces los
‘bailaderos’. Sólo funcionaba los fines de semana, pues quedaba relativamente
alejado de la ciudad y desplazarse hasta el lugar no era fácil, dado lo
escabroso del camino.
Dicen los cronistas de la época, que el establecimiento se llamaba Salón
King Kong, que era un edificio de dos pisos con amplios salones, que funcionaba
desde las diez de la mañana a seis de la tarde, sábados y domingos.
Era el típico salón de baile, ambientado inicialmente por los acordes de
una estudiantina o grupo que ejecutaba música de cuerdas y posteriormente,
cuando aparecieron las primeras orquestas, éstas hicieron presencia y los
cucuteños que disfrutaban de estas veladas, con sus familias, aprovechaban los
fines de semana para echarse sus escapaditas.
Los horarios fijados, se debía primordialmente a las restricciones que
habían sido estipuladas, tanto a nivel nacional como local, en las cuales se
prohibía la venta de licores y bebidas fermentadas a partir de las seis de la
tarde.
El negocio resultó sumamente exitoso, al punto que los perjudicados, que
fueron todos los bares del sector de La Magdalena, buscaron de todas las formas
posibles combatirlo, pues hasta brujería le hicieron para que abandonara tan
lucrativa actividad.
A medida que la ciudad fue creciendo, el sitio comenzó a perder atractivo y
luego de varios años de abandono, por iniciativa del padre Daniel Jordán, cuando
las monjas Clarisas mostraron interés en abrir su convento, se les propuso
ubicarse en ese sitio, claro, con los previos exorcismos para erradicar de allí
los demonios, que durante décadas se habían paseado a sus anchas.
Pero la propuesta del acueducto tenía una intención mucho más plausible y
digna del apoyo general, pues no solo surtiría del preciado líquido a los
barrios antes mencionados, sino que contribuiría en incentivar la construcción
de vivienda en la considerada, zona más alta y pintoresca de la ciudad, que la
carretera de circunvalación constituía y que con un servicio regular de agua se
construiría un barrio muy exclusivo, “para temperamento de las familias que hoy
comienzan a invadirla, puesto que en aquella parte, provista hoy de una carretera,
se disfruta de clima sano y delicioso”, según comentarios que circulaban en los
corrillos de la alcaldía.
A este proyecto se pensó bautizarlo, si recibía el apoyo del gobierno
central, con el nombre de barrio “18 de Mayo”, en recuerdo y conmemoración de
la fecha que, cincuenta años atrás, había devastado la ciudad y que ahora se
pretendía lograr los recursos para una celebración que le retribuyera bienestar
y progreso a sus habitantes.
La escogencia del lugar, no fue realmente casual. El sitio, es el punto más
elevado de la topografía, desde donde se domina todo el valle de San José de
Guasimal, conocido como “la Piedra del Galembo” desde sus orígenes, lugar que
sirvió de primer refugio y amparo seguro a los atribulados pobladores de la
ciudad, el día de su catástrofe sísmica, razón por la cual, se solicitaba que
el barrio fuese denominado con el simbólico nombre de “18 de mayo”, con el fin
de mantener latente el recuerdo de aquel día memorable en los anales de La
Perla del Norte.
Finalmente, ninguno de los proyectos se concretó en ese momento, el barrio
“18 de Mayo” quedó en veremos y el acueducto sólo vino a construirse años más
tarde.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
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