Carlos Vera Cristo
(Tomado de su libro por
publicar DE PARTE DEL SIGLO XXIII…)
Atardecer en el sector norte de
Cúcuta, abril de 2219. óleo-foto. Al fondo, el cerro Tasajero, con el hotel “Balcón
del Tasajero” y su cúpula de restaurante rotatorio en la cima. A su derecha el
perfil natural de Simón Bolívar, formado por la montaña misma. En el centro arriba, vagones del Helio-teleférico
Tasajero-La Vieja. Abajo, el rio Pamplonita .
Cuento
primero. DESTRUCTOR DEL ESPACIO
Fragmento del Capítulo IX
Entonces
el ser levanta vuelo, planea por unos segundos sobre el área y se orienta en
dirección al Catatumbo, la zona selvática fronteriza a 100 kilómetros, en donde
por años se extrajo petróleo y ahora se extrae uranio.
El
poderoso río que le da su nombre crea grandes humedales y la selva gigantesca
que lo rodea los llena de follaje caído. Éste, al pudrirse, produce cantidades de gas metano, que si bien
asciende rápidamente, complicando más que el mismo CO2 el efecto invernadero,
alcanza también a concentrarse bastante a nivel del suelo. Lo cual, unido a la
micro-concentración de uranio superficial que contiene la tierra de la zona y a
las nubes verticales creadas por vientos encerrados por las cordilleras de
Perijá y Mérida, ocasiona permanentes descargas
eléctricas con un casi perenne fulgor de rayos y relámpagos.
Es
patrimonio ecológico de la humanidad y fuente de gran riqueza turística. Los
integrantes de la tribu motilona han recibido finalmente el reconocimiento que
merecen y manejan la mayoría de los resorts de la zona. Pueden caer decenas de
rayos por minuto durante más de 250 días al año, por lo que el fenómeno se
conoce como “El faro del Catatumbo”.
Está
anocheciendo, de manera que “El Faro” se
encuentra en este momento en su máximo esplendor. Los pocos turistas y los
tribeños que viven confortablemente rodeados de selva, pasan un susto tremendo
cuando divisan, resaltada por los resplandores,
la silueta del monstruo y lo ven posarse sobre terrenos de una de las
haciendas de ganado cebú.
También
lo vieron los habitantes de la pequeña ciudad de Tibú, la mayoría atiborrados
en la alcaldía, el Club Motilones o las plazas de La Catedral y de San Luis
Beltrán, escuchando los altavoces instalados por el gobierno, que transmiten
noticias sobre el intimidante visitante. Que supuestamente debía estar a muchos
kilómetros de distancia. Las cámaras de televisión no se habían permitido en la
zona despejada. Mucho menos los drones filmadores, pues si bien los hay de
tamaños mínimos, se desconocía la atracción que pudieran originar en el
monstruo hacia quienes los manipularan.
Los
presentes jamás olvidarían el dantesco perfil iluminado por los continuos
relámpagos del faro, arrancando bocados de metros de tierra, árboles, reses e
infortunados humanos, lanzándolos al aire, engulléndolos y abriendo luego su bocaza para que cayeran
en ella rayos, como inverosímil remojo de su banquete.
Así,
por algo más de media hora, completando
la visita de hora y media que ya se está
volviendo rutinaria. Desapareció después de un fugaz relámpago, con el que el
faro permitió que tanto los de abajo como los de los impotentes aviones de
combate que lo analizaban a kilómetros de distancia apreciaran la enormidad de
su figura con las alas desplegadas.
Los
cuatro voluntarios están completamente ajenos a esta lejana escena. Instantes
después de que el monstruo se retirara de su vecindad, Carlos y Andrés se
abalanzaron hacia el edificio de las dos chicas y los cuatro jóvenes se
confundieron en un estrecho abrazo con la fuerza que solamente podrían entender
quienes hayan estado en una situación similar. Por ejemplo, los que regresaron
de un largo secuestro en épocas nunca olvidadas.
Cuento
segundo. MUNDO MIRMECOLÓGICO
Fragmento del Capítulo VIII
El grupo de voluntarios también tiene una reunión de emergencia. Coinciden en la región
del cerro o mejor “montaña” de Tasajero.
Este domina a Cúcuta, cerca de la frontera colombo-venezolana. Muy
curiosamente su cima se continúa con un filo que forma de manera natural el
perfil exacto y enorme de la cara de Simón Bolívar, que en el siglo XIX liberó
a los dos países del dominio de España; y a otros cuatro más. Soñó con unirlos,
pero las ambiciones de sus líderes, iniciadas aún durante la liberación, no lo
permitieron. Se prefirió continuar con la división establecida siglos
antes por el país conquistador.
