lunes, 5 de septiembre de 2016

996.- SEVILLA EN EL TIEMPO



Luis Fernando Carrillo (Prólogo SEVILLA TERRUÑO HISTORICO Y ANCESTRAL)

Panorámica de Cúcuta desde el barrio Sevilla al occidente de la ciudad. Finales Siglo XX

1.- Abdón González Méndez, uno de los quince Teodoritos, hijo de Teodoro González e Isabel Méndez, como ellos aceptan ser llamados, por condensar el aprecio de la comunidad del Barrio Sevilla. Que ayudaron a forjar, se ha dado a la tarea de escribir su historia, SEVILLA TERRUÑO HISTORICO Y ANCESTRAL, que hace parte de la buena de San José de Cúcuta.

Tuvo este asentamiento la fortuna de dar sus primeros pasos, decisivos, a la par con el ferrocarril de Cúcuta. Punto éste de referencia de La Villa. Lazo de unión con Venezuela hasta que manos improvidentes decidieron liquidarlo. Preludio de la crisis socioeconómica de la que no se repone. Menos en estos días de tempestad.

Con razón dice el autor de esta monografía que la columna vertebral del Barrio Sevilla lo fue el ferrocarril hasta su liquidación en 1.960.

El gobierno central colombiano para construir la carretera demolió una obra monumental que conectaba a Cúcuta con el exterior por el Lago de Maracaibo.

Surgió una ciudad próspera. Llevada de la mano de las empresas comerciales alemanas que aquí se instalaron, atraídas por la producción cafetera. Serían los tiempos del eje Cúcuta - San Cristóbal – Mérida - Maracaibo.

2.- En este recorrido que enriquece el ayer tomando el presente el doctor González Méndez, se adentra en la vida barrial rica y creadora.

Las familias que allí habitaron y los ocasionales transeúntes, tienen como guía de su orientación, la tienda “La X Roja”. Su propietario Heriberto Guerra lo llamara así, al observar que una letra del alfabeto tenía dos palitos cruzados. Al saber su nombre, “la equis”, la coge como calificativo de su negocio.

Por estar en un estratégico lugar donde se cruzaba la carrilera del ferrocarril, y el camino de herradura que viniendo por la avenida séptima pasaba por el mercado de Sevilla, y llevaba al rio Zulia formando una X.  Lo de roja para significar su afiliación liberal.

Era tan conocida que bastaba dar su nombre para que el de a pie o el motorizado supieran a donde ir.

3.- Las familias, los personajes, las escuelas, las canchas de futbol, sus tradicionales equipos, San Lorenzo de Sevilla, son recreados por el autor. Hasta llegar a la Iglesia de la Candelaria, cuando el barrio fue erigido en parroquia, segregada de la de San Antonio de Padua, por autorización del obispo de Pamplona, monseñor Rafael Afanador Cadena, y gracias al empeño de líderes cívicos, como don Anastasio Ramírez y Teodoro González, y otros a quienes Sevilla recordará siempre.

El alma de ese templo, que se levanta en el corazón del barrio, lo fue su primer párroco, Ángel Ramón Clavijo Suarez, oriundo de Mutiscua, quien junto con su familia, las damas, y los feligreses, fueron elevando la iglesia con un estilo que se apartaba de lo tradicional.

En claros conceptos del arquitecto Juvenal Moya, el ingeniero Fabio González Zulueta, y para completar el acierto, el Cristo fue elaborado fue el arquitecto Hugo Martínez, el famoso “mono Martínez”, profesor de la universidad Nacional, y toda la colaboración del padre Rafael Garcíaherreros, quien hizo las vueltas en Bogotá.

4.- Quien ahora presume de prologuista, huyendo de la pobreza y la violencia, allá por los años cincuenta del siglo XX, aún niño llegó a vivir al barrio Pescadero, en una de las casas construidas por el Instituto de Crédito Territorial, cuyo gerente era Francisco Scovino, puede dar fe de todo lo que significó el barrio de Sevilla para la ciudad de Cúcuta.

Se recuerda con cariño inextinguible que allí se vivieron, con felicidad, mucho de los mejores años de nuestras vidas, y que la amistad de estas dos barriadas significó también afectos que perduran pese al paso imperdonable de los años.

Por eso, aún se oye el silbido del tren, que hacia las cuatro de la tarde de todos los días, anunciaba que estaba en El Salado y se dirigía hacia la estación. Trayendo viandas de esos lugares del paraíso, especialmente el pescado rampuche cuya sarta valía ochenta centavos. Eran tantos que los niños aprendían en ella contar hasta cien.

Ir a la estación del ferrocarril a comprarla era un rito que madre exigía. Se hacía gustoso porque era como ir a recibir mensajes de una civilización desconocida y creadora. Era el Catatumbo ahora demolido por la barbarie.

5.- Todos estos recuerdos, con nombre propio desfilan por la monografía, escrita por Abdón González Méndez. Su lectura es un ir hacia un ayer presente feliz que se quedó para siempre grabado en nuestras vidas.



Recopilado por: Gastón Bermúdez V.

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