Gerardo Raynaud
Primer teatro de Cúcuta
No vamos a hablar de artistas sino de aquellos personajes de la ciudad que
se atrevieron a proponerles a sus conciudadanos una alternativa novedosa en
tiempos en que las opciones de diversión eran evidentemente escasas.
Siempre he sostenido que la crisis originada
por el terremoto del año 1875, generó oportunidades que la dirigencia de la época
supo aprovechar, a tal grado, que la nueva ciudad que renacía, logró
posicionarse como una de las más modernas del país.
Unos pocos ejemplos bastan para ilustrar esta afirmación, el
Ferrocarril de Cúcuta y su respectivo
tranvía fueron el modelo más conocido
de trasporte urbano masivo, más, cuando
las grandes capitales ni siquiera
imaginaban este sistema, la generación propia de energía eléctrica y su
distribución urbana, la empresa de telefonía local con una de las plantas más
modernas, colocó a la ciudad a la vanguardia en términos de
comunicación, a pesar del aislamiento que
el centralismo mantenía a sus más alejadas regiones.
Vamos a empezar recordando las primeras
salas de exhibición. Cronológicamente, el primero data
de 1904, obra de don Domingo Guzmán quien se dio a la tarea de diseñarlo y
construirlo y se tardó más tiempo del debido, todo por la falta de financiación
y por la dificultad de conseguir todos los implementos necesarios para ofrecer
el mejor de los servicios. Sin embargo, después de casi seis años,
abrió sus puertas el Teatro Guzmán, con la
exhibición de la película, silente en aquel entonces, “Los enamorados a la luz
de la luna”.
De inmediato, tuvo un rotundo éxito y así se
mantuvo durante varios años, hasta que vio la oportunidad de ampliarlo y por
tal motivo le propuso al general José
Agustín Berti asociarse, quien ni corto
ni perezoso, se le midió al proyecto
de modernización y ampliación, después de
lo cual cambió de nombre por el de Teatro Guzmán Berti.
Para ese tiempo, todas las compañías de
teatro que visitaban América y que llegaban, inicialmente por Venezuela,
ingresaban a territorio nacional por Cúcuta y como era de esperarse,
mientras legalizaban su estancia en el
país, realizaban sus presentaciones en ese teatro, en único en la ciudad.
El salón tenía sus divisiones
establecidas, como en los grandes
escenarios del mundo civilizado, unos
palcos para los asistentes especiales como
las autoridades y los personajes que
visitaban la ciudad, la platea, que
era silletería establecida para la clase
adinerada y finalmente, la galería, en
la cual se acomodaba la gente de
las clases populares, cada una con unos precios diferenciales como
era de suponer.
El tablado recibió toda clase de espectáculos,
aún después de la construcción de los demás escenarios, que
comenzaron a aparecer iniciando el decenio de los años treinta, cuando el
crecimiento de la ciudad se hacía cada día más evidente.
Ante estas circunstancias, algunos empresarios vieron la
fórmula para incursionar en el campo del
entretenimiento, como fue el caso de don
Luis Alberto Marciales, quien aprovechando los
terrenos que tenía en el centro de la
ciudad, específicamente en la calle de
Caldas (calle once) entre las avenidas Colón y de Soto
(tercera y cuarta), no sólo construyó su casa de habitación sino en el lote
contiguo edificó el otro magnífico teatro de la época, el Teatro
Santander.
Inaugurado en diciembre de 1929 y cuya
fachada aún subsiste, ligeramente modificada; tenía capacidad para más de dos
mil personas y estaba destinado casi
exclusivamente a la función cinematográfica,
aunque tenía un escenario que podía albergar algún tipo de representación
teatral, frecuente en ocasiones, por lo tanto, no tenía las divisiones del
Guzmán Berti, aunque sí, dos hileras de sillas, ligeramente
elevadas, colocadas cada una, a lo largo de las paredes laterales
del recinto.
En los dos años siguientes, se observa un crecimiento vertiginoso del
sector, con la incursión del empresario venezolano afincado en la ciudad, Pedro
Felipe Lara, empezando por la compra que hizo del teatro Santander, en
compañía de don Jorge Enrique Barco.
En el 32, lo modernizó adaptándose
a las exigencias del cine sonoro. Posteriormente
construiría dos teatro más, el Buenos Aires en el barrio Carora y el
Miraflores, en la calle de Nariño, metros arriba de
la avenida de Márquez.
Este mismo empresario inauguró, años más tarde, el
teatro Avenida, los que finalmente vendería
a la empresa Cine Colombia S.A. y que continuaron
abriendo otras salas de cine, en la zona céntrica de la ciudad, teatros que no
tuvieron el respaldo del público y tuvieron que cerrar comenzando el siglo 21.
El auge de los teatros a ‘cielo abierto’, como lo fue el Aire Libre, motivó
a los amantes del cine a erigir, otros similares como fue el caso
de don Dionisio Moros, industrial y
comerciante, quien primero abrió el teatro ‘Aire
libre de la Viña del Norte’, en clara alusión a sus negocios de fabricación de
licores que ostentaban el mismo nombre “La
Viña del Norte”.
Su éxito radicó en que solamente cobraba la entrada
los fines de semana, de viernes a
domingo. Esa estrategia le sirvió para
inaugurar, un año más tarde, el teatro
Astral, sala también al descubierto, ubicada contigua a la competencia, el Aire
Libre.
La administración pública, contagiada del entusiasmo por
la cultura, propició la construcción del teatro Municipal que
dieron en administración a la sociedad Quintana & Ramírez París
Ltda. reconocidos empresarios quienes conformaron
el Circuito Cyva Ltda. que durante un tiempo considerable lo
administraron hasta que venció la concesión y revirtió al
municipio.
A mediados de los 50, don Guillermo
Arámbula Omaña, quien después de grandes
esfuerzos inaugura su teatro Mercedes.
Finalmente, la Beneficencia del Norte de Santander,
que apenas cuatro meses después de la apertura del
teatro Mercedes, inauguraría el más moderno teatro del país, el Zulima, que le
sirvió de punta de lanza para promover, durante la década de los ochenta, otros
similares en poblaciones como Pamplona, Ocaña, Chinácota y en los barrios, como
Guaimaral y Atalaya.
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