Juan
Ricardo Gélvez/La Opinión
El Estado ha sido indolente ante aquellos que se
apertrecharon en esa selva para levantar una vida diferente.
El Catatumbo es una subregión que se extiende entre la Cordillera Oriental
de Colombia y el Lago de Maracaibo, por lo cual se le ha llegado a considerar
como ‘transfronteriza’. Está conformada por Ábrego, Convención, El Carmen, El
Tarra, Hacarí, La Playa, Ocaña, San Calixto, Sardinata, Teorama y Tibú.
En noviembre de 1990, El Tarra se convirtió en el municipio 40 de Norte de
Santander. No hubo celebración pomposa, tan sólo un acto cultural en el colegio
Monseñor Juan José Díaz Plata – que lleva ese nombre en homenaje a un ilustre
prelado de Zapatoca (Santander).
Allí se leyó la ordenanza, se ofreció un almuerzo en un desvencijado
restaurante y en la noche, a la luz de una fogata, se danzó ‘La Machetilla,
pieza insigne del folclor. Allí estábamos, un viejo periodista fallecido Carlos
Ariza y un conductor de la Secretaria de Desarrollo del Departamento.
Luego de recorrer casi 200 kilómetros que separan a El Tarra de Cúcuta,
fuimos testigos de algo que no pareciera ser importante: la creación de un
municipio más, de esos a los que se les entregan todos los deberes, pero con
los que no se contempla responsabilidad.
Una historia triste
Etimológicamente Tarra significa entre ríos, lugar de defensa, y Catatumbo
traduce “tierra de dioses o tierra del rayo”, que proviene del vocablo Motilón
Bari.
Hasta mediados del siglo XX la región era sólo zona selvática, húmeda
tropical; sus habitantes y dueños eran los indios motilones.
Según las historias recopiladas, en esta selva abundaban animales salvajes
(tigres, tigrillos, caimanes, dantas) y silvestres (pavas, pajuiles,
gallinetas, guartinajas, venados). Los ríos eran caudalosos y se presentaban
grandes tormentas eléctricas. Esto último, los motilones lo atribuían a los
dioses que manifestaban molestia con la tribu a través de ellos.
Según la creencia, los motilones debían luchar por defender el territorio y
dar lucha sostenida a los invasores blancos que desangraba la selva del
Catatumbo para transportar el petróleo de Tibú hasta Coveñas. Al final, los
indígenas cedieron gracias a la intervención de los misioneros.
Entre 1937 y 1939, inició la construcción del oleoducto, paralelamente
aparecen asentamientos, obligando a los últimos motilones a desplazarse hacia
la frontera con Venezuela y las riberas del Catatumbo.
Es una región en la que ancestralmente muchas cosas y gentes se han perdido.
Los primeros pobladores, que llegaron hacia 1938, fue gente que de manera
voluntaria decidió internarse en la selva; algunos, a expugnar las deudas con
la justicia. Llegar allí era como desaparecer en vida de la faz de la tierra.
Pero antes, mucho antes, los primeros en perderse en ese Triángulo de las
Bermudas, que se forma entre El Carmen, Tibú y Ocaña, y las 11 localidades que
conforman El Catatumbo nortesantandereano, fueron los hombres del sanguinario
conquistador Ambrosio Alfínger, quien al llegar a Tamalameque decidió enviar
parte de los tesoros arrebatados a los indios guanes y chitareros a Coro
(Venezuela) y conformar un grupo de 26 hombres que se internó en ese triángulo,
para ser devorados por la selva.
Dicen los cronistas que sólo uno, Francisco Martín, sobrevivió y recibió
hasta los últimos días protección de los indígenas de la región. El Catatumbo
ha sido leyenda y olvido.
Historia de despojo y violencia
En 1928, el general Virgilio Barco inició exploraciones en busca de
petróleo, pero al no tener los recursos necesarios el Gobierno le aplicó la
caducidad a la concesión y la transfirió a la Gulf Oil, por intervención
directa de Andrew Mellon, Secretario del Tesoro de EEUU y propietario de dicha
empresa.
Los historiadores de la época reseñaron que “el gobierno colombiano
se vio obligado a transferir la concesión a la Gulf Oil, bajo la espada de
Damocles de no volver a recibir préstamos y la posibilidad de sufrir una nueva
pérdida de territorio, tal como había sucedido con Panamá”.
