Pablo E. Ramírez Calderón
Al observar las horrendas imágenes que nos
trajo la televisión sobre el pavoroso terremoto, ocurrido recientemente en las
poblaciones costeras del Ecuador, recordamos una vez más, la fecha del 18 de
mayo de 1875, que nunca la olvidamos los nortesantandereanos, cuando ocurrió el
sismo que destruyó nuestra floreciente capital y otras poblaciones vecinas del
departamento, San Cayetano y El Rosario y del occidente de Venezuela, como San
Antonio, Táriba y San Cristóbal.
El martes, 18 de mayo de 1875, hace 141
años, aproximadamente a las once y media de la mañana, cuando los cucuteños,
tempraneros como somos, para el yantar, se disponían a hacerlo, y se
presentaron tres fuertes temblores, que destruyeron la ciudad en su totalidad;
no quedó ni una sola casa en pie ni escuelas, ni iglesias, solo algunos
árboles.
De unos doce mil habitantes, que tenía la
ciudad, perecieron aplastados por el peso de las paredes de casas y edificios,
que eran pocos de dos plantas, unas dos mil quinientos a tres mil personas.
En los caminos y en los campos se
produjeron profundas y amplias grietas, donde también perecieron algunos animales
y seres humanos.
Decenas de animales mulares, cargadas de
café para la exportación, se hallaban en ese momento, listas para descargarlas,
perecieron también, aplastadas, por el peso de los derrumbes.
Las escenas de llanto y dolor que padecieron los
sobrevivientes, fueron inenarrables, por la muerte de padres, madres e
hijos, esposos y esposas, cuyos sobrevivientes, quedaron en completa
soledad y desamparo.
Como complemento de los derrumbes, se
presentó una ola de polvo, que se introducía por la boca, la nariz, los ojos, e
impedían ver y reconocer a poca distancia, unos de otros los sobrevivientes,
amigos, familiares o conocidos y les ocasionaban fenómenos de dificultad
respiratoria, que desapareció, cuando se presentó un fuerte aguacero, que los
limpió un poco.
Algunos datos anecdóticos se han contado en
algunos relatos del sismo. Se dijo que un vecino que había vivido los episodios
de otro sismo similar, en la población venezolana de Lobatera, dijo antes, que
le olía a Lobatera y aconsejó tomaran algunas precauciones, que no se tuvieron
en cuenta, pero él se alejó y se salvó. Observaron también que las aves se
fueron temprano a sus nidos, cuando empezó a temblar.
Una cuadrilla de bandidos apareció a saquear las cajas de caudales y los bienes de
los muertos, motivo por el cual los generales, Fortunato Bernal y Leonardo
Canal, jefes militares de la región, decidieron juzgarlos en un Consejo de
Guerra y aprehendieron al más delincuente con antecedentes penales, un
maracucho, llamado Piringo y lo sentenciaron a la pena de muerte, que se
cumplió, inmediatamente, por fusilamiento, motivo por el cual cesaron los robos
y saqueos.
Dos días antes del terremoto, el domingo 16
y el lunes 17 ocurrieron varios temblores fuertes, que alarmaron a los
pobladores de toda la región.
El señor Gabriel Galvis propietario de
extensos terrenos al sur de la ciudad, en lo que hoy se llama el caserío de San
Pedro, ofreció alojamiento y comida a los sobrevivientes y al gobierno
nacional, sitio para reubicar la ciudad, cuyas autoridades funcionaron allí por
pocos días.
Fue el ingeniero venezolano don Francisco
de Paula Andrade, quien se encargó de diseñar los planos de la reconstruida
ciudad, quien la trazó con calles y avenidas amplias y rectas, que pronto con
la ayuda de los gobiernos nacional, encabezado por su presidente, doctor
Santiago Pérez y del Estado de Santander, presidido por el señor Don Aquileo Parra, posteriormente
presidente de Colombia, y la colaboración de la ciudadanía, local y del
exterior, muy amplia, en poco tiempo, se levantó, en forma pujante y vigorosa,
como ha continuado en un desarrollo, día a día, cada vez más admirable.
Recopilado por: Gastón Bermúdez V.
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