Gerardo Raynaud
Por los años sesenta del siglo pasado, la Sociedad de Mejoras Públicas de
Cúcuta, una noble institución que por más de un siglo entonces, procuraba el
bienestar de los cucuteños y velaba por las buenas costumbres y la prosperidad
de la ciudad.
Entre sus principales fundamentos, se había propuesto la Sociedad,
propender por la divulgación cultural a través de una publicación periódica que
le permitiera al público más vulnerable y con la ayuda y el apoyo de los entes
gubernamentales locales y regionales, particularmente con la oficina de
Extensión Cultural del municipio, entregarles un mínimo de cultura, de
conocimiento y el anhelo de leer y aprender.
Durante algún tiempo se editó una publicación que se repartía
gratuitamente, que fue el órgano informativo de esa institución, la cual
llamaron Revista Cúcuta, sin embargo llegó un momento que el impreso no volvió
a llegar a las manos de su público y ante este suceso, se comenzó a especular
por las razones que motivaron esta cesación, toda vez que por informes que se
tenían, el documento seguía imprimiéndose, pues la labor divulgadora de la
Sociedad debía seguir cumpliéndose de manera juiciosa, atinada y consecuente.
Algunos acuciosos hicieron sus averiguaciones, pues eran asiduos lectores
de la revista y descubrieron que el problema era de distribución, la que se
hacía por todos los barrios más necesitados de la ciudad, sin excepción, lo
cual despertó en ellos algo más que curiosidad.
Encontraron que el material lo venían dejando acumular, almacenado en un
rincón de sus espaciosas bodegas, como dijeron entonces, “para beneficio del
sindicato de ratones beneméritos”.
Parece que faltaba presupuesto en Extensión Cultural, para hacer llegar el
material a sus lugares de recibo, como lo argumentaron algunos periodistas,
perdiéndose así la ciudadanía, la oportunidad de extender su cultura en las
admirables páginas de Pedro María Fuentes, quien escribía sus páginas de
“Efemérides Cucuteñas” o de informarse, con las fotos que en ese medio se
publicaban, de los aconteceres que gráficamente se presentaban.
La tesis de la falta de presupuesto, al decir de los conocedores del
momento, no tenía asidero lógico, en cuanto a la distribución de la revista,
pues casos se conocían de “publicaciones fantasmas” con mínimos resultados en
los barrios, pero que las cuentas de cobro si se veían con pasmosa regularidad.
Todo este embrollo, parecía tener su origen en la dirección de la oficina
de Extensión Cultural, cuya autoridad máxima, a quien identificaban como
Toynbee, en alusión a un conocido historiador inglés muy de moda por esa época
y por quien profesaba especial admiración.
Este personaje, un reconocido profesional cucuteño, venía manejando las
riendas de esta unidad gestora de cultura en la ciudad, con cierto aire de
autonomía, siendo criticado por un amplio sector de la comunidad con quienes no
comulgaba y que por esa razón, no perdían ocasión para ‘bombardearlo’ cuando
algunas cosas no resultaban como se esperaba y en este caso, como sucedió con
la revista de la Sociedad de Mejoras.
El grupo que reprochaba al director de Extensión Cultural, lo acusaba de
favoritismo con quienes publicaban artículos lisonjeros, con desmesurados
elogios para su ídolo y que en lugar de pensar en obtener un ambicioso
presupuesto, debía en cambio, configurar un plan de acción mínimo y directo que
beneficiara esos barrios que tanto lo necesitaba, que además de la revista,
incluyera charlas o conferencias sobre Cúcuta, su fundación y su desarrollo;
conversatorios sobre los personajes históricos y prohombres de la ciudad y la
región y las celebraciones de sus aniversarios tradicionales; también que
se promoviera un plan de alfabetización, habida cuenta de la gran cantidad de
población analfabeta que en esos años, todavía se tenía en la ciudad.
Esos mismos críticos le sugerían a los “toynbistas” o “tombiseños”, como
llamaban a los seguidores de este dignatario, que este plan se diseñara de
acuerdo y siguiendo las normas Laubach, que según decían, “le enseñaba a leer a
un ciego” y que recomendaban las autoridades educativas nacionales de entonces,
plan que recomendaban se combinara con la presentación de grupos de teatro
experimental.
Este enfrentamiento desató una agria disputa entre los dos grupos, al punto
que en uno de los artículos publicados en la prensa, respecto de las propuestas
anteriores, escribían que “un planteamiento tan sencillo, directo e inmediato
no puede ser del agrado de los amañados ‘tombiseños’, que amenazan con
renunciar si no hay presupuesto y presupuesto grande, posiblemente para que
haya tela de dónde cortar a su acomodo, presentar cuentas fantasmas, hacer y
deshacer con los fondos adscritos, sin que los barrios populares reciban cursos
algunos de alfabetización por el plan mas atendible al efecto.
Sería deseable y plausible una serie de folletos explicativos de forma
sencilla y directa de la historia nacional a grandes trazos y para adultos y
una cartilla de historia para niños.
Y el consabido remate, con el que entraban a ‘matar’ a su oponente: ”…todo
eso correspondería a una Extensión Cultural no ‘tombiseña’ sino cucuteña, que
es lo que todo el mundo reclamaría si le dijeran que alguien, a nombre y con
fondos del Estado, pretende darle cultura.”
Lo que colmó la copa del ensañamiento contra el burócrata y su equipo de
Extensión Cultural, fue lo que ellos consideraban el acabose, al incluir
dentro del presupuesto, una partida para adquirir un inmueble donde operaría en
adelante sus oficinas, pues las asignadas en la Biblioteca Departamental,
entonces en la calle novena frente al parque Nacional, debían ser asignadas,
según ellos, al servicio de los usuarios de la biblioteca y ubicar allí las
obras y demás textos.
Remataban “Estas cosas tan sencillas no las entienden los interesados en no
entenderlas, porque con el presupuesto que buscan para hincarle el diente, les
basta y les sobra.”
Pensar que toda esta pelotera fue producto de una situación anodina en la
cual, una de las instituciones más destacadas y prestigiosas de la ciudad, se
vio envuelta por la indiferencia de unos funcionarios que esperaban obtener
otros provechos.
El hecho tuvo tal trascendencia que afectó la credibilidad de la Sociedad
de Mejoras y en especial de su publicación y sus programas de divulgación
cultural, que a partir de ese día se vieron afectados al punto que fueron
suspendidos indefinidamente.
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