En 1931, entró en vigencia la Ley 80, en la cual el Estado colombiano “no
solamente acepta la transferencia de la concesión, sino que se obliga a repeler
la hostilidad de los indígenas que habitaban en las regiones materia del
contrato de concesión; en otros términos, se expidió carta blanca para el
exterminio de los pueblos originarios de la zona donde se encontraba la riqueza
petrolífera colombiana”.
Fue en esa década cuando matar indios barís no era pecado. Los
expedicionarios gringos y colombianos avanzaron, primero, por La Silla y Campo
Dos. Levantaron vías y construyeron puentes para saltar los innumerables caños
hasta llegar a las orillas del río Sardinata, donde dar muerte a un cocodrilo
era lo mismo que sacrificar un barí, raza guapa que nunca se amilanó y que
hacía incursiones a arco y flecha a los campamentos de los colonos causando
numerosas bajas.
Para esa época se arreglaron vías y hasta se construyó un moderno hospital,
que luego fue desmontado y trasladado cuando la producción del petróleo en El
Catatumbo no era rentable.
En Tibú, como recuerdo de esa colonización, quedaron el Club Barquito y el
barrio Colpet, construido para que vivieran los ingenieros con casas estilo
americano con doble puerta de madera. Esos fueron los nostálgicos avances de
una época de la que aún quedan recuerdos como los más de 37 puentes entre
Cúcuta y Tibú que el Estado no recupera.
Uno de los primeros
territorios petroleros en Colombia sin comunicación.
Una de las pocas
imágenes que se conserva del que fue uno de los aeropuertos promisorios de
Catatumbo, en El Tarra, data de 1938.
Por los años 30´s funcionaba una pista, de medio kilómetro, construida por más de 6
mil trabajadores al servicio de la Colombian Petroleum Company, Colpet, en la
época dorada de búsqueda de petróleo.
Fue difícil de
construir debido a los conflictos territoriales con los barí, pues la
infraestructura se hizo en sus tierras, hoy despojadas.
En plena selva hubo enfrentamientos entre el pueblo
ancestral y los trabajadores, además de robos y saqueos.
Para ese entonces, según habitantes del pueblo, “caían
muchas avionetas porque los gringos estaban instalando el tubo del oleoducto”.
Luego, recuerdan,
la pista dejó de ser utilizada hacia 1977.
La maleza, poderosa devoradora de obras, cubrió el
asfalto del cual solo se ven parches al escarbar en ella.
Hoy, el
recuerdo de la pista perdura en una finca entre las veredas Tarra Sur y
Motilandia, a cinco minutos del casco urbano.
La pista está junto al río Catatumbo y, al parecer,
puede ser recuperada con relativa facilidad.
Era de carácter privado pero prestaba un servicio
público. Esta es una de las pocas pistan en todo Catatumbo.
Las otras están en Ocaña y Tibú, y prestan servicio
restringido, debido a deficiencias técnicas y condiciones meteorológicas
variables.
Trabajar para la subsistencia
De camino a El Tarra, por Tibú, está el corregimiento Versalles, luego Orú,
una estación de bombeo del oleoducto Caño Limón – Coveñas, tomada por las Farc.
Allí opera el frente 33.
Por allí, en 1998, iniciaron las incursiones de las autodefensas
provenientes de Ocaña. La vía, en mal estado, serpentea por entre hectáreas
sembradas de coca, plátano y cacao, hasta Filo Gringo. Dicen que tomó el nombre
de un viejo americano que hacia favores a los colonos.
Ese es Filo Gringo, caserío de bajareque, con techos de zinc y dos
calles, por una de ellas, la principal, serpentea el bus en una ruta de más de
ocho horas entre El Tarra y Cúcuta.
Cuando la paz es convulsionada, por uno de los grupos que allí delinquen:
Los Rastrojos, Los Urabeños, lo que quedó del paramilitarismo o el Epl, el Eln,
o las Farc, cada cual busca imponer sus reglas.
