Luis
Fernando Carrillo (Prólogo SEVILLA TERRUÑO HISTORICO Y ANCESTRAL)
Panorámica de Cúcuta desde el barrio Sevilla al occidente de la ciudad.
Finales Siglo XX
1.- Abdón González Méndez, uno de los quince Teodoritos, hijo de
Teodoro González e
Isabel Méndez, como ellos aceptan ser llamados, por condensar el aprecio de la
comunidad del Barrio Sevilla. Que ayudaron a forjar, se ha dado a la tarea de
escribir su historia, SEVILLA TERRUÑO HISTORICO Y ANCESTRAL, que hace parte de la
buena de San José de Cúcuta.
Tuvo este asentamiento la fortuna de dar sus primeros
pasos, decisivos, a la par con el ferrocarril de Cúcuta. Punto éste de
referencia de La Villa. Lazo de unión con Venezuela hasta que manos
improvidentes decidieron liquidarlo. Preludio de la crisis socioeconómica de la
que no se repone. Menos en estos días de tempestad.
Con razón dice el autor de esta monografía que la columna
vertebral del Barrio Sevilla lo fue el ferrocarril hasta su liquidación en
1.960.
El gobierno central colombiano para construir la
carretera demolió una obra monumental que conectaba a Cúcuta con el exterior
por el Lago de Maracaibo.
Surgió una ciudad próspera. Llevada de la mano de las
empresas comerciales alemanas que aquí se instalaron, atraídas por la
producción cafetera. Serían los tiempos del eje Cúcuta - San Cristóbal – Mérida
- Maracaibo.
2.- En este
recorrido que enriquece el ayer tomando el presente el doctor González Méndez,
se adentra en la vida barrial rica y creadora.
Las familias que allí habitaron y los ocasionales
transeúntes, tienen como guía de su orientación, la tienda “La X Roja”. Su
propietario Heriberto Guerra lo llamara así, al observar que una letra del
alfabeto tenía dos palitos cruzados. Al saber su nombre, “la equis”, la coge
como calificativo de su negocio.
Por estar en un estratégico lugar donde se cruzaba la
carrilera del ferrocarril, y el camino de herradura que viniendo por la avenida
séptima pasaba por el mercado de Sevilla, y llevaba al rio Zulia formando una
X. Lo de roja para significar su
afiliación liberal.
Era tan conocida que bastaba dar su nombre para que el de
a pie o el motorizado supieran a donde ir.
3.- Las
familias, los personajes, las escuelas, las canchas de futbol, sus
tradicionales equipos, San Lorenzo de Sevilla, son recreados por el autor.
Hasta llegar a la Iglesia de la Candelaria, cuando el barrio fue erigido en
parroquia, segregada de la de San Antonio de Padua, por autorización del obispo
de Pamplona, monseñor Rafael Afanador Cadena, y gracias al empeño de líderes
cívicos, como don Anastasio Ramírez y Teodoro González, y otros a quienes
Sevilla recordará siempre.
El alma de ese templo, que se levanta en el corazón del
barrio, lo fue su primer párroco, Ángel Ramón Clavijo Suarez, oriundo de
Mutiscua, quien junto con su familia, las damas, y los feligreses, fueron
elevando la iglesia con un estilo que se apartaba de lo tradicional.
En claros conceptos del arquitecto Juvenal Moya, el
ingeniero Fabio González Zulueta, y para completar el acierto, el Cristo fue
elaborado fue el arquitecto Hugo Martínez, el famoso “mono Martínez”, profesor
de la universidad Nacional, y toda la colaboración del padre Rafael
Garcíaherreros, quien hizo las vueltas en Bogotá.
4.- Quien ahora
presume de prologuista, huyendo de la pobreza y la violencia, allá por los años
cincuenta del siglo XX, aún niño llegó a vivir al barrio Pescadero, en una de
las casas construidas por el Instituto de Crédito Territorial, cuyo gerente era
Francisco Scovino, puede dar fe de todo lo que significó el barrio de Sevilla
para la ciudad de Cúcuta.
Se recuerda con cariño inextinguible que allí se
vivieron, con felicidad, mucho de los mejores años de nuestras vidas, y que la
amistad de estas dos barriadas significó también afectos que perduran pese al
paso imperdonable de los años.
Por eso, aún se oye el silbido del tren, que hacia las
cuatro de la tarde de todos los días, anunciaba que estaba en El Salado y se
dirigía hacia la estación. Trayendo viandas de esos lugares del paraíso, especialmente
el pescado rampuche cuya sarta valía ochenta centavos. Eran tantos que los
niños aprendían en ella contar hasta cien.
Ir a la estación del ferrocarril a comprarla era un rito
que madre exigía. Se hacía gustoso porque era como ir a recibir mensajes de una
civilización desconocida y creadora. Era el Catatumbo ahora demolido por la
barbarie.
5.- Todos estos
recuerdos, con nombre propio desfilan por la monografía, escrita por Abdón
González Méndez. Su lectura es un ir hacia un ayer presente feliz que se quedó
para siempre grabado en nuestras vidas.
Recopilado
por: Gastón Bermúdez V.
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