El cerro se alza cerca de mil metros, a 90 kilómetros de
la ciudad y su cima está unida por un helio-teleférico turístico de casi 140
kilómetros, con la cima del cerro La vieja, en
las cercanías de la ciudad resort de Chinácota.
Si bien por muchos años fue olvidado, El Tasajero hoy en día es un popular centro turístico
porque en su parte alta tiene ya un
clima más fresco, aun cuando el
de Cúcuta es muy apetecido por los amantes del calor.
Desde el cerro se pueden ver, en espectacular panorama,
los grandes valles hacia el sur y el oriente, que contienen tanto la ciudad de
Cúcuta y el rio Pamplonita, como el valle del río Táchira, con la simpática
ciudad venezolana San Antonio-Ureña.
Y el valle del rio Zulia, que se dirige al Nororiente,
a Venezuela, para unirse con el del río
Catatumbo, gigante que continúa hasta desembocar en el lago de Maracaibo.
En días muy claros alcanza a percibirse el lago y con los
bino-telescopios de mediano alcance, disponibles en los centros de recreo,
(mini cámaras avanzadas para sondeos binoculares), se pueden ver detalles de
sus alrededores.
Más impresionante aún, la cima del cerro es, desde luego,
uno de los miradores preferidos para ver
desde lejos el increíble “Faro del Catatumbo” del que ya hablé en una aventura
anterior, con sus cientos de rayos por minuto. Hace mucho que no se necesita
pasaporte para pasar de Colombia a Venezuela.
En este valle está la selva del Catatumbo que conserva
una fauna variadísima de mamíferos pequeños y medianos y de insectos y aves. Se
pueden disfrutar en las cercanías muchos tipos de peces fluviales y frutas
tropicales de variados climas. Porque las piñas las traen del cercano departamento
de Santander, las chirimollas de la más cercana aún Pamplona, de clima frio por
sus casi tres mil metros de altura, y
los mangos y las papayas, de los alrededores cucuteños y venezolanos.
Curiosamente en Cúcuta hay una tradición de sembrar una fruta
tan europea como la uva; se dan muy dulces, pero solamente las usan para la
mesa y no para hacer vino. Además, como dicen los que saben, vale la pena ir a
esta ciudad solamente para gozar su clima seco y caliente y luego comprar en el
kiosko de alguna esquina, bien sea
agua de panela, o fresco de arroz, o de
avena. Los proveen desde luego con abundante hielo. Describir esto bien sería largo y es mejor que quienes
sientan curiosidad se acerquen personalmente.
Costó mucho trabajo convencer a los motilones, la tribu
que por tanto tiempo habitó aislada y agresiva la zona de la selva virgen en
los valles de los dos grandes ríos, para que algunos se mudaran hacia lo que
consideraban “muy frio”, a 1.000 metros de altura.
Ahora nadie sabe manejar como ellos los modernos salones
que empiezan a aparecer desde los seiscientos metros del cerro Tasajero y
terminan con la torre de habitaciones de la cima y su increíble restaurante panorámico rotatorio.
En el momento los
voluntarios no están allí sino en Pozo azul, a media hora, en el
recuperado rio Peralonso, comiendo sopa
de rampuche. Cuando pasaba vacaciones en Cúcuta, en su feliz segunda década de
vida, ir a este sitio el día de año nuevo era la tradición de Carlos y amigos,
para resucitar después de la fiesta de noche vieja. Y la verdad es que esta
grasosa delicadeza de pescado puede resucitar a cualquiera de cualquier
enfermedad. La razón de que los
voluntarios estén allí es que es Domingo.
Nigel de Marsy el paleontólogo inglés ya ha tomado la
cabeza de Carlos con las dos manos y le ha dado un sonoro beso en la frente por
haberlos llevado a comer sopa de rampuche y se dirige a dárselo a Norma, que es
la verdadera cucuteña.
Miguel Cabrera Apirá (grande, en lenguaje motilón), gerente de uno de los mejores
salones del Tasajero, llega en ese
momento, pero espera cortésmente a que Nigel termine de trasladarse adonde Norma y le plante su beso en la
frente.
Realizado esto, Miguel presenta a su acompañante, un
campesino motilón típico de la zona selvática, con el pelo azabache, lizo y
cortado bruscamente en forma horizontal sobre la frente, a la altura media de
la nuca.