Leyes para las mujeres que hablan con los soldados, leyes para quien pesca
en zonas prohibidas, leyes para el desplazamiento, silencio para los
conductores de buses y normas para los ganaderos o los hacendados. Leyes para
los campesinos que cultivan y recogen la hoja de coca, leyes para las madres
que reclaman sus hijos y muchas leyes más.
Lo curioso es que todas esas disposiciones están por fuera de la ley porque
la autoridad del Estado no opera, está ausente, sólo hace presencia en
determinados sectores con batallones que se limitan a patrullar lo que les
circunda. La ley no es la del Estado es la que imponen quienes están por fuera
de la ley.
La Ley de la Selva
No hace mucho se creyó que la pacificación de El Catatumbo se daba con
nuevas inversiones y con una positiva mirada sobre estos territorios. El
presidente Juan Manuel Santos leyó en Ocaña un documento Conpes y destinó
para la región $ 500.000 millones, cuando, según analistas, se requieren son $
3,0 billones.
“Esto va más allá de una protesta social. Como se lo imaginan los
colombianos, esta región está controlada por la guerrilla de las Farc que
quieren promover la Zona de Reserva Campesina como también del narcotráfico,
que se ha apoderado de los cultivos de los agricultores para obligarlos a
cultivar coca”, denunció en un debate uno de los senadores nortesantandereanos
a la vez que la bancada de congresistas pidió “adelantar una acción no solo
social con inversiones, sino de atención especial a las comunidades, con la
aplicación de los derechos humanos y que la fuerza pública retome el control de
la región”.
El Catatumbo no son autopistas, ni aeropuertos, es selva y palma, ganado,
yuca, cacao, café, pesca y un mundo de agricultura, incluida la coca.
Los campesinos la cultivan por una sola razón, vale más que la yuca, no
importa quién la compre, como no importa quién compre la yuca y el
plátano.
Por ello los habitantes se quedaron a la espera de la pavimentación de las
carreteras Cúcuta – Tibú y Tibú – El Tarra – Convención – La Mata que
daría salida a los carbones de Norte de Santander y que abriría la
posibilidad de exploraciones en el Catatumbo de carbones a cielo abierto,
pero, por sobre todo, dinamizaría la región.
Seguir hablando de violencia en estos territorios daría para más de dos
vidas, como lo comentó Wilfredo Cañizales, desmovilizado que ahora dirige la
Fundación Progresar.
“El 80 por ciento del territorio está cultivado con coca”, dicen que allí
hay más de 30.000 desaparecidos, y que en valles y caños muchos han encontrado
el final, otros la vida.
Desaparecerse en ese triángulo tiene su misterio, aparecer también. Más
allá de Playa Cotiza, donde el río Catatumbo, para mayo, junio y julio escasea
de cauce, los campesinos arrastran las canoas por lo más estrecho del caudal.
En días soleados se divisa la Sierra Nevada de Santa Marta y se presiente
el calor del Lago de Maracaibo. Es una región “transfronteriza” con un corredor
especial entre la montaña, el valle y el mar.
Quién iba a pensar que El Tarra, el municipio 40 que nació por la necesidad
de acomodar territorios y esquivar responsabilidades, iba a ser nombrado en el
país hasta la saciedad, porque allí todo desaparece.
Desparecieron expediciones, como la de Alfinger; ahora, la gente, los
periodistas y los funcionarios en misión especial, algunos vuelven, otros no.
Pero el Estado también está desaparecido en El Catatumbo.
Al final de todo queda la reflexión de la periodista Salud Hernández,
recientemente liberada de una retención allí, en el corazón de El Catatumbo,
“gracias a sus gentes, a sus paisajes que son muy lindos”, debería el Estado ir
a conocerlos también.
Una región donde se pierde Colombia
El Estado ha sido indolente ante aquellos que se apertrecharon en esa selva
para levantar una vida diferente, llevándolos a crear un sistema de dominio
territorial estratégico, que colinda con la serranía del Perijá y más allá una
ciudad importante como Machiques, por donde se movilizan droga y armas hacia y desde
Venezuela y eso al Estado no le interesa.
Por eso, y con razón, los habitantes quieren ser zona de reserva campesina,
en búsqueda de autorregularse y autodeterminarse.
Recopilado por: Gastón
Bermúdez V.
Excelente cronica sr Gastón, gracias
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