— Señores, --dice Apirá en perfecto inglés— espero que
estén disfrutando de su estadía en el Norte de Santander.
El Señor Marcelo Güesta
(fuego, en el mismo lenguaje)
Cáceres, ha aceptado amablemente venir para contarles lo que sus vecinos y él
han estado observando. Se lo agradecemos porque se ha desplazado más de seis
horas a lomo de mula.
Un dato como este
en pleno siglo XXIII es difícil de imaginar y solamente puede ocurrir en zonas
tan entrañables como el Catatumbo.
—Por favor, que antes que todo les traigan una sopa de
rampuche --dice Sirham Prassad, impresionado.
Güesta Cáceres pensó que no había entendido muy bien,
pero cuando Cabrera le precisó en su lengua la traducción, su cara se iluminó con amplísima sonrisa. Sin embargo, inició su exposición antes de que llegara la
sopa:
-- Los cultivos de caña de azúcar han mejorado muchísimo
en todos los valles de la región. Las matas
(como él llama a las plantas) crecen que da
gloria. Pero hemos visto una vaina
(es decir, una cosa) muy rara: ahora muchas veces crecen matas de caña en
muchos sitios en que no las hemos sembrao,
lo qu´es muy raro porque eso no crece
por semilla sino sembrando el cogollo. Y
igual desaparecen endespués sin que se sepa cómo. Y por ahí cerca d´ellas, ya en Venezuela, en veces se concentran mucho más qu´en otras partes los rayos del faro.
-- ¿No han examinado los puntos en donde se concentran
los rayos?—pregunta Carlos.
—Pues n´ues fácil atreverse, pero los que se han acercao cuando nu hay rayos cayendo dicen que nu´han
visto nada.
—¿Ha habido pérdida de cabezas de ganado?
—Sí, ahora que busté
lo dice l´estamos poniendo
atención a esa vaina. Como que a la
gente le ha dao por robarse cabras y
hasta vacas, lo que hace añíiisimos que no pasaba.
--¡Hijuelosdiablos
si han crecío estos bichos! Y ¿cómo
se montarían aquí? Porque por estos laos
nu` hay d´estas hormigas. Deben ser traídas de la finca nuestra —dice
golpeando su mochila de fique que iba a trasladar de la silla a la mesa porque
le acababa de llegar la sopa de rampuche y deseaba tener todo el espacio
posible para sentarse.
Los miraron comerse la sopa con envidia y conversaron un
rato más sobre la zona prometiendo ir a visitar el cerro y la selva. Luego se
despidieron y los voluntarios continuaron con sus análisis.
Desde luego nadie notó que de las dos hormigas que
Cáceres arrojó de su mochila una quedó mal herida pero la otra se movilizó de
inmediato por el suelo y salió al exterior. En el momento hay además un número considerable de hormigas del lugar
recorriendo el comedor; pero como es campestre y está casi al aire libre, el
hecho pasa completamente inadvertido.
Nadie está tranquilo. Carlos ya ha expuesto su opinión de
que algo tenebroso se está gestando y con la suficiente potencia para causar
grandes modificaciones del ambiente y por consiguiente graves perjuicios. No es
fácil aceptar sus temores de lucha entre especies superiores, pero los datos
que se van observando confluyen cada vez más hacia una finalidad aparentemente
definida.
Están alojados en las habitaciones del club del Comercio,
prestigioso centro social de la ciudad. Su amigo de infancia el gobernador del
departamento, como los colombianos llaman a sus estados, desea ofrecerles una
comida esa noche.
Sin embargo, Carlos anhela que prueben el mute y los
pasteles de garbanzo cucuteños y francamente servir eso en el Club Comercio y
sobretodo de noche, no parece adecuado.
Es un plato típico del almuerzo local, al medio día.
Ahora bien, pensar en comer de noche con el gobernador
después de almorzar con mute y pasteles al medio día es imposible, así se
abreviara indebidamente el almuerzo para llegarle a tiempo al ilustre oferente.
Pero quien estaba más perplejo con el dilema era Antonio
Ventura, dada la costumbre española de llamar al almuerzo comida,
lo que desde luego no le permitía entender por qué no era buena idea servir mute a la hora de la comida.
Tratando de entender esto y peor aún, de explicárselo a
los voluntarios que no hablaban castellano, por poco acaba con la buena
intención que tenían de aprender un idioma ya de por sí suficientemente
complicado.
Recopilado por:
Gastón Bermúdez V.
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